Perú: educación, interculturalidad y buen gobierno

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Perú: educación, interculturalidad y buen gobierno
Fidel Tubino
Publicado en Revista Futuros No. 14, 2006 Vol. IV
http://www.revistafuturos.info
Según el Latinobarómetro 2005 el país latinoamericano que más preocupa en términos
de cultura social autoritaria (orden sin libertad) y de deslegitimidad del sistema
democrático es el Perú. Al parecer, los peruanos preferimos el orden al ejercicio de las
libertades, de ahí la demanda social de liderazgos personalizados fuertes que ofrecen
orden y disciplina. La educación no ha hecho nada significativo para erradicar el
autoritarismo como cultura social. Si no priorizamos la educación ciudadana en la
educación pública, el retroceso continuará, la gobernabilidad democrática será cada vez
más frágil y la institucionalización del país seguirá siendo una retórica sin contenido.
El estado actual de la cultura ciudadana y de la legitimitidad del sistema
democrático en el Perú es deplorable. Y si comparamos estos fenómenos con
los otros países de la región el panorama es bastante preocupante.
Los resultados de la encuesta nacional de educación 2006 evidencian
claramente cuán autoritaria es nuestra cultura social y cuán conservadoras son
las expectativas de la población en relación con la educación. Como bien ha
señalado Nelson Manrique en su comentario a los resultados de esta encuesta,
los valores que más se reclaman son los de disciplina y patriotismo, entre otros,
(incluso muchos padres de familia añoran el retorno de la instrucción pre-militar
en los colegios). En términos generales, la gente asocia orden a disciplina, y
libertad a caos e indisciplina. La idea de que la verdadera disciplina es la que
emana de la autodisciplina no es cultura común.
Frente a la “cultura autoritaria instalada en el sentido común” que no concibe el
orden con libertad, ¿qué podemos y qué debemos hacer desde la educación?
Una primera posibilidad es ajustarnos a estas expectativas y empezar a ofrecer
una educación conservadora que refuerce los prejuicios existentes. Creo que
esta posibilidad hay que descartarla de entrada. La educación es, por esencia,
opción por el cambio, el mejoramiento, la excelencia humana. Por ello, los
educadores son por naturaleza disconformes. Un educador conformista es una
contradicción. La otra posibilidad, es optar por introducir cambios en la cultura
social existente, ilustrarla, democratizarla. ¿Y cómo se democratiza el sentido
común desde la educación? La respuesta es un a: construyendo ciudadanía.
Creo que de no ser atacada desde sus raíces la cultura social autoritaria
actualmente vigente, ésta se reproducirá incontroladamente y el descrédito de la
democracia que tenemos seguirá en ascenso. Si no optamos por introducir
cambios en la cultura autoritaria de las escuelas para ir sustituyéndola
paulatinamente por una cultura democrática auténtica, el autoritarismo social
seguirá creciendo y la legitimidad social de las opciones políticas autoritarias irá
en aumento. Si las prácticas democráticas de resolución de conflictos -vía
deliberación en común- están ausentes en el día a día de la vida escolar, los
educandos incorporarán los hábitos autoritarios que encuentran e internalizarán
los valores antidemocráticos que la cultura de la escuela les inculca.
La situación actual
Desde hace aproximadamente diez años, el Latinobarómetro hace un
seguimiento sostenido sobre el estado de l a ciudadanía y la evolución de los
grados de apoyo y de satisfacción con la democracia en un conjunto de países
latinoamericanos, entre ellos el Perú.
“El apoyo a la democracia es un indicador de legitimidad del sistema
democrático (mucho más) ligado a la aceptación de de valores básicos como
libertad y tolerancia” 1. “...La satisfacción con la democracia es un indicador de
eficacia del sistema ligado al desempeño del gobierno”2. Si bien se trata de
indicadores distintos tienen mucha relación entre sí. El grado de satisfacción o
insatisfacción con el gobierno democrático de turno afecta directamente el grado
de apoyo al sistema democrático en general. Sobre todo en aquellos países en
los que el tránsito de gobiernos autoritarios a gobiernos democráticos es
reciente como el Perú. En los países en los que la institucionalización
democrática es incipiente y la cultura ciudadana es más un desideratum que una
realidad, los errores políticos en el desempeño del gobierno perjudican
enormemente la legitimidad del sistema democrático y alimentan las fantasías
autoritarias.
