“SI PIENSAN SER MÉDICOS, LO PRIMERO QUE HAY QUE PREOCUPARSE ES SER UNA BUENA PERSONA” Entrevista realizada al doctor Javier Cieza Zevallos, Profesor Principal del Departamento Académico de Medicina de la Facultad de Medicina Alberto Hurtado, por la egresada de la Facultad, Señorita Giuliana Cárdenas Gamarra. ¿Puede hacernos algunos comentarios de sus años preuniversitarios? Quiero iniciar esta entrevista agradeciéndote por esta inmerecida deferencia, pero ya que me has pedido contarte de mi vida, quiero narrarte que nací en la ciudad de Cajamarca en el año 1949. Mi padre y mi madre, también fueron cajamarquinos y de profesión maestros. Estudié la primaria y secundaria en el colegio Cristo Rey de los Hermanos Maristas de Cajamarca. Considero mi vida escolar muy satisfactoria y de ella sólo tengo bellos recuerdos. Uno de ellos corresponde al inicio de mi vida escolar. En un viaje que un tío hizo a Lima, me compró un uniforme escolar muy pequeño como para mi porte, de aquellos que llamaban “comando”. Luego de probarme un día cualquiera, alguien propuso llevarme directamente a estudiar al colegio y así fue como inicié mi vida escolar. A los cinco años y gracias a mis padres, sabía la lectura y escritura básica, por lo que el Hermano Director me aceptó y así, como jugando, inicié mi vida escolar. Hacia el cuarto de secundaria ya estaba decidido que debía estudiar Medicina, aun cuando no recuerdo muy bien como se tomó tal decisión. Sí recuerdo en algún momento haber planteado a mi madre estudiar profesionalmente música, probablemente porque hacia los nueve años ella me indujo a estudiar piano, disciplina que cultivé por dos años y que luego cambié por el acordeón, instrumentos que me acompañan hasta el presente. Probablemente la elección de Medicina fue un proceso largo y lento que a esa edad no la entendía bien, aun cuando entendía que ser médico era una forma de vida más que una profesión y que tenía mucho que ver con el trato con personas y con la solidaridad. Bajo esa idea, al finalizar el cuarto de secundaria viajé a Lima y estudié en una Academia de preparación preuniversitaria llamada Cruz Saco para el examen de ingreso que ocurriría un año después. En ese verano llevé cursos correspondientes al quinto de secundaria que aun no había estudiado, por lo que las calificaciones resultaron algo menos que catastróficas. Sin embargo, el resultado personal no pudo ser más valioso. Aprendí nuevas materias, nuevas técnicas de estudio e hice conciencia del nivel de competencia al que debía enfrentarme en el futuro. Durante el quinto año de secundaria asistí a clases que dictaban en la Universidad Nacional de Cajamarca para alumnos recién ingresados a esa casa de estudios. Las materias en las que hice énfasis fueron Química, Matemáticas y Física. Finalmente viajé a Lima para culminar la parte final de mi preparación en la Academia Cayetano Heredia (se sabía que había preparado a casi el 90% de los alumnos que por entonces ingresaban a la Universidad Peruana Cayetano Heredia). Dirigía la academia el Dr. Marcial Ayaipoma, quien en ese entonces era interno de Medicina. Señalo su temprana capacidad gerencial y visión de futuro. No era frecuente que quienes estudiáramos en el llamado “curso de verano” tuviéramos la suerte de ingresar; yo fui uno de ellos en el verano de 1966. Aquel año postulamos 917 alumnos e ingresamos 61.Yo ocupé el puesto 56. ¿Nos puede comentar acerca de sus estudios de pregrado? Pertenezco a la promoción 1973 de egresados de la Facultad de Medicina. La carrera duraba ocho años. Yo no había sido mal alumno y estaba acostumbrado a los premios, pero al iniciar mi vida universidad hubo varios cambios radicales. Debo recordarte que yo procedía de una ciudad pequeña y la adaptación a una ciudad como Lima fue turbulenta. Perder el ambiente familiar, vivir con otra dinámica cotidiana, compartir los estudios universitarios con compañeros absolutamente diferentes cultural y socialmente y aprender nuevas reglas de tolerancia al prójimo y competitividad sin destruir la autoestima, creo que me obligaron a realizar un esfuerzo superior al que algunos compañeros necesitaron. Muchos alumnos provenían de los mismos colegios y por ende, se conocían y hasta ya eran amigos