449 Lenguaje y revolución en "Míster Witt en el Cantón" Ramón Espejo-Saavedra Loyola College in Maryland Míster Witt en el Cantón, Premio Nacional de Literatura de 1935, constituye un hito no sólo en la literatura española de los años treinta, sino también en la evolución estética del autor. Es, en palabras de José María Jover Zamora: "la culminación, humana y novelística, del 'primer Sender"' (99). Por un lado, es la obra más lograda de la nueva novela comprometida de la época por su manera de combinar el análisis de los movimientos sociales con un estudio pormenorizado de los estragos de la ideología al nivel de la conciencia individual. Por otro, es el fruto de una crisis a la que llegó Sender en su intento de hacer conformar la estética revolucionaria que había ido desarrollando a lo largo de los años treinta con una experiencia cada vez más amarga del poder y la ambición política. El resultado es una obra en la que el lenguaje, en vez de ser el instrumento mediante el cual se llega a la solidaridad política y humana, se convierte en una cárcel para el individuo, en una señal de las profundas divisiones que impiden la revolución social. Varios estudios han examinado la relación que existe entre la obra del primer Sender y el "nuevo romanticismo" de José Díaz Fernández. Como reacción a la literatura de vanguardia y respuesta a la evolución política del país, Díaz Fernández insistía en una vuelta a "lo humano", o sea, a que la literatura participara en, o por lo menos reflejara, las grandes conmociones sociales del momento (Boetsch 31). Los defensores de esta nueva estética encuentran la base de una nueva concepción de la literatura en una teoría de la comunicación que privilegia el impacto emocional por encima de las explicaciones intelectuales. Una de las mejores exposiciones de este nuevo ideal estético se encuentra en la introducción a Siete domingos rojos de Sender: "Claro que el libro no se dirige expresamente al entendimiento del lector, sino a su sensibilidad, porque las verdades humanas más entrañables no se entienden ni se piensan, sino que se sienten. Son las que el hombre no ha dicho ni ha probado porque cumplen su misión en la zona brillante y confusa del sentir" (Schneider 75). La meta a conseguir es una literatura que hable directamente a los sentidos para comunicar un sentimiento de solidaridad, no sólo la comprensión intelectual de los hechos colectivos. Como indica Schneider: “The importance that Sender gives to emotion and sentiment in his portrayal of the chaos of current sociopolitical reality allows him to offer a mediated representation of the world, which is then made immediately available for reception" (76). En vez de presentar una exposición fría de las circunstancias históricas y sociales, la estética del Nuevo Romanticismo, y de Sender en tanto que representante del Letras Peninsulares, Fall/Winter 2004-2005 v. 17 (2/3) 450 movimiento durante esta fase de su evolución literaria, pretende superar la divisón entre lo objetivo y lo subjetivo al describir la realidad exterior a través de la percepción individual del autor. En el caso particular de Sender, la estética del Nuevo Romanticismo se ve respaldada por una teoría muy personal de la relación entre la palabra y el sentimiento de solidaridad al que dio el nombre de "hombría". Como ha explicado muy bien Francis Lough, a lo largo de los años treinta Sender iba desarrollando una visión del ser humano basada en la intuición de solidaridad fundamental que había sido pervertida por el progreso material del mundo moderno (Lough, Politics and Philosophy 123). En oposición a la cultura falsa, individualista y materialista de la burguesía, Sender proponía la unidad natural e incluso biológica del ser humano, cuyos restos se podían todavía percibir en la gente humilde, víctimas de una burguesía que había olvidado sus lazos naturales con el resto de la humanidad. En el artículo "El novelista y las masas", Sender mismo subraya la conexión que veía entre la solidaridad como instinto natural y la lucha de clases tal y como se daba en su época: Los mismos burgueses, al llamar