El informe de Latinobarómetro de 2005 hace un sugerente y lúcido balance
comparativo de la evolución de los grados de apoyo y satisfacción con la
democracia en América Latina (AL) durante los últimos diez años. En éste, el
Perú es el país que más preocupa en términos de cultura social autoritaria
(orden sin libertad) y de deslegitimidad del sistema democrático.
Independientemente de los éxitos macroeconómicos, que hasta ahora no han
tenido ningún efecto significativo en términos de reducción de la pobreza
(seguimos siendo una democracia de mayorías pauperizadas), “... en general los
datos de Perú son muy preocupantes por el impacto negativo que está teniendo
en la cultura política y cívica (la crítica al) desempeño del gobierno”.
Podemos decir enfáticamente que en términos de cultura política y cultura cívica,
no sólo hemos “experimentado un (grave) retroceso en los últimos años”3, sino
que somos el país que más ha retrocedido en toda la región. Este retroceso se
evidencia: primero, en el hecho de que en nuestro país -a diferencia de los otros
países de la región- el índice de “apoyo a la democracia” ha descendido 18
puntos (de 63 % en 1996 a 45 % en el 2004 %) -el índice de descenso más alto
de la región-, y que tengamos el índice más bajo en AL de satisfacción con la
democracia (7 %, nos sigue luego Paraguay con 13 % , Ecuador con 14 % y
Bolivia con 16 %)4.
En no pocos países de América Latina hay una tendencia muy marcada a la
antipolítica y al autoritarismo como cultura social. En términos generales la gente
prefiere el orden al ejercicio de las libertades, de ahí la demanda social de
liderazgos personalizados fuertes que ofrecen orden y disciplina, “mano dura”,
pues lo “normal” es asociar disciplina a verticalismo y ausencia de libertades. El
cuartel sigue siendo para muchos el modelo de lo que deben ser las escuelas y
el panóptico de lo que debe ser el Ministerio de Educación.
No estamos, sin embargo, a la cabeza en América Latina en términos de
demandas autoritarias. “En Brasil la demanda de orden por encima de las
libertades alcanza el 53%. (p. 13). “La base del autoritarismo político en América
Latina está sin duda en esta demanda de orden o autoritarismo social, donde la
población prefiere orden en vez de libertades”5. En Perú la demanda de orden
sin libertad (“prefiero vivir en una sociedad ordenada, aunque se limiten algunas
libertades”) es del orden del 48 %. Pero en Perú el autoritarismo militar es más
fuerte que otros países. “Sólo en Perú persiste (...) la percepción de que un
gobierno militar puede ser más eficiente y hay más gente dispuesta a apoyar un
gobierno militar”6. “Perú es -según las conclusiones- el único país donde han
aumentado las demandas autoritarias”7.
¿Qué es necesario hacer desde la educación?
En lo que a nosotros nos concierne como educadores, no hemos hecho nada
significativo desde la educación para erradicar el autoritarismo como cultura
social y para sentar las bases de una cultura cívica y ciudadana que le dé
legitimidad y sustento a la democracia incipiente que tenemos.
Ni la deliberación pública ni la participación política son hábitos sociales, y la
tolerancia ni el respeto a las diferencias son virtudes públicas. Bien entendidas,
las virtudes de la vida pública se deberían aprender en los espacios de
socialización secundaria, y de manera privilegiada en la escuela. Pero para ello
habría que transformar la cultura de las escuelas y hacer de ellas espacios
privilegiados de formación ciudadana. Pero si persistimos en no hacer de la
educación ciudadana la columna vertebral de la educación pública, la involución
de la ciudadanía y la praxis de la antipolítica continuarán en ascenso. Y es que
en educación no hay estancamientos, o se avanza o se retrocede. Si no se
implementan procesos formativos, los procesos deformativos no se detienen.
Mientras no prioricemos de verdad la educación ciudadana en la educación
pública el retroceso continuará, la gobernabilidad democrática será cada vez
más frágil y la institucionalización del país seguirá siendo una declaración hueca,
un deseo insatisfecho, una retórica sin contenido.
