“CREO QUE UNO DEBE FORMARSE INTEGRALMENTE, Y NO SOLAMENTE EN EL CAMPO ESPECÍFICO EN EL QUE ESTUDIA” Entrevista realizada a la doctora Larissa Otero Vegas, Magister en Salud Pública, integrante de la Promoción 2003 de Medicina de nuestra Facultad. ¿Cuáles fueron tus motivaciones para estudiar medicina? ¿Puedes hacernos algunos comentarios sobre tu familia y las personas que influyeron en ti? De chica, tenía mucho interés por animales, plantas y la naturaleza en general. En el colegio, me gustaba mucho el curso de Biología, quería ser veterinaria y me interesaba aprender el comportamiento de los animales. Por otro lado, mis padres son ambos de profesiones humanistas y en mi casa, la actividad intelectual, principalmente humanista, ha estado muy presente. No recuerdo exactamente como decidí finalmente estudiar Medicina. En segundo año de Medicina tuve una pequeña crisis vocacional, no me gustaban las ciencias básicas, y no me encontraba a gusto, quería estudiar letras. Mi papá, desesperado, me pidió que espere un poco más para tomar la decisión. Felizmente seguí su consejo y al año siguiente llevé Semiología y empezaron los cursos de clínica. Ahí me empezó a gustar mucho la carrera. El familiar médico más cercano que tengo es Javier Arias Stella, que es mi tío abuelo. Su pasión por lo que hace y lo integral de su conocimiento siempre me parecieron admirables, no recuerdo haber conversado mucho con él antes de decidirme por Medicina, definitivamente es un modelo muy importante para mí. Tiene una mente muy lúcida y muy curiosa, más moderna y activa que mucha gente de mi edad. ¿Puedes señalarnos algunas vivencias de tu vida universitaria? El recuerdo que tengo del tiempo en pregrado es muy bueno. Lo primero que aprendí, fue que Lima y el Perú eran más grandes e interesantes de lo que hasta el momento conocía. Estuve en un colegio donde solo conocía una pequeña parte del Perú. Los primeros años pensaba en hacer Psiquiatría para luego hacer psicoanálisis. El enfoque de Psiquiatría de postgrado de San Marcos me interesaba. Sin embargo, en quinto año llevé el curso de Infectología que me gustó mucho más. Aunque no seguiré la práctica clínica, sé que siempre trabajaré en ese campo, ahora desde la Epidemiología. Incluso en los primeros años los cursos que más me gustaban eran los relacionados a esa especialidad, como Microbiología y Parasitología. En cuarto año fui elegida presidenta de la Asociación de Estudiantes Cayetano Heredia, AECH, que había dejado de funcionar por un tiempo y había “revivido” en el periodo anterior al mío. La Asociación de Estudiantes de Medicina Cayetano Heredia, AEMCH y la Asociación de Estudiantes de Ciencias, AEC eran muy activas, pero faltaba una asociación de estudiantes que uniera a todas las facultades de la Universidad. Las asociaciones que señalo organizaban los eventos estudiantiles relacionados al quehacer médico y científico, así que optamos en la AECH por estimular otros aspectos importantes de la vida universitaria. Pensando así, organizamos una exposición de arte con las obras de alumnos de arte de la PUCP, concursos de juegos florales, un club de cine. Las actividades culturales tuvieron mucha acogida. Esto fue en al año 2000, cuando Fujimori pretendía reelegirse por tercera vez y los escándalos de corrupción eran cada vez mayores. La mayoría de universidades se manifestaba ya sea formalmente a través de sus autoridades y profesores o a través de sus alumnos. Cayetano estaba un poco en silencio, así que juntamos a los muchos alumnos que querían participar y nos unimos a las actividades de protesta. Aunque no nos lo prohibieron, tampoco fue apoyado por las autoridades de la UPCH. Existía la idea que la UPCH siempre había sido apolítica debido al origen de la universidad, que se creó por los alumnos y profesores que se salieron de San Marcos ya que el tercio estudiantil no permitía seguir con las clases. Evidentemente la actividad política puede ser positiva o negativa. En el caso de Fujimori, callarse era negativo. Un recuerdo muy bueno de esa época fue cuando sacamos el boletín “Conciencia”. Esto nació entre cinco amigos de las Facultades de Medicina y Ciencias y la ayuda gratuita y muy creativa de Carlos Cornejo en la edición. Preparar el boletín era entretenidísimo, desde las ideas, creación, edición, impresión y repartirlo. Muchos profesores y alumnos nos escribían para participar con textos, entrevistas, comentarios. Si nos demorábamos con un número, los lectores se quejaban de inmediato. Me encantaría seguir con ese boletín. Creo que uno debe formarse integralmente, y no solamente en el campo específico en el que estudia. Eso es aun más cierto para la Medicina Humana. No podemos limitarnos a ser puramente científicos, porque trabajamos con personas