HCTOR ABAD FACIOLINCE

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HÉCTOR ABAD FACIOLINCE*
Augusto Escobar Mesa
Universidad de Antioquia
aescobarm49@hotmail.com
A los treinta y tres años, Héctor Abad publica su primer libro de cuentos, Malos
pensamientos (1991) y a los cuarenta y cinco ya había publicado cuatro novelas:
Asuntos de un hidalgo disoluto (1994), Fragmentos de amor furtivo (1998), Basura
(2000) y Angosta (2003); también un libro de breves ensayos a la manera de un
diccionario temático pero aleatorio al ánimo: Páginas sueltas (2002); una crónica de
viaje cuasi-novelada: Oriente comienza en el Cairo (2002) y un recetario, que no lo
es, de culinaria, mujeres, amores y desamores, llamado Tratado de culinaria para
mujeres tristes (1996), es decir, ocho libros en doce años, medida que supera la media
de la mayoría de los escritores colombianos y latinoamericanos. Pero esto no diría
nada si no es por el reconocimiento que han tenido cada uno de esos libros, la
mayoría traducidos, algunos con tres o más traducciones y varias reediciones, incluso,
algunos que superan las diez. Aún más, lo prolífico no resulta ser en nuestro medio
calidad, a veces lo contrario: es el simple prurito de algunos llamados “escritores” que
buscan verse publicados o se autopublican, pero en Abad el asunto resulta singular,
igual como es distinto en escritores de varias publicaciones como García Márquez,
Mejía Vallejo, Germán Espinosa, Cruz Kronfly, Moreno Durán, Oscar Collazos,
Fernando Vallejo, William Ospina; éstos y aquél han hecho de la literatura un
verdadero oficio, casi excluyente, por no decir, única pasión, un sentimiento de amorodio que acapara su atención e imaginario.
Abad se ha abrogado la potestad de vivir de y solo para la literatura, así se extravíe a
veces –para la sobrevivencia– por los caminos del periodismo y la crónica, siempre
aguda, ligera, amena y no por ello menos punzante y crítica. En poco más de cuatro
años del nuevo milenio y con cuatro libros publicados en ese lapso, Abad se prefigura
como una de los escritores más representativos de su generación no solo de la
literatura colombiana, sino también latinoamericana en este nuevo siglo. Angosta, de
reciente aparición, lo muestra con creces. Podría aventurar que es nuestra Divina
Comedia, pero sin la posibilidad del paraíso y casi sin limbo; es una mirada al “comal
*
Fragmento del libro: Cuatro náufragos de la palabra. Diálogo compartido con Héctor Abad
Faciolince, Arturo Alape, Piedad Bonnett, Armando Romero. Medellín: Eafit, 2003.
del infierno” como describe Rulfo su Comala bajo el influjo caciquil y dictatorial de
Pedro Páramo. Es un vivir al filo del abismo ante tantos estadios del infierno, aunque
Abad solo nos hable de tres. Pero esos tres tienen un singular poder de reproducirse
con la mediación de tantos gestores y actores de violencia. La sicaresca ha dejado
aquí su forma truculenta para convertirse en una manera de ser, en una esencia; se
ontologiza. Ya no es sicariato sino sicariedad, que como una peste medieval se
expande a toda la comunidad humana. Ya no es privilegio del Tercer mundo, sino del
Segundo y Primero, gestores éstos de ese basilisco de la muerte por la enajenación a
que nos someten, por los abismales niveles de segregación, por el estado de
encerramiento al que estamos sometidos como si fuéramos los únicos portadores del
mal.
