MOLIÈRE-OBRAS DE TEATRO ADAPTADAS PARA EL AULA

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Prof. José Antonio García Fernández,
jagarcia@unizar.es
OBRAS DE TEATRO DE JEAN-BAPTISTE POQUELIN,
“MOLIÈRE”, ADAPTADAS PARA EL AULA
(Tomadas de FERRÉ, Encarnación, Clásicos en el aula. Obras teatrales adaptadas con fines
didácticos. Zaragoza, edición de la autora, 2015. Presentación de Montserrat Martínez Reus,
directora del Servicio Provincial de Educación de Zaragoza, pp. 331-352)
Índice de obras
OBRAS DE TEATRO DE JEAN-BAPTISTE POQUELIN, “MOLIÈRE”, ADAPTADAS PARA EL AULA ......................... 1
01. EL CASAMIENTO FORZOSO (PP. 331-334) .............................................................................................................1
02. EL BURGUÉS GENTILHOMBRE (PP. 335-338) .........................................................................................................3
03. LA ESCUELA DE LAS MUJERES (PP. 339-342)..........................................................................................................6
04. EL MÉDICO A PALOS (PP. 343-348) .....................................................................................................................7
05. EL ENFERMO IMAGINARIO (PP. 349-352) ...........................................................................................................10
06. EL MISÁNTROPO (PP. 353-356)........................................................................................................................13
07. LAS MUJERES SABIAS (PP. 357-362) ..................................................................................................................15
08. TARTUFO (PP. 363-366) .................................................................................................................................18
09. EL AVARO (PP. 367-372) ................................................................................................................................21
10. LAS PRECIOSAS RIDÍCULAS (PP. 373-375) ...........................................................................................................23
01. El casamiento forzoso (pp. 331-334)
Personajes
Sganarelle (viejo)
Jerónimo
Dorimena (prometida de Sganarelle)
Alcanfor (padre de Dorimena)
Lycante (amante de Dorimena)
Alcides (hermano de Dorimena)
Pancracio (filósofo aristotélico)
Marphurius (filósofo pirrónico)
Egipcia
(Música)
Sganarelle: (Entra y mira hacia bastidores, simulando hablar con quienes quedan dentro de su casa)
Regreso en un momento. Si traen dinero, mandadme avisar. Si vienen a pedirlo, que vuelvan
otro día.
Jerónimo: (Entra) Habéis dado una orden muy prudente.
Sganarelle: Señor Jerónimo, qué casualidad veros aquí. Iba a vuestra casa.
Jerónimo: ¿Con qué propósito?
Sganarelle: Para pediros una opinión sincera.
Jerónimo: Con mucho gusto os la daré. ¿De qué se trata?
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Sganarelle: Quiero saber si haré bien en casarme.
Jerónimo: ¿Qué edad tenéis?
Sganarelle: En verdad... no lo sé.
Jerónimo: Creo que, para vos, el matrimonio resulta inadecuado. Es ridículo que, después de ser
libre hasta este momento, ahora aceptéis esa cadena.
Sganarelle: Se trata de una joven que me gusta, a la cual amo de todo corazón.
Jerónimo: ¡Pues casaos entonces! No he de decir palabra.
Sganarelle: ¿Conocéis a algún hombre más lozano que yo? Mirad qué dientes. (Le muestra los
dientes) ¡Los mejores del mundo!
Jerónimo: ¿Quién es la joven?
Sganarelle: Se llama Dorimena.
Jerónimo: No faltaré a la boda.
Sganarelle: ¡Me siento el más dichoso de los hombres!
Jerónimo: (Sale)
Dorimena: (Entra)
Sganarelle: (Para sí) (¡Qué hermosa es! ¿Puede haber alguno que al verla no sienta deseos de
casarse?) ¿Adonde vais, bella criatura?
Dorimena: A hacer unas compras.
Sganarelle: ¡Qué felices seremos! ¿No os alegra nuestro casamiento?
Dorimena: Muchísimo, os lo juro. Mi severo padre me tiene esclavizada y deseo casarme para
poder hacer cuanto me venga en gana. Me gustan las visitas, el juego, las reuniones, los
paseos... Pero vos, ¿no seréis de esa clase de hombres empeñados en que viva su mujer
como un erizo? ¿Qué os ocurre? Os ha mudado el rostro. (Sale)
Jerónimo: (Entra) Celebro encontraros. Descubrí un orfebre que, enterado de que necesitáis una
sortija, asegura que tiene una de diamantes que os ha de gustar.
Sganarelle: Bueno... en realidad no corre tanta prisa.
Jerónimo: ¿Qué queréis insinuar?
Sganarelle: Siento escrúpulos hacia el matrimonio. Quiero reflexionar.
Jerónimo: Pues ahí vienen dos sabios que os aclararán todas aquellas dudas que tengáis. (Sale)
Sganarelle: (A Pancracio, que entra con Marphurius) ¿Puedo hablaros de algo que me inquieta?
Pancracio: ¿Qué lengua emplearéis?
Sganarelle: ¿Qué lengua? ¡Cuál va a ser! ¡La que tengo en la boca! No voy a pedir una lengua al
vecino.
Pancracio: Quiero decir, si me hablaréis en inglés, en latín, en árabe, en griego...
Sganarelle: En francés, en francés.
Pancracio: En tal caso... poneos al otro lado. Este oído lo tengo reservado para idiomas extranjeros.
Sganarelle: (Cambiándose de lado) ¡Cuánta ceremonia necesita esta gente!
Pancracio: ¿Me explicaréis al fin vuestro problema, o imagináis que puedo adivinarlo?
Sganarelle: Quiero casarme con una bella joven, mas temo que...
Pancracio: Sed breve, os lo suplico. Evitad toda prolijidad, ambages, circunloquios.
Sganarelle: Veo que no quiere escucharme.
Pancracio: ¡Vayase al diablo! (Sale)
Sganarelle: (A Marphurius) Ya que el destino lo ha traído aquí, ¿puede usted ayudarme?
Marphurius: ¿Afirma usted que estoy aquí? Hace mal. Es una cosa incierta. Hay que dudar de todo.
Sganarelle: Cómo he de dudar si os estoy viendo. Dejémonos de sutilezas y escuchad lo que quiero
preguntar. ¿Haré bien en casarme o haré mal?
Marphurius: O lo uno o lo otro. Según resulte. Depende de la suerte.
Sganarelle: ¡Mira con qué me sale! Es que, si me caso, temo ser cornudo.
Marphurius: La cosa es muy factible.
Sganarelle: ¿Qué me aconsejáis pues?
Marphurius: Haced lo que más os agrade. Yo me lavo las manos. Lo que sea sonará. (Sale)
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Sganarelle: Tampoco pude sacarle una palabra. ¿Habrá hombre más turbado que yo? Le hablaré a
esa egipcia.
Egipcia: (Entra)
Sganarelle: ¿Puedes echarme la buenaventura?
Egipcia: No tenéis más que darme una moneda.
Sganarelle: (Dándole una moneda y mostrándole la palma de la mano) ¿Qué me puedes decir?
Egipcia: Te casarás pronto con una mujer que a casa te traerá muchos amigos.
Sganarelle: Pero ¿me hará cornudo?
Egipcia: (Sale riéndose) Jajajajá.
Sganarelle: Tampoco ha querido contestarme. Es urgente consultar a un hechicero. (Va a salir pero
se esconde al ver que entran Dorimena y Lycante)
Lycante: ¿De verdad os casáis esta noche? Temo que olvidéis mi amor.
Dorimena: Mi matrimonio no debe inquietaros. Me caso porque es rico y tan viejo que morirá en un
tris.
Sganarelle: (Sale de su escondite)
Dorimena: (A Lycante, refiriéndose a Sganarelle) Este es el hombre que me toma por esposa.
Lycante: Permitidme que os felicite. Os casáis con una joven muy honesta.
Dorimena: Vamonos. Ya tendréis ocasión de hablar tranquilamente. (Sale con Lycante)
Sganarelle: Debo olvidar la boda. ¡Vaya negocio haría!
Alcantor: (Entra) ¿Cómo van esos preparativos? Estoy tan impaciente como vos aguardando la
boda.
Sganarelle: Quiero hablaros, suegro. Tengo mucha edad y quizás... vuestra hija...
Alcantor: Os la he prometido y vuestra ha de ser.
Sganarelle: Os agradezco tal honor, pero debo decir que no quiero casarme.
Alcantor: ¿Podría conocer la razón?
Sganarelle: No me siento llamado al matrimonio.
Alcantor: Pues ya recibiréis noticias mías. (Sale)
Sganarelle: He hecho bien sacudiéndome ese compromiso.
Alcides: (Entra) ¿Es cierto que os negáis a casaros con mi hermana?
Sganarelle: Yo... con gran sentimiento y pesar...
Alcides: (Mostrándole dos espadas) Elegid entre estas dos espadas.
Sganarelle: ¿Para qué?
Alcides: Para que uno al otro nos rebanemos aquí mismo el pescuezo.
Sganarelle: No me quiero batir.
Alcides: ¿Preferís que os muela a palos?
Sganarelle: Bueno, me casaré.
Alcantor: (Entra) ¿En qué quedó la cosa?
Alcides: Es hombre razonable. Se casa con mi hermana.
Alcantor: ¡Loado sea el cielo! Al fin me libré de ella. ¡Vamos a celebrar esa boda feliz!
Todos: (Salen)
(Música y telón)
(Todos los actores entran a saludar)
Fin
02. El burgués gentilhombre (pp. 335-338)
Personajes
Monsieur Jourdain
Madame Jourdain
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Lucila (hija de los anteriores)
Cleonte (enamorado de Lucila)
Covielle (amigo de Cleonte)
Maestro de música
Maestro de filosofía
Lacayos
(Música)
(Monsieur Jourdain entra con el Maestro de música, que lleva algún instrumento musical)
Monsieur Jourdain: Perdón si os hice esperar. Me he vestido como la gente elegante. (Llamando)
¡Lacayos! ¡Lacayos!