arte social a nuestras obras, confirman, sin quererlo, varias cosas: primero, que nuestra literatura tiene una actitud positiva en la vida. Segundo, que esa actitud es beneficiosa para los hombres; que si se identifica con la ideología de los trabajadores, es porque solamente en ella está vivo el sentimiento desinteresado de humanidad. (162) Desde este punto de vista, la literatura contribuía a la revolución social a través de la transformación moral de cada lector individual. Las implicaciones políticas de esta teoría dentro del ambiente ideológico de los años treinta indican el papel fundamental de la figura del escritor para Sender, como explica Lough: "The role of the intellectual is to serve the revolution by rediscovering the positive instincts he shares with all men and helping to communicate their meaning to others. These instincts themselves are fundamentally more important than the intellect" (Politics and Philosophy 123). El impacto emocional de la literatura se convierte en una manera de acceder directamente al plano universal de los instintos cuya liberación ayudará a romper los moldes rígidos de una cultura moribunda e injusta. El intento de hacer conformar la teoría de la "hombría" con las exigencias políticas de la época se basa en una visión muy particular del instrumento mediante el cual se podía efectuar el cambio social: el lenguaje. Uno de los primeros y más agudos críticos de la obra de Sender, Rafael 451 Cansinos-Assens, indicó ya en 1933 a raíz de la publicación de Siete domingos rojos que el gran valor del novelista residía no sólo en sus ideas políticas, sino en el uso que hacía del lenguaje y de las técnicas literarias: Prosa rica, varia, sanguínea, ligera y sin sombrero. Prosa moderna, que enrola al servicio de una ideología de vanguardia todas esas osadías de la forma que a los poetas de vanguardia les han servido únicamente para encubrir una sicología reaccionaria. Sender es el verdadero escritor de vanguardia porque conoce y practica todas las novedades revolucionarias de la forma -de ahí la modernidad de su estilo-, y tiene al mismo tiempo una mentalidad liberada de supersticiones -incluso la estética-, un cerebro lavado por esa buena lluvia que cae al día siguiente de todas las solemnidades históricas y que se place en la contemplación de los hechos puros. (86) En contraste con toda una tradición de estudios sobre la época, recientemente criticada por Lough ("Mimesis y experimentación" 112), que veía a los novelistas sociales como defensores de una literatura de contenido en oposición estricta con los estetas de la novela "deshumanizada", CansinosAssens afirma que sin la preocupación por el estilo, entendido a su manera, la novela social de los años treinta hubera sido incapaz de llamar la atención del público acerca de los problemas sociales y políticos que usaba como tema central. Al mismo tiempo, la referencia que hace Cansinos a la "superstición estética" que Sender ha superado para poder conseguir su propio estilo, invita a repasar, aunque sea brevemente, la manera en que Sender concebía el lenguaje y cómo se relacionaba con sus ideas sobre política y literatura. Patrick Collard, que ha estudiado con detenimiento los artículos de Sender escritos en los años treinta sobre el tema, dice que: "Para él, el mejor estilo es 'el que no se ve'. Así, considerar de entrada sospechoso al 'que hace un problema de la elección de un adjetivo' es una constante en las reflexiones del autor sobre el oficio de escribir" (110-11). En contraste con los escritores "vanguardistas", que, desde el punto de vista de Sender y de Cansinos, concebían la obra de arte como un objeto estético e intelectual creado para la contemplación, Sender quería lograr un lenguaje transparente, 'que no se ve', porque la meta de la obra para él no es la contemplación sino el diálogo o la interacción con el lector (Collard 112). La estética de Sender presupone la creación de un lenguaje capaz de acceder, a través del impacto emocional, a la conciencia de un lector lo suficientemente abierto como para darse cuenta de sus propios compromisos 452 