El Ciervo en la Fuente Era un hermoso día de primavera. El sol brillaba en lo alto del bosque. Los animales habían salido de sus escondites para jugar con sus amiguitos. Los pájaros revoloteaban de rama en rama. Las ardillas buscaban nueces entre las hojas secas. Una manada de ciervos descansaba al sol. En una fuente cercana dos ranas croaban sin parar. Uno de los ciervos se acercó a la fuente para beber y al verse reflejado en el agua se asustó. Volvió de nuevo a acercarse despacito. Asomó la cabeza. Luego el cuerpo. Y entonces pudo ver todo su cuerpo como en un espejo. - ¡Qué grande soy!. Mis cuernos han crecido mucho. Me dan fuerza. Soy elegante y hermoso. Pero, ¡oh! ¿Qué es eso? – se preguntó el ciervo mirando sus patas. No le gustaron nada. - Yo no puedo tener unas piernas así. Son feas y delgadas. Me hacen ridículo. ¡Tan hermosos cuernos y tan ridículas patas! – decía llorando el ciervo. En ese bosque vivía también un animal temido por todos. Era el perro salvaje. Era muy fiero y tenía unos dientes muy afilados. El ciervo estaba tan triste por lo de sus patas que no se dio cuenta de que el perro salvaje se acercaba. Todos los animales huyeron. Pero nuestro amigo seguía junto a la fuente. Muy despacito, el feroz animal se le acercó. Al oír un ruido, el ciervo, asustado, levantó su cabeza. Al ver al perro empezó a correr hacia el bosque. Si conseguía entrar en él, el perro ya no podría atraparlo. Corría y corría entre los árboles. Pero sus cuernos sin embargo, eran veloces, muy ligeras. Parecía que volaran. - ¡Ay! Si no tuviera estos grandes cuernos podría correr más. Menos mal que mis piernas son veloces – pensaba el ciervo mientras corría cuanto podía. Por fin se escondió en una cueva. El perro salvaje pasó de largo y no lo vio. El ciervo respiró tranquilo. ¡Gracias a sus feas piernas se había salvado!. <Aquel que, presumido, busca sólo su belleza, Se equivoca, ya que va contra su naturaleza>.