Lacayos: (Entran) ¿Qué desea, señor?
Monsieur Jourdain: Quería comprobar si me escuchabais. Os podéis retirar.
Lacayos: (Salen)
Monsieur Jourdain: ¿Afirmáis, pues, que la gente más fina sabe música?
Maestro de música: Naturalmente. Estudian danza, música, esgrima...
Monsieur Jourdain: Siendo así, aprenderé. ¿Podríais enseñarme cómo se hace una reverencia?
Dentro de poco deberé saludar a una marquesa.
Maestro de música: (Gesticulando según lo que va diciendo) Si queréis saludarla con respeto,
habréis de hacerle una reverencia. Después camináis hacia ella mientras lleváis a cabo otras
tres, y, en una última, agachaos hasta sus rodillas.
Monsieur Jourdain: ¿Lo hago bien? (Repite los gestos que ha hecho el Maestro de música)
Maestro de filosofía: (Entra)
Monsieur Jourdain: ¡Señor filósofo!, llega oportunamente.
Maestro de filosofía: Estoy a su servicio. ¿Por dónde comenzamos?
Monsieur Jourdain: Ayudadme a escribir una carta.
Maestro de filosofía: ¿La preferís en verso?
Monsieur Jourdain: No, no. En verso no.
Maestro de filosofía: Pues entonces, en prosa.
Monsieur Jourdain: No, no. En prosa no.
Maestro de filosofía: Es necesario que sea verso o prosa. No existe otra manera.
Monsieur Jourdain: Y, al hablar, ¿qué usamos?
Maestro de filosofía: Prosa nada más.
Monsieur Jourdain: Así, cuando digo: Traedme las pantuflas', ¿estoy hablando en prosa?
Maestro de filosofía: Sí señor.
Monsieur Jourdain: ¡Vaya! ¡Hace años que hablo en prosa y me entero hoy!
Todos: (Salen)
(Breves instantes de música)
Madame Jourdain: (Entra con Cleonte) Os aconsejo que no perdáis el tiempo y pidáis a mi hija en
matrimonio. Ahí llega mi marido, aprovechad.
Monsieur Jourdain: (Entra)
Cleonte: Señor, ¿puedo deciros algo que llevo meditando largo tiempo?
Monsieur Jourdain: Decid, joven, decid.
Cleonte: Sería un gran honor que me hagáis vuestro yerno.
Monsieur Jourdain: ¿Sois gentilhombre?
Cleonte: No.
Monsieur Jourdain: Entonces, olvidaos de vuestra pretensión.
Madame Jourdain: Marido mío, ¿por qué le preguntáis si es gentilhombre?
Monsieur Jourdain: Callad, esposa mía, que os veo venir.
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Madame Jourdain: ¿Descendemos nosotros de la alta burguesía? ¿No era vuestro padre
comerciante?
Monsieur Jourdain: ¡Qué peste de mujer! Solamente aceptaré por yerno a un gentilhombre. Deseo
que mi hija sea marquesa.
Madame Jourdain: ¿Marquesa? ¡Dios me guarde! No quiero que mis nietos se avergüencen de mí.
Monsieur Jourdain: ¡Le pese a quien le pese, he de hacerla marquesa!
Madame Jourdain: (A Cleonte) No desesperéis.
Todos: (Salen)
(Breves instantes de música)
Covielle: (Entra con Cleonte) No toméis en serio cuanto dijo. ¿Ignoráis que está loco? Debemos
pensar algo acorde a sus quimeras.
Cleonte: ¿Qué pretendéis hacer?
Covielle: Me viene a la memoria una comedia... Vos seréis el actor. Vayamos, que os lo cuento.
(Sale con Cleonte)
(Breves instantes de música)
Covielle: (Entra con Monsieur Jourdain) ¿Estáis seguro de no reconocerme? Amigo fui de vuestro
señor padre; aquel gentilhombre al que tanto aprecié.
Monsieur Jourdain: ¿Gentilhombre mi padre? Y los necios se empeñan en decir que era
comerciante!
Covielle: ¡Cuánta maldad!
Monsieur Jourdain: ¿Querréis testificar que era gentilhombre?
Covielle: Donde convenga lo testificaré.
Monsieur Jourdain: Pero ¿qué asunto os ha traído aquí?
Covielle: Anunciaros una importante nueva. El hijo del Gran Turco está enamorado de vuestra
hermosa hija.
Monsieur Jourdain: ¿El hijo del Gran Turco? ¡Qué inmensísimo honor!
Covielle: Y para que podáis estar a su altura, ha decidido nombraros Paparruchi.
Monsieur Jourdain: ¿Qué es eso, si se puede saber?
Covielle: Una gran dignidad. Equivale a Paladín.
Monsieur Jourdain: ¿Vendrá pronto a pedirme la mano de mi hija?
Covielle: Cuando esté seguro de que va a aceptar.
Monsieur Jourdain: Lo hará, aunque está empeñada en casarse con Cleonte.
Covielle: Llega el hijo del Gran Turco.
Cleonte: (Entra disfrazado con parafernalia oriental)
Monsieur Jourdain: (Inclinándose) Consideradme vuestro humilde servidor.
Cleonte: (Deformando su acento) Que el sielo os dé la f uersa del león y la extrema prudensia que
tiene la serpiente.
Madame Jourdain: (Entra) ¿Qué está pasando?
Monsieur Jourdain: Estoy a punto de ser Paparruchi.
Madame Jourdain: ¡Ay Dios! ¡Mi marido está loco!
Lucila: (Entra)
Monsieur Jourdain: Venid aquí, hija mía, que el hijo del Gran Turco nos ha hecho el honor de pedir
vuestra mano.
Lucila: No me quiero casar. (Para sí) (¡Pero si es Cleonte!) Sin embargo... como os debo
obediencia...
Madame Jourdain: (Para sí) (¿Es quien creo que es?) Yo consiento también.
Monsieur Jourdain: ¡Qué feliz soy! Vayamos a llamar al notario.
Todos: (Salen)
(Música y telón)
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(Todos los actores entran a saludar)
Fin
03. La escuela de las mujeres (pp. 339-342)
Personajes
Arnolphe
Agnés (joven inocente educada por Arnolphe)
Horace (enamorado de Agnés)
Alain (criado)
Georgette (criada)
Chrysalde (amigo de Arnolphe)
Notario
(Música)
Chrysalde: (Entra con Arnolphe) Aquí podemos hablar sin que nos oigan. ¿Pedís que abra mi
corazón? Pues diré que veo temerario que os queráis casar.
Arnolphe: ¿En verdad os parecen los cuernos la inevitable consecuencia de todo matrimonio? Yo he
tomado alguna precaución.
Chrysalde: ¿Llamáis precaución a desposaros con una mujer boba?
Arnolphe: Casarse con una de excesivo talento suele pagarse caro. Prefiero que la mía brille por su
ignorancia. Es suficiente con que sepa rezar, coser e hilar. Por eso la eduqué lejos del mundo.
Chrysalde: No diré una palabra más. Tan solo que estáis loco de remate. (Sale)
Arnolphe: (Llamando) ¡Georgette! ¡Alain! ¡Venid!
El criado y la criada: (Entran)
Arnolphe: ¿Qué tal os fue en mi ausencia?
Alain: Muy bien, señor.
Arnolphe: ¿Dónde está Agnés? ¿Sabe que he llegado?
El criado v la criada: Iremos a avisarla. (Salen)
Agnés: (Entra con la costura en la mano)
Arnolphe: (Para sí) (Está cosiendo. Buena señal). Querida Agnés, ¿qué estáis haciendo?
Agnés: Camisas de dormir.
Arnolphe: ¡Oh púdica ignorancia!
Agnés: (Sale)
Horace: (Entra)
Arnolphe: (A Horace) Querido Horacio, ¿qué hacéis aquí?
Horace: Vengo a relataros mi aventura. Estoy enamorado y creo que la cosa va muy bien.
Arnolphe: ¿Quién es ella?
Horace: Una joven muy linda a la cual un malvado, para volverla idiota, ha apartado del mundo.
Arnolphe: (Para sí) (¡Qué trance más amargo!)
Horace: ¿Qué pensáis?
Arnolphe: Hummm...
Horace: Me voy. Mi charla os está fatigando. (Sale)
Arnolphe: ¿Es cierto lo que he oído? Debo desbaratar esos funestos planes. (Llamando) ¿Dónde
estás, Agnés?
Agnés: (Entra)
Arnolphe: Quisiera preguntaros si os aburristeis mientras estuve ausente.
Agnés: No me aburro jamás. Hice seis camisas.
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Arnolphe: Me han dicho los vecinos que un desconocido entraba en esta casa, pero no he dado
crédito a tal maledicencia.
Agnés: Es la pura verdad. Cada día venía y se quedaba horas y horas.
Arnolphe: ¿Me diréis la razón?
Agnés: Un día estaba yo asomada al balcón cuando vi pasar a un joven muy apuesto. Me saludó
cortés y yo le respondí con una reverencia. Él me la devolvió, le respondí de nuevo...
Arnolphe: Continuad, continuad.
Agnés: Dijo después que mis hermosos ojos lo habían herido; que sin la dicha de poderme hablar,
habrían de enterrarlo en menos de dos días.
Arnolphe: ¿Entró pues el galán?
Agnés: No era oportuno el dejarlo morir.
Arnolphe: ¿Qué hacía durante las visitas?
Agnés: Me tomaba las manos y nunca se cansaba de besarlas.
Arnolphe; Para evitar algún mal aún mayor, nos casaremos esta misma noche.
