Brexit: el peso de la historia Informe mensual de estrategia junio 2016 Rose Marie Boudeguer Directora del Servicio de Estudios Informe mensual de estrategia. Junio 2016 Brexit: el peso de la historia. En el mes en que los ciudadanos británicos deciden si permanecen o abandonan la Unión Europea, parece interesante, o por lo menos curioso, indagar en el origen de la compleja relación que han mantenido el Reino Unido y la Unión Europea a través de los años. ¿Es acaso el resultado de una adhesión a contracorriente o, por el contrario, se origina en convicciones marcadas por fantasmas del pasado? No pretendo incidir en los conflictos que se han sucedido desde que se creó la Unión Europea: la negativa del Reino Unido a firmar el tratado de adhesión en los años cincuenta, el rechazo de los franceses cuando quiso ser admitido en la década de los sesenta, su entrada en los años setenta, o las continuas disputas con trasfondo económico que dieron lugar a la famosa frase de Margaret Thatcher “I want my money back”, en los ochenta. Tampoco aludiré a las discrepancias de los últimos tiempos, fundadas en la creciente aversión de los británicos a ceder parte de su soberanía a la “burocracia” de Bruselas. Les propongo indagar sobre los posibles orígenes de esta relación de amor y desamor. A muchos británicos les encanta visitar la Europa Continental, aman su cultura, su gastronomía, sus tradiciones, sus paisajes. Prueba de ello es que cerca de un millón y medio de ingleses se han trasladado al “continente”, y no necesariamente por motivos de trabajo. Entonces, ¿qué nubla la visión británica de Europa? Lo primero que salta a la vista es el orgullo por la Commonwealth, esa asociación libre de estados soberanos que pertenecieron al Imperio Británico. Como arquitecto de ese imperio, el Reino Unido se ha visto a lo largo de los años en conflictos con otras potencias europeas que tenían por objetivo las mismas rutas. Este pueblo asentado en una isla se ha sentido siempre muy dueño de su destino, como puso en palabras un historiador de la épica británica, “por siglos hemos vivido en un aislamiento espléndido, protegidos por la Marina y el Imperio”. No obstante, para muchos historiadores, el acontecimiento más importante para la imagen que tiene de sí mismo el Reino Unido es la Segunda Guerra Mundial. El recuerdo del país en sus días más grises, sólo contra la Alemania nazi, podría haber reafirmado en los británicos la convicción de que el mejor amigo del Reino Unido es él mismo. Y, de paso, que el único país en el que puede confiar a la hora de pedir auxilio es Estados Unidos. Volvamos a esa época oscura, junio de 1940. Sólo diez meses después del comienzo de la II Guerra Mundial, Alemania tenía a la Europa Occidental bajo control. El triunfo contra oponentes tan poderosos como Francia, Polonia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Noruega y Luxemburgo, que habían caído a una velocidad vertiginosa, y la derrota del cuerpo expedicionario británico en Dunquerque expulsada del continente con pérdida de gran parte de su arsenal - habían encumbrado a Adolf Hitler al pináculo del poder mundial. El Führer esperaba la victoria total sobre Europa. Suponía que, tras la rendición de Francia, el Reino Unido no tardaría en sucumbir. Estados Unidos se había declarado neutral y la Unión Soviética no pensaba enfrentarse al poderío alemán. Esta visión triunfalista llevó a que, por unas semanas, Hitler decidiera no atacar al Reino Unido esperando que se rindiese. Quería dar fin a la guerra con teatralidad magnánima y sin que se derramara una gota de sangre, evitando también riesgos a la marina alemana, que acababa de sufrir importantes bajas en Noruega. Su plan era negociar con el Reino Unido, permitir que consolidase su imperio en el resto del mundo siempre que aceptase el derecho de Alemania a regir los destinos de Europa. Sin embargo, los británicos se negaron y durante un año - desde la capitulación de Francia en junio de 1940 hasta la invasión de la Unión Soviética en junio de 1941 – el Reino Unido luchó solo contra Informe mensual de estrategia. Junio 2016 el Tercer Reich. Estados Unidos le apoyó, suministrándole armas y municiones, pero no entró en la guerra hasta diciembre de 1941. En esos tiempos, el Reino Unido poseía la armada más potente del mundo y Sir Winston Churchill, recién llegado al poder, instaba a luchar hasta el final. “La batalla de Francia ha terminado. La batalla de Inglaterra está a punto de empezar” proclamó ante la Cámara de los Comunes el 18 de junio de 1940. A sabiendas de que no tenían posibilidad de derrotar a la Royal Navy, los alemanes decidieron centrar sus objetivos en la Real Fuerza Aérea Británica (la RAF). En julio de 1940, las aeronaves alemanas comenzaron sus ataques contra radares y aeródromos británicos. La Batalla de Inglaterra fue la primera contienda que se libró en el aire. Tras algunas semanas de lucha, los alemanes atacaron por error algunos barrios de Londres y Churchill contestó atacando Berlín, lo que desencadenó la cólera de Hitler, que ordenó bombardear ciudades británicas. En primera instancia, la fuerza aérea alemana (la Luftwaffe) concentró sus bombardeos en Londres, devastando la ciudad, pero luego los extendió a otras ciudades, en total dieciséis, causando cerca de 43.000 muertes entre la población civil. El horror de esas noches eternas en refugios improvisados, con el cielo encendido y el ruido estremecedor de las bombas sigue vivo en la memoria de los que las vivieron, y de sus descendientes. La RAF se fortaleció con el tiempo, pilotos de casi todos los países del Imperio se unieron a luchar, los estadounidenses proporcionaron mayor número de armamentos y, así, la resistencia británica se volvió cada vez más férrea y potente. Alemania, en tanto, se había visto enormemente castigada por la guerra contra Noruega y estaba gastando más de lo presupuestado en la contienda aérea. Ante el fracaso de la operación, Hitler ordenó detener los ataques y emprender la retirada en mayo de 1941. El resto de la historia es conocido, tres años más tarde los aliados lograron alzarse con la victoria y unos diez años después los grandes países europeos decidieron constituir la Comunidad Europea del Carbón y del Acero que poco a poco fue dando forma a la Comunidad Económica Europea. En un principio el Reino Unido rehusó formar parte de ésta, a pesar de que el mismo Churchill había señalado en 1946 la conveniencia de “construir una especie de Estados Unidos de Europa”. Es difícil definir con precisión la génesis de acontecimientos o desarrollos políticos. Y no es mi intención dar explicaciones del origen de los referendos que han tenido lugar en el Reino Unido. Simplemente, me pareció interesante recordar que la historia de un pueblo – también su geografía - marcan de alguna manera la forma en la que éste se enfrenta al presente, es decir a la historia del mañana.