1 Dos veces transgresoras* Marta Vasallo El análisis de la participación de las mujeres en la militancia de los años 70, y específicamente de su participación en las organizaciones políticomilitares, ocupa un espacio muy reducido en la ya abundante producción referida a esa época. Los materiales existentes son mayormente testimoniales (1). Los estudios que trascienden el nivel de la denuncia y el testimonio, omiten toda referencia a la especificidad de la condición femenina . No hay en Argentina nada que se parezca a un proceso como el vivido por ejemplo por las Dignas, de El Salvador (Asociación de Mujeres por la Dignidad y la Vida), mujeres procedentes del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional que después de los llamados Acuerdos de Paz en 1992 se organizaron en tareas civiles y sociales, y desde su asumida condición de feministas evaluaron su participación en la guerrilla. Por una parte reconocen la persistencia del machismo en la asignación de tareas de las mujeres que funcionaron como “apoyo” de los insurgentes, fundamentalmente como cuidadoras; dentro de la estructura militar, especialmente en la dificultad de las mujeres, cualesquiera fueran sus méritos, en obtener rangos altos; la anticoncepción era responsabilidad exclusiva de las mujeres; las militantes que parían debían dejar sus hijos al cuidado de otras mujeres, familiares o no, pero fuera del escenario del enfrentamiento armado, y había nula comprensión del dolor y los conflictos que eso significaba para ellas. El haber dejado a sus hijos al cuidado de otras se convirtió en un factor de rechazo familiar y social cuando regresaron a la vida civil, rechazo protagonizado por los mismos que celebraban el heroísmo de los varones revolucionarios, padres de esos mismos niños. Esta descripción de las peripecias de la participación femenina en la guerrilla tiene muchos rasgos en común con lo que ha trascendido de las mujeres que participaron o participan de situaciones análogas en otros países de América Central, en Colombia, Perú, o Bolivia. Pero junto a estas constataciones está la admisión de que la militancia cambió drásticamente la percepción que esas mujeres tenían de sus propias capacidades, sus roles y su vida. En muchos casos esos cambios fueron transitorios y coyunturales: duraron mientras duró la actividad guerrillera. Muchas ex militantes se acomodaron a los roles más tradicionales posibles como condición para volver a ser aceptadas en sus comunidades. En otros, como el de las militantes de Dignas, se transformó en un replanteo de su situación en la sociedad a futuro, y en una evaluación de su pasado militante que no es complaciente, pero que reconoce en aquella experiencia la raíz de su evolución posterior. *Versión ampliada, inédita, de lo que originalmente fue la ponencia “Militancia y transgresión”, leída en las Jornadas de reflexión Historia, género y política en los 70, 10,11 y 12 de agosto de 2006, organizadas por el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; publicada en Andrea Andújar y otros (comp.) De minifaldas, militancias y revoluciones, Buenos Aires, Ed. Luxemburg, 2009. 2 Feministas vs militantes Trato de interpretar la diferencia con Argentina: el feminismo y el movimiento de mujeres cobró en el país cierta fuerza y se hizo visible a partir de 1984, en una década caracterizada por la valorización de la democracia institucional, una valorización marcada por el sello alfonsinista. La teoría de los dos demonios no era el mejor marco para volverse a los años 70, confundidos en la noche de un horror único. Simplificando, las principales vertientes del feminismo en Argentina en su desarrollo de los últimos 25 años están representadas por las denominadas “autónomas” y las denominadas “institucionales”, corrientes opuestas que confluyen por muy diferentes razones en el rechazo de ese pasado. Las autónomas, de posiciones radicales, lideraron en los años 90 la oposición a un funcionariado feminista incorporado a grandes entidades internacionales, desde la ONU, o la OEA, al Banco Mundial; oposición que extendieron prácticamente a todas las ONGs; en su repudio a las prácticas conocidas de la política patriarcal englobaron a todos los sectores políticos y sus metodologías, incluidas las de las organizaciones políticomilitares de los 70. Las “institucionales”, que partieron de las estructuras de la Unión Cívica Radical, se implantaron en las estructuras de una democracia representativa fundada en el repudio del pasado reciente, fuera golpista o insurgente, con una inspiración fuertemente antiperonista. En cuanto al peronismo, su relación con la militancia femenina está marcado por la proverbial ambigüedad de la figura de Eva Perón. Su culto, por momentos idolátrico, pudo servir como fuente de promoción social de la mujer – el sufragio femenino, la participación política, la inserción en el mundo laboral y sus derechos - o como una manera de consagrar la unicidad, el carácter irrepetible de Eva Duarte, salteando por consiguiente el protagonismo de las mujeres. Se ha señalado cómo ese culto impidió un análisis del fenómeno de la participación crucial de las mujeres trabajadoras en la formación del movimiento peronista, e impidió la transmisión más sostenida de esa experiencia en el desarrollo ulterior del peronismo (2). Convocadas desde su condición de esposas y madres, antes a la participación en las Unidades Básicas y a la lealtad al presidente Perón que a la autonomía económica y al mundo laboral y profesional, las mujeres se vieron social y políticamente promovidas. Por otra parte, la misma Eva Perón que exaltaba el hogar no presentaba ella misma un modelo de vida hogareña. Había salido de su casa materna a los 15 años y había peleado un lugar como actriz antes de ser la mujer de Perón y de casarse con él. Su figura fue siempre resistida desde instituciones como la Iglesia y las Fuerzas Armadas, y todo el antiperonismo, desde la izquierda a la oligarquía, la calificó sistemáticamente de prostituta. Cabe preguntarse: ¿Qué escuchaban las obreras, las empleadas domésticas, las amas de casa de hogares proletarios, en los discursos de Eva Perón? ¿El mensaje literal, o el aliento de la mujer osada, que sin mayor consideración por la opinión ajena perseguía sus propios objetivos en un mundo hostil? Marta Zabaleta, en una tesis doctoral donde argumenta contra la noción del conservadurismo de las mujeres latinoamericanas, que estaría ilustrado en su adhesión al peronismo, ha desarrollado el proceso de adhesión e identificación de las amas de casa de las clases bajas, de las empleadas domésticas y de las obreras a la voz de Evita, que escuchaban por radio en sus 3 discursos, y que era la misma voz que las había cautivado pocos años antes en las radionovelas que escuchaban desde sus hogares y trabajos. “Para la mayor parte de esas mujeres [amas de casas pobres, empleadas domésticas] Eva Duarte había entrado en sus vidas como una voz”(3). En los años 80, a través de la denominada renovación, el peronismo, derrotado en las elecciones, para competir dentro de las pautas de una democracia liberal que nunca había cultivado, se plegó tardíamente al aprendizaje de las prácticas de organización política propias del partido que siempre se había negado a ser dada su condición de movimiento. La