Agnés: ¿Casarme yo con vos? A él preferiría.
Arnolphe: Mientras busco al notario, leed este papel en que se especifican los deberes de la mujer
casada. (Le entrega un papel y sale)
Agnés: (Lee) 'Deberes de la mujer casada. Primero: Sepa la que se casa que, el hombre que la elige,
la elige solamente para él. Segundo: Debe arreglarse solo para el marido y no debe
importarle que los demás la consideren fea. Tercero: Nunca irá a pasear ni acudirá a fiestas, y,
si sale a la calle, caminará con la cabeza baja'. (Mientras va leyendo, sale)
Chrysalde: (Entra con Arnolphe) ¿Cómo van los preparativos de la boda?
Arnolphe: Soliviantado estoy. Prefiere a un joven que conoció en mi ausencia, y me tiene a punto
de llorar, de matarme, de abofetearme...
Chrysalde: ¿Todo eso sin haberos llegado a casar? Ya os dije que el remedio mejor para no ser
cornudo es no casarse nunca.
Arnolphe: Quizás tengáis razón. (Sale con Chrysalde)
(Música y telón)
(Todos los actores entran a saludar)
Fin
04. El médico a palos (pp. 343-348)
Personajes
Martina
Juanón
Lucas
Ginés
Andrea
Leandro
Paula
Don Jerónimo
(Música)
Juanón: (Entra con un haz de leña y se sienta en el suelo) Duro trabajo el de leñador. Y con este
calor... ¡No puedo más!
Martina: (Entra malhumorada) ¿Qué haces ahí sentado, holgazán? Debes partir más leña.
Juanón: Si no es hoy, mañana será.
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Martina: ¡Bonita respuesta! ¿Cómo puedo aguantar a un marido tan vago y desidioso? (Tirando del
brazo a Juanón) ¡Levántate y trabaja!
Juanón: No quiero.
Martina: ¡Desdichada de mí! En mala hora me casé contigo. ¡Haragán, más que haragán!
Juanón: ¡No insultes, que te casco!
Martina: ¡Borracho! ¡Cuba de vino! ¡Infame!
Juanón: (Amenaza a Martina con un palo) ¡Ojo que no te tiente las costillas!
Martina: ¿A mí, bribón?
Juanón: ¡Toma, toma, toma! (Da de palos a Martina)
Martina: ¡Ayayay!
Juanón: Aprende a respetar a tu marido. (Sale con su haz de leña)
Martina: ¡Así revientes! ¡Ya me las pagarás!
Lucas: (Entra con Ginés) Buena mujer, ¿vive por aquí un médico famoso; uno que cura en griego?
Martina: Sí, sí, curaba en griego, pero hace una semana que ha muerto en francés. ¿Para qué lo
buscan?
Ginés: Para curar a una señorita que ha perdido el habla.
Martina: ¡Qué lástima, la pobre! Pero conozco a otra eminencia; un médico muy sabio que cura en
un plisplás los casos más atroces. Sin embargo, les debo advertir que es algo lunático. Va
vestido lo mismo que un patán y no admite ser médico a menos que lo muelan a estacazos.
Lucas: ¡Qué locura más rara!
Martina: Por allá viene. No olviden que se llama Juanón y que le deben dar de garrotazos. (Sale)
Juanón: (Entra con su haz de leña)
Ginés: ¿Es usted Juanón?
Juanón: No y sí; según lo que pretendan.
Lucas: Queremos obsequiarle y pagarle muy bien.
Juanón: Entonces... soy Juanón. ¿Qué he de hacer para que ustedes me obsequien y me paguen?
Gínés: Curar a una muchacha con sus artes de médico.
Juanón: ¿Médico yo? ¿Quién se lo dijo?
Lucas: Lo sabemos y en paz.
Juanón: ¡Qué disparate!
Lucas: Admítalo, que no estamos de chanza.
Juanón: Estén como estén, no soy médico.
Lucas: Confiéselo, que es por su bien. De lo contrario...
Juanón: ¡Que no, que no y que no!
Ginés: ¿Conque no, en?
Ginés y Lucas: (Con unos palos del haz pegan a Juanón)
Juanón: ¡Ayayay! ¡Basta! Soy médico y lo que ustedes quieran.
Lucas: Me alegro de que se muestre razonable.
Juanón: (Para sí) (¿Seré médico y no me he dado cuenta?) Ahora, ¿qué he de hacer?
Lucas: Curar a una señorita que ha perdido el habla.
Juanón: Vamos allá.
Ginés y Lucas: (Salen con Juanón, que lleva su haz de leña)
(Breves instantes de música)
(Entran don Jerónimo, Andrea, Lucas y Ginés)
Don Jerónimo: ¿Os han asegurado que es muy sabio?
Lucas: ¡Con decir que resucita muertos!
Ginés: Solo tiene una pega. Es un poco estrambótico.
Don Jerónimo: Ansioso estoy por verle.
Andrea: ¡Ay don Jerónimo! Ese médico no curará a Paulita.
Don Jerónimo: ¿Qué quieres insinuar?
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Andrea: Su hija necesita un marido. ¿Ignora que Leandro la quiere?
Don Jerónimo: ¿Leandro, que no tiene ni un céntimo?
Juanón: (Entra) ¡A los buenos días!
Lucas: (A don Jerónimo) Aquí tiene al eminente doctor; pasmo del mundo.
Don Jerónimo: ¡Cuánto me alegro!
Paula: (Entra)
Don Jerónimo: (A Paula) Anímate, hija mía. Confía en la sapiencia del doctor.
Juanón: (A Paula) Dígame qué le duele.
Paula: Ba, ba, ba.
Juanón: ¿Qué dice?
Paula: Ba, ba, ba.
Juanón: No entiendo una palabra.
Don Jerónimo: Ése es su mal. Se ha quedado muda sin que logremos averiguar la causa. ¡Qué
desconsuelo!
Juanón: ¿Desconsuelo? ¡Qué va! Una mujer que no habla es un tesoro. Si la mía padeciese la misma
enfermedad, procuraría no curarla.
Don Jerónimo: Yo le suplico...
Juanón: Se aliviará. Pierda cuidado. ¿Come bien?
Andrea: Con bastante apetito.
Juanón: ¿Le duele la cabeza?
Andrea: Dice que no.
Juanón: A ver la lengua.
Paula: (Enseña la lengua a Juanón)
Juanón: (Observando la lengua) ¡Humm! Hay humor corrompido.
Don Jerónimo: ¿Qué debemos hacer?
Juanón: Denle sopas de vino.
Don Jerónimo: ¿Para qué es bueno el vino?
Juanón: Para hacerla hablar. Dentro de poco parecerá un papagayo.
Andrea: Vamos, Paulita.
Todos: (Salen, excepto Juanón)
Juanón: ¡En mi vida me vi en semejante apuro!
Leandro: (Entra) Señor doctor, vengo a implorar su auxilio.
Juanón: ¿Qué le duele?
Leandro: Estoy enamorado de Paulita y busco algún pretexto para poderle hablar.
Juanón: ¿Me está pidiendo que haga de alcahuete? ¡Habrase visto igual temeridad!
Leandro: (Da a Juanón una bolsita con dinero)
Juanón: Bueno... en ese caso...
Leandro: Paula es infeliz porque su padre impide nuestra boda. Por eso decidió fingirse muda.
Juanón: Lograré que se casen, ya verá. Diré que es boticario. Pero márchese hasta que yo lo llame.
Leandro: (Sale)
Don Jerónimo: (Entra) Desde que tomó esas sopas de vino está peor.
Juanón: Llamaré al boticario. ¡¡Señor boticario!!
Leandro: (Entra) ¿Qué ordena, doctor?
Juanón: Aplíquele a la enferma una cataplasma.
Paula: (Entra y se sorprende al ver a Leandro) ¡Ay amor mío!
Don Jerónimo: ¡Ha hablado! ¡Oh médico admirable! Hija, dime alguna cosa.
Juanón: No la importune y déjela pasear por el jardín.
Paula y Leandro: (Salen)
Ginés: (Entra corriendo) ¡Señor, que se la lleva!
Don Jerónimo: ¿Quién se lleva a quién?
Ginés: ¡El boticario, que ha resultado ser el novio de Paulita!
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Don Jerónimo: (Refiriéndose a Juanón) ¡Este bribón ha sido el alcahuete! ¡Trae una cuerda y átalo,
que mañana ha de morir ahorcado!
Ginés; (Sale corriendo, entra con una cuerda y ata a Juanón)
Martina: (Entra y se sorprende al ver atado a Juanón) ¡Qué le han hecho a mi pobre marido!
Juanón: ¡Ay Martina, que mañana me quieren ahorcar!
Martina: ¿Que te ahorcan? ¿Por qué?
Juanón: Porque curé a una muda.
Paula: (Entra con Leandro) Padre, perdónanos,
Leandro: (A don Jerónimo) No pretendo robarle a su hija. Démela usted por propia voluntad.
Don Jerónimo: Te la doy, te la doy. ¡Venga un abrazo! (Se abrazan don Jerónimo y Leandro)
Juanón: ¿Es que nadie me piensa desatar?
Ginés: (Desata a Juanón)
Martina: ¡Alégrate, marido, que ya no te ahorcan! Y te pido perdón por decirles que eres un genio
de la medicina.
Ginés: Yo lo creí porque lo dijo ella.
Juanón: Y yo porque vosotros lo dijisteis.
Don Jerónimo: Por la misma razón lo creí yo.
Leandro: ¡Así va el mundo! Muchos adquieren fama de ser sabios solo por la ignorancia de todos los
demás.
