Ley de Tasas. La ley 10/2012, de 20 de noviembre, por la que se regulan las tasas en la Administración de justicia, es una ley antidemocrática y posiblemente inconstitucional, que restaura las tasas judiciales para todos/as los que no estén amparados por el beneficio de justicia gratuita, salvo en el orden penal. Con ello queda destruida la conquista social que supuso en el año 1986 la ley que abolía las tasas judiciales[1], y que era una consecuencia directa de los artículos 24 y 119 de la Constitución que propugnan el derecho de toda persona a una tutela judicial efectiva en el ejercicio de sus derechos y la gratuidad de la justicia. La ley de tasas va a impedir el acceso a la tutela judicial efectiva, que es un principio constitucional, a todos los ciudadanos/as no amparados por la justicia gratuita. Lo que se pretende con esta ley es realmente que el costo del acceso a la justicia sea disuasorio para la inmensa mayoría de los ciudadanos/as, y así poner remedio a la saturación de los tribunales, no mediante la racionalización del trabajo y la modernización de la oficina judicial (con recursos materiales y económicos de los que sí disponen otras administraciones), sino simplemente mediante el veto al acceso a los tribunales de una gran mayoría de ciudadanos/as, que dejarán de aspirar a la tutela judicial. Que con esto se pretenda hacer creer que la exacción de las tasas responde a una medida reequilibradora de economías por cuanto lo que se recaude de las mismas va a ser destinado a financiar la justicia gratuita, resulta sencillamente insultante e incompatible con la técnica presupuestaria. Aunque el Ministro de Justicia justifica la medida con la expectativa de acabar con la saturación de los juzgados, su efecto podría ser precisamente el contrario: aumentarán los casos por vía penal (al ser ésta la única jurisdicción exenta de tasas), se incrementará considerablemente el número de personas que solicitarán el beneficio de justicia gratuita, y con ello consecuentemente deberá incrementarse la partida presupuestaria correspondiente, y por último, previsiblemente todos aquellos/as que no pueda acudir a la vía judicial por motivos económicos, resolverán sus problemas por vías extrajudiciales, lícitas o no, lo que de nuevo incrementará la carga de asuntos penales en los juzgados. La ley se escuda torticeramente en la supuesta constitucionalidad de la tasa que, según dice, ha dejado sentada el Tribunal Constitucional en sentencia del Pleno 20/12, 16-2-12, pero extrayendo de esta sentencia solo aquéllo que le interesa y no el fondo de la misma que establece que “el derecho reconocido en el art. 24.1 CE puede verse conculcado por aquellas disposiciones legales que impongan requisitos impeditivos u obstaculizadores del acceso a la jurisdicción, si tales trabas resultan innecesarias, excesivas y carecen de razonabilidad o proporcionalidad respecto de los fines que [1] Las tasas judiciales fueron suprimidas por la Ley 25/1986, de 24 de diciembre. Esta Ley recordaba en su preámbulo que la Constitución dispone que la justicia será gratuita cuando así lo disponga la Ley (art. 119 CE) y que la libertad y la igualdad sólo serán reales y efectivas si todos los ciudadanos pueden obtener justicia cualquiera que sea su situación económica o su posición social lícitamente puede perseguir el legislador”, y que en definitiva lo único que declara constitucional es la ley 53/2002, de 30 de diciembre, de Medidas Fiscales, Administrativas y del Orden Social, que instauraba la tasa judicial solo para personas jurídicas con ánimo de lucro, sujetas al impuesto de sociedades y cuya cifra de negocio fuera superior a seis millones de euros, y solo en los órdenes civil y contenciosoadministrativo”. Pues bien, ni siquiera la interpretación más proclive a la imposición de las tasas puede llevar a la conclusión de que esta sentencia considera constitucional esta ley en cuestión, que impone la generalización de las tasas y en cuantías desproporcionadas e inasumibles, sin más razonamientos, y sin tener en cuenta las circunstancias subjetivas de quienes pretendan acceder a la justicia. Con el establecimiento de las tasas judiciales, la justicia seguirá siendo lenta; pero además será inalcanzable para el ciudadano medio, por cuanto va a imposibilitar el acceso a la misma de todos aquéllos que, no reuniendo los requisitos para la obtención del beneficio de justicia gratuita, carezcan de medios suficientes para la interposición de demandas o recursos en defensa de sus derechos: la ley supondrá el fin de derecho del consumo, que solo beneficiará a las grandes compañías y demás empresas que sistemáticamente abusan de los consumidores/as, y de la protección contra la arbitrariedad del Estado que confiere la jurisdicción contencioso-administrativa. Ni siquiera queda excluido el derecho de familia, salvo menores y alimentos, a pesar de que en esta materia los ciudadanos/as vienen obligados por imperativo legal a acudir a los tribunales para solventar todas aquellas cuestiones que afecten a su estado civil y al orden público en sus relaciones matrimoniales y paterno-filiales. En este tipo de procesos los ciudadanos no solo tienen el derecho a acudir a los tribunales en defensa de sus legítimos intereses, sino que es la única vía que tienen precisamente por tratarse de cuestiones de orden público; en cuanto al derecho civil, será la ley del más fuerte, porque solo éste podrá demandar y recurrir en defensa de sus intereses. No solo se encarecerá la justicia, sino que se creará una brecha social entre los que puedan acceder a la misma y los que no, y previsiblemente además, el menor número de asuntos judiciales en los ámbitos civiles, contencioso-administrativo y social, justificará el descenso del número de trabajadores de la administración de justicia. En definitiva, se pretende descongestionar los tribunales a costa de la indefensión de los ciudadanos/as. Los numerosos recursos de inconstitucionalidad que con certeza se promoverán, no evitarán que, hasta que se resuelvan, queden definitivamente malogrados los derechos de muchos ciudadanos/as. Será en definitiva el mayor obstáculo para el acceso a la Justicia desde la existencia de la democracia, y un ataque al Estado de Derecho ante el que los abogados/as no podemos quedar impasibles, y hemos de promover cuantas acciones sean necesarias hasta conseguir que la ley sea derogada. [1] Las tasas judiciales fueron suprimidas por la Ley 25/1986, de 24 de diciembre. Esta Ley recordaba en su preámbulo que la Constitución dispone que la justicia será gratuita cuando así lo disponga la Ley (art. 119 CE) y que la libertad y la igualdad sólo serán reales y efectivas si todos los ciudadanos pueden obtener justicia cualquiera que sea su situación económica o su posición social