reflexiones en torno al concepto de disfemia

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ORIGINALES
Rev. Logop., Fon., Audiol., vol. XIII, n.o 2 (89-94), 1993
REFLEXIONES EN TORNO AL CONCEPTO DE DISFEMIA
Por A. Cabrera Vallet
Doctora en Psicología, Valencia.
U
na definición satisfactoria de la tartamudez
debe deslindar las disfluencias del desarrollo lingüístico y cognitivo, las propias del
devenir del diálogo y las que emergen debido al aumento de la complejidad sintáctica y semántica. Es
decir, una definición de la tartamudez no puede confundirse con una definición de las disfluencias.
El intento de explicitar la naturaleza de la tartamudez conduce a la elección del punto desde el que situarse. Puede tratarse de la perspectiva del tartamudo o
del oyente. Desde el primer lugar se enfatiza la relación
de la disfemia con el acto de hablar y desde el segundo las características lingüísticas del tartamudeo que el
oyente puede aislar. No deberían considerarse dos perspectivas excluyentes. Aunque se trate de una actuación
lingüística la estructura del lenguaje está en juego y, en
la segunda opción, aunque se aíslen las propiedades
lingüísticas no se puede obviar que tales manifestaciones del lenguaje toman forma en un acto de habla.
Se da la circunstancia de que muchos de los foniatras conocidos son tartamudos: S.F. Brown, J.R.
Knott, R. Cabanas, W. Johnson, Ch. Van Riper, C.
Bluemel, J.M. Fletcher, M. Solomon, F.P. Murray, J.
Sheehan, entre otros (Perelló, 1977). En estos casos
coinciden el observador científico y el que padece el
trastorno observado, por ello nos ilustran de las limitaciones de la clasificación de las definiciones de la
tartamudez desde las dos perspectivas comentadas.
Las definiciones de Johnson o de Van Riper proponen el estudio de la tartamudez desde la perspectiva
del oyente, a pesar de que ellos son disfémicos y su
comprensión de la tartamudez difícilmente puede escaparse a la perspectiva del hablante. Quizá esta contradicción que encarnan las teorías de estos dos fonia-
tras, que coincide con las dos perspectivas de las definiciones de la disfemia, muestra dos lados de la tartamudez: las características de la misma que se pueden
precisar desde la estructura del lenguaje y el hecho de que
estas características se producen en la actuación lingüística.
DEFINICIONES DESDE LA PERSPECTIVA
DEL OYENTE
La tartamudez o el tartamudeo están sometidos a la
observación y juicio del oyente. En las definiciones
que veremos a continuación se justifica esta propuesta, independientemente de la objetividad que por este
camino se pueda alcanzar.
El instrumento definitivo para detectar y medir la tartamudez y a los tartamudos es un observador humano, como
debe ser, puesto que los conceptos de tartamudez y tartamudo son la consecuencia de juicios humanos. (M. Young,
1984: 28.)
La tartamudez es todo aquello que es percibido como tartamudez por un observador que está de acuerdo con otros,
al menos en parte. Si queremos guiarnos por una definición más «objetiva» no debemos preguntarnos por la tartamudez, sino por las prolongaciones, repeticiones… etc. y
debemos estar contentos con las respuestas acerca de las
prolongaciones, repeticiones y fenómenos parecidos. (O.
Bloodstein, 1981: 487.)
En las definiciones siguientes señala la dificultad
prosódica que las roturas del ritmo del habla evidencian, identificando el trastorno de la tartamudez con
esta dificultad.
… la tartamudez es un trastorno del ritmo (Van Riper,
1982: 14). La tartamudez ocurre cuando la fluidez del habla es interrumpida por la irrupción de un sonido silábico
o por una palabra o por la reacción del que habla ante la
continuidad de la verbalización. (Van Riper, 1982: 15.)
Johnson (1959) en el texto donde expone los fundamentos de su teoría The onset of stuttering, parte de
Correspondencia: A. Cabrera Vallet; Marqués de Turia 56-2.o, 4.a - 46005 Valencia.
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la premisa de que el estudio de la tartamudez debe encuadrarse en el de la semántica general. Según este
autor, es el señalamiento de la tartamudez por parte de
los padres ante fenómenos del habla que pueden consistir en simples disfluencias normales en el desarrollo, lo que se ha llamado la tartamudez primaria del
niño, es el origen del trastorno. Por tanto hay que buscar la tartamudez en los oídos de los padres antes que
en la boca del niño. En esta línea se plantearon investigaciones de las manifestaciones de tartamudez en
diversos miembros de una familia, llevando a cabo estudios de tipo sociológico. Posteriormente en Speech
Handicaped school children (Johnson, 1967) formula
una definición en la que el oyente, de alguna manera
parece formar parte del tartamudeo, como si en un segundo momento del proceso de formación de la tartamudez, el oyente estuviera interiorizado.
