El Llamado Corría el año 1940. Italia, la de los ríos y las verdes campiñas; de los olivos, castañas y vides, se debatía entre la guerra, el hambre, la muerte y las ilusiones de libertad. La tierra del Dante estaba en guerra. Roque, padre de una familia de agricultores y pastores del corazón de Calabria, había partido hacia “América” hacia la Argentina. Vicente, su segundo hijo que había quedado junto su madre y sus dos hermanos. Se casaba cinco años después, en el año 1945, enamorado de una calabresita de vivos ojos claros, Ilariucia. Con ese amor nacía también la esperanza de hallar un trabajo, trabajo que no llegaba… Con sus curtidos y descalzos pies, adormecidos por el cansancio, caminaba, de ciudad en ciudad, de un pueblito a otro, de sus montañas al puerto, del puerto a sus montañas. El joven marido, mientras juntaba castañas, cortaba leña, hacía carbón, pastoreaba ovejas y cabras, observando la inmensidad de esas maravillosas montañas, solía dejar volar su mente de la mano de los pájaros que surcaban el cielo bajo la atente mirada de ese sol que sigue germinando tunas y grosellas y dando calor a los techos de la pequeña aldea.. Cuando en el camino, de regreso a su hogar, se encontraba con un trozo de leño, lo llevaba transformado en un precioso par de zuecos fabricado para su esposa con un cortapluma que le había dejado su padre antes de partir. Con un acostumbrado dolor en su vacía panza, el hinojo silvestre se convertía en un sabroso manjar pues la comida no era muy variada pero sí muy escasa. Un poco de castañas un poco de aceite de oliva y aquello que podían cultivar en la huerta. Era una fiesta, casi un milagro, el día que podía cazar alguna liebre, tener un poco de azúcar o un poco de harina producto de algún trueque.. En el año 1946, Ilariucia y Vicente esperaban un hijo, o tal vez una hija. El no quería esa vida para su familia. Algo tenía que hacer. Algo debía sucederle, pero qué? Había intentado de todo y la frustración comenzaba a transformarse en sufrimiento. Un día, mientras trataba de conseguir algo para poner sobre la mesa, algo para comer, iba conversando junto a su cuñado, Guerino, de muchas cosas y también de su padre, le preguntaba si tenía noticias de Argentina, si le escribía? Justo el día anterior, después de mucho tiempo sin noticias había recibido una breve carta,…,le decía que se encontraba muy bien y tenia trabajo. Su cuñado le preguntó por qué no se hacía llamar…. Desde entonces casi no podía pensar en otra cosa. Esa idea le daba vuelta en su cabeza. Así fue que un día se decidió. Vicente escribió a su padre diciéndole que quería embarcarse hacia Argentina, que quería encontrarse con él: “por favor mándame el llamado”. Era la única manera de poder viajar, era el signo de una ilusión que se podía convertir en realidad. Era la señal, promesa Había llegado la primavera del 46 y, un día después, el 22 de marzo, nacía su hija Natalina . El sol brillaba como nunca, los pájaros entonaban su primera canción de cuna; El leve murmullo del río trepaba por las verdes montañas que lucían floreados vestidos y exhalaban perfume con aroma de esperanza. De esperanza en una tierra de pan y trabajo para la pequeña familia Uno días después, su corazón latía diferente, tan fuerte como el sonido de las gaitas de su pueblito, Ragoná, en la procesión de su patrona, la Madonna de los Pobres. Vio que sobre la mesa, junto a un trozo de pan, unas aceitunas y algunas castañas, estaba la carta tan esperada.Estaba la esperanza. Se mostraba allí abierta y desdoblada sobre la mesa. La carta que lo arrancaría de ese infernal paraíso y lo llevaría a la Argentina, lo llevaría,a la tierra prometida… Natalina Tassone