JESÚS y LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS MIRADA A LA VIDA Es un hecho que en nuestro caminar por la vida, se entremezclan “experiencias”; unas, nos resultan profundamente gozosas y positivas, de modo que iluminan con luz especial los momentos vividos; otras, al contrario, nos resultan experiencias tremendamente dolorosas y que las rehuimos, pero nos siguen hurgando la herida que nos ha producido esta situación de vida. Esto no es algo ocasional, sino que es parte de cuanto vamos viviendo y experimentando en el día a día. Cuando se da en nosotros un claro y profundo SENTIDO de nuestra vida, eso nos ayudará en las situaciones complicadas. Y es que ahí el “norte” de nuestra vida presenta una fuerza especial. Pero, cuando debido a las circunstancias que fueren, se nubla nuestro horizonte, entonces necesitamos de “algo” o de Alguien donde asirnos para mantenernos firmes en el camino emprendido. Si el “sentido de la vida” está debilitado en nuestro peregrinar, entonces todo se hunde a nuestros pies y el caminar es una especie de objetivo imposible. La única salida (acaso) es volvernos atrás, a un estadio o situación anterior donde uno se sentía medianamente más cómodo. Cuando se produce esta situación, bien que podemos hablar de “CRISIS”, y esto porque todo o muchas cosas de nuestra vida, se tambalean y una inestabilidad se apodera de nuestra existencia. Esto no es más que un dato que recogemos de nuestra experiencia personal. Es posible profundizar mucho más en este análisis, hasta llegar a descubrir todo su entramado. Nosotros nos quedamos por ahora aquí. Cada uno puede seguir profundizando en esta experiencia de vida. Estas reflexiones están en relación con el relato de los DISCÍPULOS de EMAÚS que hoy se nos ofrece. Aquellos hombres, posiblemente, pasaron de una situación bastante “normal” (o anodina) en su etapa anterior, a encontrase con la persona de Jesús, y aquí nace la ilusión y el entusiasmo vividos junto a Él. Esa sensación de que ahora sí se realizaban los mejores sueños, tantas veces deseados durante años y décadas. Con Jesús, pues, cambia para ellos su situación y se lanzan a una nueva aventura junto a Él. Pero la desgracia está al acecho y han vivido -con enorme dolor y una profunda desilusión- el proceso de Jesús, su condena y el final de su camino. Para los discípulos, se presenta la CRISIS, y la única solución es volver a su vida pasada, antes de que se compliquen más las cosas y no vayan a “perder” incluso lo que tenían antes. Ahí nos encontramos, saliendo a escondidas de Jerusalén (para no ser vistos) y encaminando nuestros pasos, junto a los discípulos, camino de Emaús; esto es, poniendo tierra de por medio. Veamos qué les ocurre en esa huída y en qué terminó su “fuga”. A LA LUZ DEL EVANGELIO EVANGELIO: Lucas 24, 13-35 En aquel tiempo, dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: - «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: - «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les preguntó: - «¿Qué?». Ellos le contestaron: - «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces Jesús les dijo: - «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?». Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos lo apremiaron diciendo: - «Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: - «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: - «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. HOY Y AQUÍ El relato evangélico nos ofrece unas palabras que describen de forma magistral el estado de aquellos discípulos de Jesús, de aquellos que habían compartido con Él aquellos sueños del Reino, de cambio total, da hacer nuevas todas las cosas… Esas palabras son aquellas que salen -como un suspiro- desde lo más hondo del corazón: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador…”. Esto es, su “sueño” se había esfumado y ahora la situación era completamente diferente. Y otras palabras del Caminante -no reconocido por los discípulos-, ponen el dedo en la llaga de aquella situación confusa: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron…!”. Todo daba a entender que ellos tenían todos los datos para interpretar correctamente cuanto había acontecido. Pero no, no pasan de ser unos “torpes y necios…”. Así como suena. Sólo aquel deseo vital que nace en los más profundo de sus ser, y la súplica dirigida a aquel Caminante (“Quédate con nosotros…”) es capaz de iniciar la “vuelta” y de obrar el ENCUENTRO. Eso sí: encuentro transformador donde los haya; hasta el punto de que su huida se convierte en retorno a la COMUNIDAD, y… ahora sí, vuelve a florecer de nuevo el sueño primero perdido en los sucesos de la Pasión y muerte del Maestro. ¿Dónde está el “SECRETO” del cambio para aquellos discípulos (y los de todos los tiempos)? Es claro que no es algo mágico ni extraordinario. Estaban insertos en la realidad, pero sus ojos no eran capaces de ver, ni su corazón de sentir lo que estaba aconteciendo. Aquí encontramos unos ELEMENTOS interesantes que iluminan aquella confusa situación. El primer elemento es el CAMINANTE mismo: es Él el que se acerca y se pone junto a… para involucrarse en la situación