Documento descargado de http://www.elsevier.es el 19/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. ORIGINALES Rev. Logop., Fon., Audiol., vol. XIII, n.o 2 (89-94), 1993 REFLEXIONES EN TORNO AL CONCEPTO DE DISFEMIA Por A. Cabrera Vallet Doctora en Psicología, Valencia. U na definición satisfactoria de la tartamudez debe deslindar las disfluencias del desarrollo lingüístico y cognitivo, las propias del devenir del diálogo y las que emergen debido al aumento de la complejidad sintáctica y semántica. Es decir, una definición de la tartamudez no puede confundirse con una definición de las disfluencias. El intento de explicitar la naturaleza de la tartamudez conduce a la elección del punto desde el que situarse. Puede tratarse de la perspectiva del tartamudo o del oyente. Desde el primer lugar se enfatiza la relación de la disfemia con el acto de hablar y desde el segundo las características lingüísticas del tartamudeo que el oyente puede aislar. No deberían considerarse dos perspectivas excluyentes. Aunque se trate de una actuación lingüística la estructura del lenguaje está en juego y, en la segunda opción, aunque se aíslen las propiedades lingüísticas no se puede obviar que tales manifestaciones del lenguaje toman forma en un acto de habla. Se da la circunstancia de que muchos de los foniatras conocidos son tartamudos: S.F. Brown, J.R. Knott, R. Cabanas, W. Johnson, Ch. Van Riper, C. Bluemel, J.M. Fletcher, M. Solomon, F.P. Murray, J. Sheehan, entre otros (Perelló, 1977). En estos casos coinciden el observador científico y el que padece el trastorno observado, por ello nos ilustran de las limitaciones de la clasificación de las definiciones de la tartamudez desde las dos perspectivas comentadas. Las definiciones de Johnson o de Van Riper proponen el estudio de la tartamudez desde la perspectiva del oyente, a pesar de que ellos son disfémicos y su comprensión de la tartamudez difícilmente puede escaparse a la perspectiva del hablante. Quizá esta contradicción que encarnan las teorías de estos dos fonia- tras, que coincide con las dos perspectivas de las definiciones de la disfemia, muestra dos lados de la tartamudez: las características de la misma que se pueden precisar desde la estructura del lenguaje y el hecho de que estas características se producen en la actuación lingüística. DEFINICIONES DESDE LA PERSPECTIVA DEL OYENTE La tartamudez o el tartamudeo están sometidos a la observación y juicio del oyente. En las definiciones que veremos a continuación se justifica esta propuesta, independientemente de la objetividad que por este camino se pueda alcanzar. El instrumento definitivo para detectar y medir la tartamudez y a los tartamudos es un observador humano, como debe ser, puesto que los conceptos de tartamudez y tartamudo son la consecuencia de juicios humanos. (M. Young, 1984: 28.) La tartamudez es todo aquello que es percibido como tartamudez por un observador que está de acuerdo con otros, al menos en parte. Si queremos guiarnos por una definición más «objetiva» no debemos preguntarnos por la tartamudez, sino por las prolongaciones, repeticiones… etc. y debemos estar contentos con las respuestas acerca de las prolongaciones, repeticiones y fenómenos parecidos. (O. Bloodstein, 1981: 487.) En las definiciones siguientes señala la dificultad prosódica que las roturas del ritmo del habla evidencian, identificando el trastorno de la tartamudez con esta dificultad. … la tartamudez es un trastorno del ritmo (Van Riper, 1982: 14). La tartamudez ocurre cuando la fluidez del habla es interrumpida por la irrupción de un sonido silábico o por una palabra o por la reacción del que habla ante la continuidad de la verbalización. (Van Riper, 1982: 15.) Johnson (1959) en el texto donde expone los fundamentos de su teoría The onset of stuttering, parte de Correspondencia: A. Cabrera Vallet; Marqués de Turia 56-2.o, 4.a - 46005 Valencia. 89 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 19/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. ORIGINALES la premisa de que el estudio de la tartamudez debe encuadrarse en el de la semántica general. Según este autor, es el señalamiento de la tartamudez por parte de los padres ante fenómenos del habla que pueden consistir en simples disfluencias normales en el desarrollo, lo que se ha llamado la tartamudez primaria del niño, es el origen del trastorno. Por tanto hay que buscar la tartamudez en los oídos de los padres antes que en la boca del niño. En esta línea se plantearon investigaciones de las manifestaciones de tartamudez en diversos miembros de una familia, llevando a cabo estudios de tipo sociológico. Posteriormente en Speech Handicaped school children (Johnson, 1967) formula una definición en la que el oyente, de alguna manera parece formar parte del tartamudeo, como