previamente. Los provincianos, constituíamos una suerte de pléyade de lobos esteparios. Probablemente ello se reflejó en mis calificaciones iniciales que no fueron buenas. No fue infrecuente la tentación de “patear el tablero”. Pero, las personas somos seres de costumbres y así, progresivamente me fui adaptando a la nueva vida. Los estándares propuestos por la Universidad estaban por encima de lo que yo había imaginado y no tenían mucho que ver con la formación preuniversitaria ni el examen de ingreso. Sin embargo, creo que este estilo de vida algo solitario tuvo su compensación en la necesidad de ocupar mi tiempo a plenitud en actividades universitarias no curriculares como el estudio personal y grupal polifacético de materias no previstas (política, economía, filosofía y otras). Las prolongadas horas de vida en la biblioteca y la interacción con personas diferentes a mis compañeros, influenciaron mi espíritu y a mi criterio, mucho más que las clases convencionales escolarizadas. Perdí a mi madre al finalizar el primer año de pre-médicas (estudiábamos dos años de premédicas y seis de facultad). Como debe suponerse, mi vida cambió en intensidad mayor que lo usual, dado que mi familia únicamente estaba constituida por mi padres, mi hermano y yo. Al morir mi madre, mi padre creyó por conveniente que me mudara a casa de unos tíos, Esperanza y Salomón, para quienes debo una gratitud eterna. De mis profesores universitarios guardo un recuerdo ejemplar de cada uno. En Física tuvimos profesores polacos y aun cuando su castellano era muy rudimentario, tenían un sentido muy práctico de motivar el interés por la Física (por lo menos así lo sentí yo). Quiero recordar con mucho cariño, aun cuando póstumamente al ingeniero Hugo Pereyra, nuestro profesor de Matemáticas. El ingeniero Hugo Pereyra tenía el concepto del valor de las ciencias exactas como herramienta imprescindible para alguien que necesita tener una formación humanística. Era el concepto de las Matemáticas como el ejercicio conjunto con la Lógica para el preciso conocimiento de las cosas. Lamento que aun ahora no consideremos que ello sea indispensable para la formación humanística de un profesional, mucho más para un médico, cuyas imprecisiones devienen en situaciones delicadas que afectan la vida de las personas. El ingeniero Pereyra fue premiado, poco antes de su partida eterna, por su trabajo relacionado al “Desciframiento matemático de los quipus”. Otros cursos como la Antropología, me permitieron entender mejor la Anatomía y la Fisiología y poder ubicar al hombre en su verdadero punto histórico de la vida. De los primeros años de clínica, resaltaría el interés que nos despertaba acudir los fines de semana a “realizar guardias” en la antiguamente llamada “Emergencia de la Avenida Grau” ubicada al costado del actual Hospital Guillermo Almenara. En este centro acudíamos estudiantes de las tres únicas facultades de medicina que existían en Lima (San Fernando, Universidad Villareal y Cayetano Heredia). Allí conocí buenos amigos y actuales colegas que guardo en mi memoria con mucha estimación. ¿Cómo era la representación estudiantil durante su época de alumno universitario? Como ahora, existía un delegado de aula y algunos tuvimos participación activa en la Asociación de Estudiantes de Medicina, AEMCH. El Dr. Jorge Guerra Cáceres, actualmente radicado en EE.UU., fue Presidente mientras cursamos el tercer año de Medicina y yo fui vocal de Proyección Social en esa Junta Directiva. Sin embargo, para mí, fue mucho más atractiva la actividad cultural. Actividad promovida fundamentalmente por quienes procedíamos de ciudades provincianas, quizás debido a nuestra mayor permanencia en el campus universitario. Por ejemplo, el Dr. Antonio Belda (residente en Canadá), fue fundador y promotor del club de paracaidismo, fotografía y además miembro muy activo de la tuna universitaria. Por mi parte, participé en el club de fotografía y el cineclub (generalmente teníamos una reunión semanal donde pude apreciar películas tan bellas como Ladrón de bicicletas, El color púrpura y muchas otras). Había profesores invitados quienes generalmente nos enseñaban a ver el cine desde otros puntos de vista. Vivíamos los conceptos ideológicos sobre el mundo