ideológicos y comenzar una labor de autocrítica que resultará en su apoyo a la causa revolucionaria. Con cierto optimismo el lenguaje y el individuo se conciben como libres para ser moldeados por un autor cuyo compromiso con el pueblo y destreza con el lenguaje le convierte en un trabajador que participa activamente en la transformación de la sociedad. Desde este punto de vista hay que valorar tanto la novela social producida por Sender en su primera época como la tendencia desde el principio de su carrera periodística a uilizar técnicas claramente literarias para hacer que el impacto emocional de sus reportajes fuera más fuerte, como se puede ver claramente en la serie de artículos que dedicó a la masacre de Casas Viejas, reunidos luego bajo el título Viaje a la aldea del crimen (Dueñas Lorente 62-3). Sin embargo, es curioso notar cómo el creciente interés por parte de Sender en cuestiones estéticas e históricas en los años anteriores a la Guerra Civil parece tener una relación estrecha con su progresiva desilusión con las opciones políticas revolucionarias del momento. Es bien conocido ya el alejamiento del autor de los anarquistas a mediados de los años treinta y su acercamiento temporal al partido comunista que culmina con su viaje a Rusia en el verano de 1933.1 Al mismo tiempo, las dificultades que encontró en esta época para publicar artículos de opinión política en un ambiente nacional cada vez más tenso, le llevan a escribir sobre temas a primera vista menos controvertidos, como nota Collard: "¿Cómo enfoca Sender el problema del estilo? Cuando, en los últimos meses de 1934, la censura le impedía escribir lo que quisiese, dedicó una serie de tres artículos a este problema. Lo que no deja de ser sintomático. Es como si dijese: 'Hablemos del estilo, puesto que no podemos hablar de otras cosas, más importantes'" (112). Esto no quiere decir que la preocupación de Sender por el estilo naciera en esta época ni que el interés por cuestiones estéticas y lingüísticas estuviera separado en su obra de lo político. De hecho, Jover Zamora subraya las conexiones estrechas entre la producción teórica del autor en esta época y su creciente frustración política: "En los años inmediatamente subsiguientes [a 1934] se aprecia, sin embargo, un ensanchamiento de esta reflexión sociocultural e histórica por parte de Sender; como si la aporía en que se debatía su proyecto político tendiera a canalizar el torrente de su actividad especulativa por estos otros derroteros" (92). El ideal de Sender de un lenguaje directo y transparente que pueda servir de lazo entre el intelectual y las masas para demostrar la solidaridad universal se ve constantemente desmentido en estos años por la realidad política de España, en la que una multiplicidad de posturas ideológicas se expresa por medio de una retórica cada vez más violenta y desenfrenada. Las implicaciones de este contraste no se expondrán, sin embargo, en los ensayos teóricos de Sender en los años anteriores a la Guerra Civil, sino en la obra creativa y, en particular, en la obra maestra de su primera época, Míster Witt en el Cantón. 453 La gran innovación formal de Míster Witt en el Cantón frente a las demás novelas de la primera época es la manera en que Sender aborda el problema de la revolución social desde el punto de vista no sólo de la lucha colectiva, sino también de la conciencia individual. En ambos casos se complica la visión ideal del lenguaje que hemos visto en los artículos de Sender, y se subraya más bien el hecho de que puede servir de una barrera a la comprensión e instrumento de dominación ideológica. Al nivel de la historia política, Antonete Gálvez, jefe popular de la insurrección cantonal de 1873, parece representar el ideal del primer Sender de la comunicación directa y pasional del líder político con el pueblo que representa. Lough no duda en decir que: “Antonete, of whom the reader knows little as an individual, is presented as an idealized, flawless figure, the perfect altruist who has put his own individual concerns to one side to fight for the common good. His ideal is to attain the fusion of 