si en un segundo momento del proceso de formación de la tartamudez, el oyente estuviera interiorizado. La tartamudez ocurre cuando el que habla (1) espera tartamudear, (2) teme hacerlo y (3) reacciona, generalmente, de forma negativa ante la tensión. (Johnson, 1967: 249.) Las dos definiciones elegidas se diferencian claramente, la primera señala el registro semántico y la segunda la función rítmica del habla. Esta diversidad en la elección sirve para mostrar que, desde la perspectiva del observador, los estudios acerca de la tartamudez se convierten en estudios acerca de las características lingüísticas de la misma. Estos estudios se pueden organizar siguiendo el criterio de adscripción a alguna de las partes de la estructura del lenguaje según la que, en la investigación correspondiente, se considere dañada o sometida a estudio (Cabrera, 1982). Si se toman los extremos de la polémica acerca de la propuesta de definir la disfemia desde la perspectiva del oyente o del hablante, es posible observar el efecto que sobre la idea de la tartamudez producen las distintas posiciones, siendo la primera posición la que enfatiza las características lingüísticas del trastorno del habla que nos ocupa. DEFINICIONES DESDE LA PERSPECTIVA DEL HABLANTE Perkins (1990) en el artículo «What is stuttering?» lleva a cabo una crítica de las interpretaciones de la tartamudez fundadas en juicios basados en la percepción acústica. Respecto de la teoría de Johnson (1959) 90 expuesta en The onset of stuttering y mantenida sin variaciones en lo esencial a lo largo de diversas publicaciones, afirma que es contraria al condicionamiento operante, pues una conducta que se castiga debe desaparecer. En la interpretación de Johnson de la disfemia, el castigo de una conducta hace que ésta, por el contrario, se afirme y aumente. El juicio del oyente toma en la concepción de Johnson un valor de causa contrario incluso a su propia teoría psicológica. La crítica de Perkins (op. cit) se extiende a la dificultad de la fiabilidad de la medida de las disfluencias de la tartamudez. Sólo se encuentra una fiabilidad suficientemente alta si se valoran los sucesos de tartamudeo globalmente. El valor de la fiabilidad es muy bajo si se realizan las medidas estadísticas en relación a cada una de las ocurrencias del tartamudeo, es decir, si se toman los sucesos de tartamudeo uno a uno y se mide por algún sistema la coincidencia en cada uno de ellos. Por otro lado, hay estudios como «Stuttering as involuntary loss of speech control» (Martin y Haroldson (1986), en el que se analiza el trabajo de investigación realizado con un tartamudeo que no apretaba el indicador de pérdida de control en situaciones en las que contuvo la respiración durante cuatro segundo antes de disparar la palabra. Por ello Ingham (1990) propone realizar estudios en los que se investiguen las variables que puedan afectar la validez inter-jueces en intra-jueces, así como las consecuencias que pueda tener el entrenamiento de los jueces, o también, el efecto que produce en los jueces el cambio de palabra en un pasaje leído, cuestión que, en un tartamudeo grave, es muy frecuente. Otra forma de abordar el estudio de la percepción acústica en la definición de la tartamudez, se propone en «Validity and reliability of judgments of authentic and simulated stuttering» (Moore y Perkins, 1990). El objetivo de este estudio exploratorio es determinar si la información por la cual un tartamudo identifica el tartamudeo en el momento que ocurre cualitativamente diferente de aquélla por la que los no tartamudeos identifican el tartamudeo. si no es la misma entonces las interrupciones del habla perceptualmente equivalente de tartamudos y no tartamudos serán experimentadas por los tartamudos como cualitativamente diferentes. Documento descargado de http://www.elsevier.es el 19/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. Para verificar esta hipótesis se desarrolló un criterio de validez de la habilidad del tartamudo para identificar su tartamudeo en el momento en que ocurre. La persona que se sometía al experimento simuló su propia tartamudez y después escuchó grabaciones del tartamudeo simulado y auténtico. También se recogieron juicios de oyentes. Los oyentes distinguieron la tartamudez auténtica y simulada con una frecuencia de acierto del 57%. Los juicios del tartamudo fueron siempre acertados en el momento de ocurrir la disfluencia, pero su acierto disminuía rápidamente si el juicio se emitía poco tiempo después de la ocurrencia del tartamudeo, llegando al 54% de aciertos únicamente. Según los autores, estos resultados muestran que las producciones de habla con tartamudeo o sin tartamudeo son experiencias cualitativamente diferentes y la diferencia reside en el bloqueo involuntario que sólo los tartamudos pueden