Conclusiones provisionales
De todo esto concluyo:
1. Que construir ciudadanía es la tarea más importante que nos compete
hoy como educadores. En un país donde la mayoría de los ciudadanos y
las ciudadanas están en situación de pobreza, donde nos negamos
sistemáticamente a reconocer que el racismo y la discriminación cultural que campean en la vida cotidiana- son expresiones privilegiadas de
fracturas identitarias fundacionales, sólo construyendo ciudadanía se
puede cambiar el rumbo de los acontecimientos. Amartya Sen nos ha
enseñado, y muy bien, que la pobreza es fundamentalmente ausencia de
libertades (no sólo de recursos) y que no se combate con políticas de
tutelaje sino al revés, construyendo ciudadanía.
2. La ciudadanía, como decía H. Arendt, es el derecho a ejercer derechos. O
existe en la práctica o no existe. Es un asunto ético- práctico. Los
derechos no son condiciones naturales, se conquistan históricamente,
son -como dice Habermas- tareas públicas. No son categorías
ontológicas, son desafíos éticos. Las esferas públicas son -en las
democracias reales- los espacios propios de la lucha por el
reconocimiento de los derechos. Y la lucha democrática por los derechos
en los espacios públicos de la sociedad exige la formación de ciudadanos
abiertos al reconocimiento respetuoso de la diversidad cultural y la
pluralidad política.
3. La educación ciudadana no debe convertirse en una nueva estrategia
subrepticia de homogeneización de las diferencias y de pasiva asimilación
cultural. Las diferencias culturales no son ni deben ser entendidas como
un obstáculo para el ejercicio de la ciudadanía. No hay una sino muchas
maneras de ser ciudadanos y de entender lo que ello implica. La
ciudadanía se concibe de muchas maneras. Como bien dice Boaventura
de Sousa Santos “... todas las culturas poseen concepciones de la
dignidad humana, pero no todas la conciben en términos de derechos
humanos.”8 Por otro lado, no se puede establecer a priori una jerarquía
de concepciones de manera imparcial. “...Todas las culturas son
incompletas y problemáticas en sus concepciones de la dignidad humana.
La idea de completud está en el origen de un exceso de sentido del que
parecen sufrir todas las cu lturas y es por eso que la incompletud es más
fácilmente perceptible desde el exterior, a partir de la perspectiva de otra
cultura. Aumentar la conciencia de la incompletud cultural es una de las
tareas previas para la construcción de una concepción multicultural de los
derechos humanos”.
4. La educación ciudadana debe ser para todos - indígenas y no indígenas- ,
pero no debe ser la misma para todos. Debe ser diferenciada, significativa
y adaptada a las características culturales de los educandos. Y además
de ser pertinente y significativa, debe ser intercultural. ¿Qué es lo que
esto quiere decir?
Que se tiene que empezar por “identificar, interpretar y orquestar una
multiplicidad de puntos de vista culturalmente diferenciados (sobre la
cultura política), para poder propugnar una comunidad argumentativa
democrática en la cual todos tengan igual poder de habla”9. En esta línea
venimos implementando hace tres años un proyecto a nivel
latinoamericano de educación ciudadana intercultural para pueblos
indígenas en Perú, Bolivia, Nicaragua, México y actualmente han
ingresado Ecuador y Brasil.
5. Fruto de los trabajos de investigación iniciados en el marco de este
proyecto es posible afirmar que hay diferencias significativas entre la
concepción ilustrada y la concepción amerindia de los derechos humanos
que es importante considerar en programas de educación ciudadana con
pueblos indígenas. Así por ejemplo, mientras que desde la concepción
ilustrada liberal-republicana de los derechos fundamentales, éstos son
derechos individuales, desde la concepción amerindia el derecho a la
vida, por ejemplo, pasa necesariamente por el derecho a la tierra, que por
su connotación simbólica y religiosa es un derecho colectivo fundamental.
Los derechos fundamentales incluyen pues -desde esta perspectiva- a los
derechos colectivos, sin los cuales, los derechos individuales pierden
sentido y concreción real. Otra diferencia es que la diferencia entre
derechos individuales y derechos colectivos no es -desde la perspectiva
amerindia- ni evidente ni obvia. Y esto es así porque se parte de una
concepción comunitarista, no liberal individualista, de la identidad
personal (las personas se identifican normalmente por su comunidad de
procedencia, lo que no sucede en las urbes modernas pues en ellas se
pierde el sentido comunitario). En tercer lugar, desde la concepción
amerindia de la dignidad, no tiene sentido establecer una diferenciación
entre derechos de primera, segunda y tercera generación, porque
derechos de tercera y cuarta generación son, desde esta mirada,
derechos tan o más fundamentales que los derechos civiles y políticos,
que son los de primera generación. Esta taxonomía, si bien da cuenta de
cómo se ha ido desarrollando la teoría clásica de los derechos, introduce
de manera soslayada y tal vez no intencional, una jerarquía que a todas
luces no es universalizable ni multicultural.