revista Unidos es una muestra del repudio de la renovación peronista a la opción de la lucha armada asumida por sectores peronistas en la década anterior por una parte, y por otra de su resolución de ignorar la cuestión femenina en su autocrítica del pasado. Un grupo de mujeres que saco la publicación Unidas en 1987 tuvo que hacerlo aparte, y la iniciativa duró muy poco (tres números). Hay que destacar también que si bien en el feminismo hay muchas mujeres que tuvieron militancia política en aquellos años, esas dos etapas de sus vidas quedaron separadas, no ha habido un intento, al menos explícito, de vincular sus móviles para una y otra militancia. Las expresiones que se han hecho oír son de repudio a ese pasado. En las que no se plegaron a ese repudio explícito de algún modo entraron en conflicto su lealtad a su pasado militante con la lealtad a las agrupaciones feministas. Por otra parte, una cantidad de mujeres que militaron conservaron la misma negativa a la consideración de una especificidad de la lucha femenina que sostenían durante su militancia. Los Frentes de mujeres de las organizaciones armadas Volviendo a los 70, revisten interés en este sentido los escasos testimonios y estudios sobre los frentes de masas dedicados a las mujeres militantes: en el caso de Montoneros, la Agrupación Evita, el frente que la organización opuso a la Rama femenina del PJ; en el caso del ERP el Frente de Mujeres. Ambos frentes nacieron en el curso de 1973. El testimonio de Susana Sanz, responsable de la Agrupación Evita en la zona de Cuyo, da a entender que esa agrupación llegó a significar para las mujeres que participaban en ella una experiencia que desbordaba ampliamente los objetivos políticos que se propusieron sus organizadores (4). Una conclusión coincidente cabe extraer de la mención a la Agrupación Evita en el artículo de Karin Grammatico “Las mujeres políticas y las feministas en los tempranos 70: ¿Un diálogo imposible?” (5) y en “La Agrupación Evita. Apuntes de una experiencia política de mujeres” (6). Pablo Pozzi dedica a la política del PRT-ERP hacia las mujeres uno de los capítulos de su libro El PRT-ERP.La guerrilla marxista (7). Ninguna de estas dos iniciativas de formación de frentes de mujeres guarda relación con una conciencia feminista. Ninguno de estos frentes planteó cuestiones específicas a las vidas de las mujeres como la anticoncepción, el aborto, la violencia conyugal, la violación. La Agrupación Evita, el último de los frentes de masas de la Tendencia Revolucionaria del peronismo, se inscribe, lo mismo que la Rama femenina del PJ en ese momento encabezada por Silvana Roth, en el legado del Partido Peronista femenino fundado por Eva Duarte de Perón en 1947. La Agrupación Evita tenía la misma estructura de las JP regionales, y fue una forma de militancia territorial dirigida a las mujeres en los 4 barrios, que no difería de la tradicional interpelación peronista a las mujeres como amas de casa, madres y secundariamente como trabajadoras. Sin embargo, su sola constitución llevó a las mujeres a revalorizarse en sus relaciones con los varones, y a algunas jóvenes militantes a transformar su despecho por verse destinadas a un frente “menor” en una nueva conciencia de posible solidaridad con otras mujeres y de necesidad de cambiar su común condición de subordinación. En cuanto al PRT-ERP, su objetivo está enunciado en el Boletín Interno nº 41, del 27 de abril de 1973: “Se analizó la necesidad e importancia de un buen trabajo político entre las mujeres, no solo por la incorporación de compañeras en sí sino fundamentalmente por la influencia que tiene la mujer en la familia…” Transcurrido un año sin que se hubiera formado ese Frente, el boletín nº 57 explica el lanzamiento del Frente, además de por el incremento en el número de mujeres que se incorporan a la organización, por lo siguiente: “Nos encontramos con compañeros que tienen capacidad y responsabilidad para convertirse en cuadros profesionales, esto se ve dificultado por los problemas que surgen con sus compañeras(…) No podemos adoptar como línea de masas la separación y por consiguiente la destrucción de la familia, sino por el contrario debemos darnos una política que gane a la familia, en especial a las compañeras…” Tres meses después, un documento correspondiente a la segunda reunión anual de ese Frente ha abandonado toda referencia a la familia y se plantea una estrategia de incorporación de las mujeres, sus sugerencias, necesidades y preocupaciones, al PRT-ERP. De diversos testimonios se desprende también que independientemente de lo que sucediera en los frentes de masas, en las denominadas “casas operativas” de las organizaciones político-militares se practicaba una distribución igualitaria de tareas ajena a la división sexual del trabajo. Un conocido documento del ERP, que se remonta a 1972, “Moral y proletarización”, aborda la cuestión de la moral revolucionaria, la del “hombre nuevo”. Allí la denominada “revolución sexual” es repudiada como una expresión de la moral burguesa tradicional, que deja intactos “la cosificación de las relaciones humanas y la subordinación de la mujer”. Se establece como uno de los principios de una organización revolucionaria la igualdad entre los sexos, la lucha contra el individualismo en la pareja y en la educación de los hijos, se rechaza la idea de que los militantes debieran abstenerse de tener hijos, se establece la obligación de compartir las tareas domésticas y la crianza, la necesidad de apoyar a las mujeres en sus etapas de embarazo y lactancia, se califican como “tabúes” burgueses valores como la virginidad, o la fidelidad. No hay ni en las declaraciones ni en la práctica indicios de cómo lograr esos objetivos dada la cultura vigente, e inexorablemente se abría una gran brecha entre las declaraciones y los hechos. Los testimonios y estudios coinciden en que los prejuicios sexistas eran más rígidos en los miembros de las organizaciones procedentes de clases bajas, lo que dificultaba la incorporación de mujeres de esos sectores, donde los varones son hostiles a la participación política de las mujeres de sus familias. Al ser la mayoría de las mujeres militantes procedentes de sectores medos, eso alimentaba en el seno de las organizaciones las suspicacias entre miembros de distintos sectores sociales y sus prácticas de vida. Pozzi apunta entre las causas de una resistencia a dar lugar a la problemática específica de las mujeres la prioridad dada en la organización a asegurarse la aprobación de 5 los militantes varones, y su práctica de proletarización, que favorecía la asimilación a la vida cotidiana de los proletarios para no desentonar con ella, entre otras cosas por razones de seguridad, para no ser señalados como “raros” en los barrios. De paso, se confundía con una idealización del proletario en virtud de la cual, salvo en la generación de una conciencia de clase que vendría de las vanguardias, su mentalidad y hábitos se convertían en modelo. Militar en pareja Una característica de la militancia argentina de los 70 fue la militancia en pareja. En ese punto se diferenció de las características de los orígenes del foquismo guevarista tal como las describe Gabriel Rot en su estudio sobre Jorge Masetti y el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP): “Sosteniéndose en una concepción machista y biologista del guerrillero las capacidades físicas constituirán la plataforma por la cual un aspirante se promovía a combatiente. Esta suerte de darwinismo revolucionario característico de las guerrillas sesentistas descartaba desde el inicio o dejaba en el camino a todos aquellos que por cuestiones físicas no garantizaban sostener el sacrificio que demandaba la vida selvática y de monte. Consecuentemente, desde esta perspectiva no había mujeres ni entre los combatientes ni entre los aspirantes...”