Sobre el año de la fe A partir de un texto de Laurentino Novoa Pascual CP 1. Fines y objetivos del Año de la Fe Los años jubilares están llamados a ser tiempo especial de gracia. Es verdad que con Cristo se establece el “hoy, el “ahora” y el “aquí” de la salvación en la historia del encuentro de Dios con la humanidad, de tal forma que, a partir de Él, todo el tiempo es kairos; pero en la historia cristiana hay también tiempos en los que la llamada de Dios, la manifestación de su presencia y la necesidad de la salvación se hacen particularmente apremiantes o visibles, y esto ocurre en los años jubilares proclamados por la Iglesia como tiempos especiales del paso de Dios y la acción del Espíritu. ¿A qué nos invita este Año de la Fe? ¿Qué es lo que el Santo Padre espera para la Iglesia en este año jubilar? ¿Cuáles son los objetivos y fines que se nos proponen para vivir este acontecimiento como una experiencia de gracia y conversión? En la Carta Apostólica Porta Fidei, que se caracteriza por su riqueza y claridad como suelen ser los documentos de Benedicto XVI, se van señalando algunos fines y objetivos para este año jubilar, y entre ellos podemos señalar los siguientes: 1. Redescubrir y revitalizar la fe: pues la fe es una realidad viva y dinámica, un don que hay que acoger, cultivar y dejar crecer cada día, “un camino de toda la vida” (PF, 1). La fe nunca es una meta conseguida del todo, ni algo adquirido con garantía de permanencia y perseverancia; la fe nunca ha de presuponerse alegremente. Por eso, “hemos de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (PF, 2). La fe es, por tanto, como dice Benedicto XVI en otro lugar, “un don que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar”[5]. 2. Redescubrir la llamada a la conversión y a la santidad: “El año de la fe es una llamada a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” (PF, 6). La fe va unida siempre a la conversión, que es una tarea permanente de nuestra vida, orientada a volver nuestros pasos, nuestras actitudes, nuestro corazón y todo nuestro ser al Señor, para confiar en Él, permanecer en Él y vivir la santidad propia de nuestra vocación cristiana y sacerdotal. Muchos santos han experimentado una segunda conversión, que ha sido el punto de inflexión definitivo en su vida, pero todos ellos han vivido en una actitud de conversión permanente al Señor hasta el encuentro definitivo con Él. Pero, además, vivimos en una sociedad “neo-pagana”[6] y muy alejada de Dios y la Iglesia no puede dejar de anunciar el Evangelio y llamar a la conversión. 3. Impulsar la renovación espiritual de toda la Iglesia: “Ecclesia reformata semper reformanda”; este principio acuñado en la época de la reforma nos recuerda que la Iglesia, vivificada por el Espíritu, ha de estar siempre en actitud de renovación por el mismo Espíritu. La Iglesia, como recuerda el Santo Padre, citando al concilio, “es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación” (PF, 5); y esa renovación “pasa a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes” (Ibd.). Esta renovación espiritual es una llamada especialmente urgente en nuestro tiempo y en nuestra sociedad, en la que la imagen de la Iglesia aparece muchas veces desfigurada por los pecados y escándalos de algunos de sus hijos. La Iglesia sólo podrá ser verdadero sacramento de salvación y testimonio creíble del Evangelio en la medida en que sea fiel a Cristo, su Señor, y se renueve permanentemente por la acción del Espíritu Santo. 4. Introducir a la Iglesia en un tiempo de reflexión, estudio y oración: Los jubileos bíblicos llevaban siempre al pueblo de Dios a la reflexión sobre las acciones salvadoras de Dios y 1 sobre el compromiso de la alianza. También Benedicto XVI cree que el Año de la Fe “será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de reflexión y redescubrimiento de la fe”, que ayude a toda la comunidad eclesial a adquirir “una exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla” (PF, 4). Este proceso de reflexión deberá llevarse a término a través de la escucha de la Palabra de Dios, el estudio y la oración: “Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido a todos los que son sus discípulos” (PF, 3). 