6. Que la educación ciudadana en nuestro país sea prioridad número uno de
educación nacional, significa que ésta no se debe restringir a los pueblos
indígenas ni a las zonas rurales; se debe impartir también en las
ciudades, priorizando los espacios urbano-marginales, porque son
espacios privilegiados de encuentros y desencuentros interculturales
Tarea a futuro
La gran tarea a futuro que nos concierne a todos es la de construir políticas de
Estado auténticas, es decir, desde abajo. Y para ello tenemos que aprender a
partir del reconocimiento de la diversidad cultural y del pluralismo político que
nos conforma como el punto de partida de los consensos a largo plazo que aún
no hemos sabido construir en el país.
En las sociedades pluriculturales como la nuestra, la construcción de consensos
interculturales es la base de la gobernabilidad democrática sobre la que se erige
la posibilidad del desarrollo humano como realidad tangible. Sin gobernabilidad
no hay desarrollo humano. La verdadera gobernabilidad se logra generando
procesos amplios de consulta y deliberación pública inclusivas de la pluralidad
política y la diversidad cultural. La deliberación pública sobre los asuntos
públicos es la esencia de la democracia Deliberar es construir dialógicamente
soluciones compartidas a problema comunes. La deliberación es el punto de
partida de la praxis política basada en el debate racional y la concertación de
voluntades; es la negación de la violencia como medio para solucionar
problemas.
La participación y el buen gobierno presuponen una cultura política intercultural
común y una ética de la responsabilidad compartida que es preciso construir en
el día a día, en el aula, en la escuela, en la universidad, etc. Para que los
canales institucionalizados de participación y deliberación pública funcionen
como debe ser, se requiere instalar hábitos sociales de participación ciudadana.
Se requiere la formación de una cultura política pública que sea transcultural, es
decir, que incorpore y no censure las diversas maneras culturalmente
diferenciadas de entender el buen gobierno.
Pero sólo desde Estados multiculturales inclusivos de la diversidad es posible
impulsar procesos sociales significativos de educación ciudadana intercultural
para todos. Los Estados nacionales monoculturales colocan y están destinados
a colocar, por ideología, la educación ciudadana intercultural como un tema
marginal de la educación pública, prescindible, descartable. Esto quiere decir
que el cambio cultural que nuestro país requiere involucra un cambio de modelo
de Estado, no sólo la descentralización del que ya tenemos, implica su
modificación sustancial. Pero el Estado nacional moderno no tiene -en este
campo- capacidad de autotransformación. Esto es tarea de los movimientos
sociales, es el gran reto de la sociedad civil en las sociedades pluriculturales y
por qué no, el gran reto de la educación nacional.
Notas
1. Véase: Informe-resumen Latinobarómetro 2004 ,p. 22.
2. “Latinobarómetro es un estudio homólogo del Eurobarómetro que se hace
desde 1973, el Afrobarómetro que se hace desde 1998, el Barómetro del Asia
que se hace desde el 2000 y el BARÓMETRO DE LA Nueva Europa que se
hace desde 1980(...) Los barómetros están agrupados en una federación de
barómetros “GLOBALBAROMETER” cuya coor dinación está en Santiago de
Chile dirigida por Martha Lagos”. En Informe-resumen Latinobarómetro 2004 p.3.
3. Véase: Informe Latinobarómetro 2005, p.4.
4. Véase “ Resumen del 2004” ..... p. 23
5. ídem. P. 13.
6. ídem. P. 13.
7. Ídem. P. 58.
8. Boaventura de Sousa Santos. Por una concepción multicultural de los
derechos humanos. En : Reconhecer para libertar. Rio de Janeiro. Ed.
Civilizacao brasileira, 2003. P.442.
9. Gustavo Lins Ribeiro. Cultura, derechos humanos y poder. Más allá del
imperio de los derechos humanos. Por un universalismo heteroglóxico. “.En
Materiales de enseñanza de Multiculturalismo y derechos humanos”. Lima,
IDEPUCP, 2006. p. 194.
Fuente
Palestra/Lista Interculturalidad
http://palestra.pucp.edu.pe/?id=206
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