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REV. DE PSICOANÁLISIS, LXIV, 4, 2007, PÁGS. 781-793
Concepto de experiencia. La experiencia en
Winnicott. Su alcance en la comprensión de
las llamadas “patologías actuales”1
Pola Roitman de Woscoboinik (Buenos Aires)
Presentación
Es de consenso casi unánime que una de las contribuciones más valiosas de los planteos teóricos de Winnicott es haber proporcionado nuevas perspectivas desde las cuales reflexionar acerca de la clínica psicoanalítica actual. Entre ellas, privilegio el concepto de experiencia, su
registro y su “uso”, con todo lo que esta noción implica en los desarrollos winnicotteanos. Continúo así una línea de pensamiento expuesta
en un trabajo anterior (Woscoboinik, 2004) en el que propuse, como hipótesis, la conveniencia de referir la experiencia como el registro de vivencias en un espacio/tiempo, productor y estructurante de la subjetividad, de apertura a nuevas experiencias en complejidad creciente y
enriquecedora. El objetivo: intentar una teorización acerca del status
metapsicológico de la noción de experiencia y sus alcances. La fundamentación: su valor como elemento básico y primario en la constitución
del psiquismo y la subjetividad, funciones que se despliegan cuando la
experiencia, después de dejar su impronta -su registro en el psiquismoaccede a ser nominada y pensada, tomando el camino de la representación/simbolización.
1. Versión ampliada del trabajo que obtuviera la distinción Winnicott / “Néstor
Propato” en el Encuentro Winnicott 2007, realizado en la Asociación Psicoanalítica de
Buenos Aires.
* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Dirección: Pereyra Lucena 2535, P.B. A, C1425EDA, Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
polarw@fibertel.com.ar
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Considero que reflexionar sobre estos tópicos permite una mayor
comprensión de muchos de los pacientes que llegan hoy a nuestros
consultorios, casi siempre como recurso límite para aliviar su sufrimiento. Sus patologías son, precisamente, patologías de los límites,
de las fronteras, que nos ubican a nosotros mismos en las fronteras
y los límites del psicoanálisis1.
Patologías que junto a vivencias muy intensas de sufrimiento, muchas
veces soslayadas, presentan déficit en el proceso de simbolización por fallas básicas, conjeturamos, en el registro de experiencias tempranas y que
tienen diferentes expresiones a nivel de la organización del pensamiento.
1-Consideraciones generales acerca de la noción de experiencia2
En la cotidianeidad, la noción de experiencia, de definición muy vaga
e imprecisa, es de aplicación muy amplia y uso más que frecuente. Se
despliega en diferentes sentidos y presenta elementos, algunos superpuestos y otros en disyunción y no coincidencia. Por una parte, significa la aprehensión de una determinada realidad. Supone un “conocer”
inmediato, no mediado por la formulación de juicio alguno. Hace referencia, así, a la percepción sensible de la realidad de un sujeto, tanto
interna como externa, que precede a toda reflexión pero que se inscribe
en el psiquismo dejando su impronta. Por esta razón, la experiencia pasa
a constituir la expresión de modos de hacer y de ser de una persona.
Pero, por otra parte, la experiencia remite a las aptitudes adquiridas en la práctica de un oficio, profesión o actividad dada y es, por lo
tanto, lo que mejor prepara para su ejercicio.
Se reconoce también, la experiencia del experimento: verificación empírica de una situación anterior para confirmarla o desecharla.
Por último, la llamada experiencia de vida alude al hecho de vivir,
gozar, sufrir algo.
La filosofía provee numerosos parámetros para pensar el concepto
de experiencia. Plantea, ante todo, las vinculaciones de la experiencia
1. En este punto interesa destacar apreciaciones de Karl Jaspers quien dimensiona
lo fronterizo como aquella zona donde se pueden aprehender en su plenitud existencial, ciertas situaciones que han avanzado un paso sobre el límite y que abren nuevas
formas de comprensión a situaciones que no son fronterizas. Estas ideas son importantes para pensar psicoanalíticamente.
2. Son consideraciones que reconocen su fuente en el Diccionario de Filosofía de
Ferrater Mora, tomos II y IV en los apartados correspondientes.
