El cine será inquietante o no será surrealista Javier Espada “De todos modos, durante toda mi vida he conservado algo de mi paso —poco más de tres años— por las filas exaltadas y desordenadas del surrealismo. Lo que me queda es, ante todo, el libre acceso a las profundidades del ser, reconocido y deseado, este llamamiento a lo irracional, a la oscuridad, a todos los impulsos que vienen de nuestro yo profundo”. Luis Buñuel el surrealismo es heredero de la agitación provocada por dada. En 1922 Breton y Picabia, que habían participado intensamente en el movimiento dadaísta, se desmarcan de Tzara, su líder, usando el término “surrealismo” acuñado por Apollinaire en 1917. Breton, que había estudiado las teorías de Freud sobre el inconsciente, construye con ellas una nueva propuesta estética e incluso una nueva ética; por eso, desde el principio, el surrealismo considerará lo irracional e inconsciente como elementos esenciales. En El surrealismo y la pintura, de 1928, Breton define el arte como una comunicación vital del individuo y no como una mera representación, y afirma que “El surrealismo propone trasladar las imágenes del sueño a la esfera del arte por medio de un ejercicio mental libre, sin la intromisión censora de la conciencia”. Desde el principio, el movimiento se había convertido en internacional, y como afirma Jean Claude Carrière en el documental El último guión, fue como una especie de imán que atrajo a gentes muy diversas, procedentes de varios países, porque de alguna manera el surrealismo ya estaba en el ambiente. Porque es evidente que antes de que André Breton publicara en 1924 el primer Manifiesto Surrealista, ya existían los sueños, el mundo inconsciente, el automatismo psíquico y todos los elementos que se reivindican desde este movimiento. Baste recordar las pinturas negras del aragonés Francisco de Goya o las obras de El Bosco en las que la imaginación y la fantasía alcanzan cotas ilimitadas. Desde el primer momento, el cine se convirtió para el movimiento surrealista en un medio perfecto para la innovación, para el juego, para la invención de una nueva poética, pero también para mostrar el mundo del inconsciente y de los sueños tal como propugnaba André Breton. Le retour à la raison (El regreso a la razón) fue la primera aparición del cine en este movimiento, filmada en 1923 por el fotógrafo y cineasta norteamericano Man Ray, quien ya había participado en el movimiento dadaísta antes de acompañar a Breton en la creación del movimiento surrealista. Man Ray, experimentador incansable de las técnicas fotográficas y cinematográficas, adapta en Le retour à la raison la técnica del rayograma que ya había usado en la fotografía para crear imágenes en movimiento manipulando el celuloide además de filmando, en una 19