La tartamudez ocurre cuando el que habla (1) espera tartamudear, (2) teme hacerlo y (3) reacciona, generalmente,
de forma negativa ante la tensión. (Johnson, 1967: 249.)
Las dos definiciones elegidas se diferencian claramente, la primera señala el registro semántico y la segunda la función rítmica del habla. Esta diversidad en
la elección sirve para mostrar que, desde la perspectiva del observador, los estudios acerca de la tartamudez
se convierten en estudios acerca de las características
lingüísticas de la misma. Estos estudios se pueden organizar siguiendo el criterio de adscripción a alguna de
las partes de la estructura del lenguaje según la que, en
la investigación correspondiente, se considere dañada
o sometida a estudio (Cabrera, 1982).
Si se toman los extremos de la polémica acerca de
la propuesta de definir la disfemia desde la perspectiva del oyente o del hablante, es posible observar el
efecto que sobre la idea de la tartamudez producen las
distintas posiciones, siendo la primera posición la que
enfatiza las características lingüísticas del trastorno
del habla que nos ocupa.
DEFINICIONES DESDE LA PERSPECTIVA
DEL HABLANTE
Perkins (1990) en el artículo «What is stuttering?»
lleva a cabo una crítica de las interpretaciones de la
tartamudez fundadas en juicios basados en la percepción acústica. Respecto de la teoría de Johnson (1959)
90
expuesta en The onset of stuttering y mantenida sin
variaciones en lo esencial a lo largo de diversas publicaciones, afirma que es contraria al condicionamiento operante, pues una conducta que se castiga
debe desaparecer. En la interpretación de Johnson de
la disfemia, el castigo de una conducta hace que ésta,
por el contrario, se afirme y aumente. El juicio del
oyente toma en la concepción de Johnson un valor de
causa contrario incluso a su propia teoría psicológica.
La crítica de Perkins (op. cit) se extiende a la dificultad de la fiabilidad de la medida de las disfluencias
de la tartamudez. Sólo se encuentra una fiabilidad suficientemente alta si se valoran los sucesos de tartamudeo globalmente. El valor de la fiabilidad es muy
bajo si se realizan las medidas estadísticas en relación
a cada una de las ocurrencias del tartamudeo, es decir,
si se toman los sucesos de tartamudeo uno a uno y se
mide por algún sistema la coincidencia en cada uno
de ellos.
Por otro lado, hay estudios como «Stuttering as involuntary loss of speech control» (Martin y Haroldson
(1986), en el que se analiza el trabajo de investigación
realizado con un tartamudeo que no apretaba el indicador de pérdida de control en situaciones en las que
contuvo la respiración durante cuatro segundo antes
de disparar la palabra. Por ello Ingham (1990) propone realizar estudios en los que se investiguen las variables que puedan afectar la validez inter-jueces en
intra-jueces, así como las consecuencias que pueda tener el entrenamiento de los jueces, o también, el efecto que produce en los jueces el cambio de palabra en
un pasaje leído, cuestión que, en un tartamudeo grave,
es muy frecuente.
Otra forma de abordar el estudio de la percepción
acústica en la definición de la tartamudez, se propone
en «Validity and reliability of judgments of authentic
and simulated stuttering» (Moore y Perkins, 1990).
El objetivo de este estudio exploratorio es determinar si la información por la cual un tartamudo identifica el tartamudeo en el momento que ocurre cualitativamente diferente de aquélla por la que los no tartamudeos identifican el tartamudeo. si no es la misma
entonces las interrupciones del habla perceptualmente
equivalente de tartamudos y no tartamudos serán experimentadas por los tartamudos como cualitativamente diferentes.
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Para verificar esta hipótesis se desarrolló un criterio de validez de la habilidad del tartamudo para
identificar su tartamudeo en el momento en que
ocurre. La persona que se sometía al experimento
simuló su propia tartamudez y después escuchó grabaciones del tartamudeo simulado y auténtico. También se recogieron juicios de oyentes. Los oyentes
distinguieron la tartamudez auténtica y simulada
con una frecuencia de acierto del 57%. Los juicios
del tartamudo fueron siempre acertados en el momento de ocurrir la disfluencia, pero su acierto disminuía rápidamente si el juicio se emitía poco tiempo después de la ocurrencia del tartamudeo, llegando al 54% de aciertos únicamente. Según los
autores, estos resultados muestran que las producciones de habla con tartamudeo o sin tartamudeo
son experiencias cualitativamente diferentes y la diferencia reside en el bloqueo involuntario que sólo
los tartamudos pueden reconocer, de forma válida,
aunque solamente en el momento en que ocurre. Por
tanto concluyen que la tartamudez es un trastorno
de la producción del habla más que de la percepción del que escucha.