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con el conocimiento por una parte, y con la ciencia y el arte, por la otra.
Han surgido así, teorías muy distintas, algunas de las cuales adoptaron posiciones extremas.
Tras una mirada sucinta y rápida, digamos que cuando Platón señaló la distinción entre mundo sensible y mundo inteligible estaba ya
afirmando que experiencia e intelección se inscriben en dos órdenes
distintos: la primera se expresa a través de una “opinión” (doxa) mientras que al conocimiento de la verdad (aletheia) se llega a través del razonamiento. La razón (logos) es la facultad del hombre que intenta
des-cubrir, apartar los velos que ocultan la verdad, permitiendo el conocimiento “real” de las ideas. Platón no descuidó el valor de la experiencia a la que consideró como una praxis necesaria para la formulación de conceptos. Para él, el conocimiento que se desprende de lo
fenoménico tiene también la categoría de un “saber legítimo”.
Para Aristóteles, en cambio, la experiencia está integrada a la estructura misma del conocimiento como su condición necesaria aunque
no suficiente; es la captación de lo singular y es solo a partir de la singularidad que surge lo general y la posibilidad de ciencia. La experiencia proporciona los principios que regirán cada uno de los territorios
científicos. En cuanto a su jerarquía, para Aristóteles el arte y el razonamiento se ubican en un nivel superior porque de ellos se desprenden
juicios universales. Un señalamiento interesante: en su reflexión, el filósofo señala que la experiencia conjuga una multiplicidad de recuerdos que, junto a las impresiones registradas aunque no recordadas, constituirán el tejido para nuevas experiencias.
Siguiendo el pensamiento de la antigüedad griega, los filósofos del
medioevo subrayaron dos aspectos: por una parte, la experiencia como
punto de partida del conocimiento del mundo exterior; por la otra,
como aprehensión inmediata de los procesos internos, entre los que jerarquizaron la vivencia de la fe y su exaltación, la vida mística. Se aunarían en ellos tres alcances: el gnoseológico, el psicológico y el religioso.
Ya en la modernidad se perfilan con más firmeza dos posturas contrapuestas: la empirista y la racionalista, aunque no se contrapongan
en forma tan tajante como a veces se pretende. La primera se desarrolló especialmente en Inglaterra y sus representantes más destacados
fueron Bacon, Hobbes, Locke y Berkeley, entre otros. Para esta corriente
de pensamiento, la experiencia no sólo es fundamento sino que sostiene la validación del conocimiento. Más aún, al ampliar la mirada
desde lo gnoseológico a lo metafísico, la realidad misma es empírica: no
hay más realidad que la accesible por la experiencia. El sujeto cognoscente sería como un recipiente o una tábula rasa donde ingresan y se
imprimen los datos trasmitidos por los sentidos. Hay una segunda fase
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imprescindible: el conocimiento no se circunscribe a esos datos; serían
así, sólo series inconexas. Deben acumularse para luego “enlazarse” con
otras percepciones, posibilitando el recordar, asociar, pensar. Continúa una tercera etapa: la reflexión, proceso que hace posible la elaboración y el reconocimiento de los conceptos. Aunque lo universal no sea
propiamente lo real.
El racionalismo, en cambio, se desarrolló casi exclusivamente en el
continente europeo. Sus exponentes más importantes: Malebranche,
Spinoza, Kant, Leibniz y Descartes quien jerarquizó el pensamiento
racional haciendo de él lo esencial del hombre. Su premisa: la razón es
de nivel superior, por encima de la emoción y la voluntad. La realidad
misma tiene carácter racional. Pero no todos estos filósofos desdeñaron el valor de la experiencia. Para Kant, se trató de un concepto complejo y si bien no le acordó el valor de origen sí la entendió como lo que
valida todo conocimiento. Aunque luego afirmara: [Si bien] “…no es posible conocer nada que no se halle dentro de la experiencia posible, la
misma es solo conocimiento del mundo de la apariencia”.
