REFLEXIONES SOBRE EL FUTURO Felipe Ortiz de Zevallos El Perú iniciará el siglo XXI con rezagos inconvenientes originados siglos atrás y que aún no han sido debidamente superados. El abismo social sigue siendo un lastre pesado y el Estado un ente empírico y bastante burocrático. El diagnóstico que Basadre hiciera hace décadas sigue siendo válido. En las últimos treinta años, diversas innovaciones tecnológicas han transformado la mayoría de las actividades productivas a escala global, especialmente en tres sectores claves: transporte, telecomunicaciones y procesamiento de datos. Ello ha vuelto anacrónica y obsoleta a cualquier burocracia tradicional, pública o privada. Y el Perú, como país heredero de incas y virreyes, está más acostumbrado a la «gana soberana de quien manda» que al imperio de la ley. A diferencia de otras sociedades más desarrolladas, donde los valores de autonomía e independencia son atributos relevantes y donde por prójimo se entiende al vecino y conciudadano, no sólo al familiar y al amigo, cuando se pregunta a las familias peruanas ¿cómo desean que sean sus hijos? responden que obedientes y «bien educados». Y por «bien educados» no se suele entender, como en otras partes, el que sean hábiles y productivos en un oficio, sino buenos conocedores de los ritos y modales de algún manual de urbanidad. En la tradición mental de la cultura y sociedad peruana, aún subsiste el paradigma del Niño Goyito. Y los aprendices de niños Goyito no resultan eficaces para hacer frente a los enormes desafíos del siglo XXI. El futuro avanza, con contratiempos, hacia un mundo sin fronteras en muchos ámbitos: políticos, comerciales, financieros, sociales, productivos, culturales. Ello genera riesgos y oportunidades en un contexto incierto que resulta muy difícil de manejar para cualquier burocracia. Esta incertidumbre se da, en primer lugar, ante el empleo. El cambio tecnológico ha vuelto frágil a cualquier organización productiva. En cualquier sector, la empresa que hoy lidera al resto puede enfrentar mañana una crisis de supervivencia. Todo es posible pero nada es seguro. En el Perú, el Estado ha sido tradicionalmente el empleador principal. Ya no puede serlo más. Y en el mundo globalizado de hoy, para poder competir con éxito, hay que crear valor agregado con estándares globales. Y lo que algunos suponen todavía es que el Estado puede ser garante de esta creación de empleo, lo que es un imposible. En los próximos veinte años, más de 12 millones de peruanos jóvenes, la mayor parte poco educados, van a buscar trabajo. Sólo la iniciativa individual y las empresas, en muchos casos trabadas por una cultura arcaica y un Estado ineficaz, pueden hacerle frente a esta enorme demanda. Cada vez más, como pronosticara Peter Drucker en 1975, habrá dos tipos de trabajadores: aquellos capaces de procesar conocimiento –que en muchos casos y por no poco tiempo trabajarán muy intensamente- y los demás, que realizarán tareas más rutinarias, eventualmente reemplazables. Aquellos ciudadanos que no alcancen a ser, también, productores o consumidores relevantes, corren el peligro de quedar aún más excluidos que en el pasado. En la sociedad industrial, la jornada laboral era de 9 a 5. Había tiempo, después, para muchas cosas, incluyendo el debate ideológico, los esfuerzos de organización para representar clases y grupos con estructuras y burocracias partidarias. En la sociedad digital, en cambio, la política se viene convirtiendo en un teatro virtual de representaciones para la estrategia de jugadores oportunistas, donde las instituciones políticas se vuelven simples agencias de arbitraje. Con la pérdida de un contenido más espiritual y afirmativo, la política ha disminuido en 2 categoría y prestigio. Las personas sienten, cada vez más, recelo defensivo ante un Estado que es visto como un ente que puede ocasionar más daño que beneficios. En su importante obra The Information Age: Economy, Society and Culture, Manuel Castells plantea la necesidad de transformar los Estados en organizaciones red, capaces de actuar con eficacia en esta nueva realidad global. En el siglo XXI, los individuos van a pretender potenciar la representación de sus valores e intereses haciendo uso de muy variadas estrategias en redes plurales de diversos alcances y competencias. Las clases medias tradicionales, el núcleo más importante del sistema democrático clásico, pierden algo de relevancia en la economía global. La democracia