Lo esencial de la tartamudez, según el autor, no
está en lo que los observadores escuchan como tartamudez sino lo que ocurre en la producción del habla tartamudeada. Lo que es frustante en este trastorno del habla es que el tartamudo es incapaz de
controlar el tartamudeo cuando esto va a ocurrir. En
definitiva, la tartamudez es más un problema de rotura de la palabra que el hablante está intentando
pronunciar, que el suceso acústico resultante que es
lo que el observador percibe (Perkins, 1990).
Algunas definiciones son las siguientes:
Una pérdida temporal, notoria o encubierta, del control de
la habilidad para articular de forma fluida el habla lingüísticamente formulada. (Perkins, 1984: 431.)
Sentimiento de pérdida temporal del control de la articulación. (Perkins, 1985: 238.)
La tartamudez es la interrupción de la continuidad de la
verbalización. (Perkins, 1990: 376.)
Estas definiciones señalan que lo que resulta frustrante en la tartamudez es que el habla se interrumpe
por razones que el tartamudo no puede prever. A diferencia de las dificultades en la fluidez del habla normal, las disfluencias en la tartamudez ocurren como si
dependiera de una fuerza exterior, siendo familiar la
queja «Mi lengua se pega al techo de mi boca» (Perkins, 1990: 376).
Lo esencial de la propuesta de W. Perkins radica en
el carácter de involuntariedad y este punto ha sido criticado por diversos autores, entre ellos Smith (1990),
argumentando que Perkins entiende que es involuntario un hecho frente al que no hay elección posible. Sin
embargo, aplicar este criterio a la tartamudez parece
trivial. Si queremos definir involuntario en términos
neurológicos podemos tomar el ejemplo de la respiración respecto de la cual, tras muchos estudios y discusiones, parece que los neurólogos han llegado a la conclusión de que no se puede catalogar como voluntaria
o involuntaria, sino que lo fundamental es la integración de la actividad del sistema nervioso. La autora
continúa sugiriendo que parece un error elevar cualquier aspecto singular de la tartamudez a la altura de
característica clasificatoria. Perkins tiene el mérito de
introducir las emociones en la teorización de la tartamudez, pero esta teorización no puede apoyarse en los
juicios acerca del grado de conciencia de algún segmento del habla.
Ingham (1990: 395) también critica la propuesta de
Perkins en tanto que fundamenta la definición de tartamudez en el de involuntariedad. Opina que el concepto involuntario ha sido un terreno pantanoso en las
ciencias del comportamiento cuya definición se viene
intentando desde trabajos como «The concept of
mind» (Ryle, 1949) o, más recientemente, «Reflex
Action» (Fearing, 1970). El concepto de voluntariedad tendría distinta significación según se tratara de la
tartamudez lingüística, donde el hablante no sabría
cómo formular lingüísticamente su pensamiento y por
esta razón tartamudearía y la tartamudez de la propia
expresión donde el hablante sabe lo que quiere decir
y cómo expresarlo pero no puede. Estos dos tipos de
tartamudez abarcan aspectos de la misma suficientemente importantes que, sin embargo, las sucesivas definiciones de Perkins (1984, 1985, 1990), no diferencian. El autor añade que la naturaleza involuntaria del
tartamudeo debería situarse en relación a los tics, en
tanto se trata de respuestas, verbales o no, involuntarias. Perkins responde a los comentarios críticos, en
«Gratitude, good intentions, and red herrings: a response to commentaries» (Perkins, 1990 b), reafirmándose en su posición de que lo esencial de la tartamu91
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dez radica en la involuntariedad, tomando claramente
partido por la experiencia del tartamudo frente a la
percepción del observador, como única manera de
discriminar entre la tartamudez, la simulación y las
disfluencias normales del habla.
La alternativa al juicio de los observadores parecía
encontrarse en el juicio de los propios disfémicos. Sin
embargo, éste tampoco garantiza la objetividad buscada y la referencia a la involuntariedad no resuelve el
tema puesto que la definición de lo que se considera
voluntario remite a la consciencia.
¿ES NECESARIA UNA DEFINICIÓN?