muy profundamente y nuestra vida universitaria, era parte de un compromiso personal que se tradujo en compromiso con la ciencia y la sociedad. No es difícil presentir que muchos estudiantes se vincularan profundamente a posiciones políticas radicales tal cual diría Lin Yu Tang “como una hoja en la tormenta” y quedaran envueltos en lo que finalmente terminó en violencia social del país. No cometeré la torpeza de calificar ello como bueno o malo, sino tan sólo comprender y filtrar las enseñanzas que de ello devinieron. Guardo el recuerdo vivo de amigos muy estimados quienes nunca culminaron la carrera de médico o desaparecieron tempranamente. Existía por entonces, una intensa efervescencia social que parecía estar a punto de explotar en todo el país. El golpe militar del General Velasco se convirtió de alguna forma en una válvula de escape momentánea, que a la luz de la historia, tan sólo postergó la convulsión social algunos años al satisfacer algunas demandas sociales básicas. La Universidad no estuvo ajena a estos acontecimientos sociales y se percibía posiciones encontradas tanto en alumnos como en profesores. Debo admitir que en semejante situación, valores como el ejemplo de los superiores, el respeto al semejante, la disciplina personal y la curiosidad por el conocimiento, enraizados en nuestra vida universitaria, generaron una percepción común del futuro que nos mantuvo unidos como una sólida e imperturbable institución. Desde entonces, he visto crecer con agrado la infraestructura y las finanzas de aquella supuestamente pequeña Universidad llamada Cayetano Heredia de los sesenta. Tengo la sensación (y admito que puedo estar totalmente errado) que el cultivo del pensamiento, la solidaridad, la razón, la lógica y la superación personal en lo académico y espiritual no la hemos cultivado paralelamente. Presiento que la meta personal pareciera sobredimensionarse sobre las metas institucionales. Reconozco que tengo limitaciones para resumir las diversas inquietudes del pensamiento de nuestros actuales alumnos y la magnitud de su participación en la vida institucional universitaria, aunque es muy seguro que existen inquietudes como las de cualquier joven. Me imagino que al igual que nosotros, la mayoría no son muy “científicos”, ni “académicos” pero como todo joven, son una vorágine de sueños por realizar y metas que cumplir. Cada joven debiera terminar haciendo algo que le de satisfacción espiritual (“Spiritus Ubi Vult Spirat”). Pienso que para ello se requiere mantener y mejorar aquellos tiempos y espacios donde el estudiante pueda dar rienda suelta a su creatividad, su espontaneidad, su ingenio y capacidad de innovación. Este es el tema central de la verdadera formación universitaria. ¿Por qué decidió especializarse en nefrología? Mi tesis de bachiller versó sobre la toxicidad renal de la Anfotericina B y me permitió un acercamiento a profesores como el Dr. Hugo Lumbreras Cruz, el Dr. Carlos Monge Casinelli y el Dr. César Torres Zamudio quienes fueron los mejores ejemplos para mi vida profesional. Tanto el Dr. Monge y el Dr. Torres se desempeñaron como nefrólogos y de allí mi inclinación por esta especialidad. Pesó mucho el ejemplo antes que una racionalidad en la elección. El verlos tan satisfechos, infundió esta inclinación hacia la nefrología. Debo también mencionar en forma particular al Dr. Oscar Situ Rojas, a quien lo recuerdo por su disciplina, puntualidad y calidez como cualidades ejemplares que el médico debiera llevar en su vida como parte propia de su ser. Durante y después de mi especialización como nefrólogo en el Hospital Nacional Cayetano Heredia, dediqué algunos años al trabajo en el laboratorio. Los cuatro años subsiguientes al término de mi especialidad (1979), trabajé casi exclusivamente en proyectos de investigación de la especialidad fuera del ámbito de nuestra Universidad gracias al inmenso apoyo que tuve de los doctores Carlos Battilana y Vilma Santibáñez (profesores de San Fernando), quienes además me introdujeron a la docencia formal como profesor de Nefrología en la Facultad de Medicina de San Fernando. El año 1982, retorné al servicio de nefrología del Hospital Cayetano Heredia gracias a una fraterna invitación para trabajar como “asistente