la espiritualidad de un hombre de negocios genovés asentado en el

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Revista destiempos N°44
LA ESPIRITUALIDAD DE UN HOMBRE DE
NEGOCIOS GENOVÉS ASENTADO
EN EL MADRID DEL SIGLO XVII. JUAN BAUTISTA
CASSANI VIVALDO
Mercedes Gómez Oreña
Universidad Nacional de Educación a Distancia, España

La conciencia de una existencia más allá de la muerte está presente en el
hombre desde los tiempos más remotos. En la Europa del siglo XVII, época
en la que se encuadra esta investigación, se vivirá la espiritualidad muy
intensamente como consecuencia de la lucha confesional surgida en el
siglo anterior, de ahí que la historiografía haya prestado una gran atención
a esta cuestión, que no sólo afectaba al ámbito de lo religioso, sino que
también influyó en la economía, la política y a la sociedad en su conjunto.
Sin embargo, este interés que han mostrado algunos autores1 no se ve
reflejado a nivel de un individuo concreto, esto es debido a que las
tendencias de la Historia Total, imperantes en el siglo pasado, consideraban que el papel de una persona no aportaba nada a la ciencia histórica
ni a su proceso evolutivo. No obstante, en las últimas décadas las biografías han vuelto a resurgir, incluso las de mercaderes y financieros han
llamado la atención de algunos investigadores, aunque la parte espiritual
de estos últimos se ciñe al estudio de sus testamentos, lo que sólo permite
conocer la religiosidad de los postreros años de sus vidas2. Si bien, nuestro
Caro Baroja Julio, Las formas complejas de la vida religiosa. Religión, sociedad y carácter en la España de los
siglos XVI y XVII, Madrid: Akal Editor, 1978; Ariés, Philippe, El hombre ante la muerte, Madrid: Taurus, 1984;
Álvarez Santaló, León Carlos Y Otros (coordinadores), La Religiosidad Popular, vol. II, Barcelona: Anthropos,
1989, Y Martínez Gil, Fernando, Muerte y Sociedad en la España de los Austrias, Madrid: Siglo XXI de España
Editores, S.A., 1993.
2 Lapeyre, Henri, Una Familia de Mercaderes: Los Ruiz, Valladolid: Editorial Server-Cuesta, 2008; Ródenas Vilar,
Rafael, Vida Cotidiana y Negocio en la Segovia del Siglo de Oro: El Mercader Juan de Cuellar, Junta de Castilla
y León: Consejería de Cultura y Bienestar Social, 1990; Vila Vilar, Enriqueta, Los Corzo y los Mañara: Tipos y
Arquetipos del Mercader con Indias, Sevilla: Universidad de Sevilla, 2011; Maixé Altés, Juan Carlos, Comercio
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análisis va más allá de la actitud ante la muerte de nuestro personaje, Juan
Bautista Cassani Vivaldo, por lo que nos centraremos también en la
sensibilidad emocional mostrada a lo largo de su vida, teniendo en cuenta
el contexto de su oficio, más materialista que espiritual, puesto que nos
encontramos frente a un banquero miembro de la prestigiosa casa
solariega genovesa de los Vivaldo3, que tenía tras de sí una trayectoria
profesional en el mundo de los negocios hispánicos de más de siglo y
medio4. La actividad económica principal que gestionaba se centraba en el
trasvase monetario entre España e Italia. La importante disponibilidad
económica y la notable reputación adquirida a lo largo de los años facilitó
que la Iglesia depositase en ella la tesorería de la Cámara Apostólica, la
cual desde el siglo XVI estaba en manos de financieros genoveses 5, al
controlar éstos no sólo el mercado de transferencias de numerario, sino
que además dominaban el comercio del arrendamiento de los frutos de las
sedes episcopales vacantes de Castilla6. Independientemente de estas
actividades, Juan Bautista Cassani resultó ser un valioso diplomático para
los Cantones Católicos Esguízaros durante más de 37 años. La red
clientelar que configuró en torno al Consejo de Italia, del que dependía la
embajada, le permitió obtener una valiosa información que aprovechó para
gestionar la obtención de mercedes reales para aquellas personalidades
italianas que pretendían un ascenso social, lo que le reportó importantes
y banca en la Cataluña del siglo XVIII. La compañía Bensi & Merizano de Barcelona (1724-1750), Universidad
de la Coruña: Departamento de Historia e Institucións Econónicas 1994; Iglesias Rodríguez, Juan José, El árbol
de Sinople. Familia y patrimonio entre Andalucía y Toscana en la Edad Moderna, Sevilla: Secretariado de
publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2008.