Bloodstein (1990: 392) en el artículo «On pluttering, skivering, and floggering: a commentary», resume el estado de la cuestión respecto de la definición
de la tartamudez. Organiza las definiciones existentes
en tres clases. A la primera pertenecen las definiciones basadas en la percepción del observador, la segunda está constituida por las definiciones del diccionario y la tercera por las que se fundamentan en la
percepción del tartamudo. El autor argumenta que una
definición no es verdadera o falsa como un hecho, es
solamente conveniente o inconveniente.
Respecto a las tres clases de definiciones se puede
afirmar que manifiestan algo importante. La primera,
fundamentada en la percepción del observador, es un
dato necesario a tener en cuenta porque el observador
no sólo es el que oficia como tal en una investigación
controlada, sino que es también cualquiera de los personajes que rodean al tartamudo desde su infancia,
como son sus profesores, compañeros y familiares. La
definición estándar del diccionario conjuga una serie
de aspectos que tienen una relación estrecha con la tartamudez como los bloqueos, repeticiones, prolongaciones, etc., aunque ninguno de ellos es específico del
trastorno de la tartamudez, todos se presentan también
en el habla normal. La definición que se basa en la
percepción del tartamudo plantea un aspecto no menos
real de la tartamudez ya que se trata de una opinión decisiva a la hora de discriminar entre el tartamudeo y
las disfluencias del habla normal. Aunque, por el momento, no se puede decidir si la falta de acuerdo entre
los tartamudos y los observadores en determinados experimentos debe resolverse aceptando el punto de vis92
ta de los tartamudos. El autor concluye afirmando que
en la actualidad no existe ningún estudio científico que
pueda determinar cuál de todas las definiciones es la
más apropiada, válida o conveniente.
Ninguno de los tres tipos de definiciones puede diferenciarse entre las disfluencias del habla normal, es
decir, las que aparecen con mayor insistencia en un
momento del desarrollo en la infancia o, también, en
verbalizaciones que poseen cierta dificultad lingüística y las disfluencias propias de la tartamudez. Sin embargo, todas las definiciones plantean aspectos reales
de la tartamudez. El citado autor relaciona este estado
de cosas, esta dificultad en definir la tartamudez con
la imposibilidad de que el lenguaje recubra el mundo
de la realidad «… hay muchas cosas y muy pocas palabras» y termina afirmando «Yo puedo definirlo si tú
me dices qué entiendes por ello» (op. cit.: 393).
En el artículo «Definition is the problem» (Wingatte, 1984) ante la opción de definir la tartamudez en
base a la percepción acústica o en tanto acto de producción de habla, se propone una síntesis de las dos
perspectivas, formulando la definición siguiente:
La interrupción de la fluidez en la expresión verbal que se
caracteriza por repeticiones o prolongaciones involuntarias, sonoras o inaudibles, de los elementos del habla llamados: sonidos, sílabas y palabras de una sílaba. Estas interrupciones ocurren con frecuencia o marcan cierto carácter y no se pueden controlar con facilidad. (Wingate,
op. cit.: 394.)
Tanto Bloodstein (op. cit.) como Wingate (op. cit.)
parecen indicar que, por el momento, debemos conformarnos con definiciones que nos proporcionen aspectos o características ciertas de la tartamudez, aunque no la definan, en el sentido estricto del término,
pues no la diferencian de trastornos similares como
las disfluencias del desarrollo o el habla normal.
Otros autores, por el contrario, entienden que no es
necesaria la definición de la tartamudez. En «Toward
a comprehensive theory of stuttering» (Smith, 1990)
se critica el intento de definir la tartamudez, argumentando que tal definición no aporta nada interesante a la
investigación científica. El autor parte de la propuesta
de Perkins acerca de una nueva definición basándose
en lo insatisfactorio de la definición desde los juicios
perceptivos acerca de la señal acústica del habla. Desde esta propuesta un suceso del habla puede ser percibido como una disfluencia pero si el que habla no lo
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experimenta como involuntario no se trataría de tartamudez, por ello cualquier definición de la tartamudez
basada únicamente en la percepción de sucesos acústicos fallará. Pero, según Smith, la definición de Perkins no es preferible puesto que califica los hechos del
habla como tartamudeo o no tartamudeo, deduciéndose de ello una categorización innecesaria. Continúa
afirmando que la necesidad de definir la tartamudez
parte de la perspectiva conductista de Johnson (1959).