. En los excepcionales casos en que una mujer era incorporada a una columna guerrillera estaba prohibido el acceso sexual a ella. En cuanto a las relaciones homosexuales dentro del grupo, se castigaban con la pena de muerte (8). En cambio la militancia de los años 70, incluida la de las organizaciones político-militares, se caracterizó por una proporción de mujeres entre sus participantes, que cabe calcular en un 30 a 35 %. Relativamente alta respecto de la participación política femenina en la política institucional, con excepción del Congreso del segundo mandato de Perón, interrumpido por el golpe del 55, donde había un 33% de legisladoras. Esta participación de las mujeres tiene que haber influido en la politización de lo privado que caracterizó también a esa generación. Es indudable que de manera tácita o explícita la pareja constituida por varón y mujer era en la concepción militante una “célula básica” de afecto y acción. La pareja cuyos dos miembros militaban era idealizada y promovida; los constantes casos de relaciones paralelas, de rupturas donde el compañero o compañera era sustituido por otra/o, militante o no, eran evaluados según el rango del militante “desviado” o según el criterio de su “responsable” como inaceptable y objeto de sanciones, o comprensible, o a componer... En el Código de Justicia penal revolucionario de Montoneros de octubre de 1975, el Artículo 16, Deslealtad, dice: “Incurren en este delito quienes tengan relaciones sexuales fuera d ela pareja constituida, son responsables los dos términos de esa relación aun cuando uno solo de ellos tenga pareja constituida” (9). En esa vida no aprendida ni en la familia, ni en la escuela, ni en la iglesia, la sexualidad se ejercía de acuerdo con otras normas: militantes de distinto sexo podían pasar la noche en albergues transitorios o en el mismo departamento para ir a volantear temprano a las fábricas, aparentando ser parejas que no eran sin tener ningún contacto; o bien entablar relaciones fuera de los marcos convencionales del noviazgo y el matrimonio: el término “novio/a” prácticamente había desaparecido del vocabulario de los militantes, lo mismo que los de marido/esposa, sustituidos por el de compañero/compañera, con su connotación de un doble vínculo: el afectivo y sexual y el de la 6 coincidencia política. El predominio de la pareja militante implicaba la aceptación de la norma heterosexual, y un exigente compromiso sexual, afectivo y político, no compatible con relaciones pasajeras o simultáneas. Las exigencias de la clandestinidad actuaron más coactivamente que las opciones personales conforme las condiciones de la militancia se hacían más duras. La maternidad “El punto máximo de conflicto para la condición femenina creo que es el tema de los hijos”, confía una de las militantes entrevistadas por Marta Diana. Otra: “El terror tanto mío como de otras militantes era qué pasaba con los hijos si nos agarraban. Ya fuera porque nos mataran o nos chantajearan amenazándolos. Pensar que pudieran torturarla [a su hija entonces de 7 años] me carcomía el cerebro y el corazón...”. Hay una reflexión abarcadora: “Para todas se trataba de un hermoso desafío: ser mujeres diferentes...” (10). En la investigación sobre el operativo de Monte Chingolo realizada por Gustavo Plis Sterenberg hay un capítulo dedicado a Silvia Gatto, de 24 años, “la teniente Inés” a partir de su incorporación al Estado Mayor Central del ERP. Su compañero Arturo Vivanco, que estaba preso cuando ella murió en el operativo de Monte Chingolo, dice que “Era un poco esquemática, dogmática como eran las mujeres, totalmente entregada a la causa. Aguantó la tortura sin hablar [en la época de Lanusse]... Estaba siempre con los dos chicos [María y Segundo] colgando, y buscando casa, y haciendo un montón de cosas que en general eran responsabilidades que los compañeros (la mayoría de los cuales eran varones) no tenían...Lo que aparece muy claro en sus cartas es el conflicto ese, la lucha permanente entre su rol de madre y su rol de militante revolucionaria...” En efecto, se transcriben algunas de esas cartas, desgarradoras, enviadas a Vivanco preso: “Me gustaría conocer a mis hijos más y poder también estar unos añitos con ellos (...) Ellos son lo que más quiero en la vida, junto con vos... Yo quisiera recordarte, tal vez con demasiada insistencia, que quiero que siempre te preocupes mucho por ellos. Y quizá más, mucho más, si algún día yo llegue a faltar (...) Me alegro de tener estos dos hijos contigo y me alegro de tu sonrisa (...) Los niños sufren muchas cosas. La principal no me tienen casi nunca. Por otro lado temo por ellos y cuando puedo trato de entregarles el mayor sentimiento que puedo...Me preocupa cuál será su destino si yo no estoy (...) Hoy soñé que me iba a morir dentro de tres años. No pude hilar por qué pude haber soñado algo tan absurdo. Ojalá durare tanto (...) Yo a mis hijos realmente los quiero con toda mi alma. Lo único que deseo es que estén juntitos y que se los críe bien. Sin egoísmos...” (11). Por diferentes, estas mujeres lo fueron también en la maternidad. Fueron madres inéditas que concibieron y parieron hijos en situaciones de extremo riesgo, dieron vida habiendo ya expuesto la propia; tanto el mencionado documento del ERP, como la iniciativa de “La casita de caramelo” establecida por Montoneros en La Habana para los hijos de los militantes que se involucraron en las dos “contraofensivas” (12), presentan el ideal de una maternidad y paternidad socializadas: los hijos de cada militante son los hijos del conjunto de la militancia. Un ideal que aparte de lo arduo de su cumplimiento en una sociedad con parámetros familiares posesivos, se cumplió parcialmente mientras las organizaciones duraron, y perdió todo sentido en el proceso de su exterminio. En todo caso, no alcanzó para tranquilizar a las madres militantes, como muestran las cartas de “la teniente Inés”, y tantos 7 testimonios de mujeres obsesionadas por la suerte de sus pequeños hijos. Esos hijos representaban el futuro transformado, también la vida por delegación, dado que los militantes presentían su muerte cercana. . Feministas contra la lucha armada Cabe decir que desde el feminismo la argumentación preponderante respecto de las mujeres involucradas en la política de las organizaciones político-militares ha sido la de que esas mujeres asumieron parámetros masculinos de heroicidad y de ejercicio del poder. Voy a referirme a dos ejemplos de ese planteo, muy diferentes entre sí. El primero lo ofrece un artículo de Diamela Eltit (13), donde la escritora chilena analiza dos libros publicados en Chile en 1993, esto es, bajo el gobierno de la Concertación de Patricio Aylwin. Son relatos autobiográficos de dos ex militantes de izquierda, El