libre” de parte de mis profesores, los doctores Torres y Situ, situación que cambió en 1988 cuando pasé a ser formalmente asistente del servicio del Hospital y profesor auxiliar de la UPCH. Considero que este período de alejamiento físico de la UPCH fue muy saludable en mi formación profesional, dado que me expuso a otros círculos académicos muy competentes como los de la Facultad de Medicina de San Fernando. Aprendí que al final uno es profesor de alumnos que quieren aprender y es alumno de profesores que quieren enseñar. Las universidades sólo son los instrumentos de este fin. En este período casi no tuve práctica clínica. Trabajé en lo que se conoce como el modelo cinético de la urea aplicado a la diálisis. Mi tarea era mirar los datos y construir las curvas que relacionaban el bienestar del paciente con el modelo. Aprendí nuevos puntos de vista sobre el enfermo: entenderlo como una unidad integradora y simultáneamente fractalizada, en una situación constantemente cambiante. Otro período relevante en mi vida profesional fue el que me ligó al desarrollo de una máquina de hemodiálisis. Aún recuerdo un mediodía en el antiguo comedor universitario, cuando sentados en una mesa con el Dr. Juan Miyahira, fuimos abordados por el Dr. Alberto Cazorla (en ese entonces Rector de la Universidad), quien al no encontrar mesa vacía nos honró con su compañía. Como podrán entender, las autoridades se encontraban realmente cerca de alumnos y profesores en el cotidiano devenir de la vida universitaria. Durante el coloquio afloró el proyecto que realizábamos para construir un prototipo de máquina para hemodiálisis, como uno de entre tantos mecanismos para enfrentar un problema de salud, como lo era y es la insuficiencia renal crónica terminal. “Mañana a las doce quiero verte a ti y a tu máquina en el rectorado y si hay algún problema con el transporte de la máquina me avisas”, comentó el Dr. Cazorla. No podía creer que se trataba de una pequeña máquina transportable. Al día siguiente, encontré sorprendentemente al entonces presidente del CONCYTEC, Ingeniero Carlos del Río. Observaron la máquina, su funcionamiento y aunque su estructura era aún precaria apreciaron las probabilidades de un ejemplo de desarrollo tecnológico propio. “Es necesario ponerle un cascarón o algo que la haga parecer una máquina, para mejorar la presentación” comentaron. Fue así que presentamos el proyecto a CONCYTEC, generamos el primer prototipo en 1988, y en 1989 hicimos un nuevo diseño. Finalmente trabajamos veinticinco unidades de máquinas con un modelo Bipersonal desarrollado en 1989. Estas máquinas de diálisis sirvieron en la época de la epidemia del cólera para tratar pacientes con insuficiencia renal aguda lo que motivó reconocimiento de la sociedad. Como se puede apreciar, la estima personal hacia el Dr. Cazorla y también al Ing. Del Río es muy profunda de mi parte, por cuanto pude aprender la gran importancia de tener autoridades universitarias y gubernamentales cercanas a las inquietudes cotidianas de la vida académica en forma permanente, dado que el desarrollo de las instituciones y del país en cualquier ámbito, se da en el día a día. Con el tiempo se patentó la máquina en el modelo bipersonal y generó el registro industrial con el nombre de Duodial. También se generó una pequeña empresa para la producción comercial, situaciones que persistieron hasta el 2005. Tuvimos cuatro generaciones de máquinas y considero que el mayor realce social estuvo en la época de la epidemia del cólera, allá por el 1991, cuando con estos equipos asistimos no menos de 300 pacientes con falla renal aguda afectados gravemente por la enfermedad, lo que implicó una reducción de la letalidad de la enfermedad de 4% conocida hasta ese entonces, a menos del 1% (y en el Hospital Cayetano Heredia a casi cero) cuando afectó al Perú. Sin embargo, el mayor desarrollo tecnológico lo tuvimos hacia el 2005. Esta experiencia, resaltó el valor de una tecnología propia e idónea, lo que motivó un reportaje en Discovery Channel. Sin embargo, lo social no necesariamente se correlaciona con lo comercial y así, no pudimos mantenernos en el mercado porque en el Perú rápidamente fue cambiando la economía, la oferta y la demanda comercial de