5. Redescubrir la alegría de creer y comunicar la fe: El Año de la Fe está convocado en un momento en el que la Iglesia está impulsando el compromiso de trabajar en el proyecto de una “nueva evangelización”, que ha de brotar de una fe renovada y gozosa. “La fe es siempre fuente de alegría” y “da alas al espíritu humano”[7]. Por eso, el Año de la Fe ha de ayudarnos a “redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (PF, 7) a imitación de la Iglesia primitiva, transformada por el gozo del encuentro con Cristo resucitado que le impulsaba a proclamar el Evangelio con valentía. La fe se realiza y acrecienta testimoniándola con la vida y anunciándola con la palabra; y esto es una llamada especialmente apremiante en nuestro mundo y en nuestra sociedad tan necesitados de Dios y de la esperanza que brota de la fe. 6. Conocer y transmitir mejor la fe: El Papa invita en este año jubilar a “intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa”, para “conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre” (PF, 8). Conocer mejor la fe es conocer más a Cristo; y este conocimiento más profundo de Cristo y de los contenidos de la fe nos lleva a “confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza” (PF, 9). El mejor conocimiento de la fe nos ayudará a conocer y amar más a Cristo, pero también a armonizar en nuestra vida creyente la razón y la fe, como “las dos alas del espíritu humano”[8], y a dar respuestas razonables al hombre que busca la verdad, puesto que “el cristianismo es la religión del Logos” y “la fe cristiana no es enemiga de la razón, sino abogada de su grandeza”[9]. 7. Intensificar la celebración de la fe en la liturgia: La fe ha de ser celebrada y agradecida como don gratuito de Dios; hemos de hacerlo cada día, pero el año jubilar ha de servir para redescubrir la necesidad y la importancia de celebrar la fe. Por eso, el Papa invita a lo largo de este año a “intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza” (PF, 9). Intensificar la celebración significa, más que aumentar el número de celebraciones, acrecentar la calidad de las mismas, cuidando la liturgia como la acción más digna de la Iglesia, descubriendo y viviendo el ars celebrandi[10], siendo conscientes de lo que celebramos, alimentando en ella la vida espiritual, intensificando nuestra unión con Cristo, agente principal de toda la acción litúrgica (SC, 7). 8. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, vivida y rezada: Estamos llamados a confesar, vivir y transmitir la fe, y para ello hemos de conocer también más y mejor sus contenidos. Lo esencial es, sin duda, la adhesión personal a Cristo, el Señor, pero hemos de conocer también los contenidos de la fe y todo lo que ello implica en nuestra vida cristiana y sacerdotal; por eso dice el Papa que “redescubrir los contenidos de la fe y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe hacer propio, sobre todo, en este año” (PF, 9), pues ha de existir “una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento” (PF,10). Para lograr este mejor y mayor conocimiento de los contenidos de la fe, es necesario el estudio riguroso, la catequesis seria y una formación permanente perseverante, que nos ayude a estar siempre actualizados en la doctrina de la fe, el pensamiento y la cultura cristiana, para poder vivir con mayor coherencia y “dar razón de nuestra esperanza” (1Pe 3, 15). 2 9. Redescubrir y vivir la dimensión comunitaria y eclesial de la fe: Uno de los problemas más acentuados de nuestra cultura moderna es el relativismo y el subjetivismo, y uno de los graves problemas que podemos encontrar también en muchos bautizados católicos es el individualismo y el subjetivismo en la comprensión y vivencia de la fe. Influenciados por el racionalismo moderno y el subjetivismo de nuestra cultura, olvidamos fácilmente que Dios nos ha creado para la comunión y que estamos llamados a vivir la fe en la comunión; creemos en la fe de la Iglesia y somos cristianos en la medida en que vivimos la comunión con Cristo y con la Iglesia: “La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario; el primer sujeto de la fe es la Iglesia” (PF, 10). Esta dimensión comunitaria de la fe implica por lo tanto, en primer lugar una fe en la Iglesia como algo sustancialmente unido a la fe en Cristo, y consecuentemente en segundo lugar, la necesidad de configurar nuestra fe personal con la fe de la Iglesia, es decir, con lo que la Iglesia cree y enseña en su magisterio; no creemos ni confesamos lo que cada uno pueda pensar o imaginar, sino que creemos, confesamos y testimoniamos la fe de la Iglesia, a la que nos adherimos en nuestro bautismo; no podemos, por tanto, separar en la fe a Cristo y a la Iglesia: “Seguir a Jesús es caminar con Él en la comunión de la Iglesia; no se puede seguir a Cristo en solitario”[11]. 10. Hacer eficiente la fe en la caridad: “La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin la fe sería un sentimiento constantemente a merded de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente” (PF, 14). Por eso, “el año de la fe será una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad” (Ibd.). Las obras de caridad serán, en definitiva, las que manifiesten la autenticidad y vitalidad de nuestra fe, pues “la fe sin obras está muerta” (Sant. 2, 17) 2. Iniciativas y acciones El Papa en la carta Porta Fidei señala ya algunas iniciativas y acciones de tipo general, que se deducen de la misma motivación de la convocatoria y de los fines y objetivos, que va señalando en su carta. Pero el Papa pidió también a la Congregación de la Fe que elaborase un documento en el que se