Palabras sueltas (julio 2002), uno de los últimos libros de Héctor Abad Faciolince
dedicado al ensayo breve, corrobora la razón de ser de un oficio escogido o
impuesto como algo natural, y de una vida: escribir. Así como los temas se le
imponen o buscan al escritor, la lectura y la escritura estuvieron rondando a Héctor
Abad desde muy temprana edad; como bichos perniciosos se enquistaron para
mostrarse ufanos en la mayoría de edad. Por eso hoy confiesa que, feliz o
indefectiblemente, no podrá “hacer otra cosa que no sea escribir”. Es con el libro de
cuentos Malos pensamientos (1991) que Abad comienza a hacerse conocer muy
tímidamente en el mundo literario colombiano. Hay ya en esos primeros cuentos un
toque de distinción, un humor y fina ironía que lleva a la provocación, a la burla
paródica, al divertimento, y, fundamental, revela a un escritor que le gusta jugar
con el lenguaje. Este es el comienzo de un oficio con demasiados obstáculos, con
muchos cantos de sirena seductores en el camino, pero él está dispuesto a ver
cualquier cosa, de mirar hasta el fondo lo que se le atraviese, porque ese desafío
vale todo. Y en verdad que lo está logrando. Al libro de cuentos le sigue Asuntos de
un hidalgo disoluto (1994). Desde el primer capítulo, Abad se viene con toda la
artillería pesada: un impecable manejo del lenguaje a la manera de un acto lúdico
verbal en el que pareciera predominar el juego de significantes en torno al
pronombre absoluto del yo y de todos sus designadores Pero es sólo el artilugio de
apertura al yo personal –a la manera de la gran literatura picaresca y de caballería
del siglo XVII europeo– del inolvidable y ejemplar protagonista Gaspar Medina.
Inolvidable porque él se hace presencia absoluta en todas y cada una de las páginas
de la novela, ya que como lo dice en la primera página: “Yo voy a recordar los yoes
que he sido desde que soy yo”. Pero ¿quién es ese yo?, la respuesta no se deja
esperar: “una alucinatoria y grotesca galería de espejos que repiten la imagen
siempre distinta de mí mismo”. Él es la gente que ha conocido, las ciudades en las
que ha vivido (Medellín y Turín), las edades por las que ha pasado, los libros que
ha leído y sigue leyendo, lo que pensó y piensa, lo poco que hizo y lo menos que le
hicieron, lo que es después de todo lo que ha sido, amén de su amada secretaria y
esposa Cunegunda Bonaventura.
Pero Abad, perfeccionista, exigente consigo mismo, no quería que la nueva obra
tuviera asomos de las dos previas ni con nada parecido a lo que se producía en el
medio, se aventura en un nuevo género, fundacional sin duda: ni crónica, ni novela,
ni relatos, ni prosa poética, ni simple recetario, aunque los contiene todos. Con
Tratado de culinaria para mujeres tristes (1996), Abad padece las mismas o quizá
peores afugias que con las dos anteriores obras. Siete “calificados” editores
ignoraron, descalificaron un libro que no entendieron por estar aferrados a cánones
aún decimonónicos o anteriores, y menos vislumbraron el efecto y alcance de una
propuesta de género híbrido, difícil de precisar, pero que coincide justamente con la
mentalidad andrógina, en todo sentido, del siglo XXI. ¿Pero cuál es el asunto de la
obra en cuestión que atrae tanto, especialmente al universo femenino? No es un
recetario aunque pareciera serlo. No son crónicas de cocina y asuntos que derivan
de ese espacio (chismes, anécdotas), aunque en él se conocen los más íntimos y
divertidos secretos del sexo femenino. No es un tratado como tal de pensamientos
virtuosos y sólo para mujeres tristes, sino un conjunto fragmentado –“más se parece
a esos breviarios viejos que se dejaban en la mesita de noche para conciliar el sueño
con algún pensamiento edificante”, dice su autor– de reflexiones de toda índole y
para mujeres alegres por el grado de picardía, sazón y buen humor. Es, lo
llamaremos, un “receturbanario”, es decir, una mezcla de recetario para saber
sazonar la vida y conocerlas a ellas y un manual de conducta urbano –al fin y al
cabo donde está el hombre está la civilidad y la urbe como su espacio de
socialización– para dejarnos seducir por la palabra, el gesto y el cuerpo del otro sin
otro límite que sí mismo, ni siquiera la imaginación. Es un canto y exaltación sin
límite a la vida y el más bello tratado al amor de escritor colombiano y
latinoamericano de los últimos tiempos.
