¡Corten la cabeza del rey

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¡Corten la cabeza del rey!
Basado en original de Lucila Artagaveytia y Cristina Barbero
en “Contar historias para enseñar historia”
Era una vez en Francia, a fines del siglo XVIII, un grupo de nobles
descontentos con el rey. Pese a que tenían grandes propiedades, no estaban de
acuerdo con la nueva exigencia de pagar impuestos. Pero la Corona
necesitaba dinero, especialmente para pagar los lujos de la Corte y los
grandes bailes que se hacían en Versalles, el palacio real. Estos nobles
promovieron entonces una asamblea de los representantes del reino, para
discutir éste y otros asuntos.
Fue así que en mayo de 1789 se reunieron, en un frontón de pelota
cercano al palacio, hombres de los más distintos orígenes: nobles ricos y no
tan ricos, altos cargos de la Iglesia junto a curas pobres, comerciantes,
abogados, escritores… Todos querían cambiar la situación, pero sus intereses
eran muy distintos. Los nobles querían mantener sus privilegios; los
comerciantes, banqueros y dueños de talleres, por el contrario, pretendían no
sólo que los aristócratas pagaran impuestos como todos los demás, sino poder
participar del gobierno. Quienes habían amasado grandes fortunas en los
negocios se sentían con el mismo derecho que la nobleza para gobernar junto
al rey. Los escritores y abogados, por otra parte, pensaban muy distinto.
Veían en esta reunión la ocasión de poder expresar sus ideas, que reclamaban
la igualdad para todos los hombres. En lo único en que todas aquellas
personas coincidían era en limitar el gran poder que tenía el soberano.
Algunas de estas ideas produjeron escándalo en la Asamblea Nacional
al comienzo, pero poco a poco se fue abriendo paso el proyecto de redactar
una constitución que limitara los poderes de Luis XVI; es decir, un conjunto
de leyes que el propio monarca tuviera que respetar.
El rey y los nobles más poderosos estaban cada día más preocupados
por el rumbo que iban tomando las cosas, incluso algunos emigraron a otros
países gobernados por reyes absolutos que los protegieran. Claro que se
hubieran sentido peor de estar en París. En la capital francesa, a pocos
kilómetros de Versalles, los pobres –jornaleros, artesanos, desocupados,
mendigos- promovían continuas movilizaciones en procura de mejorar su
triste condición. París era una bomba a punto de estallar.
Eso fue lo que pasó el 14 de julio de 1789: una turba hambrienta
asaltó la Bastilla, prisión real y símbolo del poder absoluto del monarca. Para
sorpresa del rey, los guardias de la torre se plegaron a los visitantes y todos
los presos se escaparon. El caos fue total.
Mientas tanto en el campo, los campesinos temían que los nobles
invadieran el país desde el exterior para vengarse por lo que había pasado con
la Bastilla en París. El pánico fue creciendo a medida que se extendía el
rumor, y durante julio y agosto los campesinos con las pocas armas que
tenían saquearon e incendiaron los castillos cercanos a sus tierras. Esos
campesinos estaban desesperados de hambre y hartos de pagar impuestos.
Sorprendidos por las acciones de los pobres de la ciudad y del campo,
los integrantes de la Asamblea Nacional decidió apaciguar sus ánimos y
abolió los derechos feudales: a partir del 4 de agosto, los campesinos y
burgueses no tendrían que pagar más impuestos a los nobles y clérigos, sólo
al Estado. Y los nobles también debían pagar.
Muchos en ese momento se dieron cuenta de las grandes
transformaciones: ahora las personas no valían por el estamento dentro del
que habían nacido, sino que todos eran iguales, tenían los mismos derechos.
Para afirmarlo, publicaron veintidós días después la Declaración de Derechos
del hombre y del ciudadano. ¡Aquellos hombres eran revolucionarios! Y en
setiembre de 1791 publicaron una Constitución que permitía que el rey
gobernara, pero limitado por una asamblea que hacía las leyes. El poder ahora
ya no lo tenía el rey, sino los partidarios de la Revolución.
En los años siguientes, la violencia fue creciendo. Luis XVI pidió
ayuda a otros soberanos europeos, que pronto declararon la guerra a Francia.
Dentro y fuera de fronteras, los revolucionarios luchaban por sus ideas, y el
rey y los nobles por mantener las cosas como estaban. Luis XVI y su familia
trataron de escapar… ¡en una canasta de lavandería!, pero fueron
descubiertos y encarcelados.
Finalmente, el 21 de enero de 1793, el soberano fue llevado a la
guillotina. La temible y afilada cuchilla cayó con todo su peso sobre la nuca
real. Junto con la cabeza del soberano cayó también la monarquía1. Pronto, la
multitud se lanzó a la calle a festejar: hombres y mujeres, jóvenes y viejos
cantaban y bailaban, soñando que la república2 traería la libertad y la justicia
que el pueblo reclamaba. Muchos no podían creer lo que veían: ¿cómo había
ocurrido todo esto en tan pocos años? ¿Por qué? Sin duda, hubo muchas
razones, porque los hechos en la historia no pueden explicarse por una sola
causa.
1
Forma de gobierno en la que el poder está centrado en un rey, que gobierna durante toda su vida.
Cuando muere, le sucede un heredero, generalmente su hijo mayor.
2 Contrariamente a la monarquía, la república es una forma de gobierno en la que los ciudadanos eligen
a quienes los van a gobernar.
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