propusiesen algunas iniciativas para la celebración del Año de la Fe. Estas iniciativas aparecen en la Nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe, publicada el pasado 6 de enero. Las indicaciones propuestas están orientadas, en primer lugar a “favorecer el encuentro con Cristo a través de los auténticos testigos de la fe” y en segundo lugar a “aumentar el conocimiento de los contenidos de la fe”. Estas indicaciones y acciones que propone la Congregación de la Fe, podemos decir que son a cuatro niveles: a nivel de la Iglesia universal, a nivel de Conferencia Episcopal, a nivel de diócesis y a nivel parroquial-comunitario; y para cada uno de estos niveles propone diez iniciativas. Del ámbito de la Iglesia universal podemos destacar: las peregrinaciones a Roma, a Tierra Santa y a los lugares marianos; la celebración de simposios y congresos en orden a profundizar en el conocimiento de la fe; el estudio y profundización de los documentos del Vaticano II y el Catecismo, especialmente para los candidatos al sacerdocio y la VR; y acoger con mayor atención las enseñanzas del Papa. Del ámbito de las Conferencias Episcopales, destacan las iniciativas en orden a favorecer el conocimiento y la difusión de los documentos del Vaticano II y el Catecismo; el conocimiento de los santos y beatos más significativos del propio país; la revisión de los catecismos locales y materiales catequéticos para ver si existe conformidad con el Catecismo de la Iglesia; la preparación de subsidios divulgativos de carácter apologético, para que los fieles puedan responder mejor a las preguntas que surgen sobre la fe y la doctrina cristiana. 3 Del ámbito diocesano podemos destacar la invitación a centrar la formación permanente del clero en los documentos del Vaticano II y el Catecismo; organizar una jornada sobre el Catecismo de la Iglesia, invitando a tomar parte sobre todo a sacerdotes, religiosos/as y catequistas; dar mayor atención a las escuelas católicas; promover el diálogo con los que buscan al verdad, aunque no hayan llegado a la fe. Del ámbito parroquial, comunitario, asociativo etc, se invita a leer y meditar la carta Porta Fidei, a intensificar la celebración de la fe en la liturgia y particularmente en la Eucaristía; a los sacerdotes, dedicar mayor atención al estudio de los documentos del Vaticano II y el Catecismo; dedicar algún ciclo de homilías al tema de la fe; promover misiones populares y otras iniciativas para ayudar a los fieles a redescubrir el don de la fe; comprometerse desde el propio carisma a la nueva evangelización; las asociaciones y movimientos, hacerse promotores de iniciativas específicas, mediante la contribución del propio carisma y ofrecer el propio testimonio de fe al servicio de la Iglesia. A todas estas iniciativas que se nos proponen, deberíamos añadir las iniciativas y acciones personales, orientadas a redescubrir y agradecer el don de la fe, para vivir en la gran comunión de la Iglesia y comunicarlo al mundo, puesto que toda iniciativa se orienta a favorecer “el gozoso redescubrimiento y el renovado testimonio de la fe”. 3. Dos campos para trabajar el Año de la Fe La carta convocatoria y la nota de la Congregación de la Fe hacen alusión una y otra vez al Vaticano II y al Catecismo de la Iglesia, que son los dos acontecimientos que motivan el año jubilar. Por eso se nos invita especialmente a trabajar estos dos libros de la Iglesia, en los que encontramos las pautas esenciales para conocer, vivir, testimoniar y anunciar la fe. a. Documentos del Vaticano II Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han insistido en la importancia de conocer y profundizar los documentos del Vaticano II. Juan Pablo II decía en la Carta Apostólica sobre el nuevo milenio que “el Vaticano II es la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX; y con el concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza”[12]. Benedicto XVI, a su vez, expresó al inicio de su pontificado la convicción de que “la correcta comprensión del concilio será una gran fuerza para la renovación de la fe”[13]; siendo aún cardenal decía en 1985: “Debemos permanecer fieles al hoy de la Iglesia; no al ayer ni al mañana; y este hoy de la Iglesia son los documentos auténticos del Vaticano II”[14]. Las cuatro Constituciones del Vaticano II son como cuatro grandes pilares en los que se apoya la fe de la Iglesia, una fe actualizada y puesta al día por el magisterio solemne de la Iglesia: - La Lumen Gentium es la base sólida para una verdadera comprensión de la Iglesia en sus aspectos teológicos y pastorales, en su dimensión visible y en su misterio, en su naturaleza y su misión, como pueblo de Dios y como realidad jerárquica; pone también las bases sólidas para una teología del ministerio sacerdotal, del laicado, de la vida consagrada, de la escatología cristiana y de la mariología. - La Dei Verbum es el documento más importante de la historia y el magisterio de la Iglesia sobre la revelación divina, en el que se nos enseña lo esencial para entender, valorar y vivir la revelación divina como Palabra viva de Dios; nos ayuda a comprender la naturaleza de la revelación, la inspiración, la tradición y el magisterio, así como la importancia sustancial que tiene la Sagrada Escritura como Palabra de Dios en toda la vida de la Iglesia. 