LA FE QUE CANTAMOS LA MISA: HISTORIA DEL RITO Ana Guirao 1. INTRODUCCIÓN El estudio de los documentos eclesiásticos más antiguos nos revela dos tipos de reuniones cristianas en la Iglesia naciente: las eucarísticas, exclusivamente reservadas a los bautizados, en las cuales los apóstoles, abandonando los sacrificios del templo, realizaban la fractio panis, y las “alitúrgicas”, o sea sin celebración eucarística, en las que se continuaba la labor de instrucción y de oración, propia de la sinagoga, si bien renovada con nuevos elementos cristianos. El primer texto que sirve como base histórica para conocer la estructura litúrgica original y fijar la futura, es la apología de san Justino dirigida a Antonino Pío, emperador, al senado y al pueblo de Roma en el 152. El primer Misal que apareció impreso en 1474 reproduce fielmente el Misal de la época de Inocencio III (s XII-XIII). Todas las fórmulas de la Misa están orientadas a expresar su naturaleza sacrificial afirmada por el Concilio tridentino (1545-1563), expresada también por el Concilio Vaticano II: «Nuestro Salvador, en la Última Cena, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su retorno, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección». y que ya estaba recogida en el Sacramentario Leoniano: 1 LA FE QUE CANTAMOS «Cuantas veces se celebra el memorial de este sacrificio se realiza la obra de nuestra redención»1. Esto se encuentra expresado en las plegarias eucarísticas; pues en éstas el sacerdote, en la anámnesis, se dirige a Dios en nombre también de todo el pueblo, le da gracias y le ofrece el sacrificio vivo y santo, es decir, la ofrenda de la Iglesia y la víctima por cuya inmolación el mismo Dios quiso devolvernos su amistad; y ora para que el Cuerpo y la Sangre de Cristo sean sacrificio agradable al Padre y salvación para todo el mundo. Es decir, la Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza, de acción de gracias, propiciatorio y satisfactorio. La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, tanto universal, como local, y para cada uno de los fieles, pues en ella se tiene la cumbre, tanto de la acción por la cual Dios, en Cristo, santifica al mundo, como la del culto que los hombres tributan al Padre, adorándolo por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo. Además, en ella se renuevan en el transcurso del año los misterios de la redención, para que en cierto modo se nos hagan presentes. Las demás acciones sagradas y todas las obras de la vida cristiana están vinculadas con ella, de ella fluyen y a ella se ordenan. Por esto, es de suma importancia que la celebración de la Misa, o Cena del Señor, se ordene de tal modo que los ministros y los fieles, que participan en ella según su condición, obtengan de ella con más plenitud los frutos. Así como en cada misa el pan y el vino se renuevan, también lo hace la Iglesia que interviene por el ministerio de sus sacerdotes. Es decir, la Iglesia no sólo se adhiere en lo exterior al sacrificio de Cristo presente en ella; ofrece también ella misma el sacrificio como suyo. La Iglesia no sólo ofrece a Cristo, sino que en Cristo se ofrece a sí misma. 1 Sacramaentario de s. León Magno, s. IV-V 2 LA FE QUE CANTAMOS 2. RITOS INICIALES La celebración comienza, tras el beso al altar con la señal de la cruz acompañada de las palabras “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo” tomadas del mandato de bautizar a todo el mundo. Esta fórmula nos recuerda el poder que nos ha sido concedido de participar en el sacrificio eucarístico. Hace pues, esta fórmula, de puente entre los dos sacramentos del bautismo y la eucaristía. Este beso del altar es una alegoría del saludo a Cristo del celebrante, que representa al pueblo, pero también el beso del altar, al estar allí las reliquias de los mártires, es un símbolo de Cristo, que por medio de quien lo representa (el sacerdote), saluda a su Iglesia. Hasta el final del siglo XII no se conocen más ósculos al altar que al principio y al final de la misa y en un sitio dentro del canon. Pero a partir del siglo XIII aparecen cada vez que el sacerdote se vuelve hacia el pueblo. Esto es señal de que prevaleció una significación por encima de la otra, a saber, la renovación de la unión con Cristo (el altar) antes de saludar al pueblo. El sentido primitivo del ósculo es el de venerar el lugar sagrado del sacrificio. Al saludo del altar sigue, en las misas solemnes, la incensación del altar, que la Iglesia adoptó cuando el significado pagano de adoración idolátrica dejó de ser peligroso y su simbolismo tan elocuente, de nubes de incienso que pausadamente se levantan de la tierra al cielo en signo de adoración, se impuso sobre los antiguos reparos. Además adquiere el incienso el simbolismo de la purificación y santificación. Ese significado se impone a partir del siglo X y se inciensan no sólo el altar, sino el evangeliario, los ministros y también el pueblo, ungiendo de homenaje y veneración los objetos sagrados y constituyéndose en portador de bendiciones para los hombres. Aparece el saludo al pueblo bajo diversas fórmulas con que se inicia la celebración, cuya base es el “El Señor esté con vosotros”. Su fin es establecer contacto con la comunidad antes de establecer comunicación con ella, o para 3 LA FE QUE CANTAMOS invitarles al acto penitencial o para anunciarles la Palabra de Dios o llegado el caso, invitarla a la oración. 3. LOS KYRIES Kyrios (señor) era el título que se daba a personas de quienes se creía habían llegado a dioses y cuyo culto podía hacer partícipes a los hombres de una felicidad semejante. San Pablo utiliza esa denominación para hacer ver a los neocristianos que el verdadero Kyrios (el hombre también verdaderamente Dios) es Cristo. Los kyries (Señor, ten piedad) constituyen el único elemento griego del ordinario de la Misa, no porque sea un resto de la época en la que la liturgia romana se celebraba en griego sino porque se tomó posteriormente de ritos orientales. En Oriente aparece el “Kyrie eleison” por vez primera a fines del siglo IV (Etheria) y en Occidente en el 529 (Concilio de Vaison, canon 3). El occidente católico había sufrido durante la última centuria nada menos que cuatro invasiones de los bárbaros. Cuatro veces en menos de cien años los germanos y los hunos habían devastado Italia. La Iglesia occidental sufría bajo el dominio de los bárbaros y también del arrianismo2, religión de la mayor parte de los pueblos germánicos que niega el “Señorío divino” de Cristo. Cantar “Kyrie eleison” refiriéndose a Cristo es afirmar su naturaleza divina: es una profesión de fe antiarriana. Al trasladarse la liturgia romana al imperio carolingio se fija el número de repeticiones del Kyrie y del Christe eleison en nueve por influjo de la desaparecida liturgia galicana deseosa de demostrar en sus ceremonias el misterio de la Santísima Trinidad y determinando que cada invocación se repita 2 Arrianismo (de Arrio, sacerdote alejandrino, 260-336). Herejía del siglo II-III que defendía que Jesucristo era “criatura del Padre”, aunque más excelsa que todas las otras, creado por éste para ejecutar su plan de salvación, con lo que ni era Dios como el Padre, pues no era eterno, ni era verdadero hombre, pues carecía de alma humana, que era sustituida por su unión con el Verbo. Sin embargo, por su condición humana, podía pecar. 4 LA FE QUE CANTAMOS 3 veces: triple invocación del Kyrie atribuyéndolo al Padre, triple Christe al Hijo y triple Kyrie al final atribuido al Espíritu Santo. Esta triple repetición de las tres invocaciones fue reducida a doble repetición en el Misal de 1969. 4. GLORIA El Gloria no fue creado para la Misa. Su primer destino fue el de servir a los cristianos de oración matutina, o en general, como himno de alabanza a Dios, junto con el “Te Deum” son los dos himnos más antiguos, nacidos del fervor de los primeros siglos; compuestos, junto con otros muchos, por los mismos cristianos. En el siglo IV el Concilio de Laodicea (y más tarde en el IV Concilio de Toledo del siglo VII) prohibió que se cantasen himnos no inspirados por el Espíritu Santo. De esta prohibición se salvaron el Gloria, el “Te Deum” y el “Te decet laus”, así como algún que otro himno griego. 