Experiencia y apariencia de la verdad son dos conceptos que se van
a relacionar. Fichte y Hegel plantearon que, justamente, la tarea de la
filosofía era encontrar los fundamentos de la experiencia; abstraer lo
fundido en ella: por una parte, “la cosa” en sí y, por la otra, el pensar
sobre la misma. Fichte consideró la experiencia como conciencia de lo
particular. Hegel, en cambio, habló más de la experiencia de la conciencia que de la conciencia de la experiencia.
Para otros racionalistas, como Spinoza, la experiencia es sólo un acceso confuso y “mutilado” a la realidad. Aunque necesaria, proporciona
un conocimiento engañoso.
En la contemporaneidad, el pensamiento filosófico desarrolla el concepto de experiencia seguido de alguna especificidad que ayuda a encuadrarlo. Se habla así de experiencia e instinto; experiencia y razón;
experiencia y pensamiento; experiencia y naturaleza… etc., etc.
Un enfoque particular lo aporta Agamben (1978) cuando habla acerca
de “la destrucción y/o expropiación de la experiencia” en la vida cotidiana del hombre actual. “No hay nada en la jornada del hombre contemporáneo que pueda traducirse en experiencia”, dice. Casi ninguno de
los hechos cotidianos decanta como tal: ni la lectura de un periódico; ni
el tiempo pasado en un embotellamiento, ni las recorridas en un centro
comercial, ni la espera en un aeropuerto3. El hombre actual “…vuelve a
3. Asocio en este punto la idea de“no-lugares” de Marc Augé.
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la casa extenuado por un fárrago de acontecimientos… sin que ninguno
de ellos se haya convertido en experiencia” (p. 13 y ss.). Todo apunta a la
banalidad y al sin-sentido. En un trabajo de homenaje a Winnicott, Green
(1978) formula, precisamente, una apreciación según la cual es como “si
toda experiencia estuviese pesadamente gravada por la vivencia de inconsistencia, de no compromiso, de exterioridad extraña”.
Agamben concluye con ideas que mucho tienen que ver con planteos winnicotteanos: cuando la experiencia es horror o mentira, una de las motivaciones del rechazo a registrarla surge de la necesidad de instrumentar una
defensa. Finalmente se detiene en la relación entre fantasía y experiencia.
Destaca el desprecio hacia la imaginación como forma de conocimiento en
el mundo actual. “Desde el momento que la fantasía, según la Antigüedad,
forma las imágenes de los sueños, se explica la relación particular que vincula al sueño con la verdad y con el conocimiento eficaz”.
Estas ideas, valiosas para nuestro enfoque, hacen puente con la
consideración psicoanalítica.
La experiencia en la teorización winnicotteana
Desde sus primeros desarrollos Freud habló de la vivencia de satisfacción, “experiencia originaria buscadora del apaciguamiento de las necesidades básicas” (Laplanche-Pontalis, 1967). Como, en razón de su inermidad inicial, el infans no puede cubrirlas por sí mismo, lo conseguirá
gracias a la intervención de “un otro”, lo que así configura una situación
clave: el encuentro entre lo interno-pulsional y el objeto. La imagen de
ese otro que satisface va a adquirir un valor fundamental en la constitución del deseo. Y será recargada en ausencia del objeto, dando lugar a la
satisfacción alucinatoria del deseo, nuevo tipo de experiencia. La experiencia de satisfacción inaugura una búsqueda: la de identidad de percepción, ligando descarga satisfactoria y primeras representaciones de
objeto. Luego vendrá la validación con la repetición de esas experiencias.
Son consideraciones que incluyen aspectos económicos, dinámicos y
tópicos. El registro de las primeras experiencias -huellas mnémicas- se
va inscribiendo y retranscribiendo en los sistemas del psiquismo en función de ciertas leyes (simultaneidad, causalidad y otras). Su entramado
es el fundamento de la memoria. Ya en una carta a Fliess del 6 de diciembre de 1896, Freud le transcribía un primer esquema del aparato psíquico. En un extremo ubicaba a la percepción; en el otro, a la conciencia
y, entre ambos, una serie de transcripciones sucesivas bajo la forma de
huellas mnémicas. Pero la concepción freudiana difiere de la empirista
porque para Freud la inscripción no coincide exactamente con la realidad “objetiva”. Además, según él, se da una suerte de incompatibilidad
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en el sistema Percepción-Conciencia: las huellas mnémicas no pueden ser
siempre conscientes porque bloquearían no sólo nuevas percepciones sino
la posibilidad de ser pensadas. Freud nos ha dejado al respecto un texto
fresco e ingenioso: Nota sobre la pizarra mágica (1924/5).