4 - La Sacrosanctum Concilium nos ayuda a comprender y valorar la liturgia como la obra por excelencia de la Iglesia; nos da las claves principales para celebrarla y vivirla, y establece los principios esenciales de la verdadera renovación, para poder valorar en su verdadero sentido la Eucaristía y los sacramentos, el oficio divino, el año litúrgico, la música y el arte sacro. - La Gaudium et Spes es el documento que nos ayuda a situar y valorar el sentido y la forma de presencia de la Iglesia en el mundo y la sociedad hoy. La primera parte nos da las claves esenciales para comprender adecuadamente la vocación y dignidad del hombre, la inserción de la persona en la comunidad, la actividad humana y la misión de la Iglesia en el mundo. La segunda parte trata de algunos problemas urgentes como el matrimonio y la familia, la cultura, la vida económica y social, la vida de la comunidad política y la paz. Su doctrina y sus orientaciones siguen siendo imprescindibles para comprender y abordar muchos de los problemas de nuestra sociedad, como el laicismo, la defensa de la vida, la dignidad de la persona humana, la promoción de la justicia y la paz, los problemas del matrimonio y la familia etc. Aparte de las cuatro constituciones, tenemos los decretos y declaraciones conciliares, que concretizan más las propuestas de actualización de la fe y de renovación en los distintos ámbitos de la vida de la Iglesia. Para nosotros es especialmente importante el decreto Presbiterorum Ordinis sobre el ministerio y la vida de los presbíteros En él encontramos las pautas y las claves importantes para comprender la naturaleza y la misión del ministerio sacerdotal como participación en el sacerdocio de Cristo; se dejan claras las funciones del sacerdote: predicar la Palabra de Dios (función profética), administrar los sacramentos y proclamar la alabanza divina en el oficio divino (función sacerdotal), enseñar y atender a los fieles, especialmente a los más necesitados (función pastoral). Especialmente importante es el capítulo III, donde se destaca la llamada del sacerdote a la santidad, ejerciendo sus funciones pastorales; las virtudes que han de acompañar al sacerdote: humildad, obediencia, vivencia gozosa del celibato, la vivencia de la pobreza evangélica. Pero también habla de los recursos necesarios para la vida de los presbíteros: recursos para la vida espiritual (Escritura, Eucaristía, confesión, devoción a la Virgen, dirección espiritual), recursos para su formación y también recursos materiales como una justa retribución de su trabajo para poder realizar su ministerio y llevar a cabo una vida digna. b. Catecismo de la Iglesia Católica Un segundo campo de trabajo para este Año de la Fe, sería el Catecismo de la Iglesia como compendio actualizado y seguro de la doctrina cristiana y sintetizador del Vaticano II. En él se hallan “los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados orgánicamente y se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido es sus dos mil años de historia” (PF, 11). Su estructura, que es la misma del Catecismo de San Pío V, nos ayuda a un estudio o reflexión sobre lo esencial del itinerario de la vida cristiana, con estas cuatro dimensiones: lo que confesamos en el Credo, lo que celebramos en los Sacramentos, lo que vivimos en los Mandamientos y lo que oramos en el Padrenuestro… Un estudio o reflexión sobre estas cuatro dimensiones de la fe, puede ayudarnos en este año jubilar a redescubrir y renovar la fe, tanto a nivel personal como a nivel comunitario y eclesial. [1] Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 7 y 9. [2] Cf. Nota de la Congregación de la Fe, 5. [3] Juan Pablo II, Novo Millenio ineunte, 57. [4] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana el 23 de diciembre de 2005; cf. Porta Fidei, 5. 5 [5] Benedicto XVI, Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010. [6] Recordemos el libro de J. Ratzinger, Ser cristiano en una sociedad neo-pagana, Madrid 1995. [7] Cf. J. Ratzinger, La sal de la tierra, Madrid 2005, 4ª, 31-32. [8] Cf. Juan Pablo II, Fides et Ratio, Introducción. [9] Cf. J. Ratzinger, Convocados en el camino de la fe, Madrid 2004, 298-299. [10] Cf. Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 38. [11] Benedicto XVI, Homilía en la Eucaristía final de la JMJ en Cuatro Vientos, 21 de agosto de 2011. [12] Juan Pablo II, Novo Millenio ineunte, 57. [13] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005. [14] J. Ratzinger, Informe sobre la fe, Madrid 1985, 2ª, 37. 6