TERCER DOMINGO DE PASCUA. CICLO A “Quédate con nosotros porque atardece” (Lc. 24, 31-35). Esta bella súplica de los discípulos de Emaús puede ser nuestra oración hoy: “Quédate con nosotros” “Aquel mismo día, dos de ellos iban de camino a una aldea llamada Emaús… Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos”. (Lc. 24, 13-35). El relato de Emaús es una de las páginas más bellas del Evangelio. Expresa una experiencia de encuentro con el Resucitado: dos discípulos tristes y desesperanzados caminan hacia Emaús… A veces, también nosotros, como estos discípulos, vamos entristecidos y desesperanzados por el camino de la vida. Pero en el encuentro con el Resucitado podemos pasar, como ellos, del desencanto a la esperanza y a la alegría. Caminar hacia Emaús era ir hacia atrás, de Jerusalén ir hacia atrás. Podemos decir que Jerusalén era la ciudad del sentido y de la plenitud. Ellos esperaban que Jesús fuera el liberador de Israel, pero las cosas no se han desenvuelto como ellos esperaban. Jesús ha sido crucificado y ha muerto en una cruz. Eso ha sido terrible para ellos, todo había terminado. Y aquellos dos discípulos se desaniman y abandonan la ciudad del sentido, (Jerusalén), y caminan hacia Emaús, “la aldea del sin sentido”. Estos discípulos han caído en el desencanto y en una gran frustración al ver a su Maestro muerto en un patíbulo y se marchan como todos. Ante toda frustración siempre ponemos en marcha un mecanismo de huida Nuestra vida, como la de los discípulos de Emaús, muchas veces está cargada de dificultades, de sin-sentidos y a veces, de una gran desilusión. Pero lo importante en la vida es que aunque tengamos la impresión de que estamos “caminando hacia atrás”, sin sentido. Cuando, en el camino de nuestra vida caminamos hacia atrás, es decir, en el sin sentido, podemos tener la certeza de que el Señor está presente en nuestro camino, incluso en nuestro sin sentido. ¿No tenemos experiencia de ello?. “Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acerco y siguió con ellos”. Jesús sale al encuentro de los que huyen de El. Camina con los que se sienten decepcionados de todo. Camina con ellos. Escucha, una por una, todas sus quejas. Es increíble el amor de Jesús para escuchar nuestras quejas y nuestras lamentaciones, precisamente cuando nos encontramos en crisis, frustrados, decepcionados. Jesús, el Resucitado, no se desanima por nuestros desánimos, ni nos abandona cuando nosotros le estamos abandonando. No le importa que seamos lentos para comprender las Escrituras… Él aparece como un caminante de la misma vida y los discípulos no pudieron reconocerlo porque estaban encerrados en su pesimismo, y eran incapaces de prestar atención a Aquel compañero de viaje. “Sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocerlo. Jesús les dice: “¿De que discutíais entre vosotros por el camino?”. A El le interesa nuestras vidas. Le interesa todo lo nuestro. También cuando estamos tristes y desesperanzados. El no nos abandona nunca Ellos reaccionan: “¿Eres tu el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha ocurrido allí en estos días?”. Jesús les dice: “¿Qué?” y ellos responden: “Lo de Jesús el Nazareno que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo...” . No pueden vivir sin Jesús, huyen de El y a la vez lo reclaman en su corazón. Cuando se abren de verdad, descubren que su tragedia ha sido no haber reconocido al Mesías en el Crucificado. 1 “Nosotros esperábamos que El iba a ser el futuro liberador de Israel”. Esta es la palabra de todos los decepcionados de Jesús: “Nosotros esperábamos...”. si no queremos caer en la tristeza de todos los decepcionados, no deberíamos utilizar esta frase. La decepción brota de algo que el Señor nunca ha prometido. Se trata de saber esperar. Jesús nunca decepciona, nunca defrauda a nadie, pero el corazón de aquellos discípulos estaba lleno de ambiciones, ellos buscaban la gloria, el prestigio, el poder, como nosotros, a veces. En este sentido, podemos vernos reflejados en algunas situaciones de nuestra vida, en los discípulos de Emaús. Ellos nos recuerdan nuestras desesperanzas, nuestras desilusiones, nuestro pesimismo… ¿no es también nuestra experiencia?. “Les explicó todo lo que se refería a El en toda la Escritura y el desconocido hace arder sus corazones, es decir, comienzan a experimentar su Presencia... Pero hay un momento en que el Resucitado interviene y toma la palabra y ellos empiezan a escuchar su Palabra. Y algo extraordinario pasa en esta conversación: Jesús toca el corazón, hace arder el corazón… Ya cerca de la aldea, El hizo ademán de seguir adelante . El peregrino hizo ademán de seguir adelante. Es decir, disimula, quiere quedarse con ellos pero, a la vez, quiere que se lo pidan. Jesús no quiere ser un intruso en nuestra vida. Quiere quedarse, pero necesita que se lo pidamos. “Ellos le insistieron”. Le insistieron tanto, que casi le obligaron a quedarse. No saben quién es y sin embargo, no pueden vivir ya sin El. ¡Qué tendrá Jesús que cuando le conocemos ya no podemos vivir sin El! “Y entró para quedarse con ellos”y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.” Sucedió algo verdaderamente inimaginable para ellos. Jesús ya no va a hablar, sólo realizará un gesto, a la vez familiar y solemne que va a constituir la gran revelación que es la Eucaristía. Jesús se puso a la mesa. Le vieron de frente. Era Alguien misterioso y, al mismo tiempo les resultaba familiar. Tomó el pan, le vieron partir el pan y los ojos de aquellos dos discípulos se llenaron de luz. ¡Era Jesús! Su vida se hizo Presencia en aquel pan. Partía el pan con infinita ternura. Lo partía como si quisiera decirles que para amar hay que darse, hay que partirse. Partió el pan de una manera tan especial que se les abrieron los ojos y lo reconocieron. El crucificado había resucitado y vivía para siempre. “Se les abrieron los ojos y lo reconocieron” y comprendieron que su amor nos busca siempre, pero sobre todo en los “caminos de Emaús”. Tal vez, cada uno, podemos preguntamos, ¿le invito a mi casa? ¿Quiero que venga a conocer mi vida más personal e íntima? ¿Le permito también entrar en ese lugar de mí que le mantengo cerrado? ¿quíero realmente que se quede con conmigo, cuando anochece y el día toca su fin?. Hoy podemos decirle: “Quédate con nosotros”. Quédate conmigo. No quiero tener secretos para Ti. Puedes ver todo lo que hago y oir todo cuanto digo. No quiero que sigas siendo un desconocido. Quiero que seas mi más íntimo amigo. Quédate con nosotros, Señor, porque sin ti, nuestro camino quedaría envuelto en la noche. Quédate con nosotros hasta la última noche cuando, cerrando nuestros ojos, volvamos a abrirlos a la claridad de tu Presencia. Benjamín García Soriano 4 de mayo de 2014 2