Para este autor el tartamudo ers orgánicamente idéntico al no tartamudo, la tartamudez surge del entorno
del individuo en tanto comunicador. El conductismo
radical, debido a que analiza la conducta en términos
que pueda ser medida su frecuencia de aparición, ha
influido en la necesidad de definir la tartamudez, refiriéndola a fenómenos como la repetición de parte de
la palabra. El resultado de este desarrollo fue que el
individuo se diagnostica como tartamudo y la tartamudez se ve de forma absoluta, ocurra o no ocurra.
Para el autor que comentamos, desde la perspectiva
conductista es comprensible la necesidad de categorizar las conductas como tartamudez o no tartamudez.
Pero desde la perspectiva de montar una teoría que explique la tartamudez, tal categorización no es tan comprensible. Supongamos el Parkinson o la depresión.
No podríamos reducir la existencia del Parkinson o la
depresión en determinada persona por el hecho de que
tiemblen sus manos o diga que no se trata de un parkinsoniano o un depresivo. Por tanto, continúa el autor, la tarea de entender la tartamudez como la depresión o el Parkinson conciste en subrayar las características de un proceso continuo. El problema consiste
en cómo utilizar una perspectiva no categórica en clínica e investigación. Concluye afirmando que ayudarse en el diagnóstico mediante los juicios perceptivos
no implica una teoría de la tartamudez que la reduzca
a lo que de ella se percibe, hay que tener en cuenta al
individuo que se vive como tartamudo y que, en tanto
clínicos, apenas le oímos alguna disfluencia.
En síntesis, se puede destacar que Perkins (1990) rechaza que la categorización se base en un juicio perceptual y Smith (1990) rechaza que la tartamudez sea
una conducta absoluta en el sentido de que exista o no
y, por tanto, rechaza también que pueda ser catalogada.
Los resultados de las investigaciones electromiográficas y kinemáticas elaborados en «Stuttering: in
need of a unifying conceptual framework» (Zimmermann y cols., 1981) muestran que entre la conducta
de tartamudeo y de habla normal hay un continuo. Es
decir, que el tartamudeo es de la misma naturaleza
que las disfluencias consideradas normales en el habla. Estos autores creen que el diagnóstico categórico
de tartamudez es posible cuando el proceso que subyace al fallo en el habla converge con la interrupción
del habla de un modo que el individuo y su cultura
consideran anormal.
Para determinar este recorrido en torno a la actualidad de las posibilidades de definición de la tartamudez, citaremos la definición propuesta por la Organización Mundial de la Salud, en la que se interpreta la
tartamudez desde los diversos puntos de vista que algunos autores, tal como hemos comentado en este capítulo, se plantean como alternativos.
Trastornos del ritmo del habla en los que el individuo sabe
qué quiere decir, pero en determinado momento es incapaz
de decirlo a causa de repeticiones, prolongaciones o ausencias involuntarias de un sonido (OMS, 1977).
COMENTARIO FINAL
La polémica existente en torno a la perspectiva
oyente/hablante carece de límites claros, de forma
análoga a lo que hemos visto que ocurría en relación
a la discriminación entre la tartamudez y las disfluencias del desarrollo o debidas a la dificultad lingüística
o cognitiva.
Si no existe una distinción clara entre las disfluencias del habla normal y tartamudez, quiere decir que
cualquier oyente puede hablar de forma disfluente,
por tanto su perspectiva ya no sería la del oyente, sino
que participaría en cierto grado de la del tartamudo. Si
entre el habla normal y la tartamudez hay un continuo, la oposición oyente/tartamudo como fundamento
de dos posibilidades diferentes de definición de la tartamudez no se sostiene.
Si no existe tal continuo y el rango distintivo que se
encuentra en la involuntariedad del bloqueo y sólo los
tartamudos pueden discriminar tal bloqueo como señalan Moore y Perkins (1990), entonces la oposición
oyente/tartamudo adquiere sentido. Sin embargo,
como se ha expuesto en los apartados anteriores no
hay acuerdo respecto de que esto sea así.
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Por otro lado, los dos foniatras de los que hemos
tomado sus teorías para el apartado de las definiciones
desde el oyente son conocidos disfémicos. Johnson
(1959) propone que es la escucha de la tartamudez la
que convierte a un disfluente en tartamudo y Van Riper (1982) enfatiza las características de la tartamudez
en relación al ritmo del habla. Son dos formas diferentes de entender la posición del oyente defendidas
por dos tartamudos.
Es una polémica que tiene el interés de haber señalado algunos ángulos de la posible definición de la
tartamudez. Pero la alternativa oyente/hablante tiene
un punto de falsedad si se toman como una oposición
irreductible. El lenguaje constituye al ser humano y
todo sujeto es sujeto del lenguaje. Por ello las realizaciones del mismo, como el habla, le conciernen en
tanto hablante.
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