'unidad y masa' claimed for the artist and intellectual by Sender in Teatro de masas" (113). Si Antonete se puede ver desde cierto punto de vista como el intelectual comprometido de los ensayos de Sender, el lenguaje que utiliza para comunicarse con los cantonalistas también recuerda claramente lo que el autor expone en sus artículos sobre el estilo. Cerca del comienzo de la novela, el ingeniero inglés medita sobre el poder de Antonete en los siguientes términos: "La palabra del señor Gálvez -como decía el inglés- debía ser mágica. Quizá había, efectivamente, palabras mágicas, como creían los cabalistas de la Edad Media. Palabras cuyo sonido convocaba fuerzas ocultas. De ser así, Antonete era un mago que poseía el secreto" (256).2 Míster Witt evoca el poder oculto de la palabra de Antonete con referencia a su sonido, no a su contenido intelectual. Sus palabras hablan a los sentimientos, a las pasiones, de los cantonalistas y sirven como inspiración, no como explicación fría de los sucesos. El lenguaje buscado por Sender es aquel que expresa la intuición de solidaridad que es el único camino hacia la revolución. Como ya se sabe, el ideal representado por Antonete no se realiza, y las últimas dos secciones de la novela son en gran parte la historia de una desilusión. Las razones de ese fracaso son, sin embargo, más complicadas de lo que parece a primera vista.3 Una lectura atenta de las escenas que explican la relación entre Antonete y los cantonalistas una vez comenzada la lucha, revela un intento por parte del autor de comprender las motivaciones y la desconfianza del pueblo frente al gobierno y también frente a sus propios líderes, desconfianza que se ve si no justificada por la situación histórica, por lo menos contextualizada. Es en ese esfuerzo de comprensión donde se notan los comienzos de la desilusión, no con el pueblo en su lucha por la libertad, sino en la capacidad de influir en esa lucha mediante la palabra. En este sentido, una de las escenas más importantes de la novela por lo que sugiere del desenlace de la rebelión catonalista, es la del 454 enfrentamiento entre Antonete y Paco el de la Tadea en la primera expedición de los voluntarios del cantón para defender al pueblo cercano de Hellín. Este último personaje aparece como representante de la desconfianza del pueblo frente a los jefes políticos, lo cual le lleva a discutir con Antonete acerca de la necesidad de juzgar inmediatamente al alcalde de Hellín en vez de pensar de manera más estratégica. Antonete intenta impedir una masacre apelando a los ideales de justicia y amor que constituyen la base de la revolución catonalista, pero al mismo tiempo se deja llevar por su papel de jefe político. Arenga de la siguiente manera a la gente: "Me habéis visto ofrecer mi vida por vuestra libertad. Me habéis visto abrir los brazos a todo el que quería combatir contra el Gobierno, sin preguntarle quién era, para dignificar en el crisol de la lucha por un ideal a los más miserables", discurso que le gana un comentario irónico por parte del narrador: “Antonete se había abandonado ya a la retórica" (Míster Witt 346). Aunque Antonete logra imponerse y los voluntarios se dejan convencer al final en este caso, la ironía del narrador acerca de la retórica revolucionaria encuentra su eco en la respuesta de Paco el de la Tadea: "Confiamos en usted. Pero yo quisiera que no se olvidara que esperamos, detrás de sus palabras, la libertad y el pan para todos" (Míster Witt 347). A pesar de reconocer la sinceridad de Antonete en su compromiso con los ideales de la revolución, los del pueblo conocen demasiado bien la diferencia entre una proclamación política y una revolución duradera. Este breve intercambio entre Antonete y Paco el de la Tadea resulta fundamental para comprender la manera en que Sender, al intentar dar forma novelística a las divisiones que llevan al fracaso del movimiento cantonalista, acaba sugiriendo un modelo mucho más complejo del lenguaje y su funcionamiento social del que aparece en sus artículos y comentarios ocasionales sobre el "estilo transparente". En vez de servir como vehículo