Por su parte, Bion, en Aprendiendo de la experiencia subrayó la
emocionalidad como elemento constitutivo de toda experiencia. Tanto
en el sueño como en la vigilia, decía, las percepciones tienen que ser
elaboradas -sentidas y pensadas- antes de poder ser usadas. Apuntó,
fundamentalmente, a la necesidad imprescindible del objeto contenedor y sus funciones y se refirió a una función específica para cumplir
con la tarea de elaboración a la que llamó “función alfa”. Cuando la
misma puede operar, los elementos que surgen de una experiencia se
convierten en acumulables y disponibles para el pensamiento. Cuando
dicha función es perturbada y se torna inoperante, las impresiones y
emociones permanecen inmodificables; la experiencia es vivenciada,
no como un fenómeno que transcurre sino como una cosa “en sí” (función beta). La expresión “de la emoción al pensamiento”, toma con Bion
un cariz más preciso: sólo con la emoción, el pensamiento.
Pasemos a Winnicott. Experiencia es, dijimos, una expresión privilegiada en sus teorizaciones, que percibimos plena de sentidos y sugerencias. A manera de ejemplo vale señalar las numerosas entradas que tiene
en solo una de sus compilaciones, Exploraciones Psicoanalíticas I. Con una
aclaración de peso: va siempre acompañada de una determinación que
completa su significado, lo que habla de experiencias específicas. La enumeración es larga. A las de omnipotencia y de mutualidad -primeras
tanto en realidad vivencial como en jerarquía- que condicionan las experiencias por venir se van agregando muchas otras: la experiencia instintiva, la de morar en el cuerpo, la del juego, la de la locura, la cultural.
En el apéndice de Exploraciones psicoanalíticas II, y a la manera de
una síntesis personal titulada: “D.W.W. sobre D.W.W.”, el autor mismo
señala como axioma de su pensamiento, el “impulso a recordar mediante
el experienciar” (1971, p. 333). En realidad, la definición de experiencia en Winnicott aparece siempre ligada a la marca que deja en el psiquismo. Pero esto viene por añadidura. La definición se hace más clara
cuando la presenta por lo negativo y percepción y vivencia no llegan,
aunque siempre dejen ciertas huellas desligadas y perdidas, a constituir una verdadera experiencia… Esto lo ampliaremos más adelante.
Por su parte Jan Abram (2001), autora de Le langage de Winnicott:
Dictionnaire explicatif des termes winnicottiens, hace constar en el mismo
cerca de cincuenta referencias a la experiencia. En una cuidadosa revisión de los textos, va detallando los distintos tipos de experiencia y
pertinencia para comprender las ideas centrales de nuestro pensador.
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Por mi parte y “casi” al azar, selecciono y transcribo dos citas que refieren experiencias fundamentales:
… “Hay por ello, un doble proceso: el niño pequeño vive en un mundo
subjetivo y la madre se adapta a fin de darle al hijo una dosis necesaria de experiencia de omnipotencia”.
… “El hecho que los bebés se alimenten es muy significativo para la
madre… Pero la comunicación entre el bebé y la madre implica algo
más: una experiencia que depende de la mutualidad resultante de las
identificaciones cruzadas.” (1969, p. 301 y ss.)