3 La casa Vivaldo fue una familia noble patricia, cuyos miembros ostentaron los más altos cargos del gobierno
de la República de Génova. Rivarola Y Pineda, Juan Félix, Historia Chronológica y Genealógica, civil, política, y
militar de la Sereníssima República de Génova, Madrid: Diego Martín Abad, en Madrid, 1929, p. 419.
4 Los Vivaldo se estableció en España durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando se asentaron también
otros compatriotas: los Imperial, Centurión, Gentil, Lomellini, Doria, Spínola, Pichinotti, Pallavicino, entre otros.
Todos ellos contribuyeron a la política expansionista de los citados monarcas, ya que aportaron la financiación
necesaria para llevarla a cabo.
5 Renata Ago, Carriere e clientele nella Roma barroca, Roma: Editori Laterza e Figli, 1990, p. 27.
6 Carretero Zamora, Juan Manuel, “La Colectoría de España en el siglo XVI: los mecanismos de transferencia
monetaria entre España y Roma (cambios y créditos)”, Hispania, vol. LXXIII, 243, 2013, pp. 79-103.
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beneficios, al igual que sus actuaciones como agente para otras
compañías foráneas.
1. JUAN BAUTISTA CASSANI VIVALDO
Los orígenes de este personaje se sitúan en la ciudad de Taggia, Diócesis
de Albenga y dominio de la Serenísima República de Génova. Fue uno de
los cinco vástagos del matrimonio formado por Juan María Cassani y
Benedicta Vivaldo, naturales de las ciudades de Génova y Taggia
respectivamente. Desconocemos la fecha exacta de su nacimiento, sin
embargo, teniendo en cuenta su traslado a Madrid para hacerse cargo de
la compañía familiar y que la mayoría de edad en Génova, al igual que en
España, se situaba en los veinticinco años, podemos estimar su
alumbramiento entre finales de los años veinte y principios de los treinta
del siglo XVII.
La infancia y juventud de Juan Bautista Cassani se desarrolló en
Roma a donde se habían trasladado sus padres con sus respectivos hijos:
Domingo María, Marcos, Francisca y Ana Teresa. Su educación, al igual
que la de sus hermanos varones, estuvo orientada hacia la actividad
mercantil, si bien la preparación cultural que recibieron fue de mayor
consideración de lo que se esperaba en este tipo de profesionales, la cual
la realizaron en el Colegio Romano de los Jesuitas, donde se formaban los
hijos de las élites de dicha ciudad, así como muchos jóvenes extranjeros
que acudían allí por el prestigio que adquirió dicha institución desde su
creación. Acabada la instrucción se integraron en la compañía familiar. La
magnitud de la misma y la idiosincrasia de los negocios que gestionaban
hacían necesario que algunos de sus miembros residieran fuera de Italia y
se estableciesen como correspondientes en diferentes plazas financieras
europeas, formando de esta manera un circuito comercial muy amplio y
perfectamente coordinado, siguiendo el ejemplo de otras muchas
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compañías italianas7. Por lo tanto, en 1656 Juan Bautista se desplazó a
Madrid para hacerse cargo de la filial que los Vivaldo tenían en la Corte
Madrileña. Domingo María, después de estar trabajando como agente en
Nápoles hasta el año 16608, se trasladó a Flandes, donde se estableció
definitivamente y donde contrajo matrimonio con Teresa Torgard, con la
que tuvo cinco hijos. Marcos viajó a Madrid, cabe suponer que el importante
volumen de negocios hacía necesaria su presencia, pero la fecha de su
llegada no queda claramente determinada en la documentación
consultada, aunque en octubre de 1667 ya aparece señalado como vecino
de la capital, sin embargo, sí conocemos que en abril de 1671 regresó a
Roma definitivamente. Francisca, una de las hermanas, fue unida en
matrimonio al hombre de negocios romano Carlos Ghirlandari, con el que
tuvo tres hijos. Este enlace supuso la ampliación de la red de
correspondientes para la compañía, pues el marido, junto a su socio
Francisco Barlettani, actuarán de agentes comerciales en muchas
operaciones crediticias de Juan Bautista Cassani. La otra hermana, Ana
Teresa, tomó los hábitos en el Monasterio de Santa María del Trastévere
de Roma.
