. ACEBER EL COMERCIANTE Hace unos años, mientras caminaba por el monte oí unos ruidos que venían de entre unas matas. Sigilosamente me acerqué para observar qué había. Al mover las matas vi un ser muy extraño. Nada más verlo me asusté, pero no sólo fue el susto que me di al verlo, sino también al oírlo hablar, no porque hablara raro sino porque hablaba sin boca. De repente me dijo: – No tengas miedo, no te voy a hacer nada. Entonces yo le dije: – Y tú, ¿quién eres? – Yo soy Aceber, y ¿tú? - Yo Rebeca, ¿qué haces aquí y qué eres? El me dijo que no se acordaba. - ¿Por qué estás aquí? Èl me empezó a contar de dónde era y a la vez que me contaba, se iba acordando de que venía de visita y cómo llegó. Así es como nos conocimos mi nuevo amigo y yo. Cada vez que estaba más con él me daba cuenta de que era simpático y educado, aunque tenías que hacer lo que él quisiera. Pero a la vez tenía una cualidad muy extraña: la de hacer todo lo que tú no quisieras hacer. De esta cualidad me di cuenta cuando yo no quería recoger mi cuarto o limpiar y cuando volvía estaba todo bien ordenado y limpio. Pero lo que menos entendía de esa cualidad suya era que él te hiciera lo que tú no quieres, pero sin embargo tienes que hacer todo lo que él te manda. Yo suponía que era porque yo hacía todo lo que me decía él. Un día cuando volví a casa y entré en mi habitación estaba todo tirado y roto. No me lo podía creer, porque sabiendo que se había quedado Aceber, pensaba que iba a estar todo bien, no de esa manera. Me puse a recoger todo y debajo de unas mantas encontré a Aceber. Él me dijo que no podía ver porque la luz de aquí le hacía mal en los ojos y no tenía unas gafas protectoras. Yo le pregunté qué había pasado y él me dijo: Me puse tan nervioso que empecé a correr por la habitación y me pegué contra todo porque no veía. Entonces yo le dije que viniera conmigo a comprar unas gafas de sol para que pudiera ver y la luz no le hiciera mal en los ojos. Pero él me respondió que no podía venir conmigo porque si lo veían se asustarían de él. Yo le dije que ya iba sola, que no se preocupara y que se las traería. Cuando llegué a la tienda compré las mejores que tenían, para que pudiera ver lo mejor posible. Al llegar a casa, él me esperaba sentado en la silla y con muchas ganas para poder volver a ver. Cuando se las puso me dijo que veía y yo me alegré, pero entonces fue cuando me dijo que veía pero muy borroso. Yo ya no sabía qué hacer y le pregunté: - ¿No sabes qué os ponéis en los ojos, allí donde tu vives, para ver en otros sitios? - ¡Ah, sí, ya me acuerdo!, son unas gafas algo especiales. Se pueden hacer en casa. - Entonces vamos a hacerlas, ¿qué necesitas? - Necesito unas gafas de sol, castañas y alguna herramienta. - Pero castañas no creo que haya, aún no ha llegado el tiempo de la castaña. Aceber se puso muy triste, pero yo le dije que iba a preguntar por todos los sitios a ver si tenían y me fui a buscar. Cuando llegué al pueblo pregunté por todas las casas y mercados a ver si tenían castañas, pero en todas me decían que no. En una de ellas la encargada me dijo que fuera a una casa que había en el monte, que quizás ahí tuvieran. Subí por el monte y llegué a la casa, pregunté si tenían y me contestó: - Tengo estas castañas que están recién cogidas y puede que estén un poco verdes. - ¡Bah, da igual! si me puedes dar, ya está bien. - ¿Cuántas quieres? - Con un puño me basta, gracias y adiós. - Adiós. Al llegar a casa le dije a Aceber que ya tenía las castañas y él se puso a hacer las gafas. Cuando pasaron los días, Aceber me dijo que se tenía que ir y me contó que venía de otro planeta y que él era un comerciante y a lo que había venido era para ver cómo iban las castañas, porque las necesitaba para poder venderlas y poder hacer gafas. Al final nos despedimos y él se fue. Todavía recuerdo esto como si hubiera sido ayer y me sigo preguntando cómo llegó hasta su planeta. Rebeca Sola 2º ESO A