(Música y telón)
(Todos los actores entran a saludar)
Fin
05. El enfermo imaginario (pp. 349-352)
Personajes
Argan (enfermo imaginario)
Angélica (hija de Argan, enamorada de Cleante)
Belina (esposa de Argan y madrastra de Angélica)
Toña (sirvienta de Argan)
Cleante (enamorado de Angélica)
Belardo (hermano de Argan)
Diafoirus (médico)
Tomás (hijo de Diafoirus y pretendiente de Angélica)
Notario
(En el escenario hay dos sillas y una mesa. Sobre ella, una campanilla)
(Música)
Arqan: (Entra con un papel en la mano y, sentado a la mesa, comienza a leer) Repasaré la cuenta
del boticario. Tres y dos hacen cinco, y cinco hacen diez, y diez hacen veinte. ¡Qué manera de
despellejar a los enfermos! ¡Treinta sueldos por una lavativa! ¿No las cobró a veinte el mes
pasado? Veamos qué he de tomar. Por la noche soporífero y somnífero. Luego un purgante y
un tonificante para expulsar la bilis. Después la poción astringente y un carminativo para
expulsar los gases, sin olvidar el suero que refresque la sangre. ¿También jarabes de limón y
de granada? Este mes me han puesto doce lavativas, el mes pasado veinte. Tengo que
hablarlo con el señor Purgón. (Hace sonar la campanilla) ¡Toñaaaa! ¿Es que no hay nadie?
¡Qué logro con quejarme si todos están sordos! ¡Toñaaaaa! (Hace sonar de nuevo la
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campanilla) ¡Maldita bribona! ¡El diablo te lleve! ¿Cómo dejáis así a un pobrecito enfermo?
(Hace sonar nuevamente la campanilla)
Toña: (Entra) ¡Ya voy, ya voy!
Argan: ¡Ay traidora! ¡Has conseguido que me desgañife! ¿Miraste el orinal para saber si me ha
hecho efecto la última lavativa?
Toña: ¿Que mire yo esas cosas? Para eso está Purgón, que ha encontrado en vos una auténtica
mina.
Argan: ¡Calla, ignorante! ¿Qué sabes tú de los secretos de la medicina?
Toña: ¿Alguien me explicará qué males padecéis para tomar tantos potingues?
Argan: Llama a mi hija. Tengo algo que decirle.
Toña: Ahí la tenéis. Parece que os adivinó el pensamiento.
Angélica: (Entra)
Argan: ¡Esperad, que ahora vuelvo! ¿Dónde está mi orinal? (Sale a toda prisa)
Angélica: He de decirte algo.
Toña: ¿Se trata de aquel joven galán?
Angélica: ¿No te parece apuesto? ¿Quién sabría decir cosas tan apasionadas?
Toña: Cuidado. Regresa vuestro padre.
Argan: (Entra) Hija, debo comunicarte que has sido pedida en matrimonio. Mi mujer, tu madrastra,
te querría meter en un convento. Yo, sin embargo... viendo que se trata de un joven
juicioso... que dentro de muy poco será médico...
Angélica: ¿Quién es?
Argan: Tomás Diafoirus, sobrino del señor Purgón.
Toña: ¿Pretendéis casar a vuestra hija con un médico?
Argan: No hay idea mejor. Con un yerno así tendré a mano las curas que preciso.
Toña: ¿Y qué haréis si no quiere aceptarlo vuestra hija?
Argan: ¡Encerrarla por siempre en un convento!
Angélica: No os disgustéis, padre, que os pondréis peor.
Belina: (Entra) Esposo mío, ¿por qué das esos gritos?
Argan: ¡La sirvienta me ha hecho rabiar!
Belina: Toña, te habré de despedir si haces enfadar a mi marido.
Toña y Angélica: (Salen)
Argan: ¡Necesitaré doce lavativas para compensar este disgusto! Será mejor que haga testamento.
Llama al notario.
Belina: Está aguardando afuera. Ahora lo hago entrar. (Sale y vuelve a entrar con el notario)
Notario: Vuestra esposa me ha dicho que os proponéis hacerla heredera universal, pero siento
deciros que eso no puede ser por tener una hija.
Argan: ¡Vaya por Dios!
Notario: Sin embargo... hay maneras de pasar por encima de la ley. Buscad un buen amigo, dádselo
todo a él, y que él se lo dé a vuestra esposa.
Belina: (A su marido, gimoteando) ¡Nada me importan los bienes de este mundo!
Todos: (Salen)
(Breves instantes de música)
Toña: (Entra con Cleante) Cleante, ¿ignoráis que tenéis prohibido ver a
Angélica?
Cleante: Decid que soy el maestro de música.
Toña: Ahí viene su padre. Ya veremos qué pasa.
Argan: (Entra) Me ha dicho Furgón que me pasee un poco por la casa.
Toña: Señor, aquí está el maestro de canto.
Argan: Avisa a Angélica.
Toña: (Sale y regresa con Angélica)
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Angélica: (Al vera Cleante) ¡Oh Dios mío!
Argan: ¿A qué viene, hija mía, esa emoción?
Toña: (Sale y vuelve a entrar con Diafoirus y su hijo Tomás) Han llegado el señor Diafoirus y su hijo
Tomás. (Para sí) (¡Menudo yerno!)
Tomás: (Con aspecto ridículo y hablar rimbombante) Vengo a saludar, reconocer, amar y
reverenciar en vos a un segundo padre. A un segundo padre hacia quien me considero mucho
más deudor. Porque si el primero me engendró, vos me habéis acogido. Si él me ha recibido
por necesidad, vos me habéis aceptado por benevolencia. Lo que le debo a él es obra de su
cuerpo, lo que viene de vos es dulce fruto de vuestro buen deseo. Así que, tanto os debo, que
os rindo el homenaje más respetuoso. (A Diafoirus, confidencialmente) (¿Qué tal lo hice,
padre?)
Diafoirus: (Muy bien, hijo, muy bien. Ahora dile a ella algún cumplido).
Tomás: (A Angélica) Igual que esa flor que llaman heliotropo gira su rostro al sol, así estoy
pendiente de vuestros bellos ojos.
Toña: (Para sí) (Vaya memo).
Argan; Aquí llega mi esposa.
Belina: (Entra)
Argan: Querida, me place presentarte al hijo del señor Diafoirus.
Belina: ¡Encantada!
Argan: Hija, da la mano a Tomás como señal de tu consentimiento.
Angélica: Es que... precisaría un tiempo para conocerlo mejor.
Argan: Ya sabes qué hay para escoger: Casarte con Tomás o entrar en un convento.
Todos: (Salen, excepto Argan)
Argan: ¡Van a matarme a disgustos!
Belardo: (Entra) Hermano mío, ¿por qué amenazas a tu hija con encerrarla en un convento? Pero...
no me respondas. Ya lo sé. Tu esposa te obliga a ello para quedarse con tu fortuna.
Argan: ¡Ya estamos como siempre; haciendo a mi santa mujer responsable de todo cuanto pasa!
¿No has reparado en los cuidados que me da; las caricias que me hace?
Belardo: Ciego estás con respecto a ella. (Sale)
Toña: (Entra) Hace mal no escuchando a su hermano. ¿Quiere que le demuestre que las zalamerías
de su esposa son fingidas?
Argan: ¿Cómo lo probarás, sirvienta malpensada?
Toña: Ahí viene. ¡Aprisa! Tumbaos en las sillas y haceos el muerto.
Argan: Si te empeñas... (Se tumba en las sillas y se finge muerto)
Belina: (Entra)
Toña: ¡Dios mío! ¡Qué desgracia!
Belina: ¿Qué sucede, Toña?
Toña: ¡Vuestro marido ha muerto!
Belina: ¿De verdad?
Toña: Entre mis brazos acaba de expirar. Vedle ahitan largo como era.
Belina: ¡Demos gracias al cielo! ¡Al fin me veo libre de tan pesada carga! ¿Qué hacía en este
mundo? Era un viejo asqueroso. Todo el día limpiándose los mocos, tosiendo y escupiendo
sin cesar.
Argan: (Incorporándose) ¡Conque sí, eh! En la vida hubiese imaginado escuchar eso.
Belina: ¡Era una trampa! (Sale precipitadamente)
Argan: Pobre hija mía. Voy a decirle que ya puede casarse con quien quiera y a pedirle perdón.
Toña: ¡Así se habla, amo! (Sale con Argan)
(Música y telón)
(Todos los actores entran a saludar)
Fin
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06. El misántropo (pp. 353-356)
Personajes
Alcestes (misántropo enamorado de Celimena)
Filinto (amigo de Alcestes)
Celimena
Basco (criado de Celimena)
Elianta (prima de Celimena)
Arsione (falsa amiga de Celimena)
(Música)
Filinto: (Entra con Alcestes) ¿Qué os pasa; qué tenéis?
Alcestes: Apartaos de mi vista.
Filinto: No puedo comprender esa rabieta, y siendo vuestro amigo...
Alcestes: ¿Amigo? He descubierto en vos mucha maldad.
Filinto: ¿Qué hice?
Alcestes: Abrazaros a un hombre, llenarle de cumplidos, demostrarle amistad.
Filinto: ¿Y qué queréis, si se acercó a mí con gesto alegre en un desbordamiento de ternura?
Alcestes: No soporto a la gente que abruma con cumplidos y frases serviciales. ¿Estimar a todos es
estimar de veras?
Filinto: La costumbre exige...
Alcestes: Debiera castigarse tal exceso de muestras de amistad. Siempre preferiré corazones
sinceros.
Filinto: En ocasiones, la franqueza total rozaría el ridículo. Por ejemplo, si se aborrece a alguno
¿sería pertinente hacérselo saber?
Alcestes: Por todas partes veo astucias, intereses, traición. ¡No puedo soportarlo!
Filinto: ¿Os veis capacitado para cambiar el mundo? Pero, si franqueza exigís, os diré que vuestra
extravagancia es el hazmerreír de cuantos os conocen.