Amerita referirnos a la experiencia cultural. Winnicott subrayó la correlación puntual entre cultura y salud: “la experiencia en el área cultural constituye la aportación más valiosa a la salud; es precisamente,
una cuestión de salud.” Una vida sana es la que se despliega en base a
experiencias “suficientemente” buenas en tres áreas: 1. la de la vida en
el mundo, tanto en términos de relación de objeto como con lo no-humano; 2. el área de vivencias de una realidad psíquica interior que
emerge de la mutualidad entre la tendencia al desarrollo y un entorno
adecuado y, finalmente, 3. el área de la de la experiencia cultural. “He
usado la expresión experiencia cultural -nos dice- como una ampliación de la idea de los fenómenos transicionales y del juego, sin estar seguro de poder definir la palabra “cultura”. Por cierto que el acento recae en la experiencia.” (1971, p. 133)
A pesar de esta “falta de seguridad”, es mucho lo que este autor aporta
psicoanalíticamente al concepto de cultura. Por la experiencia cultural
y siempre y cuando haya un espacio en el psiquismo para ubicarlo, una
persona “se apropia” de componentes del acerbo común de la humanidad. Este espacio se va conformando en presencia del otro significativo
-la madre o sustituto- y de la confianza en su aparición cuando la necesita. “La experiencia cultural comienza en el interior de la relación
precoz de la madre con el bebé.” (Winnicott, 1969)
De estas situaciones tan básicas, el infans se proyecta a la cultura:
“La experiencia cultural comienza con el juego y conduce a todo aquello que compone la herencia del hombre: las artes, los mitos históricos,
la lenta progresión del pensamiento filosófico y los misterios de las matemáticas, de las instituciones sociales y de la religión.” (Winnicott,
1971) Pero hay un “uso” específico de la noción de experiencia en Winnicott que puede ampliar nuestra mirada más allá de las “neurosis de
transferencia”: la experiencia de desmoronamiento, de sentirse caer.
En un trabajo prácticamente póstumo, “El miedo al derrumbe” (Winnicott, 1989, pp. 111-122), formaliza ideas que había anticipado en escritos anteriores sobre las patologías graves, aludiendo a circunstancias especiales. Ya en el título mismo, usa la palabra inglesa breakdown (quiebre
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y derrumbe), porque “al ser vago puede tener distintas significaciones”.
Describe una situación muy particular: el paciente teme vivenciar en el
presente, situaciones que ya se dieron en su pasado temprano. Solo que
no pudieron ser registradas e integradas como experiencias. Su idea es
que en ese momento no había ni un yo con suficiente grado de integración para poder experienciarlas, ni un ambiente facilitador –representado por la figura materna- que ayudara a metabolizar y atemperar sensaciones profundas de desmoronamiento, de derrumbe. Por el contrario,
se produjo un quiebre en las funciones de las personas que debían asistirlo. Hubo un des-arreglo, un des-tiempo en el encuentro.
El registro de esa situación tomó una modalidad especial. Las huellas mnémicas de esas vivencias buscaron representación, pero a fin de
evitar angustias catastróficas de desintegración y de no-integración,
se recurrió a un bloqueo defensivo: se “sobrevivió” a costa de una escisión tiránica. Con todo, lo desmentido se infiltra y tiende a presentificarse, una y otra vez. “Retorno de lo escindido”, lo llamará Roussillon
(2004)4. Surge, entonces, un “miedo agonístico” en el que se agazapa el
terror a la repetición de esas situaciones tan temidas. Los restos mnémicos tratan de alcanzar nuevos ligámenes pero resulta inútil. Y se vive
con la ansiedad permanente de lo que se va a producir.
Como Winnicott acota, todos hemos estado expuestos a experimentar
ese “miedo agonístico” alguna vez, que pudo ser tramitado porque mediaron condiciones favorables desde el “yo auxiliar”. De allí la posibilidad de detectar y comprender esas “agonías” en la situación analítica.
Una praxis personal inteligente y una entrega emocional intensa permitieron a Winnicott avizorar situaciones que muestran ese trastrocamiento tan especial de la temporalidad, verdadera paradoja: la catástrofe ya se produjo en el pasado, solo que la persona no lo sabe y siente
pánico de que se presente en el ‘ahora’ o en el futuro. Forma de ‘suspensión actuante’, rescatando su expresión. Como trauma, va hacia la
repetición pero con una diferencia sustancial: no es la repetición que
intenta elaboración. Su objetivo es defensivo: evitar a ultranza la presentificación del derrumbe y del desfallecimiento…una y otra vez.
Un indicador que Winnicott privilegia son las vivencias de futilidad
y de vacío que es preciso detectar tanto en el paciente como en el analista. A veces, el tratamiento parece transcurrir como si se tratara de
4. Este autor desarrolla una valiosa concepción sobre la dinámica de la escisión en
relación a patologías que llama “situaciones límites”.