servicios. El mercado se tornó más atractivo para la gran industria y ello derivó en la progresiva incursión de empresas transnacionales. Nuestra incipiente tecnología y precaria economía no soportó la competencia. Aún así, considero que la experiencia fue saludable y dejó frutos. En lo personal, mi hijo mayor, comprometido notablemente con la máquina como estudiante y luego como ingeniero electrónico, ahora es profesor a tiempo completo en la Universidad Peruana de Ciencias aplicadas (UPC), prestigiosa universidad en Lima. Concibe al ingeniero como el gran articulador de la innovación tecnológica para una sociedad floreciente. En forma independiente ha desarrollado máquinas automatizadas para el lavado de filtros de diálisis entre otros proyectos. En lo institucional, siguiendo el modelo de innovación tecnológica en unos casos o el desarrollo tecnológico en otros, el doctor Oscar Gayoso, neumólogo, trabajó con la Facultad de Ingeniería Electrónica de la Universidad Católica del Perú, un ventilador; el doctor Enrique Castañeda, un corazón-pulmón. Veo con agrado que existe entre los alumnos gran interés por el desarrollo tecnológico y con desaliento que nuestra Universidad no tenga aún los canales para cristalizar estas inquietudes saludablemente. Hace algún tiempo se propuso a las autoridades crear una incubadora de empresas con base tecnológica universitaria, y hacer de ésta un modelo que permita generar formas de vida universitaria tanto para el inventor como para quienes apuesten por este estilo de vida universitaria. Siento que nuestra Universidad está concentrada en un punto de vista exclusivamente cientificista, es decir la investigación científica por la investigación o la enseñanza por la enseñanza o la información por la información, olvidando que la búsqueda constante de la humanidad es su bienestar y en ello el tronco es la tecnología. ¿Cuál fue su trayectoria profesional? Entre 1982 y 1988 acudí al Hospital Cayetano Heredia y participé en la docencia del pre y post grado sin ninguna ligazón formal ni con el Hospital ni con la Universidad. En 1988 fui nombrado en el HNCH y contratado por la UPCH. Fui Director de la Biblioteca de la UPCH por dos años y medio, estuve dentro de una nueva propuesta que la Universidad hizo a través de la Dirección Universitaria de Investigación y Formación Científico Técnica, que juntaba todo lo que es investigación con información y con desarrollo tecnológico. Entonces era proclive a lo que podría devenir en desarrollo tecnológico más que al investigar por investigar, acción que aún me parece un sin sentido así también como la investigación financiada por la industria farmacéutica que más me suena a trabajo asalariado. Creo que el investigador debe tener sus propias ideas y su propio desarrollo. Por aquellos años, profesionalizamos la biblioteca. Por entonces había escasos profesionales trabajando en ella. Inicialmente captamos profesionales bibliotecólogos, luego un ingeniero informático y de sistemas y un programador analista, así como un agente de mercado para poder entender las necesidades de nuestros alumnos y de otras universidades para concluir en las mejores reformas administrativas convenientes. Debo señalar que recibí una biblioteca con esa perspectiva del doctor Balarezo, estomatólogo, director anterior de la biblioteca, una persona a quien admiro y estimo, profesor que creo que no tiene el reconocimiento que debería tener. La primera meta fue hacer fue la página interactiva de la biblioteca, que más o menos es la que ustedes ven actualmente, un poquito cambiada, pero en esencia es esa. Fue todo un trabajo, porque se tuvo que pasar toda la información existente a formato electrónico. Trabajamos con otras bibliotecas de Medicina del Perú para poder tener toda la información de tesis al día. Hicimos contactos saludables con Arequipa y Trujillo, que luego se truncaron por razones que desconozco. Este periodo culminó hacia el año 2000, cuando dejé el cargo de Director de la Biblioteca para dedicarme a plenitud a mi labor asistencial en el Hospital Cayetano Heredia. Allí me “topé” con la presidencia del Cuerpo Medico del HNCH, no la busqué, me “topé”. Un grupo de colegas me solicitaron asumir la Presidencia del Cuerpo Médico