Alcestes: ¡Tanto mejor!
Filinto: ¿No hay nadie que se salve de vuestro inmenso odio?
Alcestes: ¡Nadie, nadie, nadie! Los unos son malvados, los otros son palurdos que lograron triunfar,
y aun así les ríen las gracias.
Filinto: Sois demasiado rígido. A los hombres debemos aceptarlos como son. Habituarse a tener
flema de filósofo.
Alcestes: ¡Busco solamente la razón, la equidad, el derecho!
Filinto: Y esa rectitud, ¿la habéis encontrado en la mujer amada? Porque... no negaréis que
Celimena es muy coqueta. ¿Acaso sus defectos no los veis?
Alcestes: Los veo, sí, pero sabe agradarme y sabe hacerse amar.
Filinto: Si fuese vos, a su prima Elianta dedicaría mis suspiros. ¡Ella sí es sincera! (Sale)
Celimena: (Entra)
Alcestes: Celimena, desearía hablaros.
Celimena: ¿Es para regañarme?
Alcestes: Me tiene descontento vuestra forma de obrar. Tan descontento, que nuestra relación
debe terminar. Dais pie al primero que llega, y eso mi corazón no lo puede aceptar.
Celimena: ¿Qué culpa tengo de que me amen? ¿He de coger un palo y echarlos a la calle?
Alcestes: Deberíais ser parca al demostrar afecto.
Celimena: ¿Del universo entero tenéis que recelar? Tan solo a vos amo.
Alcestes: Pues yo no amé jamás como os amo a vos.
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Basco: (Entra) Señora, aguardan dos jóvenes marqueses.
Celimena: Hazlos entrar.
Basco: (Sale)
Alcestes: ¿A otros enamorados vais a recibir? ¿Por qué no dijisteis que no estabais en casa?
Celimena: Se pueden ofender y eso no me conviene. Gozan de un inmenso poder.
Alcestes: Nunca os faltan motivos.
Elianta: (Entra) ¿Puedo terciar en vuestra discusión?
Celimena: Por favor, hazlo, prima.
Elianta: Quien ama no encuentra nada de malo en la persona amada y hace de sus defectos
perfección. De la gorda dirá que su presencia es majestuosa. De la giganta, que una diosa
parece. La astuta es ingeniosa. La habladora, simpática. La muda, pudorosa.
Basco: (Entra) Señor Alcestes, abajo hay un hombre que os desafía a un duelo.
Alcestes: ¿Puedo saber por qué?
Basco: Escribió unos versos y dijisteis que eran horrorosos.
Alcestes: Y que son horrorosos mantendré, e incluso nauseabundos. (Sale)
Basco: También aguarda la señora Arsione. ¿Qué le debo decir?
Celimena: ¿Esa entrometida? La voy a recibir. No tengo otro remedio.
Basco: (Sale)
Elianta: Te dejaré con ella. (Sale)
Celimena: ¿Qué buscará esa víbora? En todas partes habla mal de mí por despecho y por celos.
Arsione: (Entra)
Celimena: (Fingiendo alegría) ¡Queridísima Arsione, qué dicha me da veros!
Arsione: Siento no traeros agradables noticias.
Celimena: ¿De qué se trata?
Arsione: He de contaros algo que atañe a vuestra honra.
Celimena: Habladme sin tapujos.
Arsione: Ayer, en una casa, murmuraron sobre la muchedumbre que viene a visitaros. Enseguida
me lancé a defenderos, mas insistieron en que vuestra conducta no es digna de imitarse.
Celimena: Pues, por corresponder a tal sinceridad, debo daros también algún consejo. En un sitio,
criticaban vuestra beatería; esos ojos de lástima con que miráis a todos; los eternos sermones
de cordura y honor.
Arsione: ¿Ser cuerdo es malo?
Celimena: Lo que es malo es pegar a los criados, lo mismo que hacéis vos, y no darles su paga, y
usar colorete por parecer hermosa. Yo también me esforcé por defenderos, mas concluyeron que
haríais bien preocupándoos menos de las vidas ajenas.
Arsione: Por la hiél que destiláis, veo que os hirió mi advertencia.
Celimena: Al contrario. Pero ahora excusadme. Debo atender otros asuntos. (Sale)
Alcestes: (Entra) Señora Arsione, ¿qué hacéis aquí?
Arsione: Aguardo a mi criado para volver a casa. Pero ya que la suerte ha propiciado que nos
quedemos solos, ¿puedo exponeros algo de interés?
Alcestes: Soy todo oídos.
Arsione: Sin rodeos diré que Celimena es indigna de vos. Ella os traiciona.
Alcestes: ¿Cómo puedo creeros?
Arsione: Venid conmigo y os daré una prueba irrefutable. (Sale con Alcestes)
(Breves instantes de música)
Alcestes: (Entra con Elianta) ¡Venganza pido!
Elianta: ¿De quién?
Alcestes: ¡Celimena me engaña; me es infiel!
Elianta: ¿En qué os fundáis?
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Alcestes: ¡Tengo una carta que destinaba a otro! (Muestra una carta)
Elianta: Quizás el mal aún sea reparable.
Alcestes: Esta injuria es mortal. Nada puede cambiar lo que tengo resuelto.
Elianta: Habladle, que aquí llega. (Sale)
Celimena: (Entra) ¿Qué me quiere decir vuestra mirada torva?
Alcestes: No os molestéis en disimular.
Celimena: ¿Habéis perdido el juicio?
Alcestes: ¡Cuánto arte en fingir! ¿Qué decís de esta caria? (Se la muestra)
Celimena: Estáis totalmente chiflado.
Alcestes: Loco estoy, sí, porque queréis a otro.
Celimena: Indigno sois de que os haga caso. No amáis como se debe amar.
Alcestes: Tal vez tengáis razón. Pero, a pesar de todo, ¿quién consigue dominar la ternura? Me
olvidaré de vuestras fechorías; las llamaré flaquezas. ¡Vayámonos lejos de la ciudad!
Celimena: ¿Renunciar al mundo antes de hacerme vieja?
Alcestes: ¡Ahora sí que os aborrezco! Buscaré un remoto lugar en que pueda vivir un hombre
honesto. (Sale)
Celimena: ¿Hallaremos el modo de impedirle su quimérico plan? (Sale)
(Música y telón)
(Todos los actores entran a saludar)
Fin
07. Las mujeres sabias (pp. 357-362)
Personajes
Crísalo (dueño de la casa)
Filaminta (mujer de Crísalo)
Armanda (hija de Crísalo y Filaminta)
Enriqueta (hija de Crísalo y Filaminta)
Aristo (hermano de Crísalo)
Belisa (hermana de Crísalo)
Clitandro (enamorado de Enriqueta)
Trissotín (mal poeta)
Notario
Mensajero
(Música)
Armanda: (Entra con Enriqueta) ¿Cómo es posible, hermana, que te quieras casar? ¿A qué responde
tu vulgar deseo? Pensar en ello me produce náuseas.
Enriqueta: ¿Qué hay de malo en tener un hogar, un marido, unos hijos?
Armanda: Deja para gentes de baja condición ese tipo de cosas y piensa en elevarte a placeres más
nobles. Observa a nuestra madre y podrás comprobar cómo la honran con el nombre de
'sabia'. Vuélcate en el estudio lo mismo que hago yo. Ahí radican las más bellas pasiones de la
vida.
Enriqueta: La naturaleza nos hace a cada cual para distintas cosas. Cualquiera no puede ser filósofo.
Tú has nacido para ascender a las más altas especulaciones. Yo... para ir a ras de suelo.
Armanda: Veo que no puedo librarte de tu testarudez. Pero, dime, ¿a quién has elegido como
esposo?
Enriqueta: A Clitandro.
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Armanda: ¿A él? ¿Ignoras que Clitandro me pretendía a mí?
Enriqueta: Ha comprendido que suspirar por ti resulta vano. ¿No renunciaste al matrimonio?
Armanda: Aunque me niegue a aceptarlo por esposo, me encanta tenerlo como adorador. Además,
¿quién asegura que su pasión por mí se ha extinguido?
Enriqueta: Él me lo ha dicho.
Armanda: ¡Qué crédula! ¿No comprendes que se engaña a sí mismo?
Enriqueta: Ahí viene. Preguntémosle.
Clitandro: (Entra y hace una pequeña reverencia a las dos hermanas) Enriqueta: Estimado Clitandro,
entre mi hermana y yo ha surgido una terrible duda. Decidnos claramente si la amáis a ella o
a mí. Armanda: Tal vez no se atreva a confesarlo cara a cara.
Clitandro: No tengo inconveniente en decir la verdad. Al principio me subyugaron los atractivos de
Amanda. Sin embargo, siempre me trató con frialdad y sufrí mil desprecios. Enriqueta fue
quien secó mis lágrimas.
Armanda: ¡Qué impertinencia!
Enriqueta; Hermana, ¿no te ha enseñado la filosofía a controlar la cólera?
Armanda: Y tú, ¿cómo te atreves a elegir marido sin contar con aquellos que te dieron el ser? La ley
no permite a las hijas disponer su boda según su albedrío.
Enriqueta: Es verdad, Clitandro. Debes lograr el consentimiento de mis padres.
Clitandro: Con ahínco lo voy a procurar.
Armanda: (Sale malhumorada)
Enriqueta: Creo que le ha dolido tu franqueza.
Clitandro: La merecía su altivez. Y ahora voy en busca de tu padre para que dé su aprobación.
Enriqueta: Te sugiero que comiences por mi madre. Sé amable y complaciente, alaba sus ideas... Él
solo hace aquello que ordene su mujer.
Clitandro: No sé si lograré disimular. Me molestan las mujeres empeñadas en que las crean sabias.