de la intuición de solidaridad o como instrumento mediante el cual el intelectual expresa directamente su percepción de los hechos objetivos de la historia, el lenguaje en este episodio de la novela parece una estructura social con su propia historia, una historia que condiciona y limita cualquier intento de comunicación o influencia a través de ella. Por un lado, Antonete, a pesar de su deseo de unir a los cantonalistas mediante una visión de justicia social y fraternidad, tiene detrás una larga tradición de retórica política a la que echa mano en situaciones de crisis para dar sus discursos. El comentario por parte del narrador sirve para indicar hasta qué punto un líder político, incluso con las mejores intenciones, cae en lo formulaico y poco sincero para convencer al público. Por otro, la misma historia de manipulación retórica condiciona la recepción de cualquier discurso político por parte de los cantonalistas. Por muy sincero y respetado que sea Antonete -y la novela lo presenta en todo momento como tal-, es inevitable cierto cinismo por parte de un público obrero acostumbrado a las mentiras 455 oficiales y a las falsas promesas. El lenguaje, puesto en el contexto histórico y social de la revolución cantonal, no puede servir de ventana transparente entre el alma del intelectual y la masa obrera, puesto que la palabra es, según Vološinov en El marxismo y la filosofia del lenguaje, el "índice más sensible de los cambios sociales" ["most sensitive index of social changes"] (19) y por lo tanto el depositario de todo un pasado de manipulación y malinterpretación. La desconfianza del pueblo frente a la retórica revolucionaria se ve confirmada por muchos detalles pequeños a medida que van sucediendo los episodios más importantes de la rebelión cantonal. El capítulo que relata la derrota de los voluntarios que se fueron a Hellín, termina con un comentario cínico sobre el uso de la información en tiempos de guerra: "El periódico El Cantón dio la noticia de la ocupación de Hellín como un gran triunfo. El general Carreras se quedó en Murcia, pensando que para las empresas militares hacia falta espíritu militar, para las civiles, espíritu civil" (Míster Witt 348). Es precisamente la sospecha de que están siendo manipulados lo que hace que otro grupo de voluntarios, esta vez mandados por el otro jefe popular, Hozé, empiece a rebelarse en contra de los dirigentes del cantón después de la batalla de Chinchilla: La mañana del día siguiente a la derrota de Chinchilla amaneció llena de sobresaltos. Los voluntarios formaban banderías sueltas y recorrían la población muy excitados. El grupo más numeroso lo presidía Hozé, y después de vagar por el paseo de la muralla dando voces, con un número de El Cantón clavado en el pico de una bayoneta (era el número donde la junta trataba de justificar el desastre) fueron ante el ayuntamiento. (Míster Witt 385) El recelo que pueden sentir en algún momento frente a Antonete se convierte en desconfianza abierta cuando se trata de los demás militares y jefes políticos del Cantón, capaces de utilizar la retórica revolucionaria para conseguir fines políticos y personales que poco tienen que ver con los deseos del pueblo. Antonete mismo es el primero en darse cuenta de ello y en comprender que en esa desconfianza está el fracaso de la revolución: "A la hora de jugarse la vida piensan quizá que no se trata sino de un pleito entre nosotros. De todas formas, para la defensa del Cantón darán la sangre si es preciso. Para lo que no la darán será para proporcionarle un triunfo a Contreras [uno de los jefes militares del Cantón]" (Míster Witt 376). La larga historia de engaño y opresión sufrida por el pueblo hace que una solución sangrienta e incluso autodestructiva parezca casi inevitable. Los intentos, hasta por parte de Antonete, de comprender la revolución y 456 aclarar sus metas para encaminarla hacia un buen fin siempre toparán con la desconfianza, perfectamente comprensible desde un punto de vista histórico, de ese mismo pueblo.4 No existen "palabras mágicas" capaces de borrar ese pasado. Si el lenguaje al nivel de la