Juan Bautista Cassani a los siete años de su llegada a Madrid
contrajo matrimonio con Francisca Antonia Fernández y Valdés. La boda
se celebró el 11 de abril de 1663 en el Convento de Santa Clara, donde
había sido depositada la novia por su hermano y tutor, Simón Francisco,
religioso y Abogado de los Reales Consejos, ya que tras quedar huérfanos
se encargó éste de concertar los esponsales9. La diferencia de edad de la
pareja era notable, la joven estaba a punto de cumplir los quince años y el
Sanz Ayán, Carmen, Los banqueros de Carlos II, Valladolid: Universidad de Valladolid, 1988, pp. 29-50 y
Álvarez Nogal, Carlos, El Crédito de la Monarquía Hispánica en el Reinado de Felipe IV, Ávila: Junta de Castilla
León, 1997, pp. 73-84.
8 Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Madrid (AHPNM), protocolo (Prot.) 8356, fols. 57v-58v.
9 Archivo de la Iglesia de Santiago. Libro de Matrimonio de los años 1650 a 1665. También existe un traslado
del certificado de matrimonio en el Archivo de la Iglesia de San Sebastián, Libro de Matrimonio, año 1664.
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novio ya pasaba de los treinta. El incentivo de la dote suponemos jugaría
un papel importante, ya que Francisca Antonia aportaba al matrimonio un
mayorazgo compuesto por varios inmuebles y una considerable suma de
dinero10.
Según consta en la correspondencia epistolar de Juan Bautista
Cassani su matrimonio fue bendecido con siete vástagos, sin embargo,
sólo hemos localizado la partida de bautismo de seis11. Dorotea Francisca
María vino al mundo el 8 de febrero de 1666, fue bautizada en la parroquia
de San Sebastián, a la que pertenecía la familia por residir en la Calle del
Lobo (actual Echegaray), ejerció como padrino el mayordomo de la casa,
el presbítero Juan Bautista Ruxero. María Teresa Blassa nació el 3 de
febrero de 1668 y fue apadrinada por su tío Marcos Cassani. El 3 de junio
de 1669 vio la luz el primer varón de la familia, Juan Bautista Manuel, en
esta ocasión ejerció de padre espiritual, previa dispensa del nuncio
apostólico Federico Borromeo, el padre Miguel, religioso carmelita
descalzo del Convento de la Madre de Dios. Estos tres hijos murieron en
la más tierna infancia como consecuencia de una epidemia de viruelas, en
apenas 45 días volaron al paraíso. Esta pérdida supuso para los padres un
duro golpe y aunque la aceptaron como designio divino quedaron muy
afligidos y desolados, a pesar de lo que se ha venido considerando a lo
largo del tiempo de que la alta mortalidad infantil impedía el encariñamiento
excesivo de los padres hasta después de cumplidos varios años y pasado
el peligro mortal. Aseveración que ponemos en duda teniendo en cuenta
las afirmaciones realizadas por Juan Bautista Cassani a varios amigos
cuando también sufrieron la pérdida de un ser querido 12. En este mismo
AHPNM, Prot. 8357, sin foliar.
Archivo de la Parroquia de San Sebastián de Madrid: Libro de Bautismo 15, folio (fol.) 323; 509; libro de
Bautismo 16, fol. 108¸ Libro de Bautismos 18, fol. 509.
12 Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid (BRAH), sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Misiva
escrita a Francisco Barlettani el 4 de septiembre de 1687, y BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias
Coronas. Carta dirigida al coronel de Beroldinghen el 30 de marzo de 1690.
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sentido autores de aquella época escribieron sobre el dolor producido por
la pérdida de los hijos13. Además, muchos predicadores para consolar a
los padres ante la muerte de hijos mozos, niños o tiernos, hacían discursos
adaptados a tan grande pérdida, lo que contradice la mencionada falta de
encariñamiento de los padres hacía sus pequeños vástagos14. Después de
esta adversidad y de haberse incluso temido por la salud de la madre, ésta
volvería a quedar embarazada, dando a luz el 26 de marzo de 1673 a José
Félix Joaquín Domingo, acontecimiento que devolvió la felicidad a la
pareja. Fue bautizado en la misma parroquia que sus hermanos, actuando
como padrinos dos prestigiosos religiosos: el nuncio apostólico Monseñor
de Marescotti y el padre fray Francisco Yecla, provincial de los Capuchinos.
