Andar en círculos – sobre “Laboratorio Rojo” de Mario Navarro Por Consuelo Tupper H. Desde el 25 de octubre hasta el 22 de diciembre del presente año se exhibe en las dos salas superiores del Museo de Artes Visuales (MAVI) la muestra “Laboratorio Rojo” del artista chileno Mario Navarro (1970). Centrada principalmente en la historia del cantante, actor y activista norteamericano Dean Reed (1938-1986), la exposición está compuesta tanto por obras realizadas este año —que transmiten los alcances poéticos y políticos de la vida de este personaje— como también por obras anteriores que datan del año 2009 en adelante. En su conjunto, ambos cuerpos de trabajo dan cuenta claramente de un panorama en el cual anhelos e ilusiones, enmarcados dentro de las utopías políticas socialistas de las décadas de los sesenta y setenta en Latinoamérica, son profundamente fracturados por el asentamiento definitivo de un neoliberalismo capitalista reglado bajo las normas del consumo y el hedonismo. Sin duda alguna, la exposición que nos convoca se enmarca dentro de las directrices que Mario Navarro ha mantenido en su trabajo desde hace ya varios años. De esta forma, logramos vincular sin mucha dificultad a “Laboratorio Rojo” con obras anteriores en las cuales las historias personales de otros personajes culturalmente significativos se encargan de hacernos reflexionar sobre la historia política reciente de Chile y América Latina, como lo son, por ejemplo, las exposiciones realizadas en torno a la figura de Jemmy Button y el video testimonial “El Punk Triste” relatado por Hugo Cárdenas. Jemmy Button es el nombre de un yagán que en el siglo XIX fue llevado a Inglaterra y convertido en celebridad. A partir de esta figura Mario Navarro, Carlos Navarrete, Justo Pastor Mellado, Cristián Silva y Mónica Bengoa idean la formación de una sociedad artística que organizaría exposiciones y publicaría textos en torno a los alcances simbólicos de la vida de este personaje.1 Navarro explica brevemente, en una entrevista realizada para el libro “Chile arte extremo”, las inquietudes que fundamentan el uso de esta figura como cristalizador de un proyecto teórico y visual: “la metáfora de Jemmy Button como un outsider, un perdido. […] su figura era casi metonímica. Entonces, nuestras preocupaciones se definieron respecto de qué pasaba localmente en Chile en relación a Latinoamérica, y a los espacios europeos y americanos.”2 Hugo Cárdenas, protagonista del video digital “El Punk Triste” (2008-2009), condensa el valor y las repercusiones de una circunstancia histórica específica al relatar en primera persona una historia confusa y afligida de la escena underground chilena de la década de los ochenta. Se La denominan “Sociedad Jemmy Button Inc”. Chile arte extremo: nuevas tendencias en el cambio de siglo (2004) Carolina Lara, Guillermo Machuca y Sergio Rojas, p.89. Versión digital disponible en: http://www.escaner.cl/especiales/chile-arte-extremo/ 1 2 trata de un relato atiborrado de anhelos frustrados que evidencia claramente el acomodamiento forzado al cual se vio sometido el personaje en cuestión frente a una realidad que se oponía por completo a su sociedad soñada durante la juventud. Esbozados estos proyectos, si bien queda claro que existe una coherencia y un marcado hilo conductor entre las obras de Navarro, se comienza a vislumbrar también el establecimiento de un recurso que corre el riesgo de convertirse en una fórmula repetitiva. A pesar de esto, el problema que yo veo específicamente en “Laboratorio rojo” no pasa por valerse nuevamente de una historia individual, sino por lo directa e insistente que resulta ser esta mirada nostálgica, frustrada y desilusionada que los recursos visuales y las metáforas utilizadas reflejan. No me cabe duda de que la historia de Dean Reed funciona convincentemente como una pantalla sobre la cual el espectador proyecta vivencias, recuerdos e historias que remueven capas sensoriales de su vida individual y colectiva. Sin embargo, la espesura simbólica de esta instancia ofrecida se ve disminuida por la obstinación con la cual se anuncia el mensaje central; pareciera ser que el carácter polisémico que se le atribuye inherentemente a las artes visuales es aquí sacrificado por la intención de que la idea llegue al espectador fuerte y clara, sin atenuantes, sin distractores, convirtiendo la muestra en un trayecto que resulta restringido y, por qué no, algo agotador. A raíz de esto, centraré por ahora el recorrido de la exposición en tres obras que a mi juicio obstruyen la libertad sensitiva del espectador y reducen la gama temática de la muestra. La visita a “Laboratorio rojo” se inicia en la primera sala con un texto que explica brevemente al espectador quién fue Dean Reed y cuál es su vínculo con la historia política chilena: el cantante llega a Chile en 1960 y pronto se hace conocido, primero con temas cercanos a la Nueva Ola y luego vinculándose con la Nueva Canción Latinoamericana, movimiento en el que se relaciona de modo especialmente estrecho con Víctor Jara. Reed era conocido como el “Elvis Rojo” por haber consolidado su éxito principalmente en Alemania Oriental y países latinoamericanos con inclinación ideológica comunista, socialista y antinorteamericana. Muere ahogado sorpresivamente en un lago cerca de Berlín. Así, con esta información en la cabeza, nos adentramos en un complejo cúmulo de obras entre las cuales destaca, en primer lugar, “Pasamontañas” (2013) ubicada en la pared contigua al texto. El trabajo consiste en la silueta de un pasamontañas de 148 x 117 cm. recortada