En cuanto al señor Trissotín... Me revienta, me irrita. Es un pedante cuyos escritos nadie
puede aguantar. Pero... viene tu tía. Intentaré que apoye nuestra causa.
Enriqueta: Hazlo con mucho tacto. Yo me voy. (Sale)
Belisa: (Entra)
Clitandro: Permitidme, señora, que abra mi corazón y os desvele una sincera llama que...
Belisa: ¡Despacio, por favor! Si buscáis que anote vuestro nombre en la lista de mis enamorados,
contentaos de momento con mirarme. Amadme, suspirad, arded por mis encantos, mas
permitidme a mí el ignoraros.
Clitandro: Es a vuestra sobrina a quien amo y tan solo pretendo me ayudéis a lograr la aprobación.
Belisa: ¡Qué astucia para el disimulo! En ninguna novela encontré pretexto más sutil.
Clitandro: No es pretexto. Muero por Enriqueta.
Belisa: ¡Qué hábil sois! Me admiráis.
Clitandro: ¿Por qué os empeñáis en suponer lo que no es cierto? ¡Que me ahorquen si os amo!
Belisa: ¡Rubor me produce tanto apasionamiento! (Sale)
Clitandro: ¡Al diablo esa loca! Buscaré alguien más cuerdo.
Clitandro: (Sale)
(Breves instantes de música)
Aristo: (Entra) ¡Qué joven este! ¡Cuánta pasión! Cómo me presiona para que obre en su favor. He
de hacer cuanto pueda.
Crísalo: (Entra) ¿Qué asunto os trae aquí, querido hermano?
Aristo: Hablaros de Clitandro.
Crísalo: Un joven juicioso, sí señor. Todo honor y prudencia.
Aristo: Me alegra que sintáis estima por él. Debéis saber que ama a Enriqueta.
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Crísalo: ¿Estáis seguro? Comenta otra persona que...
Aristo: Segurísimo estoy. Él me lo ha dicho.
Crísalo: Enriqueta es pretexto para encubrir otra pasión.
Aristo: ¿Otra pasión? ¿De quién se trata?
Crísalo: De Belisa.
Aristo: ¿De Belisa? ¡Por Dios! Nuestra hermana está loca.
Crísalo: No sé, no sé...
Aristo: Y bien, ¿consentís que Clitandro pretenda a Enriqueta?
Crísalo: Consiento de buena gana.
Aristo: ¿Pensará del mismo modo vuestra esposa?
Crísalo: Dejadlo en mi mano, que esto es cosa hecha.
Aristo: Si tan seguro estáis... (Sale)
Filaminta: (Entra enfurecida) ¡Hay que echar ahora mismo a la criada!
Crísalo: ¿Por qué? ¿Ha roto un espejo? ¿Ha robado las bandejas de plata?
Filaminta: Mucho peor. ¡Ha dicho una palabra contraria a la gramática!
Crísalo: ¿Te parece que tratemos otro asunto?
Filaminta: Está bien.
Crísalo: Nuestra hija mayor siente gran repugnancia por casarse. Sin embargo, convendría casar a
Enriqueta cuanto antes.
Filaminta: Ya lo había pensado. Incluso le he elegido marido.
Crísalo: ¡Qué alegría me das! ¿A quién propones?
Filaminta: Al señor Trissotín.
Crísalo: ¿Al señor Trissotín? ¡Válgame el cielo!
Filaminta: (Sale)
Aristo: (Entra) ¿Hablasteis con vuestra esposa del asunto?
Crísalo: Le he hablado, sí.
Aristo: ¿Da su consentimiento a la boda de Clitandro y Enriqueta?
Crísalo: No del todo. Me ha propuesto otro yerno.
Aristo: ¿Otro yerno? ¿Quién es?
Crísalo: El señor Trissotín. Uno que compone versos.
Aristo: Pero... os habréis opuesto, ¿no?
Crísalo: Lo creí imprudente.
Aristo: ¿Es posible tanta debilidad?
Crísalo: Mi mujer tiene un humor horroroso.
Aristo: ¿Por cobardía dejaréis inmolar a Enriqueta? Intentad comportaros como un hombre.
Crísalo: Tenéis razón. Habré de mostrar ánimo. (Sale con Aristo)
(Breves instantes de música)
(Entran Filaminta, Amanda, Belisa y Trissotín)
Filaminta: Señor Trissotín, dispuestas estamos a oír vuestros versos.
Armanda: Ardo por escucharlos. Es un hechizo cuanto sale de vos.
Filaminta: Manjar para el oído.
Enriqueta: (Entra. Al ver a Trissotín intenta huir. Filaminta la retiene)
Filaminta: Quédate a escuchar maravillas. Comience ya, señor Trissotín.
Trissotín: (Con voz engolada) Vuestra prudencia está dormida por tratar magníficamente y alojar
soberbiamente vuestra cruel enemiga'.
Armanda: ¡Vale por una obra entera! ¡Ojalá lo hubiese escrito yo!
Filaminta: ¡Quedo pasmada! ¡De placer muero!
Belisa: Nunca hizo nadie algo tan bello. ¡Esto es erudición!
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Filaminta: ¿Qué opinas, Enriqueta?
Enriqueta: Prefiero haber nacido sin ingenio. ¡Qué tormento vivir inventando agudezas!
Filaminta: Si careces de ingenio, él lo tiene de sobra. Toma, hija, la mano del señor Trissotín, puesto
que a él te entrego como esposa. (Crísalo, Clitandro y un Notario entran precipitadamente)
Crísalo: ¡Alto! Aquí traigo un notario. Tríssotín solo busca mi fortuna. (Al notario) Escriba, por favor.
Notario: ¿Qué nombre tiene el novio?
Filaminta: Se llama Trissotín.
Crísalo: Ponga Clitandro.
Notario: ¿En qué quedamos? ¿Hay dos novios acaso?
Filaminta: Ponga Trissotín.
Crísalo: Ponga Clitandro.
Notario; ¿Les costaría mucho llegar a un acuerdo?
Mensajero: (Entra) Traigo una carta urgente. (La entrega a Crísalo y sale)
Crísalo: ¿Una misiva urgente? Leámosla. (Después de leerla) ¡Estoy en bancarrota! ¡Válgame Dios!
¡Lo he perdido todo!
Filaminta: Afrontémoslo con resignación. Estábamos diciendo que Enriqueta desposa a Trissotín.
Trissotín: Excúseme, señora. Siendo que ella ama a otra persona... En fin, muy buenos días. (Sale)
Aristo: (Entra) ¡Lo logré! Ha huido el farsante al creer que estabais arruinado.
Crísalo: ¿Fuisteis vos el autor de esta ingeniosa treta? ¡Loado sea el cielo! ¿Y qué piensas ahora del
señor Trissotín, querida esposa?
Filaminta: Que es un alma vil.
Crísalo: ¿Aceptas que Enriqueta se case con Clitandro?
Filaminta: Acepto, sí.
Crísalo: Que el notario redacte el documento y esta noche celebramos la boda.
Clitandro: ¡Qué feliz soy! (Tomando a Enriqueta de la mano, salen ambos. Tras ellos, todos los
demás)
(Música y telón)
(Todos los actores entran a saludar)
Fin
08. Tartufo (pp. 363-366)
Personajes
Orgón (dueño de la casa)
Madame (madre de Orgón)
Cleanto (cuñado de Orgón)
Elmira (esposa de Orgón)
Damis (hijo de Orgón)
Mariana (hija de Orgón)
Valerio (prometido de Mariana)
Dorina (sirvienta)
Tartufo (hipócrita)
(En el escenario hay dos sillas y una mesa con faldas)
(Música)
(Entran Elmira, Mariana, Dorina, Damis, Cleanto y Madame, que lleva una maleta)
Elmira: Querida suegra, ¿por qué te vas?
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Madame: No puedo sufrir el desgobierno con que se vive aquí. Nadie respeta a nadie. ¡Es la casa de
Tócame Roque! ¡Ay, si escuchaseis al bueno de Tartufo, que es un hombre de bien!
Damis: ¡Hartos estamos de ese santurrón!
Dorina: Cuanto hacemos le parece pecado. Es intransigente y criticón.
Madame: Si él condena algo, bien condenado está. Solo pretende llevaros por el camino recto.
Damis: Su manera de obrar saca de quicio.
Dorina: Clama al cielo que un tunante que llegó sin zapatos trastoque nuestra vida.
Madame: Mejor haríais dejándoos guiar por sus sabios consejos.
Dorina: Quiere pasar por santo pero es un hipócrita.
Madame: No os gusta porque siempre dice la verdad. ¡Adiós! ¡Ya veremos cuando vuelvo a poner
los pies en esta casa! (Sale con su maleta)
Cleanto: ¡Cómo se ha enfurecido! Se la ve obcecada con Tartufo.
Dorina: Esto no es nada comparado con la actitud del amo. Lelo se ha vuelto desde que Tartufo
anda por aquí. En la mesa, los mejores bocados son siempre para él.
Damis: (A Mariana) Hermana, me preocupa que ese truhán se oponga a tu boda con Valerio.
Mariana: Eso no, por Dios. ¡Sin Valerio me muero!
Orgón: (Entra apoyándose en un bastón) Oigo hablar de Tartufo. ¿Qué decíais de él?
Cleanto: Ese hombre te está tomando el pelo.
Orgón: No le conocéis bien. Cada día se postraba en la iglesia junto a mí y al salir me ofrecía agua
bendita. ¡Es un alma de Dios! Llegó a flagelarse por matar una pulga con demasiada ira.
Cleanto: ¡Cómo te engaña! Las personas piadosas de verdad no hacen tanta comedia. ¿Es que tú no
distingues entre hipocresía y devoción? Tartufo es un hipócrita. Pero hablemos ahora de tu
hija. Valerio me pregunta si has fijado la fecha de la boda.