del HNCH (creo que a falta de otro candidato). Estando ya en el cargo, cayó el gobierno de Fujimori. Como consecuencia, la Federación Médica pidió cambio de los directores hospitalarios y lamentablemente me encontraba en ese momento en el pico de la ola dado que era Presidente del Cuerpo Médico. Me tocó la ingrata labor de enfrentar esa coyuntura y luego de una elección terminé en la terna de personas propuesta por el Cuerpo Médico para ser Director del HNCH. Algunos días después me llamó el Ministro de Salud y me comunicó que había considerado nombrarme Director del HNCH, situación que acepté mientras ocurriera la transición política que el país demandaba. Ocupé como consecuencia la Dirección General del Hospital nueve meses, lo cual como comprenderán me valió nuevos amigos y probablemente muchos más enemigos. Sin embargo, al culminar la gestión volví muy satisfecho de lo realizado a mis tareas cotidianas de médico y profesor que son la esencia de mi vida y el sentido de mi existencia. He tenido además la satisfacción de haber ejercido posteriormente la Jefatura del Departamento de Medicina entre los años 2003 al 2005. Tanto como Director General como Jefe del Departamento Asistencial de Medicina tuve la gran satisfacción de trabajar con residentes de Administración de Salud y aprender la tremenda trascendencia de esta valiosa especialidad que aún percibo no tiene el lugar que le corresponde en la formación de especialistas de nuestra Universidad. Debo reconocer el gran aporte que siempre he tenido en mi vida profesional del Dr. Luís Pro Delgado, entrañable amigo y excelente profesor. Así, luego de mi egreso de especialista en 1979, trabajé en la investigación y la docencia durante cuatro años en forma casi exclusiva hasta 1982. La investigación en un empresa privada y la docencia en la UNMSM. Entre 1982 y 1988 trabajé sin compromiso laboral formal alguno en el Hospital Cayetano Heredia y en la UPCH. Desde entonces (1988) fui formalmente médico asistente del HNCH y profesor de nefrología en el pregrado y en la especialización, en metodología de la investigación en pregrado y los postgrado de maestrías y doctorados de la UPCH y la Universidad San Agustín de Arequipa. En mi vida personal tuve la suerte de gestar y mantener una pequeña empresa de servicios de hemodiálisis donde atendemos sesenta pacientes constantes ya por 26 años (siendo probablemente el o uno de los centro de diálisis privados más antiguos del Perú). He vivido los grandes cambios que ha sufrido la Nefrología en el mundo, en nuestro país y en nuestro hospital. En nuestro hospital un cambio importante se dio con el inicio el seguro escolar hace ya mas de diez años que posibilitó el tratamiento en forma crónica de niños con falla renal crónica terminal. Con esta situación se sustentó la sub-especialización de la nefrología pediátrica cuyo primer egresado y símbolo institucional es el Dr. Reyner Loza. Con los años, se ha desarrollado la diálisis peritoneal ambulatoria para niños que viven muy distantes de Lima en poblados que careces en situaciones de elementos básicos de servicios. El tema me parece altamente relevante por cuanto implica una clara preocupación del estado por sus ciudadanos, especialmente los más desprotegidos. Consecuencia de este desarrollo es la actual implementación de la Unidad de Transplante Renal hospitalario liderada por el Dr. Luis Zegarra Montes. Esta breve reseña de algunos aspectos del desarrollo nefrológico institucional tiene el defecto de olvidar otros también igual o más importantes que los precedieron y que pido disculpas por no poder mencionarlos a todos, siendo ellos resumidos brevemente en el recuerdo de los doctores Carlos Monge Cassinelli, César Torres Zamudio y Oscar Situ Rojas. ¿Qué opina acerca de los cambios que se han dado en la UPCH, usted que ha estudiado en Pregrado,en Postgrado y ha sido autoridad universitaria? Partiendo de la premisa de que no puedo ser objetivo, porque es como pedirme que opine acerca de mi familia, diría que para ser positivo todos los cambios son buenos. Quizás lo que deberíamos decir es que cosas son mejores. Yo apostaría por la mejora en la formación del médico en el concepto integral de persona. No solamente debe centrarse nuestra