que al estar enfermas están en una posición vulnerable. El arte y la cultura nos cultiva, nos enseña a cuestionar y nos hace mejores personas. Recuerdo en una clase de Ética de Medicina, una alumna “estrella” en el campo académico dijo que no era necesario que sigamos discutiendo el tema en cuestión porque nosotros teníamos que cumplir lo que decía la ley sobre dicho tema, así que para qué discutir. Precisamente la idea de la clase era discutir y reflexionar sobre problemas éticos en Medicina. ¿Algunos comentarios sobre tu experiencia profesional? ¿Cómo así terminas en África? Mi vida profesional se inició en la sierra de La Libertad. El Dr. Alejandro Llanos iba a hacer una línea de base de la salud de los habitantes de las comunidades de Alto Chicama. Yo hice el trabajo de campo en una de las zonas. Fue una excelente experiencia en todo aspecto ya que muchas cosas eran muy nuevas, había un equipo multidisciplinario. Conocí una realidad, más, del Perú. Los pobladores que tenían un acceso mínimo a la salud veían llegar a estos médicos de Lima que los invitaban a participar en un estudio de investigación. Desconfiaban mucho al inicio, pero luego nos invitaban a pasar a sus casas. Ahora hay una mina de oro canadiense ahí, y vi de cerca las dificultades que hay entre la minería y las comunidades. Creo que hay un choque cultural fuertísimo. Para las comunidades es difícil entender por qué les conviene que haya una mina con extranjeros ahí y a los extranjeros entender la visión de las comunidades. Luego, hice una pasantía en un pabellón de enfermedades infecciosas en Oxford con el Profesor David Warrell, una eminencia en el tema que conocí cuando fue a dictar una conferencia al curso Gorgas del IMT. Fue una experiencia formidable ver el nivel de educación allá. Todos los residentes hablaban latín, conocían a Shakespeare perfectamente, hablaban latín, etc. Al regresar empecé a trabajar con el Dr. Gotuzzo en el Instituto de Medicina Tropical en un estudio de diagnóstico de tuberculosis en San Juan de Lurigancho. Era un estudio multicéntrico que se llevaba a cabo en Perú, Bolivia y Cuba coordinado por Bélgica. Ahí me involucré por primera vez con la investigación. Luego hice una Maestría en Salud Pública enfocada al control de enfermedades tropicales en el Instituto de Medicina Tropical de Amberes en Bélgica. Fue una muy buena experiencia, con alumnos de todas partes del mundo y que me ayudó mucho a ordenar y formalizar los conocimientos necesarios para hacer investigación. ¿Cómo llegué al África? Bueno, siempre había querido conocer África y Asia. He heredado de mi madre el gusto por viajar, y qué mejor manera de conocer un país que trabajando ahí. En mi clase de la Maestría había muchos médicos que habían trabajado con Médicos sin Fronteras MSF, así que me informé, postulé a la sección francesa, me aceptaron y me asignaron una misión en programa de VIH en el noroeste de Uganda. Antes de irme tenía miedo ya que no sabía cómo iba a ser, si me adaptaría, qué dificultades se presentarían, etc. Al final terminé extendiendo el periodo que iba a quedarme. Fue una experiencia realmente extraordinaria. MSF trabaja en ese hospital regional desde hace 8 años, llevando el programa de VIH. Había ocho mil pacientes en tratamiento antiretroviral. Un tercio de ellos eran del Congo y cruzaban la frontera caminando para recibir tratamiento que no tienen en su país. Tenía a cargo un pabellón de 40 camas con pacientes coinfectados con tuberculosis y VIH. Era el único médico que los veía, y tenía un equipo de enfermeras locales. Al inicio fue difícil adaptarme a la complejidad y cantidad de trabajo. En Lima un pabellón sería llevado por un equipo de internos, residentes, asistentes, con interconsultantes y con un buen laboratorio. Allá no había nada de eso. MSF proveía con todas las medicinas y apoyaba un poco al laboratorio. Hay que adaptarse a trabajar con pocos recursos y a priorizar. En esa situación, no se puede hacer el manejo académico que aprendimos en el internado, con historia clínica completa, diagnósticos diferenciales al detalle y confirmando los diagnósticos. Se hacen muchos tratamientos empíricos y hay buenas guías para trabajar en sitios así. Después de dos meses ya estaba adaptada al puesto y manejaba con tranquilidad el pabellón. El ambiente de trabajo era excelente, tanto el equipo nacional como el internacional o extranjero (médicos, enfermeras, psicólogos, etc.) que estaba formado por profesionales de todos los continentes. Hice muy buenos amigos. Similar a las imagen que hay del Perú entre extranjeros que nunca han venido, la imagen que nosotros tenemos de África acá es muy limitada a las noticias: las guerras, el hambre, la pobreza y luego los safaris y los animales de National Geographic. Sin