Siete años más tarde, el 29 de octubre de 1680, llegó al mundo Francisco
Felipe Nicolás Antonio Narciso, quien también sería apadrinado por el
nuncio apostólico, aunque en esta ocasión el cargo lo detentaba Savo
Millini, y por el capuchino fray José de Madrid. Sin embargo, la alegría de
este alumbramiento no duró mucho tiempo puesto que la muerte volvió a
visitar a la familia, llevándose al pequeño y dejando un rastro de dolor, que
menguaría el 15 de febrero de 1685 cuando nació Nicolás Antonio
Francisco Javier, en esta ocasión sería su padre espiritual el predicador del
rey Francisco José de Martínez. Este pequeño llenó el vacío dejado por el
anterior, de manera cariñosa le llamaban el hermano chiquito, pero a pesar
de que se criaba fuerte y sano el sábado 31 de enero de 1688, cuando le
quedaban pocos días para cumplir tres años, falleció a consecuencia de un
catarro muy fuerte, no pensando sus padres que sucedería tal cosa, puesto
que al levantarle de la cama gozaba de una gran vitalidad, además había
comido bien y jugueteado por la casa todo el día, no obstante, la alta fiebre
Estos autores que nos referimos son Michel de Montagne y Jean-Bautiste Poquelin (Moliere), el primero de
ellos dijo “He perdido dos o tres hijos que se criaban fuera, no sin dolor, pero sin enfado”. Hemos tomado esta
información del Ariés, Philippe, El niño y la vida familiar… p 64.
14 Caro Baroja, Julio, Las formas complejas..., p. 317.
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le alteró tanto la sangre que no hubo ningún remedio para aquietarla,
volando al paraíso en el término de seis horas15.
El fallecimiento de todos sus hijos a excepción de uno, José Félix,
que ingresó en religión, acabó con las expectativas de sucesión en el
negocio familiar de Juan Bautista Cassani, si es que las tuvo en algún
momento. De lo que sí se tiene constancia es de la vocación religiosa de
su hijo, tan firme, que a lo largo de dos años, por la mañana y por la tarde,
cuando se dirigía al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid,
donde estudiaba junto a la elite de la sociedad madrileña 16, pasaba a la
Capilla del Buen Consejo para que la Virgen le exhortara a entrar de novicio
con los jesuitas. Nadie supo de sus anhelos salvo su maestro y confesor,
de hecho, estaba tan determinado en su pretensión que incluso se planteó,
si sus padres no le daban licencia, entrar con ayuda de su mentor en otro
colegio de esta institución que estuviera ubicado en Castilla, el cual estaría
prevenido llegado el momento. Empero, no fue necesario, ya que para sus
progenitores fue una grata sorpresa, concediéndole inmediatamente el
permiso, aunque impusieron una sola condición: que la Compañía les diera
licencia para poderle verle siempre que quisiesen, lo cual harían una vez a
la semana. El joven novicio resultó ser un gran estudiante y alumno
aventajado, tanto en virtud como en la ciencia, con una memoria que
parecía sobrenatural, según palabras de su padre y del rector del Colegio
Imperial, Gabriel de Bousemart, quien además dijo de él que descollaba
significativamente en “la vivacidad de su genio y la mucha aplicación”17.
Después de haber formulado sus votos simples continuó su instrucción en
Villarejo de las Fuentes (Cuenca), mientras que en Alcalá de Henares
Brah sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Carta escrita a Ana Teresa Cassani el 6 de febrero de 1688.
Simón Díaz José, “Historia del Colegio Imperial de Madrid (Del estudio de la villa al Instituto de San Isidro años
1346-1955”, Madrid: Instituto de Estudios Madrileños, 1992.
17 Estas palabras las hemos tomado de REY FAJARDO, JOSÉ DEL: “José Cassani Historiador Colonial”, Centro
Gumilla, 29, 287, (julio- agosto 1966), quien a su vez lo tomó del padre Gabriel Bousemart O.c. 16.