4.1. Su incorporación en la misa Como sus primeras palabras son mensaje angélico de paz en el nacimiento del Salvador3, esto dio origen a que se cantara primeramente en la Misa de Medianoche de Navidad (o del Gallo). Así lo atestigua, y como costumbre antigua, el “Liber Pontificalis” escrito en Roma hacia el año 530. El mismo libro añade que el papa Símaco (498 - 514) permitió a los obispos entonarlo también en las fiestas de los mártires y todos los domingos. El Gloria pues, se cantaba solamente en las misas solemnes celebradas por el Papa o los obispos, con el fin de solemnizarlas más. Y esta norma prevaleció por muchos siglos. Pero cuando el rito romano pasa al norte de los Alpes, donde había pocas ciudades y por lo mismo pocos obispos, pero en cambio muchas aldeas y pueblos, son los sacerdotes los que empiezan a sentir la necesidad de decir el Gloria en sus parroquias. 3 Lucas 2, 14 5 LA FE QUE CANTAMOS Hasta su implantación definitiva primero se permitió al simple presbítero cantar el Gloria en la mayor de todas las solemnidades, el día de Pascua de Resurrección, lo que se mantuvo durante el siglo XI, pero a finales de ese mismo siglo ya no se hace distinción entre sacerdote y obispo, además tales prescripciones no se observaban con mucho rigor en el territorio de los francos. Un documento del siglo VIII avisa de que se suprima el Gloria durante la Cuaresma, lo que lleva a creer que se decía en las demás misas. 5. LA COLECTA La colecta es la primera oración exclusivamente sacerdotal que encontramos en la Misa. Oración que el celebrante debe decir en nombre de toda la comunidad, de toda la Iglesia. Acto seguido y habiendo saludado a la comunidad, la invita a la oración diciendo o cantando “Oremus”. Esta fórmula es una exhortación a orar en voz baja y supone por tanto, siempre una pausa más o menos larga entre la invitación y la colecta. El nombre de “colecta” está tomado de la antigua tradición galicanoespañola. Significa “resumen de las oraciones dichas anteriormente”. Las primeras se fueron formando en los siglos IV y V, época en la que en Occidente tomaron cuerpo las fórmulas litúrgicas y en Roma se verificaba el cambio del griego al latín, en la lengua ritual. A partir del siglo IV existen textos fijos en libros especiales, aunque el celebrante no los leía sino que los aprendía de memoria. Con el “amén” después de la colecta termina el rito de entrada, con él el pueblo expresa su asentimiento a lo que acaba de decir en su nombre el celebrante. 6. LA LITURGIA DE LA PALABRA En los orígenes, las comunidades cristianas no tenían más libro litúrgico que las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento. Se supone que su lectura en las celebraciones seguía el mismo ritual y, probablemente, el mismo orden que en la sinagoga judía. Cuando empezaron a circular, los evangelios y las cartas 6 LA FE QUE CANTAMOS de los apóstoles, los escritos que Justino llama Memorias de los Apóstoles4, cabe pensar también que fueron incorporados a la lectura litúrgica. Más tarde, no se sabe cuándo ni dónde se hizo por vez primera, se empezaron a escribir unas anotaciones en el margen de los libros sagrados para indicar el comienzo y el final de cada lectura, así como el día en que debía leerse. El paso siguiente fue copiar la lista de estas anotaciones marginales siguiendo el calendario, añadiéndose además, para facilitar su localización, las primeras y las últimas palabras del texto bíblico correspondiente. A partir del siglo VIII se confeccionan libros en los que, para facilitar la tarea del lector, se ordenaron las lecturas completas, no solo la perícopa 5 bíblica y las indicaciones del calendario. 6.1. El número de las lecturas Durante los primeros siglos del cristianismo las lecturas pre-evangélicas, tomadas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento eran muchas y variadas, especialmente en los tiempos de Cuaresma y en las Vigilias, como la del Sábado Santo o Pentecostés y en las Témporas6. Al final de cada una de las lecturas, y procedente su uso de la liturgia hispánica que lo había adoptado de la norteafricana, fue consolidándose el “Deo Gratias” (demos gracias a Dios) no sólo como contestación a las lecturas, sino también a los avisos que se daban al final de cada función religiosa, anunciando las próximas reuniones. El mismo empleo pasó a Roma a partir del siglo VIII. 6.1.1. El sitio Las lecturas, epístola y evangelio, también se distinguían entre sí, además de por el ministro que las leía y los ritos que la precedían y sucedían: “Dominus 4 San Justino, I Apología. Cap. 67 Perícopa (del griego περικοπη, pericopé, "corte") la denominación de cada uno de los pasajes de la Biblia que han adquirido gran notoriedad por leerse en determinadas ocasiones del culto religioso. 5 6 Tiempo de ayuno y oración al comienzo de las cuatro estaciones del año. Hoy solo queda una celebración en la semana del 5 de octubre, con carácter de acción de gracias y petición tras la cosecha. 7 LA FE QUE CANTAMOS vobiscum”, incienso y beso litúrgico y “Laus tibi, Christe” para el evangelio y nada de ello para la epístola, por el lugar desde donde se proclamaban. Ya en los siglos III y IV se habla de un sitio más elevado para que todos entendiesen las lecturas. Esto llevó con el tiempo a la introducción del ambón situado en el límite que divide la nave con el presbiterio. Al principio no había más que un solo ambón, por eso, para realzar la lectura del evangelio, debía leerse la epístola y la salmodia no en lo alto del ambón, sino en una de sus gradas. En la Edad Media comenzó la distinción entre lado del evangelio y de la epístola, aunque al mismo tiempo los ambones desaparecieron por completo, alejándose del presbiterio y convirtiéndose en púlpitos. 6.2. La epístola El primer testimonio de un acto de oración previo a la celebración eucarística lo debemos a san Justino, que en el año 152 escribió: “…en el día que se llama del sol, se reúnen en un mismo lugar tanto los que habitan en las ciudades como en el campo y se leen los comentarios de los Apóstoles, o los escritos de los profetas por el tiempo que se puede. Después, cuando ha terminado el lector, el que preside toma la palabra para amonestar y exhortar a la imitación de cosas tan insignes. A continuación nos levantamos todos a la vez y elevamos preces y cuando dejamos de orar se traen pan, vino y agua” 7. Por otro texto de Tertuliano del siglo II8 sabemos que ya entonces se añadía a estos actos de oración otro elemento: el canto o recitación de los salmos. Desde entonces vuelven siempre los mismos elementos en las descripciones del culto cristiano de los primeros siglos, por ejemplo en las Constituciones 7 8 San Justino, Apología, cap. 67 Tertuliano, De anima, cap. 9 8 LA FE QUE CANTAMOS Apostólicas, donde se encuentra la primera noticia de un solo cantor recitando el salmo entero. Las lecturas tienen por fin la instrucción de los fieles: instrucción en un sentido moral y religioso, preparándoles para la asistencia digna al sacrificio eucarístico. Es pues necesario utilizar en las lecturas una lengua que entienda el pueblo. Al perderse el uso del griego en la vida ordinaria, se pasó a traducir la Palabra de Dios a la lengua que más se hablaba: latín común, sirio, armenio, copto, árabe o eslavo. Durante el pontificado de Pío XII se fue implantando la costumbre, especialmente los domingos y días de gran concurrencia de fieles, de leer las lecturas en lengua vernácula, vuelto el sacerdote hacia el pueblo. Finalmente la costumbre se extendió y se hizo norma en la reforma litúrgica del Vaticano II. 6.3. La salmodia, el verso aleluyático y el tracto o aclamación Encontramos hoy dos cantos antes del evangelio: el gradual o salmodia y el verso aleluyático o en su sustitución, el tracto o aclamación al evangelio. En el gradual o salmo responsorial y el verso aleluyático, nos encontramos por vez primera con auténticos cantos, que como tales se introdujeron desde el principio en la liturgia para expresar en forma poética los sentimientos de admiración y agradecimiento por la doctrina recibida en las lecturas. 6.3.1. Salmo responsorial No sólo están tomados de los salmos, sino que su misma razón de ser es la salmodia, como elemento básico de la función religiosa. Como elemento que representa la parte afectiva del culto, respuesta del corazón humano a la llamada de la gracia durante las lecturas, su ejecución correspondía a todo el pueblo. Como muchos no sabían de memoria todos los salmos ni sus melodías, había en algunos de ellos ciertas palabras o frases cortas que podían servir de estribillo a la asamblea. El resto del salmo lo cantaba un cantor. 