Fiesta de Santo Domingo de Guzmán, Fundador de los Padres dominicos El 8 de agosto, la Iglesia universal celebra la Fiesta de Santo Domingo de Guzmán, Padre y Fundador de la Orden de Predicadores o Comunidad de los padres dominicos. De entre las muchas virtudes con que Dios adornó la vida de santo Domingo de Guzmán para realizar su obra en la Iglesia del siglo XIII, sobresale la profunda oración e intimidad con Dios para hablarle de las miserias y dolencias humanas, y la fraterna cercanía a la realidad de las personas para iluminar sus vidas con la luz divina recibida en la oración. Por esta razón, con ocasión de su Fiesta trascribimos un breve texto que muestra un rasgo espiritual del semblante de la vida de oración de este gran santo de la Iglesia Católica: “El primer modo de orar era inclinarse humildemente delante del altar, tal como si Cristo significado por el altar, estuviera allí real y personalmente y no sólo en signo, según aquello de Judith (9,16): Siempre te complaces en la oración de los humildes; por la humildad obtuvieron la Cananea y el hijo pródigo lo que querían: pero yo no soy digno de que entres en mi casa, (Mt 8,8) pues: Señor, ante ti siempre estoy tan abatido. (Sal 118,107) Así el santo Padre Domingo con el cuerpo erguido, inclinaba su cabeza y, mirando humildemente a su Cabeza, Cristo, consideraba la propia indignidad y la excelencia de Cristo, prodigándose en reverencias a él. Y, enseñaba a los frailes a hacer esto mismo cuando pasaran ante la humillación de un crucifijo, para que Cristo máximamente humillado por nosotros nos viera también a nosotros humillados ante su majestad. Y también mandaba a los hermanos inclinarse ante toda la Trinidad, cuando solemnemente se dijese: “Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo”. Después de esto, santo domingo ante el altar, o en el capítulo, fijaba su vista con una profunda mirada en el crucifijo, doblando las rodillas una y más veces. Y en algunas ocasiones lo hacía desde después de Completas hasta la media noche: ya se alzaba en pie, ya se arrodillaba a imitación del apóstol Santiago, o de aquel leproso del Evangelio que decía de rodillas: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Lc 5,12) y como Esteban, quien puesto de rodillas clamaba con gran voz, diciendo: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. (Hch 7,19). Y surgía entonces en el santo Padre Domingo una gran confianza en la misericordia de Dios para sí y para todos los pecadores, y por la perseverancia de los frailes aún novicios, a los que mandaba ir de un lado a otro para la predicación de las almas. Y en ocasiones no se podía contener su voz, y los frailes le oían decir: A ti, Señor, te invoco; no seas sordo a mi voz, no dejes de escucharme, (Sal 21,1) y otras frases semejantes de la sagrada Escritura. A veces solía hablar consigo mismo y su voz apenas se oía y permanecía de rodillas como atónito, a veces durante largo tiempo, y en algunas ocasiones presentaba en estos momentos tal actitud que parecía que su mente hubiera penetrado en el cielo, y en seguida se iluminaba de gozo su rostro y enjugaba las lágrimas que le caían. Se encendía entonces de un intenso deseo, como cuando el sediento se acerca a la fuente, o como cuando el peregrino ya está cerca de la patria. Y su animación y su ardor crecían como se podía ver por la gran agilidad de sus movimientos, siempre compuestos, cuando se ponía de pie o se arrodillaba. Y, tan habituado estaba a arrodillarse que, en los viajes, o en las posadas, a pesar del cansancio de los viajes y caminos, mientras los demás dormían o descansaban, él volvía a sus genuflexiones como si se tratase de un arte o un oficio especial suyo. Y así con este ejemplo suyo y más que con las palabras enseñaba a los frailes”. (De los nueve modos de orar de Santo Domingo)