interacción social resulta ser un instrumento de manipulación que siembra la desconfianza entre distintos grupos políticos, al nivel de la psicología es un indicio de la incomprensión fundamental y casi insuperable que condiciona la conducta individual. La incomprensión de Mr. Witt típicamente se interpreta como representación simbólica de la falta de simpatía por el pueblo por parte de un miembro de la burguesía. Jover Zamora subraya la manera en que se opone el carácter un tanto frío y calculador de Míster Witt a la pasión del pueblo representado por Antonete, y dice del inglés que es un "personaje al que no abandona nunca la antipatía del narrador, quizá por tratarse de una mera, aunque compleja, construcción intelectual" (162). Por otro lado, Lough ha sugerido que el énfasis puesto por Sender en la psicología individual de Míster Witt demuestra un intento por comprender las barreras que impiden la intuición de solidaridad universal: For the first time in his fiction, Sender begins to consider the role of the individual conscience in human behaviour, to analyze sympathetically the nature of the persona which he always recognized as an essential part of man's make-up ... Implicit in this is the recognition that the persona is much more powerful than perhaps he had previously been willing to accept (Politics and Philosophy 125) Como ha explicado Lough entre otros, el término persona aparece en los escritos de Sender en oposición á hombría para designar el complejo de actitudes individualistas y egoístas creado en el individuo por el desarrollo de la sociedad burguesa. Lo que sugiere aquí es que Sender, en vez de sencillamente denunciar las manifestaciones de la persona a favor de la solidaridad revolucionaria, intenta explicar desde dentro del personaje de Míster Witt los efectos de la ideología burguesa y egoísta en la conciencia individual. En este contexto, el énfasis que pone Sender en la textura de las palabras y en su carga cultural e histórica nos sugiere una interpretación basada en la presentación del lenguaje como estructura vital e histórica cuyas características culturales específicas impiden cualquier intento de comunicación "directa". La incapacidad de Mr. Witt de comprender el sentido popular de la revolución cantonal se revela en varios momentos claves en los que se subraya su desconocimiento del contexto cultural evocado por 457 las palabras mismas, como se puede ver en su inicial apreciación de Antonete: “Antonio Gálvez, Antonete Gálvez. Míster Witt gustaba de llamarle 'el señor Gálvez', porque aquello de Antonete le sonaba a nombre de clown, y no concillaba bien las pasiones cívicas que suscitaba el caudillo federal diputado, además, de la nación- con esas irreverencias" (Míster Witt 165). El apodo de Antonete, fuente y confirmación precisamente de su poder político como representante de una revolución popular, sólo se puede tomar a broma desde el punto de vista de Míster Witt. El lenguaje constituye no un instrumento de unidad, sino la marca más íntima y concreta del origen social de la indentidad personal. La incomprensión de Míster Witt se extiende a su vida personal, ya que la relación con su esposa Milagritos se representa en muchos momentos como fruto de las diferencias culturales y hasta lingüísticas que los definen. Al ver la manera en que Milagritos reacciona frente al espectáculo de la revolución popular, el ingeniero experimenta un momento de lucidez irónica acerca de la base de su relación con su esposa: "El inglés recordó otra vez el desconcierto que le produjo durante el noviazgo el contraste de la figura de Milagritos, que en su reposo alcanzaba los hitos últimos de la dulzura y la serenidad, con su aire bravío, con su hablar desgarrado y callejero. Ya hemos dicho que Míster Witt buscó en Milagros la aventura" (Míster Witt 168). El "hablar degarrado y callejero" de Milagritos, que representa para su marido una señal de cierto exotismo atractivo, se convertirá a lo largo de la novela en una expresión de su compromiso con los ideales sociales y políticos del Cantón. Sin embargo, Míster Witt intentará hasta el