9 LA FE QUE CANTAMOS Cuando más tarde, con la libertad de la Iglesia9, aumentó el esplendor del culto público, las formas artísticas reemplazaron cada vez más este canto sencillo y su ejecución artística ya no permitía la respuesta del pueblo. Al principio eran los diáconos los encargados de este canto, pero para evitar que en la provisión de las diaconías romanas influyera de modo decisivo el poseer una voz hermosa, el papa san Gregorio prohibió que en adelante lo cantasen los diáconos. En consecuencia, lo vinieron ejecutando los subdiáconos, hasta que por fin no se exigió ninguna de las órdenes y se dejó sencillamente a los cantores. También el lugar de ejecución de los mismos refleja el aprecio de los mencionados cantos. Al principio el lugar era sencillamente el presbiterio, y algo más tarde, el ambón, el sitio donde se cantaban los dos, salmo y aleluya. En la liturgia francorromana (s. IX-XII) ya no se permitía al subdiácono subir a lo alto del ambón, sino que los debía ejecutar en una de sus gradas. De allí le vino al salmo el nombre de gradual. Cuando se dejaba el canto a la schola, ni siquiera subían a las gradas del ambón, sino que cantaban en el mismo sitio en que estaba el coro de los cantores, o al lado del presbiterio o en la tribuna en el fondo de la nave. 6.3.2. Aleluya y tracto En el aleluya, en cambio, por ser más corto el estribillo, se ha conservado mejor su forma antigua. En las misas en las que no se puede cantar el aleluya (Cuaresma) tenemos una aclamación que es la forma más antigua del gradual o salmo responsorial. Durante muchos siglos se llamó tracto, que es la traducción de la palabra griega heirmos, que significa “trozo” (“trecho”) por ser una sencilla melodía que se repetía varias veces. 9 Edicto de Milán dictado por Constantino en el año 313. 10 LA FE QUE CANTAMOS 6.4. La secuencia Debe su origen a los complejos melismas con que se cantaba la última “a” del aleluya, llamada jubilus. Los pueblos del norte de Europa, a los que no les gustaba el canto melismático, empezaron a sostener la melodía de los melismas del aleluya con textos poéticos de modo que a cada nota correspondiera una sílaba. El nombre de secuencia se aplicaba en un principio a la misma melodía: era sinónimo de melisma. Pero de ahí pasó al texto independiente con que se llenó la melodía y que acabó cantándose después del aleluya, independizándose de la melodía del jubilus. Llegaron a tener una importancia enorme; se han coleccionado más de cinco mil. Pero al penetrar en Italia, no prosperaron y en el Misal de san Pío V quedaron todas suprimidas menos cuatro: el Victimae Paschali, compuesto hacía el siglo IX (para la octava pascual); el Veni Sancte Spiritus, compuesto en 1228 por el arzobispo de Canterbury (para Pentecostés); el Lauda Sion, compuesto por santo Tomás de Aquino, por encargo de Urbano IV, en 1263 para la fiesta de Corpus Christi y el Dies Irae, para las misas de difuntos y que es de autor desconocido. El Stabat Mater igualmente de autor desconocido no entró en el Misal hasta el año 1727 cuando Benedicto XIII extendió la fiesta de los Siete Dolores de María a toda la Iglesia. En el Misal de Pablo VI solo subsistieron tres de estas secuencias: la de Pascua y la de Pentecostés, y la del 15 de septiembre, fiesta de Nª Sª de los Dolores, pero esta de manera potestativa. La supervivencia del Dies Irae como canto litúrgico ha quedado reducida a un himno más y parcialmente recortado para la Liturgia de las Horas de las últimas semanas del Tiempo Ordinario. 6.5. El evangelio Con la lectura del evangelio, la llamada Liturgia de la Palabra llega a su punto culminante. Su situación al final de las otras lecturas subraya el sitio de honor que le está reservado. El aprecio de la lectura de la Buena Noticia se expresaba en los antiguos manuscritos con la escritura de su texto en letras 11 LA FE QUE CANTAMOS mayores y más arcaicas, sobre más finos y dorados pergaminos así como con tapas de marfil, plata u oro puro en el evangeliario, libro este que era el único que podía descansar sobre el altar, lugar del sacrificio y trono del Santísimo Sacramento. Su carácter especial y superior hizo que su lectura no se confiara desde el principio a un simple lector, sino al diácono, quien para ello, a partir del siglo VIII, se quitaba la planeta10 y enrollada se la ponía a modo de banda sobre el hombro izquierdo, de aquí derivó el uso diaconal de la estola atravesada sobre el pecho y espalda. En algunas liturgias antiguas y en ciertas ocasiones leía el evangelio el mismo obispo o celebrante. Leer el evangelio en la misa del Gallo era, en la baja Edad Media, privilegio de los emperadores. Por la misma razón se distinguía ya en el culto estacional 11 su lectura mediante una serie de ceremonias: en primer lugar llevaba un diácono el evangeliario al altar para depositarlo encima del mismo. Luego, otro diácono, después de pedir la bendición al Papa, cogía el evangeliario, y acompañado de dos acólitos con candelabros y dos subdiáconos de los que uno llevaba un incensario, se trasladaba procesionalmente al sitio donde había que cantar el evangelio. 6.5.1. Las aclamaciones, las incensaciones, el santiguarse y el ósculo Las muestras de veneración con que se rodeaba el evangeliario hicieron que el pueblo quisiera tomar parte en el homenaje. No contento con responder “Y con tu espíritu” al diácono, empezó a intervenir otra vez después de indicar el diácono el nombre del evangelista. A partir del Imperio Carolingio (siglo IX) encontramos por primera vez el “Gloria a Ti, Señor”. Al final de la lectura encontramos aún otra aclamación parecida, “Alabanza a Ti, ¡oh Cristo!”. 10 11 Vestidura litúrgica propia del diácono, parecida a una casulla con el delantero muy corto. Se llamaba misa estacional a aquella en la cual la asamblea litúrgica iba desde la iglesia donde se reunía a otra. Hoy día se llama misa estacional la que celebra el Obispo en la catedral o con plena solemnidad. 12 LA FE QUE CANTAMOS Pero no contentos con las aclamaciones expresaban su reverencia también durante la lectura misma del evangelio, poniéndose de pie (desde el siglo IV), miraban hacia el evangeliario, los príncipes se quitaban sus coronas y los caballeros las capas y guantes. Querían además participar de las bendiciones que emanaban de la palabra de Dios y por ello durante el periodo carolingio (s. IX), después de incensar el evangeliario se llevaban uno o dos incensarios por toda la iglesia para que las nubes de incienso que habían envuelto el libro sagrado santificasen a todo el pueblo. Otra ceremonia para atraer las bendiciones de la palabra divina la tenemos en la costumbre de santiguarse al principio de la lectura del evangelio (y durante algún tiempo al final). Los padres de la Iglesia lo interpretan ya como un sello con que se cierra el corazón para que el diablo no pueda quitar de allí la semilla de la palabra de Dios. Más tarde, del santiguarse se pasó al persignarse simbolizando que lo que se acaba de escuchar se recuerde, se repita y se lleve en el corazón (frente, boca y pecho). Señal de veneración, a la vez que expresión del deseo de santificación que emana de la palabra de Dios, es el beso del evangeliario, que en la Alta Edad Media era una ceremonia a la que se admitía también a los fieles. Iba unida a la de llevar los incensarios por toda la iglesia. Pronto, sin embargo, al crecer las asambleas litúrgicas quedó limitada al clero y a las autoridades civiles y finalmente, solo al celebrante o al diácono que lo lee y al celebrante o prelado que preside o asiste. 7. LA HOMILÍA Los primeros cristianos tomaron de la sinagoga la costumbre de que explicase las lecturas el que presidía. La antigüedad cristiana miró con veneración a la homilía. Prueba de ello es que se reservaba al obispo, aunque a veces, de forma excepcional, se permitía también a los sacerdotes que predicasen, y sólo 13 LA FE QUE CANTAMOS cuando las dotes de algunos se imponían, como por ejemplo, san Juan Crisóstomo en Alejandría o san Jerónimo, Orígenes y san Hipólito en Roma. En Alejandría se renovó la prohibición de que predicaran los presbíteros cuando por la predicación de un simple sacerdote, Arrio (256-336), había surgido la peligrosa herejía del arrianismo. En el norte de África se mantuvo la prohibición hasta después de la época de san Agustín. Algo semejante debió ocurrir en Roma. Existe una carta del siglo V del papa Celestino a un obispo del sur de Francia en este sentido12. Las razones son fáciles de comprender: Por una parte, el no muy alto nivel científico de los presbíteros, que en aquellos tiempos solían reclutarse de entre los miembros más piadosos de la parroquia. Por otra parte el hecho de que en los países mediterráneos en cada ciudad, por pequeña que fuese, residía un obispo, consolidó esa costumbre. El principio de la unicidad del culto se urgía en aquella época con todo rigor, y por eso no permitían los domingos más culto en toda la ciudad que la misa del obispo, al que todos los presbíteros debían asistir. Esa costumbre, que como es lógico, no se podía aplicar con rigor en las grandes ciudades, se mantuvo en España hasta el siglo VIII, o sea, hasta el final del periodo visigótico. Un resto de la misma se conserva en el Triduo Pascual durante el cual no se permite más que un solo culto en cada parroquia, y una única celebración en torno al obispo la mañana del Jueves Santo en la Misa Crismal. Variaba la situación en las Galias, donde no había tantas ciudades y por tanto había muchos menos obispos. Si no se quería prescindir de la predicación, en las parroquias rurales había que admitir que los presbíteros pronunciasen la homilía. La existencia de tal costumbre queda atestiguada por la carta de protesta del papa Celestino. Un siglo más tarde san Cesáreo de Arlés abogaba con éxito en el Concilio de Vaisón (529) para que se permitiera a los simples 12 Patrología Latina 50, año 528-530. 