Orgón: Dile lo que te venga en gana.
Cleanto: (Confidencialmente a Mariana) (Temo que tu boda con Valerio corra grave peligro).
Orgón: ¡Fuera todos! Necesito hablar con Mariana.
Todos: (Salen, excepto Orgón y Mariana)
Orgón: Hija, ¿qué piensas de Tartufo?
Mariana: Pienso, como hago siempre, lo que tú me autorices a pensar.
Orgón: A eso llamo yo hablar discretamente. ¿Y te sería grato verle convertido en tu esposo?
Mariana: ¿Habré oído mal? ¡Tartufo mi marido!
Dorina: (Entra) ¿Quieres burlarte de tu propia familia eligiendo a un mendigo para yerno? ¡Ni yo me
casaría con Tartufo!
Orgón: No metas las narices en donde no te importa. (Sale)
Mariana: ¿Cómo defenderme de una amenaza así? Dorina, ayúdame a escapar de ese casamiento.
Dorina: Consuélate. Llega Valerio.
Valerio: (Entra) Acabo de recibir una noticia que dudo si creer o no creer. ¿Te casas con Tartufo,
Mariana?
Mariana: Desolada estoy.
Dorina: Trazaremos un plan para arruinar ese infame casorio.
Mariana y Valerio: (Salen)
Tartufo: (Entra)
Dorina: Señor Tartufo, pregunta mi señora si puede hablar con vos.
Tartufo: ¡De mil amores!
Dorina: (Para sí) (Mira el hipócrita cómo se ha alegrado de poder verla a solas). Voy a avisarla. (Sale)
Elmira: (Entra pasados unos instantes)
Tartufo: ¡Que el cielo conceda salud a vuestra alma! ¿Queréis hablar conmigo? Venid, señora mía.
Sentémonos.
Tartufo y Elmira: (Se sientan. Él acerca su silla a la de ella)
Elmira: Necesito aclarar un asunto. (Al sentir que Tartufo le toca la rodilla) ¿Qué hace vuestra mano
en mi rodilla? ¡Retiradla de ahí!
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Tartufo: Toco el vestido. Es tan suave la tela...
Elmira: Decidme si es verdad que pretendéis desposaros con mi hija.
Tartufo: No es esa la dicha a la que aspiro.
Elmira: ¿Qué pretendéis decir?
Tartufo: En vuestro rostro el cielo ha prodigado tanta perfección que me extasío al contemplarlo.
Pero no os asustéis. Vuestra honra conmigo no correrá peligro. La gente como yo sabe
guardar secretos.
Elmira: ¿No teméis que hable a mi marido de ese amor? Sin embargo, nada he de decir si permitís
que se casen Valerio y Mariana.
Damís: (Entra enfurecido) ¡Lo he oído todo! ¿Este insolente se atreve a hablarle a mi madre de
amor? ¡Lograré que mi padre conozca cómo eres!
Orgón: (Entra)
Damis: Llegas en buen momento.
Orgón: ¿Por qué oigo gritar?
Damis: Tartufo ha tenido el valor de deshonrarnos. Le confesó a mi madre su indecente pasión.
Orgón: ¿Pretendes que te crea?
Tartufo: Créelo. Soy un malvado y el cielo me castiga con esta dura prueba. Por lo tanto, no me
defenderé.
Orgón: Hijo mío, ¿por qué te empeñas en calumniarlo? ¡Difamar es propio de infames!
Damis: No te dejes engañar por sus palabras.
Orgón: Todos le odiáis. Por eso haré que hoy mismo se case con mi hija. Y a ti, tunante, te doy mi
maldición.
Damis: (Sale)
Elmira: ¿Cómo es posible que te ensañes así con nuestro hijo?
Orgón: ¡Ofender así a un santo varón! Llamaré a un notario y os haré donación de cuanto tengo.
Tartufo: ¡Cúmplase la voluntad del cielo! (Sale)
Elmira: Marido mío, muy doloroso es que no nos creas. No tengo más remedio que demostrártelo.
Orgón: ¿Cómo podrías?
Elmira: Escóndete debajo de la mesa. (Llamando) ¡Dorina!
Dorina: (Entra) Señora...
Elmira: Ve a decir a Tartufo que lo aguardo aquí.
Dorina: (Sale)
Orgón: ¿Será sensato hacer lo que propones?
Elmira: He de lograr que Tartufo se despoje de su máscara.
Orgón: (Se oculta bajo de la mesa con su bastón)
Tartufo: (Entra) ¿Me queríais hablar? Dulce será oír a la que tanto amo.
Elmira: ¿No teméis ofender al cielo?
Tartufo: Conozco el arte de acallar escrúpulos. Perded todo pudor. El mal solo se encuentra en el
escándalo. Pecar en secreto no es pecar.
Elmira: En cuanto a mi marido...
Tartufo: ¡Bah! Es un hombre del que hago cuanto quiero.
Orgón: (Sale de debajo de la mesa blandiendo el bastón) ¡Ah villano, traidor! ¡Te acogí por
compasión al verte mendigando! ¡Ven aquí y verás!
Tartufo: (Escapa corriendo) ¡Socorrooooo! ¡Socorroooooooo!
Orgón: Perdona, esposa mía. Me dejé engañar por su falsa piedad. (Sale con Elmira)
(Música y telón)
(Todos los actores entran a saludar)
Fin
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09. El avaro (pp. 367-372)
Personajes
Harpagón (avaro)
Oleantes (hijo del avaro, enamorado de Mariana)
Elisa (hija del avaro, enamorada de Valerio)
Valerio (criado del avaro, enamorado de Elisa)
Mariana (enamorada de Oleantes)
La Flecha (criado del avaro)
Frosina (mediadora en asuntos de amor)
(Música)
Valerio: (Entra con Elisa) ¿Por qué estás melancólica? ¿No te hace feliz que nos amemos?
Elisa: Estoy contenta, pero temo la ira de mi padre y que vos mudéis de opinión.
Valerio: Dadme tiempo y os demostraré mi amor y mi constancia.
Elisa: ¡Con qué facilidad nos dejamos persuadir por los hombres que amamos!
Valerio: Jamás dudéis de mí, os lo suplico.
Elisa: No debería hacerlo después de que, ocultando vuestra alta condición, os hacéis pasar por
lacayo. En fin, seguidle de momento la corriente a mi padre.
Valerio: Cada día me esfuerzo por lograr su afecto. Incluso a los más listos se les puede engañar
alabando sus faltas, aplaudiendo cuanto hacen...
Elisa: ¿No será reprobable?
Valerio: La culpa no es del que halaga sino de quienes se dejan halagar. (Sale)
Oleantes: (Entra) Hermana, quiero revelaros un secreto.
Elisa: ¿Un secreto? ¿Cuál es?
Oleantes: Amo a una joven capaz de enamorar a quien la vea. Si fuese de otro modo nuestro
padre... ¡Es tanta su avaricia!
Elisa: Marchémonos ahora. Oigo su voz. (Sale con Oleantes)
Harpagón: (Entra con su criado) ¡Fuera de aquí y no se te ocurra replicar! ¡Fuera, tramposo! ¡Fuera,
carne de horca!
La Flecha: (Para sí) (No he visto a nadie tan malhumorado).
Harpagón: ¿Qué andas murmurando entre dientes?
La Flecha: ¿Por qué me echáis?
Harpagón: ¿Tienes el valor de preguntarlo? ¡Fuera o te muelo a palos!
La Flecha: ¿Qué he hecho?, decid.
Harpagón: Huroneas para ver qué me puedes robar.
La Flecha: ¿Cómo os he de robar si lo encerráis todo bajo llave?
Harpagón: ¿Has ido difundiendo que tengo en mi casa mucho oro?
La Flecha: ¡Mala peste se lleve a los avariciosos!
Harpagón: ¡Cállate!
La Flecha: Quien se pica ajos come. (Sale)
Harpagón: ¿Dónde puedo encontrar un escondite para el oro que tengo en el jardín?
Elisa y Oleantes: (Entran)
Harpagón: (Para sí) (¡Cielos! ¿Habrán oído mis hijos cuanto dije?) ¿Qué queréis?
Oleantes: Os venimos a hablar de matrimonio.
Harpagón: De lo mismo quería hablaros yo. ¿Habéis visto a una joven llamada Mariana?
Oleantes: La he visto.
Harpagón: ¿La crees un partido deseable?
Oleantes: Muy deseable, sí.
Harpagón: Me alegro, porque estoy decidido a casarme con ella.
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Oleantes: ¿Casaros... vos? ¡Ay! De repente me ha dado un mareo.
Harpagón: Los jóvenes de hoy tenéis menos vigor que una gallina. Pues escuchad el resto. (A
Oleantes) Para ti, hallé una viuda rica. (A Elisa) Y para ti, escogí a don Anselmo.
Elisa: ¿A don Anselmo? ¡Antes me mataría!
Harpagón: Es un hombre maduro, muy prudente... Esta noche te casarás con él. Llamemos a Valerio
para que nos dé su opinión. (Llamando) ¡Valerioooooo!
Valerio: (Entra) ¿Me llamabais, señor?
Harpagón: ¿Qué opinas de que case a mi hija con un hombre maduro, que además la aceptará sin
dote?
Valerio: ¿Sin dote? Eso no admite duda.
Harpagón: Aguardad. Oigo ladrar un perro en el jardín. (Sale)
Elisa: ¡En qué peligro estamos! Esta noche me pretende casar.
Oleantes: Y a mí me robará a Mariana. (Sale con Valerio y Elisa)
(Breves instantes de música)
Harpagón: (Entra con Frosina) ¿Hablaste con la madre de Mariana? ¿Le dijiste que espero le dé
alguna dote?