embargo, no todo es así. Uganda, y en general el este de África es pacífico y está desarrollándose lentamente, particularmente Uganda y Kenya. La capital Kampala es una ciudad muy bonita, verde y tropical. La gente es educada y amable. El hospital Mulago y la Universidad Makerere fueron centros de excelencia en África que se cayeron un poco con la dictadura de Idi Amin, pero siguen teniendo un muy buen nivel. Se hace muchísima investigación en VIH en colaboración con universidades de los EEUU, y fue uno de los países que controló más rápido la epidemia de VIH, del 18 % en la población general bajaron a 6% que tienen actualmente. Es un mérito enorme, ya que otros países mucho más ricos, como Sudáfrica, aún tienen tasas altísimas. Lo que demuestra que no sólo se requiere plata para poder avanzar en salud pública. El mérito es atribuido al compromiso político del presidente, a las autoridades de salud y a las organizaciones comunitarias de base. En muchas cosas creo que las sociedades latinoamericanas y africanas se parecen mucho. La gente es cálida, acogedora, la música es parecida. Esta experiencia enriquece mucho como persona. Al trabajar en situaciones difíciles y con personas de distintas culturas y profesiones uno crece, se vuelve más tolerante y flexible. Se lo recomendaría a cualquier persona que quiera hacerlo. Médicos sin Fronteras siempre está buscando médicos el principal requisito es tener cierta experiencia clínica en enfermedades infecciosas y tropicales y en la entrevista buscarán a alguien que se pueda adaptar a situaciones nuevas y que tenga muchas ganas de aprender. Lo último que se puede ser en un trabajo así es rígido. Además esto se puede hacer a cualquier edad. Uno de mis colegas allá era un médico internista de EE.UU. de unos 60 años y siempre había trabajado en hospitales de su país, su esposa enfermera también de la misma edad. ¿Qué consejos les daría a los jóvenes estudiantes? Les aconsejaría que estudien todo lo que puedan, que aprovechen las clases que tienen. Que se cuestionen, que lean el periódico y literatura. Cuando uno estudia Medicina, genera mucho respeto en la gente. La familia, los amigos, se impresionan cuando les dices que eres médico. El riesgo es la soberbia y pensar que uno sabe todo. ¿Qué piensas de la UPCH? Pienso que se merece el prestigio nacional e internacional que tiene. Evidentemente hay áreas que mejorar, pero creo que la formación en Medicina es buena, con excelentes profesores, y el externado e internado son fundamentales en la formación. Sin embargo, ahora que hay tantas facultades de Medicina en el Perú mantener la calidad es primordial. Creo que ese el punto más fuerte de la UPCH. Un cambio reciente muy favorable es el estímulo al regreso de las personas que se van al extranjero, aun mejor si pudiésemos estimular que menos personas se vayan. Evidentemente para algunas especialidades, el entrenamiento fuera del país es mejor, pero en otras no. Si yo hubiese decidido hacer residencia en infecciosas, la hubiera hecho acá. Muchos amigos que están haciendo residencia en EE.UU. o España quisieran volver al terminar pero ven muy difícil la reinserción al trabajo clínico en el Perú. Un punto que considero débil en la formación es que uno se gradúa casi sin conocer la situación de salud en su país. Yo no sabía la magnitud de la tuberculosis en el Perú hasta después de graduarme, y eso que el programa peruano fue reconocido internacionalmente. Tengo la impresión que el énfasis es formar clínicos muy especializados. Debemos formar también a salubristas, que son claves para el desarrollo de un país y el número sería mayor si la motivación vendría desde pregrado. Así como es un orgullo tener egresados de la UPCH en Johns Hopkins, también debería ser un orgullo tener más autoridades en salud a egresados de la UPCH. Las clases de salud pública y de investigación, por lo menos en mi época (que es relativamente reciente) podrían haber sido mejores. Sinceramente, eran aburridas y poco motivadoras. Esta idea es compartida por varios colegas contemporáneos a mí y que están interesados en colaborar a mejorar la educación de salud pública en pregrado. Creo que la educación médica debe ser contextualizada al país en que vivimos. Estoy segura que mucha gente más se quedaría si supieran que hay campos muy interesantes en los cuales trabajar acá, o si se van mantendrían un vínculo académico o profesional más fuerte. En relación a la investigación, si creo que se ha fomentado en los últimos años, y hay un número cada vez mayor de graduados que se interesan por esta área ya sea en ciencias básicas, en clínica o en salud pública. Gracias Larissa por concedernos esta entrevista que será leída con interés por los miembros de la comunidad herediana y médica.