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realizó los estudios mayores de Filosofía y Teología, y hacia 1698, tras
pronunciar sus últimos votos solemnes, regresó a la Corte. Su erudición
fue prodigiosa, lo que unido al conocimiento de idiomas, a su constancia y
a una buena metodología de trabajo le permitió estar vinculado a la vida
intelectual y cultural de la España del momento, accediendo a la Cátedra
de Matemáticas del Colegio Imperial, actividad que realizó a lo largo de
más de treinta años (1701-1732), asimismo, fue cofundador de la Real
Academia de la Lengua, donde llegó a ser decano de la misma, consultor
y visitador de las librerías del Santo Oficio y escritor, de cuya pluma salieron
obras de astronomía, matemáticas, historia y biografías de prestigiosos
religiosos de la Compañía de Jesús. A pesar de su intenso trabajo y de no
gozar de muy buena salud, José Félix tuvo como su padre una larga vida,
sin embargo, a partir de 1748 los continuos achaques de apoplejía le fueron
debilitando, lo que le obligó a retirarse al colegio jesuita de Alcalá de
Henares, donde murió en 1750.
2.
UN HOMBRE CULTO Y DEVOTO
Juan Bautista Cassani procuró siempre que se lo dejaban sus ocupaciones
laborales disfrutar de su familia, pero también ocupaba sus escasos ratos
libres en alimentar su espíritu. El estudio y la formación serán en ese
tiempo de acceso limitado a pocas familias, las cuales acotarán en
exclusiva la apertura al conocimiento, indispensable para gozar de esa
intelectualidad tan escasa en el siglo XVII. En este caso, las enseñanzas
de los jesuitas harán del protagonista de esta investigación un hombre
refinado y culto, amante de la lectura, las artes y el gusto exquisito. A través
del estudio de su biblioteca hemos podido conocer su sobresaliente nivel
intelectual, reflejado en la importante y variopinta colección que poseía. En
el inventario post-mortem se registraron un total de 192 títulos, repartidos
en 211 tomos. Es posible que esta cifra fuese superior, pero al entrar su
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hijo José Félix en la Compañía de Jesús sospechamos le entregaría
algunos ejemplares útiles para su formación. También, cabe suponer que
cuando fueron catalogados se excluyeron aquellos títulos de interés de su
heredero, al igual que hicieron con otros objetos. Aun así, la cantidad
registrada es elevada, superando a bibliotecas de personalidades de la
época, con las que además muestra una similitud en contenidos18, los
cuales hemos clasificados en función de que le sirvieran a nuestro
personaje como fuente de formación, de trabajo, de entretenimiento o de
devoción, siendo estos últimos los que centrarán nuestro atención.
Dentro de este grupo podemos distinguir hagiografías, flos
santorum, novenarios, guías espirituales, panegíricos y misales. En
relación a las primeras nos consta que en la biblioteca existían: la vida del
Padre de Rojas, religioso que estuvo al servicio de los pobres, para los
cuales fundó la Congregación de los Esclavos del Dulcísimo nombre de
María, la vida de San Felipe Neri, la de San Juan de Sahagún, la de San
Juan de Dios ―probablemente el interés por estos dos últimos santos
vendría determinado porque sus canonizaciones, realizadas el 16 de
octubre de 1690, que resultaron ser un acontecimiento vivido con una gran
exaltación―, la de Santa Gertrudis, incluida en el martirologio romano en
1677, y la de Santa Teresa, obra que fue muy demandada y de la que se
realizaron impresiones por toda Europa, de hecho, la edición que poseía
nuestro personaje fue elaborada en Flandes.
Los flos santorum ―recopilaciones de la vida de los santos―
estuvieron también dentro de las preferencias de lectura de Juan Bautista
Cassani. Poseía dos, uno de la congregación de los Carmelitas y el otro de
Alonso Villegas, quien además de hacer un relato de estos bienaventurados narró la vida de Jesús en seis volúmenes, de los cuales en el
Dadson Trevor: Libros, lectores y lecturas: estudios sobre bibliotecas particulares españolas del siglo de Oro,
Madrid: Editorial Arco/Libros, 1998.
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inventario sólo se registraron tres, el primero, que estaba incompleto, el
tercero y el cuarto.