Frosina: Bastante dote es el ahorro a que está acostumbrada. Se alimenta solo de lechuga y nunca
lleva alhajas. ¿Qué más podéis pedir? Harpagón: A pesar de todo, algo habré de cobrar por
casarme con ella. Frosina: Bueno... lo intentaré. (Sale)
La Flecha y Valerio: (Entran)
Harpagón: Esta noche vamos a celebrar un gran banquete para pedir la mano de Mariana.
La Flecha: (Para sí) (¿A qué llamará 'gran banquete'?) Habremos de limpiar.
Harpagón: Limpiad, sí. Pero no frotéis mucho los muebles, que se gastan.
La Flecha: ¿Quién servirá los vinos?
Harpagón: Sírvelos tú, Valerio. Sin embargo, no ofrezcas bebida al que no tenga sed. Aguarda a que
la pidan varias veces. Y échale agua al vino, que si es puro se sube a la cabeza.
Valerio: ¿Qué debemos preparar? Propongo sopa de pato y pollo en pepitoria.
Harpagón: ¿Pretendes arruinarme? Hervid unas castañas. (Sale)
La Flecha: ¿No se da cuenta de que es la mofa de toda la ciudad? Nunca hablan de él sino es para
tildarlo de avaro y usurero. (Sale con Valerio)
(Breves instantes de música)
Mariana: (Entra con Frosina) ¡Cómo tiemblo al pensar en el destino que me aguarda junto al viejo
Harpagón!
Frosina: Algún asco deberéis aguantar, pero pensad que no durará mucho.
Mariana: ¡Ay Dios mío!
Frosina: Aquí viene. Callad.
Mariana: (Para sí, viendo entrar a Harpagón) (¡Qué pinta tiene!)
Harpagón: Buenas tardes, bella Mariana. (Confidencialmente a Frosina, al comprobar que Mariana
gira el rostro para no verlo) (¿Por qué no muestra alegría viéndome?)
Frosina: (Las jóvenes suelen ser vergonzosas).
Harpagón: Salgamos al jardín. (Sale con Frosina y Mariana)
Oleantes: (Entra con La Flecha, el cual lleva una arqueta) ¿Por qué me buscas con tantísima
urgencia? ¿De quién es esa arqueta? La Flecha: ¡Le quité su tesoro a vuestro padre! Pero
vamos, que le oigo gritar. (Sale con Oleantes)
Harpagón: (Entra gritando) ¡Al ladrón! ¡Al ladrón! ¡Justicia, justo cielo! Perdido estoy, me han
robado el dinero. ¿Quién pudo ser? ¿Dónde está? ¿Dónde se esconde? ¿Qué haré para
encontrarlo? ¿Dónde acudir? ¿Dónde no acudir? Ignoro dónde estoy, quién soy y lo que
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hago. ¡Mi dinero, mi dinero! Perdí mi consuelo y mi alegría. Todo ha terminado para mí.
¡Estoy muerto y enterrado! ¡Rápido, traigan jueces, horcas! ¡Que ahorquen a todo el mundo!
Valerio: (Entra) ¿Por qué gritáis así?
Harpagón: ¡Ah traidor! Seguro que eres tú quien me ha robado. ¡Ladino, te has sabido ganar mi
confianza!
Valerio: Mi propósito era decíroslo cuando la ocasión fuese propicia. Cometí una falta perdonable.
Harpagón: ¿Perdonable? ¡La sangre me habéis robado!
Valerio: Es algo que se puede reparar. Vuestro honor quedará satisfecho.
Harpagón: Aquí el honor no importa.
Valerio: En mi descargo digo que me empujó el amor.
Harpagón: Claro que sí; el amor a las monedas de oro. ¡Un tesoro como ese!
Valerio: Un tesoro; es verdad. Y pido de rodillas que me lo concedáis. Hemos jurado nunca
separarnos.
Harpagón: ¿Dónde te lo llevaste?
Valerio: Sigue en vuestra casa.
Harpaqón: ¿En qué lugar?
Valerio: En su habitación.
Harpaqón: ¿La habitación de quién?
Valerio: De vuestra hija.
Harpaqón: ¿Y qué pinta mi hija en todo esto?
Valerio: Hemos firmado compromiso solemne.
Harpaqón: ¿Compromiso de qué?
Valerio: De matrimonio.
Harpaqón: ¿Ladrón y seductor? Tu audacia es increíble. ¡Te haré ahorcar!
Oleantes: (Entra con la arqueta) Padre, no ahorquéis a nadie. El oro se os devolverá si permitís que
me case yo con Mariana y Elisa con Valerio.
Harpaqón: (Intentando quitarle la arqueta) ¡Dámela, dámela!
Oleantes: ¿Consentiréis las bodas?
Harpaqón: ¡Consiento! ¡Consiento! Dámela.
Oleantes: (Le entrega la arqueta)
Harpaqón: ¡Ay mi querida arqueta! Ven aquí. (Acaricia y besa la arqueta mientras suena la música y
va cayendo el telón)
(Todos los actores entran a saludar)
Fin
10. Las preciosas ridículas (pp. 373-375)
Personajes
Gorgibus (dueño de la casa)
Madelón (hija de Gorgibus)
Catalina (sobrina de Gorgibus)
Marieta (criada de Gorgibus)
Du Croisy (joven enamorado)
La Grange (joven enamorado)
Mascarilla (criado de La Grange)
Jodelet (criado de La Grange)
(En el escenario hay una mesita con un peine y un espejo)
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(Música)
La Grange: (Entra con Du Croisy) En mi vida fui tratado con mayor desprecio. ¡Vaya con esas
provincianas! ¿No las visteis cuchichear y preguntar cien veces '¿qué hora es?'.
Du Croisy: No os lo toméis a pecho.
La Grange: A pecho me lo tomo y quisiera vengar la impertinencia. Hemos de jugarles una mala
pasada. Así aprenderán.
Du Croisy: ¿Qué proponéis?
La Grange: Tengo un criado llamado Mascarilla que bien puede pasar por persona instruida.
Du Croisy: ¿Aquel que hace versos?
La Grange: Ese, sí. Vayamos y os explico lo que intento. (Sale con Du Croisy)
Gorgibus: (Entra con Marieta) ¿Dónde están mi hija y mi sobrina?
Marieta: En su habitación.
Gorgibus: ¿Qué hacen?
Marieta: Pomada para labios.
Gorgibus: Por todas partes veo claras de huevo, agua de no sé qué, grasa de cerdo... Me van a
arruinar. Diles que bajen.
Marieta: (Sale)
Madelón y Catalina: (Entran)
Gorgibus: He visto salir de mal humor a los jóvenes que invité a visitaros. ¿Me podríais decir por
qué los ahuyentasteis? ¿Puedo saber qué han hecho?
Madelón: Hablar de matrimonio.
Gorgibus: ¿No veis que es prueba de su honesta intención?
Madelón: ¡Qué anticuado sois, padre! Si todo el mundo fuera como vos, ¡qué pronto acabaría una
novela! El matrimonio debe llegar después de muchas aventuras: rivales, celos,
persecuciones, raptos... Son reglas de la galantería.
Catalina: Todo enamorado debe escribir poemas.
Gorgibus: ¡Exijo que os caséis u os encerraré en un convento! (Sale)
Madelón: ¡Qué hombre tan pueblerino!
Marieta: (Entra) Un señor quiere visitaros.
Madelón: ¿Quién es?
Marieta: El marqués de Mascarilla.
Madelón: ¡Un marqués! Habrá oído hablar de nuestra distinción y nuestro ingenio. Alcánzame el
espejo que me retocaré.
Marieta: (Le alcanza el peine y el espejo que hay sobre la mesita y sale)
Madelón: (Se peina)
Mascarilla: (Entra y hace a las jóvenes una reverencia) Señoras mías, quizás os sorprenda esta visita,
pero vuestra belleza es la responsable.
Madelón: ¡Qué lisonjero!
Mascarilla: Sé que hace poco llegasteis a París. ¿Recibís muchas visitas?
Madelón: Somos aún poco conocidas.
Marieta: (Entra) Aguarda el vizconde Jodelet.
Mascarilla: ¡Qué casualidad! Es mi mejor amigo.
Madelón: (A Marieta) Hazlo pasar.
Marieta: (Sale)
Jodelet: (Entra y saluda a Mascarilla) Señor marqués...
Mascarilla: Señor vizconde...
Madelón: (A Catalina) ¡Jamás olvidaré este precioso día!
Jodelet: Hermosas señoritas, vengo a rendiros homenaje.
La Grange y Du Croisy: (Entran con sendos garrotes)
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La Grange: ¿Estáis aquí, pillastres? Hace horas que os andamos buscando. ¿Habéis venido a
haceros pasar por hombres importantes?
La Grange y Du Croisy: (Pegan a Mascarilla y Jodelet)
Madelón: ¿Qué significa esto?
Mascarilla: (Disimulando) Nada, nada. Era solo una apuesta.
Madelón: ¿Por qué os habéis dejado pegar?
Mascarilla: Carece de importancia.
Madelón: (A La Grange) ¿Cómo os atrevéis a afrentar a estos señores?
La Grange: ¿Señores? ¡Jajajajajá! Son mis criados, que se han disfrazado con mis ropas y se han
hecho pasar por vizconde y marqués.
Madelón: ¡Vaya chasco! ¡Me muero!
Los cuatro hombres: (Salen)
Gorgibus: (Entra) ¿Qué ha sucedido aquí?
Madelón: Sufrimos una burla.
Gorgibus: ¡Ay necias! ¿Qué esperáis aprender en las novelas? ¡Marchad a vuestro cuarto y no
salgáis de allí!
(Las muchachas salen cabizbajas. El padre va tras ellas)
(Música y telón)
(Todos los actores entran a saludar)
Fin
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