en tela roja y colocada a la altura de la vista del espectador. La carga que se le atribuye al color rojo dentro del contexto de agitación política en el cual nos sitúa la muestra, sumada a la simpleza de una técnica de recorte muy cercana a la lógica del stencil, instalan como eje central de la obra la evocación de una lucha política pasada que no alcanza a construir un sentido político potente o estimulante en el presente. Si bien la mirada insegura del encapuchado remite a la ingenuidad que impulsó los movimientos revolucionarios y, por tanto, agrega una dimensión más específica a la lectura que la aleja de ser un mero homenaje a la valentía de antaño, la obra finalmente funciona ante todo como signo del imaginario revolucionario de una época. Al fondo de la segunda sala nos encontramos con “Los gemelos” (2013), obra conformada por dos pares de botas viejas y sucias unidas por trozos de alambre rojo y acompañadas de dos textos escritos sobre papel blanco: el primero de ellos dice “Dean Reed murió ahogado aunque era campeón de natación” con una caligrafía desprolija hecha con pintura negra y el segundo corresponde a una lista titulada “termómetro juvenil de diciembre”, la cual contiene el ranking de los nueve músicos más votados por los jóvenes de la época en la revista chilena “Ecran”, lista en la cual Dean Reed, por supuesto, figura en el primer lugar con 29.330 votos. Con este trabajo ya parece emerger algo así como una oda al fracaso. Si bien el gesto de subrayar tanto el éxito desmedido de Dean Reed en Chile como su abrupto desplome por una mala jugada del destino podría ser potente y estremecedor, no alcanza a ser tal debido al posicionamiento de la obra como mero remedo de lo que ya se ha venido sugiriendo desde la sala anterior: que no hay salida posible, la gloria de antaño fue efímera e ilusoria y el derrumbe catastrófico es inminente. Lo mismo ocurre, por último, con “Casa de cartas” (2009), trabajo que consiste en una estructura de 350 x 155 x 55 cm., conformada por planchas de madera quemada y 18 placas de acero inoxidable que contienen siglas de diferentes grupos guerrilleros latinoamericanos fundados entre 1950 y 1970. En este caso, la presentación de una estructura sólida que se sostiene a partir de un encaje contundente y frágil a la vez es metafóricamente muy eficaz, sin embargo, al volver a ver las siglas que ya fueron presentadas en la primera sala cumpliendo un rol simbólico muy similar, se reduce la posibilidad de una interpretación polivalente por parte del espectador y el trabajo acaba por sentirse como otra reiteración innecesaria. Si bien la mayoría de la exposición se puede describir en estos términos, hay dos obras específicas que a mi juicio logran una apertura que enriquece bastante las posibilidades analíticas ofrecidas en el resto de la muestra. Me parece justo nombrar estos trabajos y subrayar la importancia que ambos tienen como articuladores de lecturas que espesan el contenido global de la exposición. La primera obra es aquella que le da el título a la muestra, se encuentra en la sala uno y está compuesta por un conjunto de formas rojas de vidrio soplado similares a botellas deformadas que están colocadas sobre una mesa de luz que acentúa las transparencias producidas entre los objetos. Además de la riqueza visual que ofrece este material denso y translúcido a la vez, estos objetos nos ofrecen planteamientos tales como la desfiguración propia de una labor hecha desde la inexperticia y el encandilamiento provocado por volúmenes que son exquisitos en apariencia pero inútiles y fallidos en el fondo. De esta forma, el espectador es invitado a experimentar en carne propia una atracción hipnotizante que no es sino fruto de una acción que desde su génesis es inhábil e ingenua, condición homologable a la lucha revolucionaria llevada a cabo en los sesenta y setenta pero que acá es transmitida de una manera mucho más sugerente y conmovedora. El segundo trabajo lleva por nombre “Red familia”, se encuentra ubicado en la sala número dos y consiste en un conjunto de 30 pistolas confeccionadas por distintas personas con materiales diversos, todas colocadas en una vitrina de madera pintada de negro y forrada por dentro con un tapete de color rojo. En este caso, la obra propone el ejercicio de metaforizar de diversas maneras la noción de juego atribuible a esta guerra utópica que llevaron a cabo jóvenes latinoamericanos que no sabían bien lo que hacían pero que lo hacían por convicción e idealismo. La diversidad de miradas que refleja cada pistola así como las distintas formas, colores y tamaños logra contraponerse eficazmente a la reducción que se hacía en obras anteriores del particular espíritu revolucionario de cada uno de esos jóvenes al utilizar indistintamente las siglas de sus agrupaciones. A modo de conclusión, si bien considero muy interesante la forma en que Navarro entremezcla aquello que es individual y subjetivo, propio de la vida de un sujeto en particular, con lo colectivo e histórico, referido a la época de agitación política en el Chile pre golpe militar, en mi opinión “Laboratorio rojo” cae en el ofrecimiento insistente y extenuante de una mirada retrospectiva hacia un pasado lleno de sueños incumplidos. Se ofrecen estrategias visuales muy interesantes, pero la reiteración de un mismo concepto una y otra vez empobrece el material del cual dispone el espectador para conjeturar lecturas subjetivas y concernientes a nuestro tiempo, terminando por reafirmar una historia conocida y ya caduca que poco se condice con nuestra realidad actual.