14 LA FE QUE CANTAMOS sacerdotes la predicación. Este mismo Concilio determinó que en el caso de que los presbíteros estuvieran impedidos, los diáconos deberían leer durante la misa las homilías de los Santos Padres. Esto equivalía ya entonces a introducir una especie de traducción del latín culto al latín vulgar. Tal práctica la urgieron expresamente, siglos más tarde (siglo IX) los sínodos de reforma celebrados en varios sitios del Imperio Carolingio. Esto dio lugar a que se compusieran libros con tales traducciones. Las glosas silenses y emilianenses de los monasterios de Silos y San Millán de la Cogolla son en su mayoría anotaciones en latín, romance y euskera para hacer comprensibles las homilías, también lo son las Homilías de Organyá en la primitiva lengua catalana del siglo IX. En estas circunstancias la predicación se fue haciendo cada vez más rara al acabar la antigüedad, incluso en Roma. Refloreció la predicación cuando en el siglo XIII aparecieron las Órdenes Mendicantes. Pero entonces ya no era la homilía, es decir, la sencilla explicación del texto de la Sagrada Escritura, sino el sermón, que se tenía con frecuencia fuera de la misa. 8. CREDO El Credo no es un texto propio de la liturgia. Su redacción en singular lo indica: Creo…, denota una profesión de fe personal e individual, se trata de un texto que sirvió a los candidatos al Bautismo para profesar individualmente su fe. 8.1. El texto primitivo: el símbolo oriental y el occidental El Credo niceno-constantinopolitano aparece por primera vez en las actas del Concilio de Calcedonia, como confesión de los ciento cincuenta Santos Padres reunidos en Constantinopla. Se trata de una combinación de las dos fórmulas de los dos concilios anteriores de Nicea (325) y Constantinopla (381). En el actual Credo tenemos la fórmula que, entre las diversas redacciones, se divulgó más y fue aprobada por el concilio de Calcedonia. El actual texto se encuentra en su mayor parte en 374 en san Epifanio y, con una redacción más sencilla, lo conoce ya hacia 350 san Cirilo de Jerusalén. 15 LA FE QUE CANTAMOS Según esto puede considerarse como el símbolo para el bautismo que se usaba en Jerusalén, con la misma finalidad que el símbolo apostólico en Roma. 8.2. Historia de su inclusión en la Misa Las primeras noticias de su inclusión en la misa nos vienen de Oriente. El patriarca filomonofísista13 de Constantinopla, Timoteo (511-517), para mostrarse más celoso que su antecesor católico, dispuso que se rezase la profesión de fe en todas las misas. Por aquel mismo tiempo se empezó también en Siria a rezar el Credo en la misa y pronto se hizo costumbre en todo el Oriente. De Oriente pasó pronto a España, cuya costa levantina estaba entonces en parte ocupada por los bizantinos. Cuando el rey Recaredo, después de haber abjurado del arrianismo, convocó el año 589 el III Concilio de Toledo, se dispuso en él que en adelante se dijera la profesión de fe en todas las misas delante del Padrenuestro. Prácticamente el símbolo servía entonces de oración preparatoria para la comunión. Dos siglos más tarde entró en el imperio de los francos, desde Aquisgrán se propagó su uso de manera muy lenta por Alemania y Francia. Cuando el emperador Enrique II fue en 1014 a Roma, se mostró muy extrañado de que no lo cantaran también en Roma. Los clérigos romanos le contestaron que, como la Iglesia romana nunca había sido manchada por la herejía, no tenía necesidad de confesar su fe con tanta frecuencia 14. Más tarde el papa Benedicto VIII (1012-1024) cedió y desde entonces se reza el Credo en todo el rito romano. Su uso se restringió a los domingos y aquellas fiestas en las que se celebra algún misterio mencionado en el Credo. Como tales fiestas se consideran las del Señor, desde Navidad hasta Pentecostés, las solemnidades de la Santísima Virgen, Todos los Santos, etc. 13 Monofisismo (de mono, única, y physis, naturaleza). Herejía del siglo V que afirma que solo hay una naturaleza en la persona de Cristo, la divina, que había absorbido a la naturaleza humana. 14 PL, 142, 1060 ss. 16 LA FE QUE CANTAMOS En la actualidad el celebrante con sus asistentes inclina la cabeza al rezar el “Y se encarnó”, sin embargo en la Natividad del Señor es obligatorio arrodillarse. 9. LA ORACIÓN COMÚN DE LOS FIELES Es el momento en que el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres. En el siglo III san Hipólito, en su “Tradición Apostólica”, registra en Roma la existencia de una oración general, terminada la instrucción. “Oración común” es un concepto corriente en san Cipriano y en san Agustín. En las llamadas oraciones solemnes se alternaban el celebrante con toda la comunidad; algo más tarde, en Oriente, la rezaban el diácono y los fieles, mientras que en Roma la intervención del pueblo era escasa y sólo mediante sus plegarias en voz baja, para las que se hacía una pausa después de indicar las intenciones generales y antes de la oración final del celebrante. Durante varios siglos este conjunto de oraciones desapareció de la liturgia romana hasta que en 196415 una instrucción lo recupera y posteriormente fue incluido en la Ordenación General del Misal Romano de 1969. 10. EL OFERTORIO En los primeros siglos predominó un fuerte movimiento espiritualista, representado por los escritores cristianos conocidos bajo de nombre de “apologetas” (ss. II-III): sentían una fuerte repulsa y desconfianza hacia las prácticas de los sacrificios paganos, y aún judíos, lo que les impedía dar más relieve a la acción en la que intervenían cosas materiales (pan, vino, agua…) De entonces data la expresión “eucaristía” (acción de gracias) para caracterizar la celebración de los santos misterios. 15 Instrucción “Inter Oecumenici” de la Sagrada Congregación de Ritos, 26 de septiembre de 1964. 17 LA FE QUE CANTAMOS Se necesitó que el péndulo se moviera hacia el dualismo gnóstico16, para que la joven Iglesia, especialmente san Ireneo, empezara a dar importancia al hecho de que en la eucaristía intervenían el pan y el vino como ofrecimiento de las primicias de la creación, pero simplemente como una cosa natural, previa, necesaria, exenta de acción simbólica de oblación. Por eso, a pesar de que san Hipólito llama a las materias sacrificiales “ofrendas” (oblata) e incluye en su anáfora17 expresiones de ofrecimiento, desconoce una entrega de ofrendas por parte de los fieles, previa a la celebración eucarística. Lo que traen para los pobres lo presentan después de la celebración. Cuando en el siglo IV en Oriente se empieza a desplegar mayor esplendor en el ceremonial, transformarán en procesión solemne no la entrega de las ofrendas por parte de los fieles, sino la traslación al altar, por parte del clero, de las materias sacrificiales. Esta ceremonia, que ocupa el sitio del ofertorio romano, no tiene carácter de oblación previa, sino de simple solemnización de las acciones preparatorias. Conviene fijarse en este aspecto pues también predominó en la liturgia romana hasta el siglo V. 10.1. La entrega de ofrendas por el pueblo Aparece por vez primera incorporada al núcleo del culto en el norte de África y en la liturgia milanesa. Llegará a Roma a partir del siglo VII cuando los Ordines Romani nos dicen que el Papa bajaba a la nave a recoger las ofrendas. La contribución de los fieles no llega a considerarse como ofrenda directamente a Dios en el altar, no es acto sacrificial. Por eso los fieles no se acercan al altar. Es el Papa el que baja para recibirlas. La entrega de las ofrendas por parte de los fieles no es un acto sacrificial independiente, sino participación del sacrificio de Cristo. Por eso de por sí carece de valor sacrificial, y lo adquiere en el momento en que se realiza el 16 Escisión tajante entre la materia (mala) y el espíritu (bueno). No puede existir salvación alguna en la materia ni el cuerpo. 