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una psiconeurosis: la coraza defensiva hace creer que todo va por buen
camino. Dramáticamente aparece entonces un ‘¿y ahora qué?’, con un
matiz de banalidad y de sin-sentido.
Resalto “agonías primitivas”: es que tienen una carga más intensa
que ‘miedo’. Lo dice Winnicott mismo: “Quiero recuperar el sentido de
una lucha de la que se deriva una agitación del alma, un profundo desamparo.” “Angustia extrema, próxima al suplicio.” Se percibe, no solo
un debilitamiento en las actividades cotidianas del paciente; también
en los recursos genuinos para la “creación”. Todo aquello “que hace a la
vida digna de ser vivida”, muchas veces destacado en Realidad y juego.
Winnicott enumera algunas de estas “agonías primitivas”: la del retorno a un estado de no integración (defensa a la posibilidad de desintegración); la de una vivencia de no cesar de caer (defensa de automantención); la de la pérdida del “morar” en el cuerpo (defensa de
despersonalización); la de malograr el sentido de lo real (defensa: explosión del narcisismo primario); la de pérdida de la capacidad para relacionarse con los objetos (defensa: estados autísticos, relaciones exclusivas con los fenómenos del self).
La paradoja planteada por la temporalidad es sustancialmente diferente a las otras enunciadas por Winnicott que presentan antinomias “naturales” y se resuelven con la maduración misma. Por el contrario, en estos pacientes que vivieron una no-experiencia -lo evitadose produce, paradójicamente, una experiencia devastadora. Winnicott
planteó esas situaciones pensando en las psicosis. Pero resulta lícita
su ampliación a las patologías llamadas “de frontera”. Él mismo en su
trabajo habla de “Otras aplicaciones de la teoría” y cree que la dinámica descripta puede ser aplicada a otros miedos: al vacío, a la muerte,
a la no-existencia.
Resulta de interés acercarnos, como lo hizo Anzieu, al nacimiento del
concepto de vacío en física, postulado por Pascal. Analizando su obra,
Anzieu (1975) la considera un antecedente genuino tanto de la filosofía
existencial como de algunos desarrollos psicoanalíticos: Winnicott, Bettelheim, Bion, entre otros. En sus Meditaciones, Pascal aborda problemáticas esenciales del hombre, entre ellas, la de la angustia, sentimiento
universal. Explicita que, originada en el interior de cada persona, se
manifiesta en sensaciones de soledad, desamparo, vacío. Metaforiza este
estado como un mundo de tinieblas y la llama ennui, -hastío-: “Nada más
insoportable para el hombre que estar en un reposo pleno, sin pasión,
sin quehacer, sin diversión, sin aplicación. Siente entonces su nada, su
abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío. De
repente brotarán del fondo de su alma el ánimo sombrío, la tristeza, la
pena, el despecho, la desesperanza.” (Citado por Anzieu)
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Estas reflexiones lo llevaron a elaborar la noción de vacío en física y son ideas que ayudan a acercarnos con mayor comprensión a
ciertos pacientes de hoy.
Justamente, Winnicott vuelve su mirada sobre sí mismo y se cuestiona. ¿Por qué si cuando todo parecía ir bien el proceso que creíamos
encaminado cambia de rumbo? ¿Podrá deberse -además de fallas de estructuración en el paciente- a errores del analista que no puede ser suficientemente “maleable”6 y cambiar el rumbo desde una técnica tradicional a otra, creada y ajustada a “este paciente”?
Nuevamente nos encontramos con la actualidad de los planteos técnicos de Winnicott. Si el paciente “no es ni un poema, ni una novela sino
una persona que goza y sufre y con quien es esencial relacionarse”, esto
cobra más fuerza y dramatismo en la “patologías actuales”. Implica no
solo un desafío a comprender sino también a poder. La propuesta psicoanalítica es tal que nos incluye como personas, en “nuestra singularidad
real”. En un primer momento llegamos a experimentar el mismo desamparo, la terrible soledad y sufrimiento del niño que fue nuestro paciente
y que también fuimos nosotros mismos: de la transferencia-contratransferencia se trata. Somos él, el paciente. Si esto es comprendido y no actuado, si nos permitimos “ser usados” sin obturar con interpretaciones
tradicionales, con disponibilidad y constancia y, sobre todo, manejando
contratransferencialmente la tendencia natural a tomar represalias interpretativas -“sobrevivimos” en nuestro rol- pasaremos entonces a poder ser ubicados en el lugar de los objetos primarios, aquellos que… no
pudieron. ¿Cómo rescatar al paciente cargado con “la sombra de una realidad” que significó vivencias agonísticas para su yo incipiente?