reconocer, de forma válida, aunque solamente en el momento en que ocurre. Por tanto concluyen que la tartamudez es un trastorno de la producción del habla más que de la percepción del que escucha. Lo esencial de la tartamudez, según el autor, no está en lo que los observadores escuchan como tartamudez sino lo que ocurre en la producción del habla tartamudeada. Lo que es frustante en este trastorno del habla es que el tartamudo es incapaz de controlar el tartamudeo cuando esto va a ocurrir. En definitiva, la tartamudez es más un problema de rotura de la palabra que el hablante está intentando pronunciar, que el suceso acústico resultante que es lo que el observador percibe (Perkins, 1990). Algunas definiciones son las siguientes: Una pérdida temporal, notoria o encubierta, del control de la habilidad para articular de forma fluida el habla lingüísticamente formulada. (Perkins, 1984: 431.) Sentimiento de pérdida temporal del control de la articulación. (Perkins, 1985: 238.) La tartamudez es la interrupción de la continuidad de la verbalización. (Perkins, 1990: 376.) Estas definiciones señalan que lo que resulta frustrante en la tartamudez es que el habla se interrumpe por razones que el tartamudo no puede prever. A diferencia de las dificultades en la fluidez del habla normal, las disfluencias en la tartamudez ocurren como si dependiera de una fuerza exterior, siendo familiar la queja «Mi lengua se pega al techo de mi boca» (Perkins, 1990: 376). Lo esencial de la propuesta de W. Perkins radica en el carácter de involuntariedad y este punto ha sido criticado por diversos autores, entre ellos Smith (1990), argumentando que Perkins entiende que es involuntario un hecho frente al que no hay elección posible. Sin embargo, aplicar este criterio a la tartamudez parece trivial. Si queremos definir involuntario en términos neurológicos podemos tomar el ejemplo de la respiración respecto de la cual, tras muchos estudios y discusiones, parece que los neurólogos han llegado a la conclusión de que no se puede catalogar como voluntaria o involuntaria, sino que lo fundamental es la integración de la actividad del sistema nervioso. La autora continúa sugiriendo que parece un error elevar cualquier aspecto singular de la tartamudez a la altura de característica clasificatoria. Perkins tiene el mérito de introducir las emociones en la teorización de la tartamudez, pero esta teorización no puede apoyarse en los juicios acerca del grado de conciencia de algún segmento del habla. Ingham (1990: 395) también critica la propuesta de Perkins en tanto que fundamenta la definición de tartamudez en el de involuntariedad. Opina que el concepto involuntario ha sido un terreno pantanoso en las ciencias del comportamiento cuya definición se viene intentando desde trabajos como «The concept of mind» (Ryle, 1949) o, más recientemente, «Reflex Action» (Fearing, 1970). El concepto de voluntariedad tendría distinta significación según se tratara de la tartamudez lingüística, donde el hablante no sabría cómo formular lingüísticamente su pensamiento y por esta razón tartamudearía y la tartamudez de la propia expresión donde el hablante sabe lo que quiere decir y cómo expresarlo pero no puede. Estos dos tipos de tartamudez abarcan aspectos de la misma suficientemente importantes que, sin embargo, las sucesivas definiciones de Perkins (1984, 1985, 1990), no diferencian. El autor añade que la naturaleza involuntaria del tartamudeo debería situarse en relación a los tics, en tanto se trata de respuestas, verbales o no, involuntarias. Perkins responde a los comentarios críticos, en «Gratitude, good intentions, and red herrings: a response to commentaries» (Perkins, 1990 b), reafirmándose en su posición de que lo esencial de la tartamu91 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 19/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. ORIGINALES dez radica en la involuntariedad, tomando claramente partido por la experiencia del tartamudo frente a la percepción del observador, como única manera de discriminar entre la tartamudez, la simulación y las disfluencias normales del habla. La alternativa al juicio de los observadores parecía encontrarse en el juicio de los propios disfémicos. Sin embargo, éste tampoco garantiza la objetividad buscada y la referencia a la involuntariedad no resuelve el tema puesto que la definición de lo que se considera voluntario remite a la consciencia. ¿ES NECESARIA UNA DEFINICIÓN? Bloodstein (1990: 392) en el artículo «On pluttering, skivering, and floggering: a commentary», resume el estado de la cuestión respecto de la definición de la tartamudez. Organiza las definiciones existentes en tres clases. A la primera pertenecen las definiciones basadas en la percepción del observador, la segunda está constituida por las definiciones