Dos años después de Tratado de culinaria para mujeres tristes, Abad se enfrenta
de nuevo con los lectores al proponerles Fragmentos de amor furtivo (1998), con la
incertidumbre de que hay otro ángulo de la vida, el amatorio, que por más de lo que
se ha escrito sobre él, es posible seguir explorándolo, no se agota, por el contrario,
mientras haya dos seres humanos y más si es un hombre y una mujer, habrá
infinitas maneras para la seducción y para el encuentro complaciente, sensual y
sexual. El arte de la seducción se exacerba en la nueva novela. Los protagonistas,
Susana y Rodrigo, revelan una pasión insaciable, la exaltación hasta el clímax de la
sensualidad y el recurso erótico. Con esta novela, Abad rinde tributo al arte de amar
humano ilustrado en tres grandes obras clásicas: El arte de amar de Ovidio, Las mil
y una noches, el Kamasutra y El Decamerón de Boccaccio. En estos tratados de
amor por excelencia, que de una u otra manera Abad recrea y actualiza, muestra
que no hay pavesa en el viento que no esté mediado por un gesto de amor o un acto
de pasión y, paradójicamente, por el dolor, la violencia, la muerte. Abad se revela
un heredero de la cultura clásica por encima de cualquier otra propuesta estética
moderna relativa al amor.
En la novela Basura (2000), el sentimiento de Bernardo Davanzati de escritor
fracasado, de existencia mediocre sin asidero posible, es reivindicado por un joven
narrador que mañana y tarde espera pacientemente que del shut de basuras del
edificio donde vive aparezca un nuevo fragmento, papel o vestigio de palabras
arrojada por Davanzati ante su desespero por una escritura que se le fuga entre las
manos, y la incapacidad de construir una historia que satisfaga su obsesivo deseo
de perfección. Lo que pareciera ser simple basura en manos de Davanzati, se
convierte en manos del narrador en nuevas vidas llenas de profunda humanidad. El
narrador se nutre como un vampiro de los restos del otro y vive a expensas del otro.
Sin embargo, ese parásito de la vida nos descubre a través de cada uno de los
fragmentos el drama de un hombre en busca de sí mismo; ser perdido en un abismo
de dudas, particularmente en su papel de artista creador del cual desdeña porque el
arte de la palabra no se deja atrapar como quisiera, aunque lo seduce hasta
obnubilarlo sin medida, de ahí que termine enajenándose.
Abad, siguiendo el corte a su vasta cosecha de crónicas y a la manera del cultivador
que empeña su vida en busca de nuevos gérmenes, publica una selección de
Palabras sueltas (2002) en las que consigna el mismo espíritu crítico observado ya
en su primer cuento publicado “Piedras de silencio” (1981) que le mereció a los
veintitrés años su primer reconocimiento y el camino expedito de lo que vendría
luego. Palabras sueltas es el ejercicio de la mano izquierda de Abad observado en
un espíritu crítico y reflexivo que convoca, entretiene. Sus crónicas tienen el
picante del goce trasgresor, pagano, desacralizado, caracterizado por un
condimento particular, diferenciador: una formación clásica en el manejo de la
lengua. La verdad de a puño personal sale a flote y entra en concordancia con las
verdades y mentiras de que está construida la historia humana. Oriente empieza en
el Cairo (2002) es una crónica de viaje por las tierras legendarias del Medio
Oriente y cuna de civilizaciones. Es un viaje –con dos esposas y dos versiones de la
realidad cotidiana– que permite al curioso y voyerista viajante reconstruir un
universo mítico y a la vez desmitificarlo porque el devenir diario es otra realidad,
tiene otros sabores, olores, imágenes y otras historias. Abad Faciolince, con estos
exigentes ejercicios de escritura y de aprensión y comprensión de la realidad,
espejo de la propia, particularmente con Angosta, se ha ganado un merecido puesto
en la historia de la literatura y cultura colombiana e hispanoamericana de finales
del siglo XX y especialmente del nuevo.
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