Eduardo Fabini. Es nuestro más claro músico nacionalista. De raigambre impresionista, emplea ese lenguaje universal en procura de lo nacional. Su peripecia vital incluye el clásico viaje de estudios por Europa, de donde vuelve con un Primer Premio del Conservatorio de Bruselas (1903) y con su maestro Thompson con quien toca en el Solís, en memorable velada, el Concierto para dos violines y cuerdas de Bach. Luego más viajes, mucha actividad como ejecutante de violín, hasta 1910, en que funda el Conservatorio Musical del Uruguay y la Asociación de Música de Cámara. Después, el retiro a sus pagos, donde elabora sin ningún apuro la partitura de Campo (1921), que proyecta la imagen de nuestro terruño. Importa referirse a la tan nuestra atmósfera del lenguaje fabiniano, donde brota una luz particular. Esa luminosidad que mana tanto de las planicies orientales como del Arequita, cerro preferido del compositor. Su música evoca los paisajes de su amigo, el pintor Blanes Viale y sobre todo los encuentros de los gauchos de Juan Manuel Blanes. Sus obras no pasan de 50, con sólo siete partituras de orquesta. Diez años antes de su muerte, Fabini dejó de componer. Las exigencias estéticas de esa época no eran las suyas y por tanto se llamó a reposo, luego de haber erigido un ramillete de obras que aseguran su permanencia en la historia de la música. Trascendió el ámbito local sin olvidarse de él, de una manera tan sencilla como ejemplar. Félix Eduardo Fabini, está asociado por siempre con la tierra del Uruguay. Campo El poema sinfónico Campo es la primera pieza para orquesta escrita por Eduardo Fabini, luego de una lenta y morosa maduración que insumió más de una década (entre 1910 y 1921). La idea germinal del poema – anota Roberto Lagarnilla, biógrafo y amigo del compositor – fue mantenida durante todo el curso de su creación, y además, sirve de tema inicial, a cargo de dos maderas: el oboe y el fagot, cantando a distancia de dos octavas. Siete notas bastan para definir el clima de llanura que habrá de dominar casi toda la obra, que no sobrepasa los 15 minutos de extensión. Campo propone un estado de continuas modulaciones, con cambios tonales evocativos de la variabilidad del clima uruguayo. La orquestación, inscripta en el impresionismo, emplea como segundo motivo un tema folklórico pampeano, a cargo del oboe, a modo de triste criollo, de sencilla línea expresiva, sobre una armonía estática, como si fuera la voz de un cantor popular. El pasaje, se ha dicho, marca la plenitud estética de la obra. Contrastes de ritmo y color, llevan a la reaparición del motivo inicial, siempre a cargo del oboe y del fagot, en su tonalidad de la menor. Diseños de pericón y milonga aparecen antes del cierre de la pieza en el tono de sol menor. Campo no tiene desarrollo temático ni estructura tonal definida. La finalización de la partitura se debe al tesón del gran amigo de Fabini, Florencio Mora, que le impulsó y ayudó en la engorrosa tarea de orquestación y copia de originales. El estreno del poema sinfónico Campo, en Montevideo, 1922, y su clamoroso éxito, determinó la carrera como compositor de Eduardo Fabini. La obra ingresa al conocimiento universal, gracias a su grabación por Vladimir Shavitch, maestro ruso que dirigió la primera audición el 29 de abril de 1922, en el Teatro Albéniz (luego Cine RadioCity), siendo la composición editada por RICORDI en 1928. Lagarnilla anota con acierto que en Campo, con el mínimo de elementos, la música consigue transmitir una clara visión interior de nuestra planicie, su aire, su luz y la voz de los seres que la pueblan. Su mayor virtud consiste, según Roberto Lagarnilla, en la perdurable sensación de frescura y de nobleza de sus materiales. Traduce un paisaje interior que en cierta medida es común a todos los uruguayos. Se dijo (Viñol y Barreto), que todos llevamos adentro ese mismo paisaje, que ignoramos hasta que Fabini lo despierta. Las opiniones resultan compartibles. Hay en Campo, un secreto recato que elude clasificaciones y descripciones, empleando la orquesta con los recursos de su época, al servicio de algo inexpresable, que mana del sentir colectivo nacional. Así, Fabini ha logrado hacer realidad sonora, un modo de vivir y de contemplar nuestra tierra, de manera perdurable y hermosa. Prof. Miguel Garibaldi