La metamorfosis del administrativo Cada mañana me subía por la

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La metamorfosis del administrativo
Cada mañana me subía por la pantorrilla hasta las ingles. Me negaba a reconocerlo en público pero
los calzoncillos de felpa funcionaban.
Cuando llegué a la oficina el primer día pregunté si podían encender la calefacción. Me dijeron que
estaba al máximo. Estábamos a primeros de octubre. Los lugareños llevaban chaquetas finas, algunos
en manga corta. Gentes de mejillas sonrosadas y piel curtida. Seres que salían a fumar sin abrigo y
reían despreocupados ajenos al clima. Yo era una sepia cruda a punto de descomponerse. Sonreía sin
ganas cuando me miraban con lástima sonarme la nariz.
Aquel día de finales de noviembre me sentía especialmente débil. Se me hizo tarde pasando datos al
ordenador. Me costaba mucho escribir con guantes. Llevaba las piernas envueltas en una mantita de
cuadros y una cinta me cubría las orejas. Me daban igual los comentarios. Concentrado en mis
dolores musculares me quedé solo en la oficina. Tampoco escuché el estruendo que hacía la caldera
de la calefacción al apagarse automáticamente a las tres y cuarto.
En un chasquido de mis vértebras la temperatura había descendido unos veinte grados. Los mismos
que me aguardaban en casa de mis padres en Zaragoza. Los dedos se me tensaron encima del
teclado. El índice sobre la iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii mientras el cuello intentaba girar sobre unos
hombros pétreos. Me fue imposible levantarme o arrastrarme por el suelo. Mis cuatro extremidades
se habían rellenado de serrín. El abrigo me miraba inocente desde una percha a pocos metros. Con su
forro de borreguito y capucha nórdica. Enseguida noté cómo se me escarchaba la columna vertebral
en una cadena de pinzamientos. Piezas de dominó hechas de huesos. La ropa térmica no estaba
funcionando. Los mensajes de mantén la calma no estaban funcionando.
La progresiva contracción de la piel del rostro lanzó las gafas contra el suelo y dejé de ver con
nitidez. Tampoco pude cerrar la boca con mi repliegue musculocutáneo membranoso convertido en
una uva pasa. El aire gélido se colaba ahora entre los dientes que evitaban tocarse, llegaba hasta la
garganta enrojecida y comenzaba el descenso hasta mis pies. Deseé llevar puesto el jersey de cuello
alto que tejió mi madre. Deseé tener entre mis manos una taza caliente de su caldo de pollo. Cuando
la ráfaga de aire alcanzó mis caderas me despedí mentalmente de las clases de cumbia que pensaba
empezar la semana siguiente. Después de esto solo podría dedicarme al aeromodelismo.
Alentado por mis incapacidades físicas intenté gritar. Primero de forma educada: “¿hay alguien
ahí?”, “¿me pueden ayudar por favor?”… el silencio reinante significaba miembros amputados,
parálisis permanente… entonces se instaló en mí el sentimiento de vergüenza. La imagen de mi
mismo petrificado en la oficina. No podría soportar que sintieran lástima del funcionario friolero.
Pequeñas dosis de dignidad me ayudaron a gritar un poco más fuerte. ¡¡¡Me muero!!!”, “¡¡¡el
administrativo se congela!!!”, “¡¡¡pediré responsabilidades!!!”… . El eco convertía estas frases en
vaho absurdo.
Entonces tac tac tac se apagaron las luces. Deglutido por la oscuridad solo me quedaba esperar la
desvitalización de mis órganos. Cerré los ojos todo lo que me permitió la contracción epidérmica y
me puse a tararear aquella canción de la infancia que hablaba del África Tropical.
Lentamente descendí diez escalones estrechos de una escalera en penumbra. Al final había una
puerta metálica de color gris. Detrás de la puerta me esperaban las chanclas y el bronceador de
zanahoria. El sol, el mar y la arena templada entre los dedos de los pies. Entonces todo se nubló. El
taxidermista había regresado a la oficina cargado de serrín para terminar su trabajo. Por mi boca fue
volcando el saco hasta rellenar todo mi tronco. Con amabilidad rural se despidió de mi rostro
semiinconsciente mientras cosía los orificios y terminaba de rellenar.
A partir de hoy me encontraréis en el MUTACA, Museo de la taxidermia de Calamocha, bajo el
epígrafe “Ciervo Volante (Administrativus friolerus)”.
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