Como siempre, Winnicott apela a la creatividad del analista. Supone que los conocimientos ya están incorporados. Propone, entonces,
“pensar psicoanalíticamente cómo dejar de ser psicoanalista” e intervenir como un objeto creador y restaurador de un psiquismo dolorosamente raleado, escindido. Es esa creatividad la que se abre a diferentes recursos que no lo desplazan de su lugar de analista. Por el contrario,
lo consolidan. Y, por sobre todo, le hacen posible permitirse, como dijimos, “ser usado” por el paciente en el específico sentido winnicotteano.
Este “uso” auspicia el transcurrir por nuevas experiencias correctoras,
creadoras, a su vez, de nuevo tejido psíquico.
6. El concepto de ambiente maleable ha sido acuñado por Marion Milner, autora inglesa poco consultada entre nosotros.
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Otros psicoanalistas han seguido una línea similar: “capacidad de
ensoñación”, dirá Bion. “Contratransferencia imaginativa” y un manejo
cuidadoso de los silencios, diferente a las psiconeurosis, propondrá Green.
Trabajar creando nuevo tejido psíquico lo que implica “una apuesta pulsional”, restableciendo eslabones dañados o rotos de su cadena erótica,
aportará Marucco. “Un psicoanálisis a medida” enfatizando junto a la
tarea de simbolización, un “encuadre maleable”, agregará Roussillon.
Cuestiones centrales del psicoanálisis actual.
Resumen
Este trabajo propone reflexionar, por una parte, sobre el concepto de experiencia en general a fin de delimitar sus aspectos metapsicológicos en el campo
psicoanalítico. Por otra, rescatar desarrollos de Winnicott en los que es fundamental la referencia a distintos tipos de experiencia y que constituyen un valioso aporte al psicoanálisis y, muy especialmente, a la comprensión de ciertas patologías actuales.
Después de referencias muy sucintas a desarrollos filosóficos y a conceptos
freudianos referidos a “las primeras vivencias de satisfacción”, se hace centro
en las ideas que Winnicott plantea en uno de sus trabajos póstumos, El miedo
al derrumbe. Aunque elaborado a propósito de pacientes psicóticos, pero también de pacientes con vivencias de vacío, despersonalización, etc., y que presentan una fachada psiconeurótica, consideramos que el trabajo abre perspectivas de real relevancia, tanto teóricas como técnicas, para pensar la problemática
de los llamados paciente ‘límites’.
DESCRIPTORES: EXPERIENCIA / HUELLA MNÉMICA / EMOCIÓN / RELACIÓN MADRE-BEBÉ /
DERRUMBE / USO DEL OBJETO
Summary
The concept of experience in Winnicott.
Its scope in the understanding of the so-called “actual pathologies”
The author proposes, first, to reflect on the concept of experience in general, in order to outline its metapsychological aspects in the psychoanalytic
field. She goes on to review developments of Winnicott in which the reference
to different types of experience is fundamental. They are a valuable contribution to psychoanalysis and quite especially to the understanding of certain actual pathologies.
After referring succinctly to some philosophical aspects and Freudian concepts
concerning “the first experiences of satisfaction”, she focuses on the ideas that Winnicott proposes in a posthumous work, “The fear of breakdown”. Although it was
written in reference to psychotic patients and patients with experiences of emptiness, depersonalization, etc. who presented a psychoneurotic appearance, we con-
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sider that it opens up truly relevant perspectives, both theoretical and technical,
for considering the problems of so-called “borderline” patients.
KEYWORDS: EXPERIENCE/ MEMORY TRACE / EMOTION / MOTHER-INFANT RELATION / BREAKDOWN / USE OF THE OBJECT
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