Pensiones: la horrible bancarrota de España

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LATERCERA Domingo 18 de septiembre de 2016
Portafolio global Sebastián Edwards
Pensiones: la horrible
bancarrota de España
H
Hace unas semanas, la Presidenta Bachelet llamó a un diálogo
nacional sobre el futuro del sistema de pensiones. Para que la conversación sea informada y con altura de miras es necesario analizar en detalles la experiencia de
otros países, las reformas que
ellos han iniciado, las preocupaciones internacionales y las soluciones que se han barajado. Un
caso digno de estudiar es el de
España, país al que muchos admiramos y al que, en general, aspiramos a parecernos.
Y resulta que este análisis nos
entrega una realidad perturbadora: a pesar de reformas profundas
realizadas al principio de esta década -reformas que retrasaron la
edad de jubilación, entre otras cosas-, el sistema de pensiones español está en bancarrota. Enfrenta
una crisis profunda que, tal como
se perfila el futuro, se traducirá en
una enorme caída del ingreso de
los ciudadanos de la tercera edad.
Un reparto peligroso
A pesar de reformas
profundas
realizadas al
principio de esta
década -reformas
que retrasaron la
edad de jubilación,
entre otras cosas-,
el sistema de
pensiones español
está en bancarrota.
España ha tenido durante décadas
un sistema de reparto no muy diferente al que algunos proponen
para Chile. En los años 2011 y 2013
el sistema fue reformado para asegurar su sostenibilidad en el tiempo. El principal objetivo de estas
reformas fue reducir un déficit
proyectado que se empinaba a la
sideral cifra del 12% del PIB, a un
déficit que fuera tan sólo el 0,6%
del PIB.
Hoy en día, las principales características del sistema español son
las siguientes: la tasa total de contribución es del 28,3%, con un
tope del salario imponible relativamente bajo. De estos, 23,6% son
de cargo del empleador y 4,7% de
parte del trabajador. Para poder
optar a una pensión hay que haber
contribuido al menos durante 15
años. Quien no tiene ese nivel de
contribuciones recibe una pensión asistencial mínima. Para
quienes contribuyen más de los
15 años, la pensión mínima es de
630 euros. Las edades de jubilación son iguales para hombres y
mujeres. En las últimas reformas
-hechas en el año 2013- se postergó la edad de retiro en forma sustancial. Quienes pueden optar a
pensiones adelantadas pueden hacerlo a los 63 años, recibiendo una
pensión reducida. El resto se jubila a los 67 años. Además, en 2011
se suprimió el régimen especial a
las Fuerzas Armadas, las que fueron asimiladas al sistema general.
Por ahora, las tasas de reemplazo
para España bordean el 78% en
promedio, pero no hay un compromiso sobre su nivel futuro.
Después de las reformas del 2011
y 2013 –reformas que se hicieron
necesarias luego de la crisis financiera global-, el gobierno español se comprometió a mantener
la estabilidad financiera del sistema. Esto significa que los beneficios futuros serán ajustados en
proporción a los ingresos por contribuciones, de modo que el déficit no aumente.
El problema central en España
-al igual que en la mayoría de los
países, incluyendo Chile- es demográfico. En 1980 había poco
más de seis trabajadores activos
por cada jubilado. Ese número
cayó a 3,8 en 2015 y se proyecta
que será tan sólo 1,4 en el año
2050, cuando quienes hoy empiezan su vida labora estén por
pensionarse.
En una investigación reciente,
el catedrático español Javier Díaz-
España ha tenido
durante décadas un
sistema de reparto,
no muy diferente al
que algunos
proponen para Chile
(...). Su problema
central -al igual que
en la mayoría de los
países- es
demográfico.
Giménez demuestra que dadas las
tendencias demográficas y económicas, la única manera de mantener la sostenibilidad financiera
de este nuevo sistema de reparto
es si las pensiones caen en forma
sustancial durante las próximas
décadas. En particular, de acuerdo a los cálculos del profesor DíazGiménez, “si vamos a exigir a los
trabajadores de 2050 el mismo esfuerzo contributivo que a los trabajadores de 2015, las pensiones
tendrían que reducirse en aproximadamente en un 60% en relación
a los salarios”. Esto significa que
la tasa de reemplazo caería a cerca del 30%.
¿Qué hacer?
Desde luego, una caída en las pensiones del 60% generaría una crisis política profunda. En su investigación, el profesor Díaz-Giménez analiza una gran cantidad
de propuestas habitualmente presentadas como soluciones a las
falencias de los sistemas de reparto. Su análisis sugiere que ninguna de ellas es una propuesta
salvadora. De hecho, el análisis
entrega algunos resultados tan
improbables, que ilustran la dificultad que enfrenta España en
este tema.
Si se opta por aumentar la edad
de jubilación, y no se hace nada
más, el sistema sólo sería sostenible si en el año 2050 las personas
son forzadas a trabajar hasta los 77
años. Poco probable.
¿Qué pasa si España implementa una política revolucionaria de
inmigración, para que de ese
modo extranjeros jóvenes permitan aumentar el número de
trabajadores activos por cada jubilado? Los cálculos de Díaz-Giménez indican que para que ello
tenga el efecto deseado sería necesario que entre ahora y 2050
entraran 36,1 millones -sí, escuchó bien, ¡millones!- de inmigrantes. Esto significa aumentar
el número actual de inmigrantes
en nada menos que un 800%.
Nuevamente, esto no parece ser
políticamente factible.
Las tendencias demográficas que
aquejan a todos los sistemas de
reparto -incluyendo, desde luego
al español- es que en el futuro no
habrá suficientes trabajadores jóvenes para mantener a los jubilados. Una posible solución, en
principio obvia, es aumentar la
tasa de natalidad. Si cada mujer
española tiene un mayor número
de hijos, cuando estos entren al
mercado laboral, la razón demográfica entre trabajadores y jubilados aumentará. Díaz-Giménez
calculó que si cada mujer española tiene cuatro hijos adicionales a
los que tiene hoy en día, el número de nuevos inmigrantes requeridos para estabilizar este sistema
de reparto sería de 17 millones, en
vez de los 36 millones mencionados con anterioridad. Sólo si cada
mujer tiene ocho nacimientos adicionales sería posible estabilizar el
sistema sin necesidad de mayores
inmigrantes.
Después de este ejercicio, DíazGiménez aclara que tanto la inmigración como los mayores nacimientos son “pan para hoy y hambre para mañana”. Estas nuevas
generaciones tendrán, en algún
momento, su propia transición
demográfica, y el número de trabajadores activos por jubilado volverá a desmoronarse.
Finalmente, Díaz-Giménez investiga dos políticas adicionales:
fomentar el empleo formal y aumentar el IVA para financiar el
desequilibrio financiero proyectado para el futuro. La primera no es
una alternativa realista, ya que se
requeriría que más del 100% de la
población estuviera empleada en
el 2050, e hiciera contribuciones
al sistema de reparto. De otro lado,
sus cálculos sugieren que un aumento de la tasa del IVA del 21%
actual al 40% -prácticamente al
doble- permitiría mantener la sostenibilidad del sistema.
Después de este exhaustivo análisis, el profesor Díaz-Giménez
argumenta que la única manera de
enfrentar con éxito esta crisis es
por medio de una “reforma radical del sistema de pensiones español que incentive el trabajo y el
ahorro para la jubilación”. Esto
requiere “transformar el actual
sistema de reparto español en un
sistema que combinara reparto
con capitalización y que fuera
universal, contributivo, solidario,
flexible y transparente”. R
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