infierno, (Planeta, 1993) de Luz Arce, militante del área paramilitar del Partido Socialista, y Mi verdad (ATG 1993) de Marcia Merino, militante del MIR. Las dos fueron capturadas por los servicios de inteligencia militar en 1974, y luego de ser sometidas a tortura pasaron a colaborar con sus captores hasta alcanzar el grado militar de oficiales en los servicios que las capturaron. Hasta poco antes de la publicación de sus autobiografías, 1990 y 1992 respectivamente, habían seguido vinculadas con el mundo militar. Eltit interpreta la opción militante de ambas mujeres como expresión de su afán de acercarse al poder (masculino) para lo cual se esforzaron en cultivar “méritos andróginos”. Ese poder político al que habían accedido se disuelve en virtud del golpe militar de 1973; una vez atrapadas en la DINA, hacen los aprendizajes necesarios para ingresar en un nuevo ámbito de poder, donde también se enorgullecen de destacarse en un ámbito masculino, aun cuando una de las condiciones para lograrlo es convertirse en amantes de oficiales de alto rango, volviendo en ese punto a la más arcaica de las estrategias femeninas de supervivencia. La caída institucional de Manuel Contreras las hace tambalear nuevamente, y Eltit interpreta que la publicación de los libros con el aval de la Iglesia católica y de organismos de derechos humanos, en pleno gobierno de la Concertación, cuando se aplica la política de la reconciliación, es un renovado intento por parte de las autoras de congraciarse con el poder. Eltit niega la pertinencia de la calificación de “traidoras” que se autoadjudican las autoras. Según ella el centro de sus dramas no es la traición política, sino que ese concepto “encubre la relación conflictiva [de Arce y Merino] con su identidad femenina, su fascinación por los espacios tradicionalmente masculinos y la avidez competitiva por la ubicuidad social en esos espacios...” Es por lo menos discutible la igualación operada por Eltit entre optar por la lucha armada, someterse a la coacción de los oficiales de inteligencia, luego instalarse en una sociedad civil que apela a la reconciliación, un eufemismo por impunidad. Está implicando que priorizar lo publico y colectivo frente a lo íntimo e individual (un rasgo definitorio de la militancia de los 70), encontrar razones para vivir que trasciendan la supervivencia biológica, son gestos exclusivamente masculinos. Evoca la lógica freudiana que atribuye a “la envidia del pene”, o a su sublimación, toda conducta de las mujeres que ignore o contraríe los roles socialmente asignados, conductas que corresponden a una amplia gama que iría desde el ejercicio de una actividad 8 intelectual, a la opción por el lesbianismo o la participación en la militancia feminista. Implica una esencia femenina “traicionada” por la mujer que busca poder político, con mayor razón cuando lo busca a través del terreno de las armas, exclusivo de la agresividad y heroísmo varonil. Esa mujer desobedece el mandato oscuro que le ordena que no puede derramar la sangre, sólo aceptar que se le derrame: “Lo que es valorizado en el hombre es que puede hacer correr su sangre, arriesgar su vida, tomar la de otros, por decisión de su libre arbitrio; la mujer ve correr su sangre y da la vida (y a veces muere al darla) sin necesariamente quererlo ni poder impedirlo...”, escribe Françoise Heritier (14). “Solo arriesgando la vida se accede a la libertad”, había escrito Hegel (15), y en su sistema de pensamiento esa asunción de riesgo, y la consiguiente libertad, es varonil. En lugar de ver en la relación de amantes con los jefes enemigos una variante del afán de poder que se regeneraría incesantemente, en distintas circunstancias y según los ámbitos, cabe leerla como la expresión máxima de la derrota política, el regreso en plena modernidad a la condición arcaica de la cautiva que pertenece al vencedor. Lo que corroboraría la hipótesis de la antropóloga Rita Segato, según la cual las mujeres estamos inscriptas simultáneamente en dos sistemas, uno arcaico y otro moderno; uno sexual y otro de ciudadanía; uno implícito, de subalternidad, de vínculos jerárquicos; y otro explícito, de contratos entre pares que se alían y compiten (16). “Andróginas”, “prófugas de sus propios cuerpos”, “doble travestido del Che Guevara”, “masculinidad fallida”, son los conceptos con que Eltit reduce el escalofriante proceso vivido por las dos jóvenes chilenas al afán de renegar de su femineidad a favor de valores y ventajas masculinas, aun cuando conceda que tuvieron que “antagonizar con el discurso tradicional latino”. En una entrevista ulterior, Eltit explicita que los casos de Arce y Merino son “ejemplares” para renegar de la posibilidad de que las mujeres actúen en esferas militares (17). ¿Cabe extender a toda actividad armada por parte de mujeres, las conclusiones que deriva Eltit de esos dos casos específicos? . Otra versión, muy diferente, del rechazo a la lucha armada se encuentra en el colectivo boliviano Mujeres creando, que adscriben al feminismo autónomo, y tienen un carácter anarquista. Su valorización de lo inmediato, del placer, el recelo ante la militarización en cualquiera de sus formas, ante la noción de vanguardia, y ante toda forma de representación o delegación política, son parámetros de cierta contracultura contemporánea, que afloró claramente en las asambleas del 2002 en Argentina, y que se opone a los presupuestos de la militancia de los 70: “¿Será imperdonable hablar del cuerpo y del placer en un país de hambre, autoritarismo y violencia como es hoy el rostro de Bolivia?...El hambre de nosotras mismas que tenemos guardada las mujeres es una lucha más ancestral que la misma lucha por la tierra...más ancestral y más adversa que la lucha por la soberanía o la coca...La concepción de la política donde el cuerpo de una mujer, de un joven o de un niño es solamente sangre derramada no es nuestra opción. La concepción de la política donde el cuerpo de un hombre sólo entra en la dimensión del héroe, del enemigo o del caudillo no es nuestra opción. Recuperar nuestro cuerpo en toda la extensión de nuestra piel, de su sensualidad, de su sentido frágil, del valor del instante, del valor del hoy no del mañana, es un proceso subversivo y revolucionario que solamente las mujeres hemos iniciado y para el cual no necesitamos permiso político ni legitimación ninguna” Bajo la consigna “No vamos a demoler la casa del amo con las herramientas del amo” refieren su 9 contacto con miembros del Ejército guerrillero Tupaq Katari: “...Iniciamos un proceso de solidaridad con el conjunto de mujeres presas por alzamiento armado, que fueron torturadas y estaban recluidas en la Cárcel de Obrajes. Esta solidaridad devino en visitarlas y conocerlas personalmente. A partir de allí les propusimos iniciar una discusión en visitas semanales, pues para nosotras era muy importante dejar en claro el porqué de nuestra solidaridad. Mientras desde la universidad estatal se los veía como héroes, para nosotras se trataba de víctimas de su propio heroicismo y caudillismo...Decidimos no visitar a los varones, aunque ellas nos lo pedían constantemente, por esa carga de heroicidad patriarcal que los rodeaba y que nosotras repudiábamos, por eso la solidaridad con ellos fue en la defensa de los derechos humanos. Las discusiones se fueron haciendo públicas, porque nuestro interés era trascender los muros de la cárcel para plantear que es sano para los movimientos sociales que aún viven de ese mito discutir este tema del vanguardismo armado. No estamos de acuerdo con la lucha armada y no la consideramos un instrumento de cambio social...”