Un barrio con corazón de pueblo Por Rafael González Toro Medellín La violencia política de la década de los 50 los hizo marchar. El campo se despobló y la ciudad fue el lugar perfecto para escampar ese aguacero de muerte que bañó las zonas rurales del país. Así, uno a uno. Con sus familias, sus corotos y sus sueños a cuestas, los campesinos empezaron a lidiar con la urbe. Fueron esos terrenos, de ladera o de planicie, estos más escasos en la ciudad, los que los recibieron. En Medellín, una porción de tierra ubicada entre Carabobo y la margen oriental del río Medellín, con la calle 77 y la carretera Moravia, fue uno de los lugares propicios para la llegada de la migración. Los terrenos fangosos se empezaron a llenar. Los habitantes, en su mayoría de municipios de Antioquia y de los departamentos cercanos, plantaron sus ranchos y tomaron para ellos un lugar a cambio del que les había tocado dejar. Y para 1961 arribaron los primeros pobladores a Moravia: Ana Tulia David, Rosa Guzmán, Tulia Quintero y Miguel Gallego. Así, uno detrás de otro, llegaron muchos más. El problema se empezó a notar y para mediados de la década de los 60, desde el ferrocarril ya se veía que la carrilera estaba flanqueada por casuchas de madera y lata. Pero después de los primeros años, donde los que llegaron agarraron tierra y levantaron rancho, algunos propietarios se dieron cuenta de que la invasión tenía una muy buena ubicación geográfica, lejos de la periferia, y empezaron a vender. Así llegó el loteo. En muchos casos de manera pirata. "Vine desde Honda (Tolima). Cuando compré había puras lagunas. Esto era un pantanero terrible. Empezamos a levantar ranchitos y a organizarnos con las uñas", recuerda Eunice Gaitán, una de las primeras pobladoras y líder barrial. Por esos días las autoridades no se ocupaban demasiado de los nuevos 'propietarios'. Llegaba gente y se instalaba como podía en los terrenos. Pero fue en 1967 cuando se dio la primera invasión organizada en el lugar. Los terrenos de la margen derecha de la quebrada La Bermejala fueron escogidos por decenas de destechados para vivir. La zona fue bautizada como Fidel Castro. Para 1970 ya había 80 familias que habitaban la zona. Pobladores que trabajaban en oficios varios, en su mayoría, y en casas de familia de los barrios de la ciudad. Lavaban sus ropas en el río Medellín y trataban de levantar de la manera más digna sus familias. Y los desterrados siguieron llegando. La invasión empezó a volverse un problema para las autoridades y comenzaron los primeros enfrentamientos. "La gente llegaba de los pueblos a las 2:00 de la mañana a mi casa y me decían: ¿Me va a regalar un pedacito de tierra? Yo les decía vamos a ver qué se puede hacer. Eso no es mío, pero hágale. Al otro día venía la Policía y los tumbaba y dos horas después estaban los ranchos levantados", comenta Eunice. Además del hacinamiento, que ya se empezaba a palpar, las condiciones de vivienda eran pésimas. Las aguas negras anegaban las viviendas después de cada aguacero. No había servicios públicos ni vías de acceso a la invasión. "Tener una gota de agua en la casa era una tragedia. Nos trasnochábamos y desde Zamora traíamos el líquido en mangueras. Había filas enormes. Uno ponía el agua de la casa y apenas se bañaba se iba. Cuando uno miraba, otra persona la había empatado y desviado el líquido para otro rancho", dice Julio Agustín Londoño. El basurero Mediante el acuerdo 3 de 1977, una iniciativa de la Administración Municipal para intervenir el sector y anexarlo al Parque Norte, le agregó un problema más al lugar. "No obstante el uso recreativo que tiene como finalidad el lote en mención, una vez que el municipio lo adquiera lo entregará a las Empresas Varias de Medellín, para que éstas, durante cinco años, lo destinen para botadero de basuras de la ciudad...", decía el acuerdo en mención. A partir de ahí se aceleró la invasión en Moravia. "Los terrenos eran planos y uno acá se bandeaba como podía. Se veía el barrio Caribe y Castilla. Cuando empezaron a traer la basura todo cambió", expresa Joaquín Arturo Herrera, de 60 años, quien está en Moravia desde 1974. El basurero atrajo a centenares de personas que entre los desechos buscaban el material para conseguirse su sustento. "Por todos lados estaban los recicladores. La gente estaba a la espera de los carros de basura para sacar lo poquito que se podía usar. Muchos buscaban en los desperdicios la comida del día", sostiene Hernán Gallo, habitante y líder barrial. En la parte baja del sector Los Llanos, al lado izquierdo de La Bermejala, en 1979, se ubicó un asentamiento llamado Casco de Mula. Y en 1981 se dio una de las invasiones más grandes en la que se formó el sector de El Bosque. "El Bosque era un platanal. Una noche se reunió la gente que quería invadir. Trajeron cartón madera, cabuya y se metieron a la una de la mañana. Al otro día no había plátanos, pero sí puros ranchitos", recuerda Eunice. Para 