del diccionario y la tercera por las que se fundamentan en la percepción del tartamudo. El autor argumenta que una definición no es verdadera o falsa como un hecho, es solamente conveniente o inconveniente. Respecto a las tres clases de definiciones se puede afirmar que manifiestan algo importante. La primera, fundamentada en la percepción del observador, es un dato necesario a tener en cuenta porque el observador no sólo es el que oficia como tal en una investigación controlada, sino que es también cualquiera de los personajes que rodean al tartamudo desde su infancia, como son sus profesores, compañeros y familiares. La definición estándar del diccionario conjuga una serie de aspectos que tienen una relación estrecha con la tartamudez como los bloqueos, repeticiones, prolongaciones, etc., aunque ninguno de ellos es específico del trastorno de la tartamudez, todos se presentan también en el habla normal. La definición que se basa en la percepción del tartamudo plantea un aspecto no menos real de la tartamudez ya que se trata de una opinión decisiva a la hora de discriminar entre el tartamudeo y las disfluencias del habla normal. Aunque, por el momento, no se puede decidir si la falta de acuerdo entre los tartamudos y los observadores en determinados experimentos debe resolverse aceptando el punto de vis92 ta de los tartamudos. El autor concluye afirmando que en la actualidad no existe ningún estudio científico que pueda determinar cuál de todas las definiciones es la más apropiada, válida o conveniente. Ninguno de los tres tipos de definiciones puede diferenciarse entre las disfluencias del habla normal, es decir, las que aparecen con mayor insistencia en un momento del desarrollo en la infancia o, también, en verbalizaciones que poseen cierta dificultad lingüística y las disfluencias propias de la tartamudez. Sin embargo, todas las definiciones plantean aspectos reales de la tartamudez. El citado autor relaciona este estado de cosas, esta dificultad en definir la tartamudez con la imposibilidad de que el lenguaje recubra el mundo de la realidad «… hay muchas cosas y muy pocas palabras» y termina afirmando «Yo puedo definirlo si tú me dices qué entiendes por ello» (op. cit.: 393). En el artículo «Definition is the problem» (Wingatte, 1984) ante la opción de definir la tartamudez en base a la percepción acústica o en tanto acto de producción de habla, se propone una síntesis de las dos perspectivas, formulando la definición siguiente: La interrupción de la fluidez en la expresión verbal que se caracteriza por repeticiones o prolongaciones involuntarias, sonoras o inaudibles, de los elementos del habla llamados: sonidos, sílabas y palabras de una sílaba. Estas interrupciones ocurren con frecuencia o marcan cierto carácter y no se pueden controlar con facilidad. (Wingate, op. cit.: 394.) Tanto Bloodstein (op. cit.) como Wingate (op. cit.) parecen indicar que, por el momento, debemos conformarnos con definiciones que nos proporcionen aspectos o características ciertas de la tartamudez, aunque no la definan, en el sentido estricto del término, pues no la diferencian de trastornos similares como las disfluencias del desarrollo o el habla normal. Otros autores, por el contrario, entienden que no es necesaria la definición de la tartamudez. En «Toward a comprehensive theory of stuttering» (Smith, 1990) se critica el intento de definir la tartamudez, argumentando que tal definición no aporta nada interesante a la investigación científica. El autor parte de la propuesta de Perkins acerca de una nueva definición basándose en lo insatisfactorio de la definición desde los juicios perceptivos acerca de la señal acústica del habla. Desde esta propuesta un suceso del habla puede ser percibido como una disfluencia pero si el que habla no lo Documento descargado de http://www.elsevier.es el 19/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. experimenta como involuntario no se trataría de tartamudez, por ello cualquier definición de la tartamudez basada únicamente en la percepción de sucesos acústicos fallará. Pero, según Smith, la definición de Perkins no es preferible puesto que califica los hechos del habla como tartamudeo o no tartamudeo, deduciéndose de ello una categorización innecesaria. Continúa afirmando que la necesidad de definir la tartamudez parte de la perspectiva conductista de Johnson (1959). Para este autor el tartamudo ers orgánicamente idéntico al no tartamudo, la tartamudez surge del entorno del individuo en tanto comunicador. El conductismo radical, debido a que analiza la conducta en términos que pueda ser medida su frecuencia de aparición, ha influido en la necesidad de definir la tartamudez, refiriéndola a fenómenos como la repetición de parte de la palabra. El resultado de este desarrollo fue que el individuo