. No resuena aquí ninguna concepción esencialista que asimile a las mujeres con la paz y la paciencia, la impugnación de la lucha armada refleja un aprendizaje histórico, es vivida y sensual (18). Estas argumentaciones corresponden a la etapa anterior a la llegada a la presidencia del MAS boliviano con la figura de Evo Morales. La organización Mujeres creando siguió oponiéndose a este gobierno cuyo patriarcalismo asimila sin más al de los gobiernos anteriores. Las mujeres según la contrainsurgencia Un factor clave pero de difícil rastreo es la concepción de las mujeres, y específicamente de las mujeres militantes, en la doctrina de la contrainsurgencia. Uno de los rasgos es que no siempre es fácil distinguirla de un amplio sentido común, que funda los prejuicios sexistas en la sociedad. La Doctrina de la Seguridad Nacional en sus escasas menciones demoniza a las mujeres: en su “Radiografía del enemigo subversivo marxista” Osiris Villegas lo describe: “Personal joven de ambos sexos… de fanatismo exacerbado por la causa, que los impulsa a la temeridad sin escrúpulos ni inhibiciones; arteros y crueles en extremo, con desprecio total por la propia vida y la ajena. Con vigorosa tendencia hacia la impiedad, resaltando la perversidad más aguda en las mujeres. Cuando son habidos no titubean en eliminarse mediante el uso de agentes suicidas…” (19) Un joven discípulo de la Escuela de las Américas en Fort Gulick, de origen hispano, interrogado sobre los métodos de interrogatorio a las mujeres responde : “Nos hablan…que cuando una mujer era guerrillera era muy peligrosa (…) que eran extremadamente peligrosas. Siempre eran apasionadas y prostitutas, y buscaban hombres… y por esa razón estaban en la guerrilla, para tener hombres. Entonces lo mejor era ubicar a la persona que ella más quiera, su hombre o sus hijos, y pegarles, torturarles delante de ella. Que ése era muy buen método, daba siempre buenos resultados…” (20). En la retórica oficial del denominado Proceso de Reorganización Nacional, se reitera una exaltación de la familia tradicional – la misma que el Vaticano ha machacado en el último cuarto de siglo – perteneciente a un orden natural, por consiguiente incuestionable, donde la jefatura le corresponde al hombre de modo indiscutible, y donde la mujer cumple un rol subordinado y al 10 mismo tiempo crucial: nutre pero además transmite esos valores tradicionales, y por consiguiente es en la familia el agente por excelencia de la defensa contra la subversión, la guardiana del statu quo. Ningún otro rol que pueda desempeñar es comparable con su rol “natural” de madre. Simultáneamente la “subversión” es presentada como una fuerza de inspiración extranjera uno de cuyos objetivos primordiales es la destrucción de esa familia, y a través de ella de un ser argentino “natural”, ahistórico. Es de destacar la observación de la investigadora Marie Monique Robin (21) en el sentido de que la primera influencia sobre las Fuerzas Armadas argentinas en el terreno de la guerra contrainsurgente fue la denominada “escuela francesa”, esto es, la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria que Francia aplicó a sus colonias: Indochina y Argelia. Ahora bien, esa “escuela francesa” tiene según Robin dos fuentes: por una parte es “una herramienta práctica constituida por métodos de guerra contrarrevolucionaria que la batalla de Argel sirvió para poner a prueba; por otra, una doctrina, el nacionalcatolicismo, elaborada por Jean Ousset,[ pilar de la organización Ciudad Católica, después de haber colaborado estrechamente con Charles Maurras, fundador de la Acción Francesa] , que aporta una justificación teórica a las nuevas prácticas militares”. El padre Georges Grasset, que había representado a la Ciudad Católica en Argelia, en 1962 partiría a la Argentina donde desarrollaría la filial local de Ciudad Católica y dirigiría la revista El Verbo. La influencia de Grasset y su organización es directa en el general Juan Carlos Onganía, integrista católico, y en el gabinete con quien gobernó tras el golpe de Estado conocido como “Revolución argentina”, en 1966. En su discurso del 6 de agosto de 1964, como partícipe en la V Conferencia de los ejércitos americanos en West Point, Onganía fue el primer militar argentino en hacerse eco en público de la Doctrina de la Seguridad Nacional, al desestimar los métodos de las guerras convencionales y establecer como enemigo principal “la subversión castrista”. La escuela francesa entra en contacto directo con militares argentinos desde 1957. El general Martín Balza le dice a Robin que fue la escuela francesa donde los militares argentinos aprendieron la noción del “enemigo interior”. Según Balza la Doctrina de la Seguridad estadounidense vino a consolidar lo aprendido de los franceses. “La doctrina francesa prepara el terreno para una verdadera guerra santa”, escribe Robin. No es de extrañar entonces que el discurso oficial de la última dictadura militar tuviera una confluencia tan ostensible con la concepción de la familia y del rol de la mujer en ella sustentado por la jerarquía eclesiástica católica. Toda la misoginia de la ortodoxia católica, que concibe a la mujer como puerta del infierno, redimida por los dolores de la maternidad y la servidumbre, se aúna en la doctrina contrainsurgente con el odio al espíritu emancipatorio e igualitario de las revoluciones modernas, empezando por la Revolución Francesa. En su estudio sobre las mujeres en los discursos militares (22), Claudia Laudano apunta las contradicciones de esta retórica: las mujeres son ante todo madres y amas de casa, su trabajo remunerado implica “el abandono” de los hijos. Pero hay una exaltación del rol de las maestras, más como apóstoles que como trabajadoras: “Trabajen con la dedicación de una maestra, el amor de una madre y la fe de un apóstol”, las interpela el gobernador de la provincia de Buenos Aires general Ibérico Saint Jean. Hay instancias de incorporación de mujeres a las fuerzas policiales y militares, donde se les recuerda su rol de 11 generadoras de vida y el bien que sus actitudes maternales pueden operar en las instituciones. Laudano cita por ejemplo al almirante Massera al inaugurar en junio de 1977 la primera escuela naval para mujeres en Salta: “Cómo va a estar ausente la mujer si se trata de un nuevo nacimiento. La estamos llamando para que sean las madres de la República, le enseñen a caminar, a pensar, a sonreír…La nación nunca como en estos momentos necesitó estar tanto a favor de la vida…” El rol “natural” de madre y maestra es entonces profundamente politizado por la dictadura. Y en correspondencia, la principal forma de oposición, encarnada en la asociación Madres de Plaza de Mayo, utilizó el prejuicio sexista de la incapacidad política de las mujeres y el carácter natural de su rol para iniciar una forma novedosa de política, donde la maternidad, insignia del apoliticismo, se convertía en la única fuente posible de política. Por supuesto, no me refiero a una