17 Plegaria eucarística. 18 LA FE QUE CANTAMOS sacrificio de Cristo. En todo esto hay que tener en cuenta que, para que se realice el sacrificio de Cristo, es necesaria la oblación humana: sin la entrega de las materias sacrificiales no es posible el acto sacrificial de Cristo. La concepción primitiva del ofertorio no es de un sacrificio previo, como los del Antiguo Testamento, sino una simple preparación para cuando Cristo entre en acción en la plegaria eucarística. El sentido del ofertorio es que, sin ser el sacrificio, es el punto dentro de la misa en que se da forma y expresión litúrgica al hecho de que el hombre, mediante sus ofrendas materiales de pan y vino, interviene en el sacrificio de Cristo. 10.2. Las materias sacrificiales y su colocación 10.2.1. Formas y clases de pan En los primeros siglos el pan usado para la consagración era pan ordinario, que se procuraba que fuera de la mejor clase que hubiera. Las primeras noticias del uso de pan ázimo son del siglo IX y aparecen en España y Francia basadas en la voluntad de adecuarse a lo que debió ser la cena pascual. Influiría también la sentencia paulina “…echad fuera la vieja levadura”18 entendiendo que la levadura fomenta la corrupción. Sea como fuere, el pan ázimo no se impuso como norma hasta el siglo XI, época en que triunfó en Roma. En el siglo XV el concilio de Florencia declaró que la eucaristía se podía celebrar igualmente con pan ázimo o fermentado con tal que fuera pan de trigo. El pan ázimo se impuso sin duda porque al ser pan más blanco parecía más una materia espiritualizada pero también por facilitar su manejo. Pronto se cayó en la cuenta de que era más práctico y más reverente llevar preparadas de antemano las partículas. En el siglo XI ya tenemos constancia de las actuales formas “in modum denarii” (a manera de monedas). Como consecuencia de 18 I Cor. 5,7 19 LA FE QUE CANTAMOS estos cambios se redujo el tamaño de las patenas que, provistas de un pie, habían alcanzado los 60 cm de diámetro, con un peso de nueve kilos. 10.2.3. El vino Menos cambios hay que registrar en el uso del vino. En Oriente se prefería generalmente el vino tinto por distinguirse mejor del agua y ser más semejante su color al de la sangre. Pero desde que se impuso el uso del purificador, a partir del siglo XVI, se prefirió el vino blanco por más limpio. En España e Italia siempre hemos preferido vino dulce de uva moscatel o vino de uva pasa. Ese procedimiento de elaboración se extendió a las regiones donde se hacía difícil conseguir vino, como en Etiopía, donde se procuraban uvas pasas que se mojaban hasta quedar bien empapadas, para luego exprimirlas en el lagar. 11. INCENSACIÓN, LAVATORIO DE MANOS 11.1 Plegaria eucarística19 12. PREPARACIÓN A LA COMUNIÓN Las primeras noticias que tenemos sobre las ceremonias y oraciones de la comunión se refieren al Padrenuestro como oración preparatoria y datan del siglo IV. Algo más tarde se empieza además a cantar un salmo durante la comunión de los fieles. Hacia el año 416 leemos en la carta del papa Inocencio I al obispo de Gubbio que el ósculo de la paz no se debía dar al final de la oración común de los fieles, sino al final del canon. Fue pues este Papa quien introdujo esta innovación. Su finalidad: la de conclusión de la oración que precedía. En absoluto pertenecía todavía a la comunión. En el siglo VI advertimos por primera vez que no todos los asistentes comulgan, y por esto se les invita a que se retiren antes de la comunión del 19 Los puntos 11 y 11.1 fueron ampliamente abordados en “La plegaria eucarística, culmen de la celebración”. III Jornadas Música y Fe. “Comunidad Orante comunidad celebrante”. Abadía de la Sta. Cruz del Valle de los Caídos. Madrid, septiembre 2012. 20 LA FE QUE CANTAMOS pueblo, medida prudente y necesaria para que el celebrante, que entonces tenía que dar la comunión recorriendo la nave de la iglesia, lo hiciera con más comodidad. 12.1. La intervención de san Gregorio Otro paso de importancia histórica se dio cuando san Gregorio Magno, a ejemplo de los bizantinos, puso el Padrenuestro con su embolismo antes de retirar los panes del altar y proceder a la fracción. Al terminar el canon, después de recitar el Padrenuestro con su embolismo: “Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo. R/. Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre Señor”. el Papa invitaba con las palabras “Pax Domini” al clero y al pueblo a darse mutuamente el ósculo de la paz. Él no participaba de la ceremonia. Estaba en este momento con el sancta, fragmento consagrado en la misa anterior que estaba presente durante toda la misa encima del altar, y que ahora dejaba caer en el cáliz para significar la continuidad del sacrificio. Parece ser que la ceremonia del sancta desapareció pronto manteniéndose la equivalente del fermentum que la sustituía cuando celebraba un obispo o presbítero siendo el fragmento una partícula de la misa celebrada anteriormente por el Papa, y que era signo de unidad. Con esta ceremonia se daba por terminada la misa para los que no comulgaban. Se leían los avisos y el pueblo se iba retirando. Mientras tanto empezaba la fracción, partiendo del lado derecho de uno de los panes de su oblación un trocito, que permanecía sobre el altar y que estaba destinado a servir en la próxima misa de sancta o de fermentum. El Papa abandonaba el altar y en seguida se quitaban todos los 21 LA FE QUE CANTAMOS panes consagrados para su fracción, fracción en la que intervenía todo el clero ayudando al Papa. Éste estaba sentado en su cátedra y partía allí los panes de su oblación, depositados encima de la patena. Difícilmente esta ceremonia podía hacerse en el altar por lo pequeño que este solía ser, poco más de un metro cuadrado, y el gran número de clero que intervenía. Terminada la fracción, comulgaba el Papa con uno de los trocitos. No lo sumía entero, sino que echaba un poco en el cáliz. A continuación seguía la comunión del clero y del pueblo mientras cantaba la schola. 13. EL PADRENUESTRO Hasta la época de san Gregorio se vino rezando el Padrenuestro entre la fracción y la conmixtión20, una vez retirados del altar los panes consagrados. En una carta al obispo Juan de Siracusa escribe S. Gregorio que no le parecía bien que, habiendo consagrado los Apóstoles el pan y el vino únicamente con la “oración de oblación” (canon primitivo sin las oraciones intercesoras) “nosotros, que decimos además otra oración sobre las ofrendas, no recemos también la oración que el mismo Señor nos enseñó”. Esto nos indica que san Gregorio quería que el Padrenuestro se añadiera al canon a modo de epílogo, por esto lo unió con el canon, trasladando el ósculo de la paz con el “Pax Domini” detrás del Padrenuestro con su embolismo. Sobre todo y más que ninguna otra cosa, la oración dominical es preparación a la comunión. Como tal la acreditan ante todo las dos peticiones del pan y el perdón de los pecados. Así lo entendieron sobre todo los Padres latinos, empezando por Tertuliano. Interpretan la petición de la eucaristía y nos hablan 20 Gesto que hace el sacerdote antes de la comunión consistente en dejar caer una pequeña partícula del pan consagrado en el cáliz –de com-misceo que significa mezclar una cosa con otra–. Mientras hace el gesto pronuncia estas palabras: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna”. La OGMR (83) dice que “el sacerdote realiza la fracción del pan y deposita una partícula de la hostia en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra salvadora, es decir, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso”. 22 LA FE QUE CANTAMOS del “pan sobresubstancial” en vez del “pan de cada día”. No son pocos los Padres griegos que siguen la misma interpretación. En los primeros siglos la eucaristía era el pan de cada día que se tomaba en casa antes de cualquier otro alimento. Cuando san Ambrosio explica esta petición exhorta a la comunión diaria. (De Sacramentis V, 4). 