último momento evitar el reconocimiento de ese compromiso mediante un acto voluntario de malinterpretación constante. Cuando los barcos del almirante Lobo empiezan a bombardear la ciudad, la reacción visceral de Milagritos constrasta cómicamente con el deseo por parte de su marido de mantenerse a distancia de la situación real: ¿No le habrían engañado los oídos? ¿Era posible que aquello lo dijera Milagritos, la mujer que presidía su hogar? No, lo que había dicho era 'ladrones'. Nada más que ladrones. Pero fonéticamente sonó a la frase encanallada, que hubiera sido allí, en su despacho y dicha por ella, por aquella boca frutal e infantil, más terrible que una granada del Cádiz. (Míster Witt 361) La lengua le sirve a Míster Witt como un escudo para esconderse de las implicaciones reales de la situación política e incluso del verdadero carácter de su propia esposa. Al mismo tiempo constituye una cárcel para su conciencia, señal de su origen social y barrera para la verdadera comprensión del pueblo que le rodea. Nada más lejos del ideal de un lenguaje transparente 458 y maleable que pueda servir como instrumento de la transformación social y psicológica. En un artículo reciente, Mercedes Díaz-Picazo, Iras estudiar las posibles conexiones entre los personajes principales de Míster Witt en el Cantón y las figuras más importantes de la política española antes de la Guerra Civil, hace un comentario que amplía de manera sugerente las posibles connotaciones del texto: El personaje principal de míster Witt es el único que no se encama en ningún antecedente histórico. Sender utiliza con él, sabia o irónicamente, un tópico literario, el del inglés. Los rasgos de míster Witt coinciden en todo con el Manuel Azaña conocido a través de la prensa. Desde la edad, la seriedad, el gusto por la reflexión solitaria, el carácter, las aficiones (el Quijote, Carlyle, la penumbra, etc.), hasta su amor tardío por la alocada 'primavera' que representa Milagritos (me refiero a las alusiones a la tardía entrada en política de Azaña). (345) Aunque las figuras centrales de la novela, como hemos visto, ejemplifican aspectos muy complejos del pensamiento social y literario de Sender que iban desarrollándose a lo largo de los años treinta, la posibilidad de una referencia velada a Azaña, cuya actuación en varios momentos clave de la historia de la Segunda República estuvo íntimamente ligada con el desarrollo de Sender como escritor,5 demuestra hasta qué punto el autor había superado la simple calumnia política para intentar explicar las dificultades, tanto externas como internas, a las que se enfrenta el individuo en su esfuerzo por tomar parte en la vida política de su país. La crítica no desaparece, pero se contextualiza. La novela concluye con una visión del fracaso político del Cantón de Cartagena, destrozado por la desconfianza general con que se miran las distintas clases sociales, y también con el fracaso moral de Míster Witt, cuyo intento de contribuir a la caída del cantón mediante el sabotaje sólo es descubierto por su mujer. La decisión por parte de Milagritos de perdonarle e intentar empezar de nuevo al tener un hijo no encuentra respuesta en la conciencia de su marido, contento de que todavía quiera cuidarle en su vejez. El egoísmo y la división triunfan al final, y el pesimismo de la novela ha sido interpretado por muchos como un indicio de por qué después de la Guerra Civil Sender decidió abandonar la novela social e histórica por lo que él llamaba "literatura de iluminación" (Dueñas Lorente 46). Antes de hacerlo, sin embargo, dejó una obra que explora, como ninguna otra de su época en España, el papel histórico y social del lenguaje como instrumento de manipulación política y de autoengaño individual. 459 Notas 1 Jesús Vived Mairal trata esta época de la vida del autor de manera pormenorizada en su libro Ramón J. Sender. Biografía. Ver sobre todo las páginas 241-278. La relación entre la evolución política de Sender y las novelas de 1930-1935 ha sido resumido magistralmente por José María Jover Zamora en su reciente estudio Historia, biografía y novela en el primer Sender. Ver páginas 73-85. 