utilización consciente, es la evaluación que cabe hacer después de todo el tiempo transcurrido. Las circunstancias extremas generadas por la dictadura hacen estallar “la ilusión de la visión liberal de un espacio doméstico a salvo de las visicitudes de la sociedad civil…para revelar la presencia de lo político en lo privado”, ilusión ampliamente analizada en la teoría feminista, como bien señala Judith Filc (23). La prensa de la dictadura La derecha percibió tempranamente como amenaza a esas “mujeres diferentes”. En diciembre de 1976, la revista Somos salió a la calle con un título de tapa que decía: “Las guerrilleras. La cruenta historia de las mujeres en el terrorismo”. Sobre un gigantesco perfil de Evita la militante Norma Arrostito, miembro de uno de los grupos originarios de Montoneros, partícipe en el secuestro y muerte del general Aramburu, hacía la V de la victoria (24). Somos se hace eco de una de las incontables mentiras difundidas por las Fuerzas Armadas: el 2 de diciembre del 76 se adjudicaron la muerte de Norma Arrostito en Lomas de Zamora. Arrostito fue efectivamente capturada ese día, pero para ser llevada a la ESMA, donde sería asesinada en enero de 1978. La mujer fusilada en Lomas era otra detenida, con el mismo grupo sanguíneo de Arrostito. La “prensa seria” reprodujo ampliamente la falsa información, dando por muerta a Arrostito y ocultando el fusilamiento de la otra detenida. Esta nota es reveladora en la medida en que al reflejar el punto de vista de los represores confirma la hipótesis de que la militancia opositora, y por si fuera poco clandestina y armada, es doblemente transgresora por parte de las mujeres: transgresora del orden social vigente pero transgresora también de las pautas culturales impuestas a su condición de mujer. Y en la medida en que se nos aparece como el “espejo deformante” que revela la concepción de la mujer propia no solamente del Estado de terror implantado en 1976 sino que corresponde también a un amplio consenso social. Lleva como epígrafe la frase “Cherchez la femme” (Busquen a la mujer), explicada como que “todo acto humano, sublime o deleznable, está impulsado por la mujer”. Desde el primer momento, las acciones humanas son acciones de varón que se luce, mientras desde la sombra la mujer urde la trama que lo catapultará a la gloria o a la ruina. La nota aborda con sagacidad periodística una situación nueva: la participación relativamente alta de las mujeres en las organizaciones políticomilitares y su importancia dentro de ellas: “La mujer, en la guerrilla, juega un 12 papel tan importante como el hombre”, constata azorado el cronista. “Es una pieza fundamental de esta guerra...vale como ideóloga, como combatiente, se infiltra en todas partes, seduce, miente, deforma, consigue información, adoctrina, chequea, se defiende...” La presenta como una mujer muy joven, apenas salida de la adolescencia, que ingresa a la militancia convencida por algún compañero de trabajo o estudio. La realidad histórica indica que muchas jóvenes encontraron a sus parejas en los ámbitos militantes que ellas mismas habían elegido. Una vez dentro de la militancia, anota el cronista, quiere emular y aun superar al hombre. Es definida como “promiscua...mujer de muchos hombres”. El afán de emulación y la promiscuidad son condenados, significan que se trata de una mujer que sale de su rol, hasta el punto de no sólo aspirar a alguna forma de poder público (el objetivo de toda política) sino además de elegir la vía de las armas, terreno exclusivo de la agresividad y el heroísmo varonil. “El fanatismo, la irracionalidad, el impulso antes que la reflexión, el deseo de poder, el sentimiento de inferioridad frente al hombre, la convierten en una leona en el momento del enfrentamiento (...) Es peor que el hombre. Tan arrojada como él, más fanática, más peligrosa, más terminante. Para colmo, cuando aprende a manejar las armas las usa con la misma eficacia...”. En el número 38 de la misma revista, cuya nota de tapa está dedicada a la muerte de Juan Julio Roqué, único miembro de la conducción de Montoneros presente en ese momento en el país, se lee: “Del análisis hecho de las respuestas a especiales cuestionarios provistos a un grupo de detenidos se desprendió que las mujeres son más fanáticas que los hombres”. El objetivo del artículo de Somos es alertar sobre esta presencia de las mujeres, pero para lograrlo se ve obligado a señalar las capacidades habitualmente ignoradas, desperdiciadas o negadas en ellas: coraje, entrega, capacidad teórica, eficacia técnica. Uno de los recuadros que acompañan la nota central incursiona en el terreno de la psicopatología: “Biológicamente se ha demostrado que en toda la escala animal la hembra es pasiva y conservadora. Sólo es agresiva cuando se trata de defender a sus crías. La mujer no escapa a esa tendencia natural... Las mujeres que llegan a abandonar a sus hijos y sus hogares en aras de la ideología que sostiene el terrorismo son psicópatas cuya enfermedad es más fuerte que el instinto ancestral...” Este principio que tiene un alto grado de aceptación social, que cuenta incluso con fundamentaciones pseudocientìficas, niega la posibilidad de una maternidad vivida no como continuidad y conservación, sino coexistente con una voluntad de ruptura; donde los niños, nacidos o futuros, serán los habitantes de un mundo transformado, a quienes se espera y educa para ese cambio. Fueron los defensores de la sacralidad de la familia y la maternidad quienes negaron a las militantes la legitimidad de su condición de madres. Era un cliché la acusación de “malas madres” a las militantes, pero quienes separaron a los niños de esas madres, fueron sus enemigos políticos, los más tenaces cultores del carácter “natural” de la familia tradicional y del instinto materno. En la mencionada nota de tapa del número 38, un Recuadro alude a la supuesta historia de una guerrillera que decide huir del país y deja a su hijo en manos de compañeros de militancia: “La madre es símbolo de sacrifico en aras de aquellos a los que ha dado vida y debe proteger no solo a costa de la suya sino viviendo para ese ser que tanto la necesita desde su infancia hasta su vejez. Pero para la terrorista que nos ocupa ningún principio de nuestra 13 sociedad tenía sentido”. En el número 79, del 24 de marzo de 1978, hay una columna con la volanta “Subversión”, y el título “Los herederos del odio”: en un enésimo ejemplo de falseamiento de los hechos, informa que se están encontrando en la vía pública niños abandonados, bien vestidos, que no son hijos de indigentes sino de subversivos que los abandonan al huir. Como ejemplo, menciona los tres hijos abandonados de una supuesta guerrillera, pero también casos de militantes (un hombre y una mujer) que se suicidaron ante sus hijos. La explicación de esta conducta estaría en cartas halladas en operaciones antisubversivas; en una de ellas una madre le escribe a su hijo: “No importa tanto lo que llaman ‘lazo de sangre’, es más importante derrotar a la sociedad en que ahora vivimos…” Entonces los militantes ilustrarían su idea de que la prioridad de sus vidas fuera la militancia dejando a sus hijos pequeños abandonados en la calle. En la actualidad es fácil reconstruir la perversidad extrema de estas falsas informaciones: eran miembros de las