14. LA FRACCIÓN DEL PAN El “fermentum” (misas episcopales) y el “sancta” (misas papales) era una partícula que el Papa, o en sus respectivas sedes, los obispos enviaban los domingos a los sacerdotes de su ciudad episcopal que no podían asistir a la misa del obispo por atender a la cura de almas en sus parroquias. Los portadores del fermentum eran los acólitos. Hasta el siglo VIII se mantuvo con todo rigor el principio de la única eucaristía los domingos: es decir, toda la comunidad cristiana debía reunirse alrededor de su pastor en el día del Señor. Pero cuando se trataba de una ciudad grande que hacía imposible la asistencia de todos los fieles a una misma misa, se permitían varias; pero para no abandonar el principio de una eucaristía única, el obispo mandaba antes de su misa una partícula a los sacerdotes a quienes aquel domingo daba permiso para celebrar. Esta partícula la echaban al sanguis inmediatamente después del embolismo trazando sobre ellas tres cruces sobre el cáliz diciendo el “Pax Domini”. Lo mismo se hacía cuando celebraba un obispo el culto estacional de Roma en vez del Papa. Representaba pues, el “Pax Domini”, la unidad del sacrificio y el carácter de la eucaristía como vínculo de caridad y unión. Así pues el “Pax Domini” no fue tanto una invitación al ósculo de la paz sino una bendición para la conmixtión, con un deseo de unidad y paz para toda la Iglesia. En el siglo IX se introdujo el uso del pan ázimo y aunque al principio seguían consagrando “panales” enteros (panes con las celdas marcadas, que luego partían) no tardaron en caer en la cuenta de que era más práctico preparar de antemano las partículas. Por lo demás, con la poca frecuencia de la comunión 23 LA FE QUE CANTAMOS del pueblo, aún sin estos cambios, el rito de la fracción general había ido perdiendo gran parte de importancia y solemnidad. La fracción se hacía únicamente con la forma del celebrante que se dividía en tres partes mediante una doble fracción. De la primera fracción se hacía una partícula que ya no se conservaba para la próxima misa sino que se echaba en el cáliz. El resto de la forma se dividía aún en dos partes, una para la comunión del celebrante y otra para el viático de los enfermos. 15. EL AGNUS DEI Según indica el “Liber Pontificalis” fue el papa Sergio I (687-701), natural de Siria, quien introdujo en Roma el canto del Agnus Dei. En el siglo VI, en la liturgia siria, esta invocación se encuentra combinada con el “que quitas los pecados del mundo”, y aplicada a la Forma. Mucho antes, pero sin relación con la eucaristía, se encuentra el Agnus Dei entero, o sea con el miserere nobis (ten piedad de nosotros) en el Gloria que, igualmente, es de origen oriental. En esta forma, o sea con el miserere nobis, que lo aproxima al Kyrie eleison, vino a sustituir al canto de un salmo que se solía cantar para llenar la pausa de la fracción. Cuando más tarde, en el Imperio de los francos, s. IX, la fracción se redujo al mínimo, y al mismo tiempo el ósculo de la paz se alargaba más que antes, el Agnus Dei se utilizó como canto para el ósculo de la paz. En el siglo X, y con más frecuencia en el XI, el “miserere nobis” se encuentra sustituido por el “dona nobis pacem”. Las continuas alteraciones de la paz en aquel periodo motivaron el que en vez del tercer “miserere nobis” se pusiera definitivamente el “dona nobis pacem”. El Agnus Dei se repetía cuantas veces hiciera falta, como canto que era para llenar ciertas pausas. Más tarde, al perder este carácter, las repeticiones se limitaron a tres. Los primeros testimonios de este modo de cantarlo son del siglo IX. 24 LA FE QUE CANTAMOS Como se introdujo en Roma en pleno siglo de oro del culto estacional, a pesar de que su carácter era el de una plegaria en forma de letanía, lo cantaba la schola, tal vez interviniendo en el canto el clero. Más tarde, entre los francos, lo cantaba sólo el clero, a veces en plena Edad Media, entreverándolo con “tropos”. Ya en el siglo XII lo rezaba también el celebrante en voz baja. 16. EL ÓSCULO DE LA PAZ Las primeras veces que encontramos mencionado el ósculo de la paz en el culto cristiano se nos presenta como ceremonia con la que termina la oración de los fieles: así lo atestiguan san Justino, Orígenes, san Hipólito y Tertuliano. Venía a ser una especie de Amén trasformado en rito. Aún hoy en la liturgia hispánica ocupa este sitio al final de la oración común de los fieles. Pero cuando más tarde el rito de llevar las ofrendas al altar fue ganando importancia, el ósculo de la paz se relacionó con este rito, recordando la advertencia del Señor, de que el hombre no se acercase a Dios con dones sin haberse reconciliado antes con su hermano. Este parece ser el sentido de la ceremonia en las liturgias orientales. Únicamente las liturgias africana y romana evolucionaron aún más. Tanto que el papa Inocencio I en su carta a Decencia en el año 416 afirma que el beso de la paz, como señal de asentimiento del pueblo a lo que había dicho el celebrante, no debe darse antes de la solemne oración eucarística, sino después de la misma. Según esto, en Roma ya en los siglos V y VI daban el beso de la paz al final del canon. Como se ve, aún domina la idea de que esta ceremonia expresa la conclusión de la oración. Cuando a fines del siglo VI, san Gregorio Magno quiso que se dijese el Padrenuestro como una especie de epílogo sobre las ofrendas consagradas, mientras estas estuviesen todas encima del altar, el ósculo de la paz se trasladó también en la liturgia romana después del Padrenuestro, entrando definitivamente entre las ceremonias de la comunión. La ceremonia en Roma pues, se interpretó también en el sentido de la Iglesia norteafricana: preparar, con el perdón que el hombre pide y recibe del hermano, el corazón para recibir 25 LA FE QUE CANTAMOS el cuerpo del Señor. Con esto, el ósculo de la paz vino a ser un rito preparatorio de la comunión. Como acto de rubricar el pueblo las oraciones del celebrante y también como expresión del mutuo perdón, el ósculo de la paz era ceremonia exclusiva de los fieles: el celebrante sólo intervenía para invitarles a que se diesen el beso de la paz. Y se limitaban a cambiar el saludo con el que estaba más próximo, siendo una ceremonia muy breve, pues era un solo ósculo. Más tarde se dice ya claramente que el beso de la paz lo inicia el celebrante, tomando la paz de un beso al altar, al evangeliario o a la mismísima forma y trasmitiéndola de un modo jerárquico. Esta “comunión” que venía de Cristo y se trasmitía de unos a otros (aunque sólo los hombres) llegó a considerarse sustitutiva de la comunión sacramental con las especies eucarísticas. Poco a poco, lo que fue un verdadero beso, se fue estilizando más y más y limitándose al clero y al coro. Ceremonia nacida en la intimidad de las primeras asambleas cristianas, en las que se sentían todos hermanos, tenía que cambiar cuando esta comunidad fue ampliándose, si no se quería prescindir de ella totalmente. Desde Inglaterra, y arraigando especialmente en España, se propagó otro modo de dar la paz mediante el llamado portapaz, mencionado por vez primera en 1248. Es una tabla ricamente adornada que besa el celebrante para pasarla a continuación a todas las personas, a las autoridades (si asisten) o a los que ocupan los primeros puestos en cada hilera de fieles de la nave de la iglesia, que los acólitos pasaban a los fieles para trasmitirles la paz desde el altar. La reforma de Pablo VI reintrodujo el signo de la paz para todos los fieles. Aunque la voluntad era intercambiarse el saludo de paz, con un beso o una estrechada de manos al más próximo y de forma breve, el gesto se ha sobredimensionado. 26 LA FE QUE CANTAMOS La Apología que, ahora reconvertida en oración comunitaria (peccata nostra por peccata mea), precede al signo de la paz: Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: «La paz os dejo, mi paz os doy». No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Nació en el siglo XI en sustitución de otra nacida en el siglo IX con el texto: “Recibid el vínculo de la paz y caridad, para que seáis dignos de los sacrosantos misterios”. R. “La paz de Cristo y de su Iglesia abunde en nuestros corazones”. La actual oración, en cambio, considera la paz como una gracia que nos viene de Cristo y ruega a Dios nos conceda paz y unión fraterna para la Iglesia toda. 17. LA FRECUENCIA DE LA COMUNIÓN Dada la forma primitiva de banquete en la celebración eucarística, la comunión de los cristianos fue el punto culminante y la razón de reunirse. Si se reunían, era para tomar el cuerpo del Señor. Todo lo demás se consideraba como preparación para la comunión. Más aún: los fieles tenían costumbre de llevarse a casa una parte del pan consagrado para poder comulgar durante toda la semana “antes de tomar cualquier otro manjar” 21. La costumbre de llevar el cuerpo de Cristo a casa duró en Egipto hasta los tiempos de san Basilio (329379). En el siglo VI se cuenta que lo llevaban el Jueves Santo a sus casas para guardarlo durante todo el año siguiente en el armario. Costumbre práctica, especialmente para los anacoretas, que vivían lejos de la ciudad y de la 21 Tertuliano Ad uxor, II, 5; San Cipriano, De lapsis, cap. 26 27 LA FE QUE CANTAMOS comunidad, porque de este modo podían comulgar todos los días sin salir de su retiro. 