de los despistados discípulos. Ellos no eran conscientes de esa posibilidad, pero Él se lo busca y lo hace realidad. La iniciativa es de Él. Otro elemento importante es la PALABRA: es el instrumento que utiliza el extraño Caminante. Y les recuerda lo que esa Palabra anunciaba; y, poco a poco, va calentando el corazón de los discípulos e, incluso, empiezan a abrirse los ojos y se siente mejor junto al Caminante y… ¡he aquí la súplica! “Quédate con nosotros porque atardece…”. El tercer momento es la FRACCIÓN DEL PAN: ahora sí que se abren los ojos. Habían visto realizar aquel gesto y, posiblemente, era inconfundible. Y como su corazón ya estaba despierto y encendido… “lo reconocieron”. Ahora no tienen ninguna duda: era Él y su “sueño” no se ha perdido para siempre, sino que está vivo y presente. Pero claro… ¡son necesarios otros ojos para verlo y descubrirlo! Y la conclusión final es inmediata: vuelven a la COMUNIDAD, que sigue reunida y que también ha vivido la misma experiencia del ENCUENTRO. Y comparten lo que han vivido y has descubierto. Y… ¡cómo no!, han creído en Él, en su nueva presencia. Todo un PROCESO de búsqueda y de fe la que han vivido los discípulos de Emaús. Es un modelo para cuantos quieren vivir la misma experiencia y quedar TRANSFORMADOS. Sólo si se da ese CAMINAR con Él, ese ESCUCHAR la PALABRA que enciende el corazón, ese PARTIR el PAN y ese retorno a la COMUNIDAD… será posible el hermoso milagro. Y, entonces… ¡todo será diferente y de nuevo todo merecerá la pena! Aquí nos encontramos en nuestro caminar creyente. Si lo deseo de corazón, tendré que sacar las consecuencias para mi vida. Él está en camino y espera discípulos “despistados” y desilusionados. ORACIÓN Dios y Padre bueno, que nos has enviado a tu Hijo amado como compañero de camino; ilumina nuestros ojos y nuestro corazón, para que reconozcamos a este Jesús, que siempre está a nuestro lado. Y así, escuchándole y siguiéndole, te conozcamos a Ti, Dios de bondad. Danos la sed de tu Palabra, que ilumine todos los rincones de nuestra vida y de nuestro corazón. Asimismo, que se mantenga vivo el calor y la protección de la Comunidad Cristiana, para que cuando se acaben nuestros días, lleguemos a la mesa de tu Reino y disfrutemos para siempre de tu AMOR. PLEGARIA NECESITO TU LUZ, SEÑOR Señor, Tú eres la Luz que cada día quiere dar sentido a nuestro vivir, en medio de tanta oscuridad. Hoy, delante de tu mirada amorosa, llena de misericordia, queremos reconocer, con sencillez, con humildad, y con dolor, que muchas veces hemos apagado tu luz. Hemos apagado tu luz al vivir en el individualismo y la insolidaridad, al pensar sólo en nosotros mismos y en nuestros proyectos; sin preguntarnos por tu proyecto sobre nuestro mundo, sin preocuparnos por los hermanos con quienes compartimos la misma tierra. Hemos apagado tu luz al entrar en las corrientes del consumismo, al hacernos esclavos del tener, al considerar el dinero, el bienestar o la seguridad, como lo más importante de la vida. Hemos apagado tu luz al no reunirnos en torno a ella, en los grupos o en la comunidad; al no tener tiempo para escucharte, al no cuidar nuestra convivencia. Apagamos tu luz cuando no transmitimos la fe a los que nos rodean porque pensamos que otras cosas son más importantes; cuando en el fondo creemos que la felicidad está en otros sitios fuera de ti; apagamos tu luz por no hablar con verdad, por no vivir con autenticidad. Hemos apagado tu luz al olvidarnos de palabras como "justicia" y "libertad"; al creer que nada podemos hacer frente a las estructuras de nuestro mundo; al renunciar a poner un granito de arena; al no querer arriesgar nada nuestro. Hemos apagado la luz al separar la vida y la fe, al dejar que nuestra vida se rompa en trozos, al ser de una manera en cada lugar. A veces vivimos como si no supiéramos quiénes somos, para qué vivimos, o por qué luchamos. Apagamos tu luz cuando nos faltan razones para vivir, razones profundas para la esperanza y la alegría. Y cuando nos encerramos en nuestro vacío interior, sordos a los gritos del hambre y del dolor, preocupados de no perder nuestro bienestar. Apagamos tu luz cuando nos evadimos del compromiso y cuando creemos que el Evangelio no tiene nada que decirnos. Apagamos la luz recibida de ti, Señor, cuando no somos misioneros, ni buenos samaritanos, ni discípulos, ni apóstoles, ni orantes, ni servidores; cuando no vivimos el espíritu de las bienaventuranzas, ni rezamos de verdad el Padrenuestro. Señor, una vez más, necesitamos tu luz y tu perdón. CANTO QUÉDATE JUNTO A NOSOTROS, QUE LA TARDE ESTÁ CAYENDO, PUES SIN TI A NUESTRO LADO, NADA ES JUSTO, NADA HAY BUENO. Caminamos solos por nuestro camino, cuando vemos a la vera un peregrino; nuestros ojos, ciegos de tanto penar, se nos llenan de vida, se nos llenan de paz. Buen amigo, quédate a nuestro lado, pues el día ya sin luces se ha quedado; con nosotros quédate para cenar y comparte mi mesa, y comparte mi pan. Tus palabras fueron la luz de mi espera, y nos diste una fe más verdadera; al sentarnos junto a Ti para cenar, conocimos quién eras al partirnos el pan. (E. Vicente Mateu – Disco: “Un pueblo que camina” – Ed. PAX)