fuerzas de seguridad los que esperaban que las cautivas parieran en los centros clandestinos, las asesinaban y entregaban a los recién nacidos a los miembros de las mismas fuerzas (eran lo que creían que los niños debían ser convenientemente educados en el anticomunismo), o a entidades públicas que los dieran en adopción. En cuanto a los suicidios de militantes, fue una decisión adoptada orgánicamente por la organización Montoneros con el fin de evitar caer vivos en manos del enemigo, conducta que el discurso tergiversador de las fuerzas represivas asimiló al afán de muerte y odio a la vida, y en relación con los hijos, a su abandono. Uno de los casos mencionados es el de los militantes montoneros Juan Alejandro Barry y Susana Mata; esta última se habría suicidado ante su hija Alejandrina con una pastilla de cianuro antes de ser capturada. Las publicaciones de Editorial Atlántida Somos, Gente y Para ti habían “coincidido” entre el 30 de diciembre de 1977 y el 16 de enero de 1978 en mostrar fotos de la pequeña Alejandrina – a quien llaman Alejandra – “abandonada” por sus padres: “Los hijos del terror”, titula Somos en su último número de 1977, destinado a fotos del año que termina, entre las que destaca la rubia hija de guerrilleros abatidos en las cercanías de Montevideo.“Alejandra está sola”, titula su nota Gente, “con apellidos de prontuario”, los de “esos padres que dejaron de ser padres para fabricar huérfanos”. “A ellos no les importaba Alejandra”, titula Para ti. “Alejandra es huérfana. Sus padres decidieron que lo fuera…Querer morir no es sólo cobardía. También es desamor…” Y desliza una falacia constante en la prensa plegada a la dictadura: “No pudo serles desconocido el hecho de que otros subversivos salvaron su vida rectificando el camino y entregándose a las autoridades…”Quienes dejaron huérfana a Alejandrina proyectan la crueldad en los “desnaturalizados” padres militantes. Por lo demás, ni siquiera se cuidan de congruencia en la información: en una de las versiones el padre de Alejandrina murió en un enfrentamiento, en otra, en la casa del balneario donde se suicidó su mujer. Alejandrina Barry Mata, hoy profesional y militante, se encargó de explicar que fue retenida por las fuerzas militares de Uruguay para llevar a cabo la operación de prensa, y después devuelta a sus familiares que contrariamente a lo informado por esta revistas la reclamaron de inmediato. La demonización de las mujeres militantes “peores que los hombres” se repite en un relato de Liliana Chiernajowsky que se remonta al año 1977, cuando estaba presa en Villa Devoto; el Jefe de Seguridad Galíndez dice: 14 “Preferiría que me mandaran a todos los jefes guerrilleros antes que lidiar con estas locas. Las mujeres son peores, cuando creen en algo lo llevan en las entrañas. Los tipos son más razonables” (25). La ambigüedad de la derecha: demonización y fascinación, estalla en uno de los episodios que se relatan en Ese infierno (26): “Munu” cuenta que el torturador denominado “Tigre Acosta”se desahogó: “¿No te das cuenta de que ustedes son las culpables de que nosotros no nos queramos ir a nuestras casas?... Con ustedes se puede hablar de cine, teatro, de cualquier tema, de política, saben criar hijos, tocar la guitarra, agarrar un arma. Saben hacer todo. Ustedes son las mujeres que nosotros creíamos que sólo existían en las novelas o en las películas, y esto ha destruido a nuestras familias, porque ahora qué hacemos con las mujeres que tenemos en nuestras casas...” . El sexo de la represión El ataque a la integridad sexual de los militantes capturados, fueran hombres o mujeres, fue una constante de la que empiezan a reunirse pruebas en la nueva etapa de juicios contra crímenes de lesa humanidad abierta a partir de 2004, aunque los datos existen desde el Nunca más, informe de la CONADEP en 1984, donde aparte del detalle de los tratos inhumanos sufridos por los secuestrados, leemos: “Seres (…) que no eran cosas, sin que conservaban atributos de la criatura humana: la sensibilidad para el tormento, la memoria, de su madre, de su hijo o de su mujer, la infinita vergüenza de su violación en público…”(27). Por parte de organismos de derechos humanos y de defensa de los derechos de las mujeres, se abre paso la iniciativa de lograr que las violaciones y otras formas de vejámenes sexuales sean reconocidas y condenadas sin ser subsumidas en otras formas de tortura. No siempre resulta fácil discernir una de otra, dado que en las sesiones de tortura hombres y mujeres eran picaneados en los genitales, las mujeres además en los senos. Las mujeres embarazadas fueron objeto de tortura al igual que las demás. Cabe concluir que hubo un particular ensañamiento en los casos en que las mujeres hubieran utilizado armas, o hubieran participado en ataques a miembros de cuerpos de seguridad. La última publicación de Rolo Diez (28) recoge el testimonio de una sobreviviente de El Campito, centro clandestino de detención en Campo de Mayo,: “A nadie torturaron tanto como a Magdalena [Nosiglia]. En el tiempo que estuve ahí, con ninguna persona se ensañaron tanto como lo hicieron con ella”. Diez interpreta: “Quizá fuera el odio institucional contra quien osó atentar contra uno de los suyos: Magdalena participó en el secuestro del contralmirante Alemán. Tal vez eso no se perdonaba en las fuerzas armadas. O podría ser una venganza más directa: esa guerrillera secuestrada… le sacó la pistola a un militar y trató de matarlo. Había que hacerle sufrir el mayor de los escarmientos. O no, probablemente todo era funcional y el horror correspondía a una valoración práctica de su importancia: Magdalena militaba en la secretaría de la dirección del PRT. Debía tener buena información. Había que hacer hablar a la muda…” . En efecto, Magdalena Nosiglia y su compañero Oscar Ciarlotti, militantes del PRT-ERP, habían participado en abril de 1973 en el secuestro del contraalmirante Francisco Alemán, tío de Ciarlotti, perteneciente al Servicio de Informaciones Navales, y acusado de ser uno de los responsables de la matanza de 16 guerrilleros en Trelew el 22 de agosto de 1972. Fue liberado a cambio de la 15 amnistía de todos los presos políticos al asumir el presidente Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973. Por otra parte, la misma testigo refiere que “Magdalena me contó que al llegar [al Campito] agarró desprevenido a un ‘mono’ , le manoteó la pistola y se la enchufó. Pero tenía puesto el seguro y no salió la bala…” . Las violaciones reiteradas cometidas contra mujeres y adolescentes, la extorsión extrema que pivoteó en la condición de madres o de gestantes de las cautivas, la negación de la condición de madres implícita en el hecho de asesinar a las mujeres una vez que habían parido en centros clandestinos, para sustraer a sus hijos modificando su identidad, fueron formas específicas de la tortura y la coacción hacia las mujeres. Las situaciones más delicadas y extremas quizás residan en los casos en que algunas cautivas aparecieron como “amantes” de sus torturadores. Relaciones que por lo general cesaron cuando cesó el cautiverio (y entre esas mujeres, las que sobrevivieron han dado y siguen dando ante los tribunales testimonios invalorables para condenar a esos torturadores), pero en contados casos se prolongaron. A partir de la