se diagnostica como tartamudo y la tartamudez se ve de forma absoluta, ocurra o no ocurra. Para el autor que comentamos, desde la perspectiva conductista es comprensible la necesidad de categorizar las conductas como tartamudez o no tartamudez. Pero desde la perspectiva de montar una teoría que explique la tartamudez, tal categorización no es tan comprensible. Supongamos el Parkinson o la depresión. No podríamos reducir la existencia del Parkinson o la depresión en determinada persona por el hecho de que tiemblen sus manos o diga que no se trata de un parkinsoniano o un depresivo. Por tanto, continúa el autor, la tarea de entender la tartamudez como la depresión o el Parkinson conciste en subrayar las características de un proceso continuo. El problema consiste en cómo utilizar una perspectiva no categórica en clínica e investigación. Concluye afirmando que ayudarse en el diagnóstico mediante los juicios perceptivos no implica una teoría de la tartamudez que la reduzca a lo que de ella se percibe, hay que tener en cuenta al individuo que se vive como tartamudo y que, en tanto clínicos, apenas le oímos alguna disfluencia. En síntesis, se puede destacar que Perkins (1990) rechaza que la categorización se base en un juicio perceptual y Smith (1990) rechaza que la tartamudez sea una conducta absoluta en el sentido de que exista o no y, por tanto, rechaza también que pueda ser catalogada. Los resultados de las investigaciones electromiográficas y kinemáticas elaborados en «Stuttering: in need of a unifying conceptual framework» (Zimmermann y cols., 1981) muestran que entre la conducta de tartamudeo y de habla normal hay un continuo. Es decir, que el tartamudeo es de la misma naturaleza que las disfluencias consideradas normales en el habla. Estos autores creen que el diagnóstico categórico de tartamudez es posible cuando el proceso que subyace al fallo en el habla converge con la interrupción del habla de un modo que el individuo y su cultura consideran anormal. Para determinar este recorrido en torno a la actualidad de las posibilidades de definición de la tartamudez, citaremos la definición propuesta por la Organización Mundial de la Salud, en la que se interpreta la tartamudez desde los diversos puntos de vista que algunos autores, tal como hemos comentado en este capítulo, se plantean como alternativos. Trastornos del ritmo del habla en los que el individuo sabe qué quiere decir, pero en determinado momento es incapaz de decirlo a causa de repeticiones, prolongaciones o ausencias involuntarias de un sonido (OMS, 1977). COMENTARIO FINAL La polémica existente en torno a la perspectiva oyente/hablante carece de límites claros, de forma análoga a lo que hemos visto que ocurría en relación a la discriminación entre la tartamudez y las disfluencias del desarrollo o debidas a la dificultad lingüística o cognitiva. Si no existe una distinción clara entre las disfluencias del habla normal y tartamudez, quiere decir que cualquier oyente puede hablar de forma disfluente, por tanto su perspectiva ya no sería la del oyente, sino que participaría en cierto grado de la del tartamudo. Si entre el habla normal y la tartamudez hay un continuo, la oposición oyente/tartamudo como fundamento de dos posibilidades diferentes de definición de la tartamudez no se sostiene. Si no existe tal continuo y el rango distintivo que se encuentra en la involuntariedad del bloqueo y sólo los tartamudos pueden discriminar tal bloqueo como señalan Moore y Perkins (1990), entonces la oposición oyente/tartamudo adquiere sentido. Sin embargo, como se ha expuesto en los apartados anteriores no hay acuerdo respecto de que esto sea así. 93 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 19/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. ORIGINALES Por otro lado, los dos foniatras de los que hemos tomado sus teorías para el apartado de las definiciones desde el oyente son conocidos disfémicos. Johnson (1959) propone que es la escucha de la tartamudez la que convierte a un disfluente en tartamudo y Van Riper (1982) enfatiza las características de la tartamudez en relación al ritmo del habla. Son dos formas diferentes de entender la posición del oyente defendidas por dos tartamudos. Es una polémica que tiene el interés de haber señalado algunos ángulos de la posible definición de la tartamudez. Pero la alternativa oyente/hablante tiene un punto de falsedad si se toman como una oposición irreductible. El lenguaje constituye al ser humano y todo sujeto es sujeto del lenguaje. Por ello las realizaciones del mismo, como el habla, le conciernen en tanto hablante. BIBLIOGRAFÍA Bloodstein, O.: The development of stuttering: changes in nine basic features. Journal of Speech and Hearing Disorders 25, 219-237, 1960. 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