CORREO DE LOS TEATROS Concha Padilla tuvo un excelente beneficio. No es Redención más que una infortunada paráfrasis de La Dame aux camèliés de Dumas: apenas se reconoce en el arreglo la mano a la par delicada y atrevida de su notable autor. Tal es la paráfrasis, que ha quitado a la obra original sus más brillantes situaciones de efecto: sin embargo, nuestra joven actriz la realzó con arte y sin exageración; mereció ser llamada a la escena a la mitad del segundo acto, y ser de nuevo solicitada por muy vivos aplausos al final de la obra, en el que estuvo tan delicada y amorosa, a la par que sobria de recursos, como el papel y el buen gusto requerían. Y era cosa difícil, porque el papel no es de buen gusto. Es triunfo verdadero convertir aparentemente una fragante rosa de Borbón en flor de té deshojada y marchita. El Sr. Ángel Padilla fue recibido con cariñosas palmadas, que justificó luego por la propiedad y conciencia de que hizo gala en su corto y enérgico papel. Como siempre que se anuncia algo de Peón, había gran ansiedad por conocer su obra nueva. Esperanza no pudo ser sin embargo bien juzgada por el público. Guasp había sufrido durante el día un grave ataque cerebral, que pudo contener a tiempo la habilidad del médico poeta. Harto hizo con dar en algunos momentos verdadera vida a su parte. Concha Padilla dijo sus versos y embelleció sus escenas con su apasionado acento y ademán dramático de siempre; pero estos esfuerzos no pudieron dar al actor Alfonso, sobre todo, las condiciones de calor y de ternura que requieren los galanes y airosos caballeros de Peón. Faltó unidad en la manera de ejecutar la pieza. Nosotros conocíamos a Esperanza de antemano. Es una hermosa situación trágica, preparada con soltura, y expuesta y desenvuelta en bellos y cada vez más correctos versos. Suspende el ánimo, no con la pintura de caracteres apenas bosquejados, pero bien distintos; ni con los accidentes de la pasión, ligeramente analizados en la obra; sino con la rapidez, brillantez e inesperada sucesión de los efectos. Como Gil González, es un poético e imponente exabrupto de pasiones. Esperanza recibirá en una nueva representación—que sin duda ha de haberla—el galardón y muestras de estima que merece. Añadió belleza a la función Matilde Navarro, que cantó entre aplausos vivos la romanza de Jugar con fuego. Sedujo de nuevo con el timbre agradable y suave de su voz. El público quiere, y quiere con entusiasmo, a la joven actriz del Principal; no muy bien hallado con la pieza antifilosófica y descompuesta del poeta español Díaz, tuvo, sin embargo, para su actriz querida, esos aplausos nutridos, no obtenidos inmediatamente después del arrebato producido por el drama, que son, por su mismo aislamiento, la mayor prueba de cariño que da el público reconocido a sus actores. Hubo coronas y versos, y abundantes regalos. Fue uno de los poetas el leal Loscos, tan notable por su laboriosidad e inteligencia, como por su desusado espíritu de compañerismo. Enviamos felicitaciones a la beneficiada, con cuya inspiración y arte intuitivo gozará grandes días la escena mexicana. Revista Universal, 19 de octubre de 1876. [Mf. en CEM]