17.1. Ayuno eucarístico En los relatos sobre la comunión en casa se dice que tomaban la eucaristía antes que cualquier otro alimento. Consideraban pues el ayuno eucarístico como la cosa más natural, por lo que la celebración eucarística la habían trasladado de la tarde a las primeras horas del día. Influyó en este traslado la idea general de la conveniencia de tomar el pan sagrado en ayunas. En el siglo IV aparece ya con claridad la prescripción del ayuno. Sólo se conocía una excepción a esa regla al permitir que se celebrara el Jueves Santo la misa después de un banquete. El Concilio Quinisexto condena expresamente tal costumbre, señal de que se mantuvo hasta el siglo VII. 17.2. Las primeras noticias sobre la disminución de la frecuencia Al convertirse el cristianismo en religión del Estado y cesar las persecuciones, el mismo hecho de poder celebrar con más frecuencia influyó para que la costumbre de llevar la eucaristía y comulgar en casa fuera disminuyendo. Pero realmente la razón definitiva fue otra. Esta familiaridad con la eucaristía no se fue enfriando poco a poco, sino que se hizo de repente. Es verdad que coexistieron frialdad y familiaridad durante algún tiempo, todo dependía de si el ambiente estaba contaminado de arrianismo, con la consiguiente reacción católica, o no. No sólo triunfó la reacción contra el arrianismo, sino que una gran parte del Oriente se pasó al polo opuesto: al monofisismo; y a partir de este momento los escritores nos hablan de una exagerada reverencia a la eucaristía abandonando la comunión frecuente. La lucha antiarriana, pues, repercutió en la frecuencia de la comunión en Oriente. La advertían los Padres occidentales de los siglos IV y V, que se extrañan de ello. Pero más tarde, cuando los pueblos germánicos, arrianos casi 28 LA FE QUE CANTAMOS todos, invadieron Occidente, el proceso se trasladó a la Iglesia Latina, y por muchos motivos se arrastró y enlazó con la mentalidad medieval que acabó exigiendo tal preparación para la comunión y aún para la simple asistencia a misa, que prácticamente hacía imposible que comulgasen los seglares. A esto obedecen también las durísimas penitencias que se imponían y la poquísima facilidad que se daba para confesar. No es de extrañar que hasta los mismos monjes y religiosos no comulgasen más que unas pocas veces al año. Tal estado de cosas duró prácticamente desde el siglo VII hasta el concilio de Trento en el siglo XVI. La única reacción que advertimos consistió en buscar sustitutivos de la comunión. Uno fue la llamada comunión espiritual, es decir, el deseo de comulgar, ya que no era posible hacerlo por las razones ya apuntadas. Otro sustitutivo fue la comunión por representación, o sea, que se pedía a otro más preparado que comulgara por uno mismo. Generalmente era el sacerdote que “comulgaba por todos”. No era infrecuente que se pidiese a las monjas que comulgasen por uno. Algo más tarde no se decía ya “tomar” la comunión, sino “ofrecerla”. 17. 3. La comunión de los fieles separada de la Misa La escasa frecuencia de la comunión de los fieles tuvo por consecuencia natural que no se considerara como parte del sacrificio. Sobre todo hacia el siglo XII se nota una marcada tendencia a dejar la comunión para después de la misa también en los pocos días de comunión que aún quedaban. Con el Concilio de Trento comienza de nuevo la comunión frecuente, pero pasados los decenios, la comodidad de los fieles y la acción de las nuevas órdenes religiosas, influyeron en que esta se convierta en un acto litúrgico independiente. En un memorial presentado en 1583 contra la Compañía de Jesús la acusaban de “tener puestas las formas en el altar para que las personas que quisiesen llegasen a comulgar” y eso “contra el santo y buen 29 LA FE QUE CANTAMOS estilo de la Iglesia que celebra la santa misa por los que en ella comulgan”. De hecho apoyaban estas tesis, las mismas disposiciones del Concilio de Trento que daba como única razón para guardar la eucaristía en el sagrario la necesidad de tenerla siempre a mano para los moribundos y para la adoración en las exposiciones del Sacramento”. En 1614 se publicaba el nuevo Ritual Romano, que aunque admitía un rito especial para la comunión de los fieles, insiste en que se dé la comunión dentro de la misa. Se había extendido, sin embargo, la otra costumbre. Cuando en 1742 un capellán de la catedral de Crema en Lombardía descubre esta rúbrica y quiere ponerla en práctica, originó una controversia que llegó hasta Roma y dio ocasión para la publicación de la bula Certiores effecti de Benedicto XIV del 13 de noviembre de 1742, en la que el Papa se puso del lado del capellán. Una de las frases decisivas de esta bula la recogería más tarde la encíclica Mediator Dei de Pío XII. Pero ni con eso se detuvo la tendencia a separar la comunión de la Misa, al contrario, siguió ganando terreno y triunfó plenamente durante el siglo XIX. Pero en 1905, se produjo un cambio a partir del decreto Sacra Tridentina Synodus, del papa san Pío X, sobre la comunión frecuente, y muy especialmente de la encíclica Mediator Dei (1947) de Pío XII. En esta el Papa no sólo aprueba que se comulgue dentro de la misa, sino que alaba el “deseo de aquellos que al asistir a la misa prefieren que se les dé la comunión con partículas consagradas en este mismo sacrificio” 22. 17. 4. Modo de comulgar Al dar la comunión, el celebrante baja al sitio destinado para que los fieles reciban el cuerpo del Señor. Hasta el siglo XI fue regla general comulgar de pie. A partir del siglo XI y durante cinco siglos, la costumbre fue cambiando poco a poco. Durante todo 22 Acta Apostolicae Sedis 39 (1947), 565 30 LA FE QUE CANTAMOS este tiempo urgen la postura de rodillas. En el siglo XIII se manda que en los conventos dos acólitos extiendan ante los comulgantes un paño. Al llegar al siglo XVI se pone este paño sobre una especie de reclinatorio o banco: el comulgatorio. El uso de la patena de comunión en vez del paño o juntamente con éste es más reciente; menos en España, que data de muy antiguo. En la Edad Media nos encontramos con las más diversas muestras de reverencia: los señores se quitan el calzado, las monjas se ponían un vestido especial, se besaba el suelo o el pie del celebrante, se hacían genuflexiones o inclinaciones. San Agustín habla de la costumbre de juntar las manos. En Oriente los fieles avanzan con las manos extendidas y los ojos bajos y orando. San Cirilo de Jerusalén (315-386) da avisos concretos para el modo de acercarse a la comunión: “Cuando te acerques, no lo hagas con las manos extendidas o los dedos separados, sino haz con la izquierda uno trono para la derecha, que ha de recibir al Rey y luego con la palma de la mano forma un recipiente, recoge el cuerpo del Señor y di “amén”. En seguida santifica con todo cuidado tus ojos con el contacto del sagrado cuerpo y tómalo, pero ten cuidado de que no te caiga nada”23. Como se ve por esta cita, al menos en la Iglesia madre de Jerusalén, se daba la comunión en la mano. Para ello, los hombres debían lavar las manos, por lo que nunca faltaba una fuente en el atrio de las antiguas basílicas. Las mujeres, además, cubrían las manos con un pañito blanco. También se encuentran ya entonces testimonios de que se besaba la mano del celebrante. Pero abundan los testimonios de que este modo de recibir la comunión se prestaba a abusos. Por esto, hacia el siglo IX, o tal vez antes, se empezó a dar la comunión directamente en la boca, casi por el mismo tiempo en que el pan fermentado 23 Catequesis Mistagógicas V, 21 ss. 31 LA FE QUE CANTAMOS quedó sustituido por el pan ázimo. La primera noticia de estos cambios la tenemos en España. Un sínodo de Córdoba del año 839, al condenar una secta que tenía su centro en la ciudad de Cabra (Egabrum), habla de dar la comunión en la boca como de una costumbre antigua. En el siglo X se limita este privilegio, recibirla en la mano, a los diáconos y sacerdotes y pronto desaparece por completo. Solamente en el periodo posconciliar y como una concesión a determinadas Conferencias Episcopales u Ordinarios diocesanos. 