LA VIDA sidero buenos patricios, y por consiguiente, me e s c u c h a réis con benevolencia, considerando Sülanientc la buena intención que nio anima. Principiaré esta eoní'erencia con las siguientes ¡lalabras de Mahan: «La tendencia comercial, con la consiguiente «necesidad de producir algo con que satisfacerla, es uno do »los elementos más importantes para e! desarrollo dcd poder »naval. Si este so basa, realmente, en el comercio pacífico y • extenso, entonces todas las naciones que han sido en im »tierapo ú otro poderosas en el mar, deben h':iberse distin»guido por una gran aptitud comercial.» Seguramente no h a y otra nación que haya tenido y tenga mejores condiciones para ser marítima que nuestra querida España, y sin embargo, siempre, cosa rarísima, su política ha sido, como es aún, antimarítima; siendo esta política causa principal de sus desgracias é influyendo g r a n demente en la política general de Europa. No hay más que considerar lo que sería ahora ol mapa político del globo si la Monarquía goda hubiese dispuesto de un poder naval suticiente para rechazar la invasión m u sulmana cerrándole ol paso de Hércules, y aún más, convirtiéndose los godos en invasores, apoyados en la plaza de Ceuta, que les pertenecía. Dios sabe la importancia que tendría en estos momentos n u e s t r a pobre E s p a ñ a y qué dibujo afectarían las fronteras políticas del Viejo y del Nuevo Mundo si los españoles, llevados por su g 'nio aventurero, en vez de seguir á Colón á la riquísima América que con su oro nos ha llenado de m i seria cubierta c 'U laureles, hubiesen seguido la política del sagaz F e r n a n d o S\ dirigieiulo las energías de nuestra e x pansión al continente africano, tan vecino nuestro, y nos hubiéramos adelantado cuüti'o siglos á la política que palpita hoy en la vieja Europa. ¿Y qué diremos del porvenir de líspaña. si las grandes energías del César y de su hijo el segundo Felipe, hubiesen entonces tenido una acertada orientación marítima';' E s indudab'e que la famosa encuadra Invencihlp h->biera salido mejor organizada y dirigida, y probablementj huliiera sido invencible do v e r a s , matando el poderío naval i n g l ' S en su nacimiento y estando en condiciones para dominar después el poder naval de Holanda, que, como sabemos, fué digno competidor del poder naval británico, y tan enemigo de España el uno como el otro. Y sin ir tan lejos, señores, consideremos las consecinmc a s que hubieran seguido á n u e s t r a campaña de 1860 en Marruecos, si en vez de tenor un principio de fuerza naval, el general O'Doiiuoll hubiese podido presentar delante de T á n g e r una poderosa escuadra, que más cjue atemorizar á los moros, su verdadero objetivo hubiera sido mantener, á honesta distancia, la escuadra de n u e s t r a amiga de siem])ro: Inglaterra. Por no tener escuadra nos quedamos á m e dio camino de Tánger. Pero no tan solamente no tuvimos la e s c u a d r a necesaria para resolver aquel problema, que pucos frutos nos dio, habiendo podido s e r l n g r a n d e z a de nuestro porvenir, sino que ai|uel principio de fuerza naval, representado por una d e c e na de hermosas fragatas de hélice y tres fragatas acorazadas, quedó anulado á los pocos años, cuamlo tan sencillo hubiera sido cont'niuirlo y aumentarlo por medio de un plan bien estudiado y el corre-^pondicnto presupuesto anual. Dos de aijuellos acorazados, cargados de años y de tristes r e cui'rdos, pasean aún nuestro pabellón como g u a r d a - c o s t a s ó... g u a r d a nada. liien sabéis, señores, que on el largo t r a n s c u r s o de la Edad Media, en rigor de verdad, no existió Marina de guerra. Cuando la Nación tenía necesidad de buques para alguna expedición de orden militar, fletaba las galeras y demás clases de embarcaciones de los particulares y s j armaban convenientemente para su nuevo destino. Verdad es (]ue algunas voces las ciudades, los señores feudales y aun los Obispos construyeron y armaron buques para la gueiTa, ]u'ro concluida ésta, aquellas mismas n a v e s se dedicaban al comercio. En el Mediterráneo, aun en las épocas on que lucía la más hermosa paz, las naves mercantes eran casi n a v e s de guerra, pues siempre iban a n n a d a s , tanto para librarse de los corsarios africanos que infestaban el antiguo mar latino, cometiendo continuos actos de barbarie en las costas de los cristianos, como para liquidar siempre el viajo sin pérdida; porque está bien demostrado que toda la Marina mediterrá- MARÍTIMA