preocupación en la capacidad profesional, técnica, o erudita del egresado, porque creo que ser médico es mucha más que ser un buen profesional, la Medicina es una forma de vida para el bien de la humanidad y el exceso de tecnicismo o erudición tienen intrínsicamente la terrible tentación del egoísmo, de la ostentación, de la soberbia y por consecuencia de la ignorancia. Una segunda apuesta la haría por impulsar una mayor identificación institucional, que me parece haberse perdido en los vericuetos de la competencia personal desmedida y alentada muchas veces por los profesores. Debemos saber personalizar las virtudes de cada estudiante y potenciarlas al máximo en su contexto personal y dentro del marco institucional. Como mencioné antes, los alumnos hacíamos actividades porque los profesores de alguna forma nos facilitaban las cosas y ello genera una identificación institucional y conlleva un común denominador que es la formación humanística del médico u otro profesional. Quizás hemos cambiado la formación humanística por la dogmática y esto se traduce en falta de tiempo y espacios para la real vida universitaria de los estudiantes. Creo que en la vida hay tiempo para informarse de lo que uno necesita informarse, no de informarse de cualquier cosa. Lo que no hay mucho tiempo en la vida es para formarse integralmente como persona. Extraño de la UPCH, el contacto cercano entre los profesores y los alumnos. Desde hace diez o doce años tengo reuniones semanales voluntarias de lectura crítica con los estudiantes. Hay varias generaciones de graduados con los cuales me he reunido regularmente dos horas semanales para hacer lectura críticas de artículos científicos. La idea básicamente es como aprendemos a pensar, con artículos de cualquier tema, como el que revisó alguna vez el ahora Dr. Miguel Trelles en un artículo hermosísimo que versaba sobre un modelo epidemiológico matemático para control de infecciones respiratorias en una gran ciudad asiática. Allí leemos de todo; la idea es involucrarlos en la disciplina del pensamiento, obviamente yo aprendo más que los estudiantes. Es interesante resaltar que estas reuniones son organizadas por los mismos alumnos que a su vez seleccionan quienes van, los de años superiores van comandando el grupo e incorporando a nuevos alumnos. Es una experiencia muy saludable, pues a pesar de no conocerse entre ellos, la lectura permite a los alumnos de años superiores enseñar a los de años inferiores, desarrollando así su capacidad docente y de otro lado, los alumnos más jóvenes van percibiendo el quehacer de la Medicina en forma integral al incorporar su estudio de ciencias básicas en los aspectos aplicativos de la medicina diaria. ¿Qué hubiera sido si no hubiera sido médico? No sé si vago o músico. ¿Qué mensaje les daría a los alumnos? Lo que siempre les he dicho a los alumnos, creo que en primer lugar si piensan ser médicos lo primero por lo que hay que preocuparse es de ser una buena persona. Si ello falla las demás cosas como la información o la técnica tiene muy poco valor. Si eres una buena persona no lo va a decir uno, lo dirán otros, pero está en uno mismo generar la forma de ser capaz de conjugar la satisfacción personal con la satisfacción y el bien ajeno. Ese camino pasa por la preocupación de una auténtica formación humanística donde la cultura general es piedra angular. ¿Cómo poder entender a nuestros enfermos si acaso no tenemos idea como son, donde han nacido y como se han formado para concebir la salud y la enfermedad? Entonces ya es importante tener información adecuada, correcta y coherente, y eso no sólo significa leer, si no pensar lo que se ha leído, haberlo analizarlo y saber como se puede utilizar en una persona concretamente. Finalmente, les pediría tener el entrenamiento adecuado para la aplicación ética de las técnicas necesarias. Les pediría recordar que el paciente no es de ninguna manera un sujeto de curiosidad médica, es ante todo una persona doliente que solicita alivio de su dolor en la mejor manera posible de acuerdo a una circunstancia determinada, donde el médico es el depositario de esta confianza. Gracias doctor Cieza por habernos concedido esta entrevista tan ilustrativa de su trayectoria y de sus ideales.