En la Biblioteca se encontraban tres novenarios, uno de San
Ramón Nonato, patrón de las embarazadas, de los partos, de los niños y
las matronas, a quien nuestro personaje rogaría cuando su esposa se
encontrase frente a una nueva maternidad o cuando sus hijos estuvieron
al borde de la muerte, uno de Santa Teresa y otro de San Ignacio de
Loyola, a quien festejó desde su estancia en el Colegio Romano.
La preocupación constante que sintió Juan Bautista Cassani por la
salvación de su alma le llevo a sentir una especial inclinación por las guías
espirituales, con las que alcanzaría la meditación y el contacto con Dios.
Se contabilizaron los siguientes títulos: Práctica del amor de Dios e
Introducción a la vida devota, ambos de San Francisco de Sales, Tratado
del amor de Dios de Cristóbal de Fonseca, Místico del cielo en que se
gozan los bienes del alma y vida de la verdad, de fray Isidro de León, La
Eternidad consejera, del jesuita Daniel Bartholi, un tomo de las obras de
fray Diego de Estella ―creemos se trataba del Tratado de la vanidad del
mundo y meditaciones del amor de Dios, que fue publicado en cuatro
volúmenes―, Disposiciones para comulgar, del que desconocemos el
autor, y las obras de Ludovico Blosio, este escritor en varios ejemplares
predis-ponía a los lectores a realizar una vida interior completa.
Juan Bautista Cassani se sintió atraído también por la vida de sor
Úrsula Micaela Morata, religiosa fundadora del Convento de Clarisas
Capuchinas de Alicante, la cual tuvo una vida mística con experiencias
sobrenaturales (milagros, visiones y profecías), adquiriendo tal renombre
que fue consultada por personajes relevantes de la sociedad de la época,
entre los que se encontraban el mismo Rey Carlos II y su hermanastro, don
Juan José de Austria. Así se explica que poseyera una edición del sermón
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fúnebre panegírico realizado por Isidro Sala, canónigo de la Catedral de
Orihuela, a la venerable madre el 24 de mayo de 1703, aunque la fecha de
su muerte fue el 9 de enero de dicho año19. Pero la obra que al parecer
más le impactó fue la de sor María Jesús de Ágreda. En una de las cartas
que escribió al caballero José de Beroldinghen, con el que compartió la
afición por la literatura, apreciamos la impresión que le produjo:
“V.I.I. se holgará muchísimo de leer estas obras sobrehumanas, porque todos los demás libros le han de parecer de
nada. En el poco tiempo que se permiten leer se han hecho
cinco impresiones muy grandes, pero no es fácil ni posible
dar a entender la grandeza de estas obras sino cuando se
leen”20.
Por último, dentro de los libros devocionales hemos incluido un
ejemplar titulado Apología de don Fermín, entendiendo la Apología en
sentido religioso, una Historia de los Capuchinos, la cual estaba
incompleta, ya que sólo tenía los tomos cuarto y quinto, y un volumen del
padre Juan Eusebio de Nieremberg, aunque en la catalogación no se
menciona el título, sólo anotaron que era el tomo segundo.
Al recogimiento interior no sólo se llegaba a través de las lecturas
piadosas, también las conversaciones con religiosos ayudaban a solventar
cualquier duda que pudiera presentarse en determinados momentos. Juan
Bautista Cassani pudo contar con guías espirituales dentro de su propia
familia, puesto que no sólo su hijo y su hermana hicieron carrera dentro de
la iglesia, también dos primos siguieron esta senda: Juan Vivaldo y Juan
Francisco Pascua, aunque la relación con los tres últimos fue a través de
la correspondencia. También entre sus amistades más entrañables se
Saéz Vidal Joaquín: “Textos sin imágenes: jeroglíficos en las exequias celebradas en Alicante a la muerte de
Sor Úrsula Micaela Morata (1703)”, Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, D.L., 1987, pp. 304-320.
20 Brah, sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Carta escrita al caballero José de Beroldinghen en febrero de 1687.
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hallaban grandes personalidades eclesiásticas, como los nuncios apostólicos, con los que mantuvo una intensa relación debido al contacto casi
diario que con ellos tuvo por cuestiones concernientes a la tesorería de la
Cámara Apostólica, lo cual contribuirá a que el vínculo fuera más fraternal,
de hecho, Savo Millini, visitaba, cuando sus actividades se lo permitían, la
Casa-Huerta que tenía nuestro personaje a las afueras de Madrid21.