17. 5. La comunión bajo las dos especies Durante más tiempo se mantuvo la comunión de los seglares bajo las dos especies a pesar de la dificultad que esto creaba en la administración del sacramento. Una mayor profundización del dogma en época escolástica probó que en cada especie está Cristo todo entero, y por lo tanto, no hacía falta comulgar con las dos especies para recibir a Cristo. Santo Tomás de Aquino (1225-1274) aún conoció la comunión bajo las dos especies pero pronto se perdió por completo. Se mantuvo para algunas ocasiones como la coronación de un rey o en la Misa Papal del Domingo de Resurrección. 17. 6. La reserva eucarística Terminada la comunión el celebrante tenía que consumir las formas consagradas. Esta fue la práctica más común en la antigüedad, sea en Oriente o en Occidente, como lo prueban las rúbricas y las disposiciones de los sínodos desde el siglo IX al XIII. De la antigüedad cristiana existen también testimonios de que se conservaban especies en cantidad notable para otra misa, por ejemplo, en Jerusalén, para poder atender el culto de los Santos Lugares. Leemos también que se llamaba a niños a quienes se les daba a comulgar de las especies sobrantes. 32 LA FE QUE CANTAMOS En el culto estacional era costumbre reservar para la próxima misa la primera partícula que el Papa había separado del lado derecho de la oblación. Esto dio lugar a que se destinara para la comunión de los enfermos, la tercera de las tres partículas en que dividía la forma grande. Para ello, como consta en el ritual de Soissons, el diácono, después de la comunión del sacerdote bajaba el vaso en forma de paloma, que pendía del techo y colocaba en él la nueva partícula. Es la famosa “colomba” eucarística o peristera. La “paloma” era de dimensiones muy reducidas. En realidad la reserva del Santísimo era independiente de la comunión del pueblo, y tenía como único fin el disponer en cualquier momento de formas para el viático. A partir del siglo XVIII empezamos a encontrar profusión de sagrarios monumentales o tabernáculos de dimensiones muchísimo mayores así como ciborios o copones para una reserva de formas más cuantiosa. Las grandes capillas laterales para albergar el sagrario o capillas del Santísimo aparecerán en la España del siglo XVI y se convertirán en un denominador común de los templos renacentistas, barrocos y neoclásicos hispanos. 17. 7. El Canto de Comunión Durante la solemne entrada del clero y en la procesión de entrega de ofrendas se cantaban salmos. Lo mismo advertimos mientras se daba la comunión a los fieles. Entre estos tres cantos, todos ellos más o menos de una misma época, el de comunión es el primero en aparecer en los documentos históricos. San Juan Crisóstomo nos dice que los fieles respondían durante la comunión siempre con el mismo versículo del salmo 144: “Oculi nostri Domine in te sperant et tu das illi escam in tempore opportuno” (Los ojos de todos esperan en Ti y Tú les das la comida a su tiempo). En otras regiones se solía cantar el 38 y, como estribillo el “Gustad y ved que bueno es el Señor”. Así lo atestigua san Jerónimo para la Iglesia norteafricana y jerosolimitana. En algunos sitios se decía sólo el versículo nono o también el sexto. “Acercaos a Él y seréis iluminados”. 33 LA FE QUE CANTAMOS Curiosa la combinación hecha por la liturgia hispánica: “Gustad y ved que bueno es el Señor, aleluya, aleluya, aleluya. Bendeciré al Señor en todo momento; su alabanza estará siempre en mi boca, aleluya, aleluya, aleluya. El Señor redimirá las almas de sus siervos y no abandonará a los que en Él esperan, aleluya, aleluya, aleluya. Gloria y honor al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén. Como se puede intuir, las aleluyas era el estribillo que cantaba el pueblo. De distinta manera se presenta este canto en las fuentes de la liturgia romana. No cantaban siempre el mismo salmo ni tampoco tenían interés en que su contenido se refiriese al acto de comunión. Además no era el pueblo el que lo cantaba sino la schola, con la nueva forma que acababa de introducirse de canto a dos coros alternos. Cuando el Papa empezaba a distribuir la comunión, la schola entonaba la antífona “ad comunionem”. Luego seguía con la salmodia y, cuando el archidiácono veía que quedaban pocos para comulgar, daba la señal para el Gloria Patri, repitiéndose al final la antífona. El canto de comunión pues, era como el introito y en esta forma se mantuvo mientras duró la costumbre de comulgar el pueblo durante la misa, es decir, hasta el siglo IX. En cuanto a la temática, no se tenía interés en escoger un salmo apropiado a la comunión; lo que sí solía buscarse era que expresara, a ser posible, la idea de fiesta. Únicamente en las misas de los jueves de Cuaresma, cuyo formulario se compuso en el siglo VIII, se encuentran alusiones a la comunión. En los domingos después de Pentecostés los versículos siguen sencillamente el orden numérico de los salmos. Algunos manuscritos francos tienen un marcado influjo galicano, cuando señalan para la comunión, además de la antífona y el salmo, otro versículo más “ad repetendum”. Se trata de imitar el “Trecanum” o sea el modo galicano de cantar la antífona, combinándola artísticamente con el Gloria Patri y este versículo “ad repetendum”, como una alusión velada al misterio de la Santísima 34 LA FE QUE CANTAMOS Trinidad. A veces alternaba la schola con los subdiáconos. Cuando desapareció la comunión del pueblo, se redujo el canto sólo a la antífona, que se canta después de la comunión del celebrante. 18. LA POSCOMUNIÓN La oración que cierra esta parte de la Misa: no es acción de gracias sino petición. Los Padres Griegos de la Iglesia no dejaron de exhortar a los fieles a que no saliesen a la calle inmediatamente después de la comunión, sino que esperasen para dar gracias; por eso las liturgias orientales contienen tales oraciones al final. La poscomunión romana es una oración sacerdotal; y fuera del prefacio, pervivencia de la antigua acción de gracias, todas las oraciones sacerdotales son suplicas con carácter de bendición, también la poscomunión. Así como la colecta cierra el introito y la secreta cierra el ofertorio, con la poscomunión acaba la comunión. Hay con todo una diferencia: en la poscomunión no se invita antes a los fieles a que recen en voz baja como se hace en la colecta y en la secreta. La razón es que al darles el cuerpo del Señor estaba demás invitarles a la oración. Con todo, para que no falte la introducción tradicional de las oraciones sacerdotales, también en la poscomunión se hace preceder el “Dominus vobiscum” y el Oremus. Los liturgistas de la reforma postconciliar consideraron que el saludo inicial del celebrante sustituía el “Dominus vobiscum” de la colecta, que el “Orate frates” ocupaba también esa posición en la oración sobre las ofrendas e igualmente lo reemplazaba (ant. Secreta) y que la recepción misma del cuerpo de Cristo en la comunión implicaba que “ya el Señor está con vosotros” por lo que suprimieron la estructura tradicional de la oración sacerdotal eliminando el “Dominus vobiscum” aunque no así el Oremus. 35 LA FE QUE CANTAMOS Con el “Amén” después de la poscomunión se termina la comunión, y con ella la misa sacrificial o liturgia eucarística propiamente dicha. La fórmula actual “Que os bendiga Dios todopoderoso…” se encuentra por vez primera junto con otras en las actas del sínodo de Albí en 1230. Parece ser que al principio el sacerdote trazaba la cruz sobre sí mismo diciendo: “Benedicat nos” (Nos bendiga Dios Todopoderoso), luego para distinguirla de la del obispo, este la daba con la mano mientras el presbítero se servía de una reliquia, de una cruz, o de una patena o corporal. A veces incluso del cáliz. La reforma de Pío V uniformó esta ceremonia distinguiendo la sacerdotal y la episcopal, y entre las de dentro y fuera de la misa. 36 LA FE QUE CANTAMOS BIBLIOGRAFÍA Ordenación General del Misal Romano. Misal Romano. Reimpresión actualizada de la edición de 1988. Conferencia Episcopal Española. Madrid, 2011. DOM GREGORI MARÍA. La misa romana: historia del rito. En línea: <http://www.germinansgerminabit.org> [Consulta: 11 de septiembre de 2013]. RIGHETTI, MARIO. Historia de la liturgia. Tomo II. La eucaristía y los sacramentos. En línea: <http://www.holytrinitymission.org/books/spanish/historia_liturgia_m_righetti_2.h tm#_Toc23045093> [Consulta:11 de septiembre de 2013] 37