representativa -el «menos malo» de los sistemas políticos del siglo XX- enfrenta por ello importantes desafíos. Cabe recordar que sus instituciones fueron diseñadas cuando, en efecto, el Estado podía fungir de soberano, con la capacidad de dictar órdenes, incluso arbitrarias, de alcance preciso. En uno de sus discursos, Haya de la Torre afirmó que la misión del partido que fundara –la de cualquier partido de su tiempo- no era llegar a Palacio («porque – decía- su camino se compra con oro o se conquista con fusiles») sino a la conciencia popular y que a ella sólo se llegaba «con la luz de una doctrina, con el amor a una causa de justicia, con el ejemplo glorioso del sacrificio». Las doctrinas, o han dejado de tener valor o las diferencias entre ellas resultan casi imperceptibles en términos prácticos. Por ejemplo, los planes de gobierno de los distintos candidatos son bastante más convergentes que en el pasado. Y para la defensa y proyección de causas nobles, las ONGs cuentan ya con más recursos, flexibilidad, motivación, transparencia y energía que las organizaciones políticas tradicionales. En el Reino Unido, Greenpeace cuenta con más miembros que el partido laborista hoy en el gobierno. Un joven inquieto y angustiado por los problemas de su tiempo y mundo siente que pierde el tiempo si se inscribe en un 3 partido político. Por ello, con honrosas excepciones, el oficio de la política tradicional suele quedar en manos de arribistas mediocres. Las tradicionales elites han perdido relevancia y estabilidad. Cómo reemplazarlas con un nuevo liderazgo futurista constituye una difícil tarea. Para las elecciones del 8 de abril, 260 grupos han recabado planillones. La mayoría entre éstos van a escoger a sus candidatos en función de criterios no muy distintos a los que usaría un productora de TV para el casting de una telenovela. Aquellos con buen «posicionamiento» pueden exigir sitios y vender sus pases como si se tratase de jugadores de fútbol. ¿Qué ideas tienen dichos candidatos de su mundo y circunstancias? A pocos les importa. El guión principal puede estar escribiéndose en otro lugar. Cambios tan dramáticos revelan que nos enfrentamos a un cambio de época trascendente. Las culturas, a través de la historia, se constituyeron por personas y grupos que compartían un espacio y un tiempo y que competían entre sí para imponer sus respectivas opiniones respecto de lo que deberían ser los objetivos e intereses sociales. Hoy, la cultura virtual que viene emergiendo ya no estará sujeta a los límites del espacio-tiempo. En ella, los valores y objetivos pueden establecerse sin referencia a lugar, pasado o futuro. Es posible hoy incluir todas las expresiones culturales, de cualquier tiempo y espacio, en un solo texto integrador, sujeto a continuas y arbitrarias modificaciones, listo a ser trasmitido, en cualquier momento, según los intereses de quien lo envíe y del estado de ánimo de quienes lo reciben. Bill Gates aspira a tener algún día un archivo con todas las imágenes que existen del mundo. Es una cultura virtual con estas características la que ha empezado ya a definir categorías, perfilar comportamientos, inducir políticas, cultivar sueños y generar no pocas pesadillas. La tensión mayor en siglo XXI se va a dar entre la identidad propia de cada persona y una multitud creciente de redes plurales a las cuales pertenece. La política será ciertamente distinta a la de los siglos XIX y XX. Los Estados 4 nacionales perderán más soberanía. Las economías emergentes –que generan el 45 por ciento del PBI mundial y cuentan con el 70 por ciento de la tierra, un 85 por ciento de la población y 99 por ciento del aumento futuro en la fuerza laboral- van a enfrentar, en los años que vienen, desafíos inmensos. Los peruanos enfrentan el siglo XXI con una justificada aprensión, sin instituciones representativas mínimas, ante el peligro de una marginación creciente y sin perspectivas de una agenda clara para hacer frente a las demandas de la globalización, a las restricciones de mercados comprimidos e insuficientes, a las limitaciones de sistemas educativos obsoletos. En el folleto The World in 2000, The Economist encabeza la sección sobre América Latina con el titular: «¿Se hará algún día realidad su tan promisorio futuro?» Es de esperar que en el siglo XXI las respuestas de la región sean mejores a las que se plantearon en los siglos XIX y XX. desco / Revista Quehacer Nro. 127 / Nov. – Dic. 2000 5