interpretación de Diamela Eltit respecto de una supuesta traición a su condición femenina en el caso de dos militantes chilenas en esa situación, apuntamos que se trata de la más profunda manifestación de derrota, e ilustración del doble status femenino propuesto por la antropóloga Rita Segato. La cautiva que pertenece al vencedor corresponde a la más arcaica de las relaciones humanas, y está en la raíz de todas las formas históricas de la esclavitud. Una forma prevaleciente de ruptura Esta participación política de las mujeres debe insertarse en la época inmediatamente posterior a los cambios en la condición de la mujer producidos en Occidente en la década de los 60. La difusión de la píldora anticonceptiva, el ingreso masivo de las mujeres en las universidades, la influencia del mayo francés y de la contracultura estadounidense que acompañó al movimiento contra la guerra de Vietnam, los ecos de la irrupción del feminismo que se hizo sentir en los países desarrollados, son algunas de las marcas de época donde inscribir a una generación de jóvenes cuyas madres habían sido las primeras en ejercer el derecho al voto en el país. Las organizaciones de pertenencia de estas militantes no implementaron medios para garantizar la proclamada igualdad, porque la discriminación sexual no figuraba en su campo visual, y si figuraba era en el mejor de los casos como uno de los tantos aspectos “secundarios” de la vida que se resolverían solos una vez lograda la revolución. Ellas mismas compartían en muchos casos esa lógica, se resistieron a abordar su condición de mujeres como cuestión específica, o bien, conscientes de su discriminación, no tuvieron espacio para plantearla como cuestión política. Lo cual no impidió que sus vidas dramáticas, y en muchos casos vertiginosamente breves, operaran a un alto costo personal rupturas drásticas con la educación recibida y con los roles que la familia y la sociedad les asignaban. Hay quienes se han preguntado cómo ha repercutido esa experiencia en la ulterior evolución de la conciencia de las mujeres. Tal vez en lugar de concebir la militancia feminista ulterior como habilitada por la militancia mixta de los 70, cabría pensar aquella militancia femenina de los 70 como la forma 16 preponderante que cobró la ruptura femenina con los roles tradicionales, imponiéndose a otras posibilidades ya existentes - un criterio evolucionista democrático, la concienciación feminista, el pacifismo - pero que no podían cobrar fuerza por razones históricas, culturales y también coyunturales: Mientras la juventud de los países desarrollados se radicalizaba en movimientos contra la guerra y la productividad, contra las políticas coloniales o imperiales de las metrópolis que habitaban, y el feminismo impugnaba con radicalidad inédita los cimientos del orden patriarcal, Argentina asistía al golpe nacional-católico del general Juan Carlos Onganía, y sectores significativos de su juventud, decidían que sólo la violencia podía desalojar a un régimen proscriptivo, del que las formas de la democracia parlamentaria eran sólo una variante farsesca. Antes que parámetros originados en países centrales, predominaron como modelo en el imaginario juvenil los procesos de países como Argelia, Vietnam o Cuba, que rompían amarras con vínculos coloniales o imperiales. La ampliación ulterior de una conciencia feminista ya en germen en los 70 combina la nueva posibilidad que se les abría a ex militantes sobrevivientes que no habían podido plantear consecuentemente la cuestión de la discriminación sexista en el seno de sus respectivas organizaciones, con la reanudación del rechazo que ya parte del feminismo había protagonizado ante la coyuntura política, como lo muestra la crisis de la Unión Feminista Argentina (UFA) en agosto de 1972, a partir de los posicionamientos discrepantes ante el fusilamiento en la base Almirante Zar, en Trelew, de 16 presos políticos que habían intentado huir (29). Ni el carácter catastrófico de la derrota, ni los errores políticos que contribuyeron a ella, ni la dificultad para abordar la violencia política, ni la confusión entre feminismo y pacifismo, puede impedirnos incorporar a esas militantes a la historia de las resistencias y de la transgresión de las coacciones que pesaban sobre su condición de mujeres; a pesar de que en la dinámica de la época no se distinguieron de la conciencia anticolonial (y la ruptura con el colonialismo ofrece muchas analogías con la ruptura de la “colonización” femenina) ni de la sublevación contra la injusticia, entendida predominantemente en términos sociales y económicos. Notas: 1 Es el caso de Mujeres guerrilleras, de Marta Diana, Booket, Buenos Aires, 1996; de artículos publicados en lucha armada como “Moral y política en la praxis militante” de Ana Guglielmucci (Lucha armada, Año 2, numero 5, febmar-ab 2006) o “Vida cotidiana en la cárcel de Villa Devoto” de la misma autora (Lucha armada, Año 2, número 7 2006) 2 Norma Sanchíz y Susana Bianchi, 1987, “Eva Perón-Mujeres peronistas: Un análisis de las propuestas del peronismo a las mujeres”, en Unidos mujer. 3 Marta R. Zabaleta, 2000, Femenine Stereotypies and Roles in Theory and Practice in Argentina Before and After the First Lady Eva Peron, The Edwin Mellen Press, New York. 4 M.Caparrós y E. Anguita, 2006, La voluntad, Planeta, Buenos Aires, tomo 3. 5 En Historia, Género y Política en los 70,Feminaria Editora, UBA, Buenos Aires, 2005. 6 En Historias de luchas, resistencias y representaciones, Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán. 7 Buenos Aires, Imago Mundi, 2004. 17 8 Gabriel Rot, Los orígenes perdidos de la guerrilla argentina, El cielo por asalto, Buenos Aires, 2000. 9 Lucha armada, Año 3, número 8, 2007 10 Marta Diana, op. cit. 11 Gustavo Plis Sterenberg, Monte Chingolo, Buenos Aires, Planeta, 2003. 12 Véase Cristina Zuker, “La casita de caramelo”, en Lucha armada nº 3, juniojulio-agosto 2005. 13 Diamela Eltit, “Cuerpos nómades”, en Feminaria, Año XI, nº 17-18, nov. 1996. 14 F.Heritière, 1996, Masculin/Feminin, Odile Jacobs, Paris. 15 G.W.F.Hegel, Fenomenología del espíritu, Fondo de Cultura Económica, México, 1987. 16 Rita Segato, Las estructuras elementales de la violencia, Buenos Aires, Universidad de Quilmes/Prometeo, 2003. 17 Proyecto patrimonio, en Internet. 18 Mujeres creando, 2005, La virgen de los deseos, Tinta Limón, Buenos Aires. 19 Osiris Villegas, Temas para leer y meditar, Buenos Aires, 1993, edición de autor (el subrayado es mío). 20 En Eduardo L. Duhalde, El Estado terrorista argentino, Buenos Aires, Eudeba, 1999. 21 Marie Monique Robin, Escuadrones de la muerte. La escuela francesa, Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 22 Claudia Laudano, Las mujeres en los discursos militares, Ed. La Página, 1995. 23 Judith Filc, Entre el parentesco y la política, Buenos Aires, Biblos, 1987. 24 Somos, nº 12 , año 1, 10-12-1976. 25 Nosotras, presas políticas, Nueva América, Buenos Aires, 2006. 26 Munu Actis y otras, Ese infierno, Buenos Aires, Sudamericana, 2001. 27 Nunca más. Informe de CONADEP. Buenos Aires, Eudeba, 1985. 28 Rolo Diez, El mejor y el peor de los tiempos, Buenos Aires, Nuestra América, 2010. 29 Alejandra Vassallo, “Las mujeres dicen basta”, en Historia, género y política en los 70, op. cit. Marta Vassallo Buenos Aires, 2010.