CORREO DE LOS TEATROS Conmovedora y admirable,—que en quien esto escribe no es poco decir,—estuvo la Sra. María Rodríguez en la madre de El Hereu. Dijimos que por sus años y talentos realizaría bien este personaje, pero no sospechábamos cuánto vigor conserva en su edad, ni de sus talentos sabíamos el alto extremo que alcanzaban. Consumada actriz, dueña y señora de la escena y del público que la escucha conmovido, trágica en sus ademanes, si bien amanerada en la dicción, la Sra. Rodríguez nos hizo olvidar a otra actriz muy parecida a ella, a quien vimos hacer en desdichada comedia y mal teatro de Madrid, papel no muy airoso; de buen grado y con voces entusiastas, hicimos coro a los bravos unánimes que salían de todos los labios el domingo. Tal obra, como obra de efecto, es El Hereu, que hemos oído decir a un actor de los que dan hoy en España brillo a la antes desmayada escena, que doce como ella harían renacer en los pueblos españoles el antiguo ardoroso entusiasmo por los dramas. La Sra. Rodríguez nos presenta en toda su grandeza el asunto que, tratado ya por griegos y alemanes, dieron en poco notable forma literaria al teatro, dos talentos que harían bien en no hacer sociedad mercantil de los dones más independientes, nobles y bellos que a la creación deben los hombres. Sin querer nos acordamos de mostrador, baratijas y telas, cuando vemos en el teatro a estos autores en obras de antipática comandita. Descansen los poetas, y sepan los que lean, que su obra salió muy bien en el Nacional. Edad conveniente, ciencia artística y alta inspiración en la Rodríguez; calor e inteligencia en Baladía; buena voluntad en Galza; voz un tanto gangosa, pero acción natural y propia en Palomera, y no malos oficios de la Sra. Amat y el Sr. Estrada, son el resumen crítico de la representación del domingo por la tarde, que puso entusiasmo en los corazones de los concurrentes, y en los labios muy merecidas alabanzas. No entendemos que la crítica sea oficio de presuntuosos estirados, de apasionados amigos, ni de enemigos encubiertos; por eso gustamos de hacer gala de imparcialidad y buena fe, y no habrá de enojarse Baladía, que nos es simpático y tiene brío, condiciones y talento, si le decimos que le perjudican sus exageraciones de escuela, que a veces son tales, que quitan toda distinción y buen gusto a sus movimientos. En Baladía hay un actor: páguese más de satisfacerse a sí propio, que de lograr aplausos pasajeros con exageraciones poco reales. Y conste que este talentoso actor, como diría en castizo Sánchez Mármol, nos agrada verdaderamente. Ni en el Ramo de flores, obra repulsiva y falsa, en la que no nos gustó mucho la Sra. Rodríguez; ni en los Soldados de plomo, en que comenzamos a cobrar idea de su valer, ni en obra alguna de las que ha hecho, ha estado la actriz española a la altura que en la conmovedora obra del romántico Echevarría y el erudito y clásico Retés. *** Es cosa de enojarse con Retés y Echevarría, viendo cómo emplean, este su dicción florida, y aquel su concepción fecunda, en asuntos de mucho bulto, trillados y escabrosos, como el de la obra, bella en la versificación, falsa en lo histórico, y en la trama poco afortunada, que entre aplausos y lindos versos infatigables nos dio a conocer en la noche del domingo la compañía del Principal. No pensarán los actores como nosotros, porque algunos de ellos, los distinguidos de siempre, quedaron más lucidos que los dos poetas socios. Como abunda La Fornarina en situaciones de efecto, cosa que con razón a los actores gusta mucho, y en la que Echevarría y Retés sobresalen, tuvo Concha Padilla ocasión de conmover con el juvenil timbre de su voz, adecuado a su poética parte; y Guasp, como la joven actriz, motivo para desplegar sus facultades no comunes. Si necesitara Guasp disculpa por la buena manera con que entendió el débil Rafael de la obra española, diríamos en su descargo que estaba seriamente enfermo. Pero enfermo y todo, vistió con propiedad, declamó con ternura, accionó con nervio y gustó justamente en su parte. Han pintado los dramaturgo-mercaderes a la Fornarina, como idealísima doncella, de alma más blanca que la harina que sus humildes manos amasaban. No fue así en vida, aunque lo más cierto es que nadie sabe cómo fue; pero no cumplía a la actriz crear un personaje oscuro, sino interpretar fielmente el de la obra. Y este, tierno como el primer amor, sencillo como la aldea romana, cándido como la frente de la divinizada panadera, fue bellamente comprendido por Concha Padilla, que tuvo todos los movimientos de ternura, inflexiones de voz, candor—siempre en ella natural—y apasionado extravío necesarios para dar exacta idea de la convencional Fornarina de los poetas españoles. Gustó sobremanera Concha en la hermosa escena de la noche del segundo acto, por ella dicha con delicada y seductora pasión. Muy bien estuvo en esta escena, y en las difíciles y violentas de todo el tercer acto. No ha sentido aún nuestra actriz los embates fieros de la vida, ni ha visto a grandes actrices, ni ha corrido mundo, ni puede hacer más que suplir con la adivinación y el talento la carencia de enseñanza y de experiencia: pero todos convienen en que en Concha Padilla se reúnen las condiciones necesarias para hacer de ella lo que con más frecuencia que verdad se llama una eminente actriz. Loscos hizo el Chiggi ridículo que los autores le ordenaban; sin ser así el astuto, viejo y opulento Chiggi de la historia. No tuvo la obra éxito malo, porque tiene fáciles versos, buenas situaciones, y alguna escena notable, como la de amores que citamos y en la que Beppo, el padre de la doncella peregrina, recorre e intenta quemar los celestiales lienzos de Sanzio. Revista Universal, 1ro de agosto de 1876. [Mf. en CEM]