1983, Moravia tenía 15.000 habitantes y los asentamientos Milán y La Playa se convirtieron en los más apetecidos. Tenían las mejores condiciones de vivienda y sus propietarios eran obreros de fábricas y empleados del Municipio. Por esos días la convivencia con el basurero era un problema insoportable. "La gente se organizó para luchar por sus derechos y para sacar las basuras de acá. Esperaban los camiones en la entrada y los devolvían a piedra. Ya todos estaban cansados de ese problema", dice Eunice. Los problemas de salubridad aumentaron. Mientras tanto la comunidad organizaba diferentes movilizaciones para que la Alcaldía terminara con las basuras. Según datos de la gerencia del Plan Parcial de Moravia, en el vecindario se metían ratas hasta de cuatro kilos. La Alcaldía ordenó, en 1983 bajo el mandato de Juan Felipe Gaviria, acabar con el botadero de desechos sólidos. "En la primera 'desratización', después de terminar el basurero, se sacaron cuatro toneladas de ratas muertas", recuerda Gilberto Arango, gerente del Plan Parcial. Ido el basurero, los habitantes, empezaron a mejorar las viviendas. También llegaron los servicios públicos. En los años anteriores la energía llegaba de contrabando. Los operarios de las Empresas Públicas llegaban para cortar el alambre de la luz y en el barrio había gente encargada de quitar los cables. Cuando los operarios se marchaban, la comunidad los instalaba de nuevo. "En 1983 pusieron dos transformadores. Uno frente al colegio Fe y Alegría y el otro en la salida del barrio. Desde ahí se conectaban las casas y le tocaba a uno comprar el alambre y llevar la luz a la vivienda. Era tanta la gente que no daban abasto. Les poníamos un cable de bicicleta para que la cañuela resistiera. Y resistía tanto que se quemaban los transformadores", comenta Julio Agustín. La violencia A mediados de la década de los 80, el barrio empezó a sufrir, como toda la ciudad, la violencia de las bandas. Los enfrentamientos armados se llevaron mucha gente. El barrio se convirtió en una especie de burbuja impenetrable a la que el resto de la ciudad miraba de soslayo. "Esto se puso muy difícil. Me mataron un hijo. Me demoré una semana para encontrar su cuerpo. La violencia era tan fuerte que si vos le hablabas a alguien de La Minorista, porque acá estaban en guerra con los de la plaza de mercado, lo mataban", recuerda, con tristeza, Julio Agustín. La guerra se acentuó y se hicieron fuertes bandas delincuenciales como la 'banda de Cuqui', la de 'Moravia', 'El Bosque', 'Fidel Castro' y 'Las Camelias', entre otras. Al desangre se le sumaron los continuos desastres de los incendios. Cada tanto las llamas borraban del mapa los ranchos. Las cenizas marcaban también el regreso de más casas, como cuando la invasión comenzó. A finales de los 80, otro actor armado se sumó al barrio. Llegaron las Milicias Populares del Valle de Aburrá, del ELN, e impusieron su ley. El control cambió de mano y las milicias se ocuparon de las bandas. Y la población civil, marginada e indefensa, volvió a quedar en la mitad de la disputa. Las paredes se llenaron de letreros y amenazas. El miedo recorrió cada callejón en Moravia. Las autoridades civiles se ocuparon del tema y crearon espacios de concertación para frenar el desmadre. Se creó la Mesa de Trabajo José Hernán Ramírez y la concertación dio sus frutos por dos años. El nuevo siglo agarró al barrio con muchos de los mismos problemas, pero, también, con propuestas de soluciones. Y de nuevo llegó otro actor armado. Las autodefensas arribaron a finales del 2000. Así fue como la Alcaldía diseñó un proyecto, llamado Plan Parcial, para la intervención social y urbana de la zona. La esperanza está ahí. Viva entre los habitantes, que cansados de tanta violencia y tanto olvido quieren vivir dignamente y en paz. Para la elaboración de este trabajo se consultaron, también, los textos Voces que construyen ciudad. IPC, Asesoría de Paz y Convivencia. 1998. Moravia, una historia entre la basura y la pobreza. Junta de Acción Comunal de Moravia. 1998. Experiencia en la resolución pacífica de los conflictos en Medellín. Alcaldía de Medellín. 2000. Los habitantes esperan vivir mejor "Las expectativas son grandes. Llevamos seis años con el macropoyecto del Plan Parcial y todavía tenemos dudas. Sólo queremos las mismas garantías y no quedar más mal de lo que estamos". William Gómez, líder comunitario. "Este ha sido un barrio berraco. Hemos pasado por temporadas de violencia y siempre hemos salido adelante. Acá la organización comunal es muy fuerte e importante". María Regina David, líder barrial. "No queremos volver a vivir esa violencia. Acá la gente quiere salir adelante y progresar con sus familias". Julio A. Londoño, líder comunitario. "Hay que destacar el aporte de las organizaciones comunitarias y todo lo bueno que han hecho. Ha sido un gran trabajo conjunto y con mucho esfuerzo por el bien de todos". Hernán Gallo, líder barrial.