2 Francis Lough ha sugerido que Antonete Gálvez se convierte a lo largo de la novela en símbolo de las esperanzas revolucionarias del pueblo: "There is, in fact a messianic quality about him which is constantly reinforced by references to providence, magic, light, Antonete as prophet, and the power of his words. It is significant that the reader knows little about Antonete as an individual; he embodies the revolution and is presented in those terms only" (109). 3 La mayoría de los críticos de la novela la atribuyen en gran medida a la actuación ciega y egoísta de los revolucionarios mismos, incapaces de ver más allá de la situación presente para planificar un cambio social más duradero. Esta interpretación se basa no sólo en la lectura de esta novela sino también en el hecho de que el egoísmo y la desorganización son los defectos más graves de los distintos movimientos revolucionarios en España que Sender critica en sus artículos periodísticos y novela a lo largo de los años treinta. Ver Lough, Politics and Philosophy 115-124; Jover Zamora 143-151. Sobre los vaivenes políticos de Sender en los años anteriores a la composición de la novela, ver Vived Mairal 237-287. 4 Dentro de este contexto resulta significativo un comentario reciente de Lough: "Sender nunca supo resolver el problema del intelectual en un movimiento de masas y sus novelas se pueden leer como la historia de este fracaso: nos dejan al final la imagen del intelectual comprometido pero aislado de aquellos" ("Mimesis y experimentación" 127) 5 El ejemplo más obvio es el del reportaje que escribió Sender sobre la masacre de Casas Viejas, un hito en el desarrollo literario del autor que contribuyó al escándalo político del verano de 1933: "Lo ciero es que el Gobierno sufrió un duro acoso por parte de la derecha y de la extrema izquierda, y Azaña y su gabinete quedaron seriamente tocados. Fue el principio de una recta final que condujo a Azaña a la dimisión, presentada en septiembre de ese año" (Vived Mairal 241). Obras citadas Boetsch, Laurent. 'José Ortega y Gasset en El Nuevo romanticismo de José Díaz Fernández," Ramón J. Sender y sus coetáneos. Homenaje a Charles L. King. Eds. Marshall J. Schneider y Mary Vázquez. Huesca: Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1998. 21-35. 460 Cansinos Assens, R. "Ramón J. Sender y la novela social," Los novelistas sociales españoles (1928-1936) antología. Eds. José Esteban y Gonzalo Santonja. Madrid: Editorial Ayuso, 1977. 79-88. Collard, Patrick. Ramón J. Sender en los años 1930-1936. Sus ideas sobre la relación entre literatura y sociedad. Gent: Rijksuniversiteit te Gent, 1980. Díaz-Picazo, Mercedes. "Míster Witt en el Cantón, de Ramón J. Sender, novela en clave (latencias de la Segunda república)," Sender y su tiempo, crónica de un siglo. Actas del II congreso sobre Ramón J. Sender. Huesca, 27-31 de marzo de 2001. Ed. José Domingo Dueñas Lorente. Huesca: Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2001. 343-349. Dueñas Lorente, José Domingo. "Ramón J. Sender, periodista: el aprendizaje de la persuasión," El lugar de Sender. Actas del I congreso sobre Ramón J. Sender (Huesca, 3-7 de abril de 1995). Eds. Juan Carlos Ara Torralba y Fermín Gil Encabo. Huesca: Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1997. 45-64. Jover Zamora, José María. Historia, biografía y novela en el primer Sender. Madrid: Castalia, 2002. Lough, Francis. Politics and Philosophy in the Early Novels of Ramón J. Sender 1930-1936. The Impossible Revolution. Lewiston: Edwin Mellen Press, 1996. —. "Mimesis y experimentación en la novela de avanzada: el caso de Sender," Sender y su tiempo, crónica de un siglo. Actas del II congreso sobre Ramón J. Sender. Huesca 27-31 de mayo de 2001. Ed. José Domingo Dueñas Lorente. Huesca: Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2001. 111-129. Schneider, Marshall J. “The Genealogy and Praxis of New Romanticism. From the Nineteenth Century to a New Vanguard," Ramón J. Sender y sus coetáneos. Homenaje a Charles L. King. Eds. 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