nea era casi pirática, pues no tan solamente ejercía ol corso contra los enemigos sino también contra los amigos, c u a n do éstos eran más débiles. Tanto lionamico como Manfroni, dicen que la Marina mediterránea de la Edad ÍSIedia era más pirática que militar. De manera (¡ue la Marina de entonces reunía al mismo tiempo los dos caracteres: militar y mercante. La tripulación se componía de marineros y de gente de armas; y h a bía un cómitre militar y ofro cómitre marino para el mando de la nave. Y esto, lo mismo en Aragón que en Genova, Pisa y V e necia. Las marinas de los pueblos bañados por el Atlántico t u vieron un carácter m á s mercantil; en sus tripulaciones no había hombres de guerra, por más que los mismos buques fletados por la Corona y armados debidamente, formaran las e s c u a d r a s destinadas á la g u e r r a . De la misma manera que las g e n t e s de armas, que los s e ñores feudales proporcionaban al Soberano, no tuvieron y a razón do ser con las milicias ó tropas mercenarias creadas por el genio del Cardenal Cisneros, desapareció también el régimen semi-militar y semi-meroante de la Marina con la Real cédula de 20 de Diciembre de 1492, prohibiendo el corso. E s t a sabia y superior disposición de Fernando el Católico, separó los dos objetivos de la Marina, creando independientemente la Marina militar y la Marina mercante, y regularizando ésta, lo que fué el verdadero motivo de la d e cadencia de la Marina catalana, siguiendo al mismo tiempo la decadencia de las Marinas italianas, á causa do que la civilización y la inlluencia de la Corona de E s p a ñ a obligaron también á que cesara aquel esta lo de latrocinio marítimo; y fácil os comprender que no ofreciendo y a las expediciones navales tanta ganancia, la mayoría de los armadores declinó el honor de sor negociantes honrados. Pero aún las dos Marinas, militar y m e r c a n t e , tuvieron necesidad de tma unión á que obligaban las c i r c u n s t a n c i a s . Los buques morcantes, aunque no embarcasen hombres de guerra, llevaban más ó menos armamento para defenderse de los corsarios berberiscos y de los llamados i n s u r g e n t e s ó filibusteros que cruzaban todo el mar de las Antillas y seno mejicano. Y cuando estos piratas obtuvieron todo el apoyo de las naciones enemigas de E s p a ñ a , y uno de ellos, Drake, fué elevado á la categoría de Almirante en su patria, y el famoso Cardonal Richelieu llegó á estimular á los nobles franceses á que se alistaran en las filas de los más criminales bucaneros, como Morgan, L ' E c u y e r y el Olonés, entonces los buques m e r c a n t e s españoles, no bastándoles su a r m a mento, tuvieron necesidad de ir convoyados por buques de guerra, saliendo de E s p a ñ a y de diferentes puertos de los virreinatos americanos, expediciones periódicas de buques m e r c a n t e s custodiados algunas veces por e s c u a d r a s . Do manera que entonces como ahora, y como será s i e m pre, la unií'm de las dos marinas es el resultado de su p r o pio modo de ser; han de nacer on ol mismo instante para desaparecer también, corriendo la misma suerte. Aquí no cabo, como algún escritor marítimo ha planteado, el conocido y vulgar problema: ¿quién vino primero al mundo, el lluevo ó la gallina? Ya hemos visto cómo en la Edad Media las dos marinas estaban confundidas en una sola; vemos ahora cómo sin los buques de g u e r r a ninguna expedición mercante hubiera atravesado el Atlántico durante los sig'os xvil, xvill y principios del XIX. Y bien comprendéis, señores, que se e x c e p túan de esta regla los buques mercantes que m u y i m p r u dentemente, á pesar de las Ordenanzas, se aventuraban á salir solos, siendo capturados muchos de ellos por n u e s t r o s enemigos, y rindiendo pocos viaje á salvo. D e s p u é s del desastre de Trafalgar vino para E s p a ñ a un desastre aún mayor, que fué el abandono completo de los buques que quedaron en buen estado. E s creencia general, m u y equivocada por cierto, que en el combate naval de 1805 sucumbió toda n u e s t r a Marina militar. Fácil es demostrar lo contrario. A n t e s del combato se componía n u e s t r a Marina militar de 64 navios, 42 fragatas, 15 u r c a s , nueve corbetas, 41 bergantines y 52 buques menores. E n el combate tomaron parte 15 navios nada más (1). E n el estado general de (1) De eatoa 15 navios sólo se perdieron loa Trinidad, Rayo, San IIdefoMso, San Agustín, N'^piuno, Monarca, Baliama, Asis y Argonauta Total, nueve.