Además, cuando los nuncios finalizaban su representación diplomática y
se desplazaban a Roma, o a otro destino, continuaban su relación a través
de la correspondencia epistolar, al menos así lo hizo con Millini y
Marescotti.
Sin lugar a dudas, con quien mantuvo nuestro personaje una
sintonía más íntima fue con los padres de la Compañía de Jesús,
especialmente con los padres Francisco Morejón y Juan de Palazol, con
este último compartió Juan Bautista Cassani su gran pasión por el arte y la
cultura, al menos es lo que se desprende de las cartas que le escribió
cuando fue a Roma en 1687 para la elección del nuevo general de la
compañía. En ellas le aconsejaba que visitara algunas de las maravillas de
esa ciudad y de otras partes de Italia22. La amistad tan profunda que
mantuvo con los dos se aprecia en el deseo de que tuvieran una viaje y
estancia placentera, lo que obligó a Juan Bautista Cassani a escribir a sus
familiares y amigos de Milán y Roma para que los recibieran y agasajaran
por todo lo alto. En la primera ciudad contaba con un gran deudo suyo, el
conde Carlos Borromeo, y en la segunda contaba con su primo Félix Alfaroli
-que luego no secundaría la demanda solicitada-, sus dos hermanas,
Francisca y Ana Teresa; el abad Oddi y los cardenales Marescotti y
Millini23.
García Cueto, David, Relaciones Artísticas entre España y Boloña durante el siglo XVII, Tesis doctoral,
Universidad de Granada, 2005. Pp. 355-356, nota al pie 1223.
22 Brah, sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Carta remitida al padre Palaçol en mayo y septiembre de 1687.
23 BRAH, sig. 9/3642R., Papeles Particulares. Cartas remitidas en mayo de 1687.
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La religiosidad de Juan Bautista Cassani no sólo se circunscribía
a las relaciones con los religiosos, su interés por la salvación de su alma
se vislumbraba a través de un comportamiento personal virtuoso, dado que
cumplía con los mandamientos establecidos por la Iglesia. Uno de ellos era
oír misa, lo cual hacía diariamente, de hecho, el primer cometido que
realizaba al comenzar el día era éste, pudiéndolo hacer en su propio
oratorio o en cualquiera de las numerosas iglesias que existían en Madrid,
cuya relación nos aparece muy detallada en la Guía y Avisos de Liñan
Verdugo24. Tanto en su residencia habitual de la calle del Lobo como en la
de la Casa-Huerta contaba con una capilla. En la primera sabemos que
estaba consagrada a la Virgen de las Viñas y a San Juan Bautista, sus
imágenes de alabastro y pasta de Lucca, respectivamente, coronaban el
altar. Al lado de ellas había dos urnas, una de ébano y concha, y la otra en
pasta con decoración de frutas y flores, en cuyo interior se podían
contemplar dos figuras del Niño Jesús. También en el altar, y sobre una
peana negra con sobrepuestos de plata, se ubicaba una concha del mismo
metal sobredorada, formando una especie de cueva donde se podía
contemplar un Nacimiento. En todo oratorio no podía faltar el crucifijo, en
éste había dos, uno realizado en metal y el otro en marfil, cuya peana y
cruz eran de madera de ébano. De los diecisiete relicarios y agnus25 que
poseía la familia cuatro estaban ubicados en esta sala. La decoración del
resto de la capilla se completó con seis pinturas de pájaros realizadas en
finas piedras de ágata de Florencia, cuatro pequeñas figuras de estaño con
pies en forma de pirámide y coronas de plata. El mobiliario se componía de
la mesa de altar, dos bufetes de jaspe negro de tipo de los de estrado y
algunas sillas. En el inventario se contabilizaron además los objetos
Liñan Y Verdugo, Antonio, Guía y avisos de forasteros que vienen a la Corte, Madrid: Editora Nacional, 1980,
pp. 270-273.
25 Los agnus eran una lámina gruesa de cera con la imagen impresa del Cordero o de algún Santo, que habían
sido bendecidos por el Papa.
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necesarios para oficiar los actos litúrgicos: un cáliz de plata con patena
sobredorada, una caja de madera para guardar las formas, una campanilla
de altar de bronce, un marco con cartelas de plata usado para las palabras
de la consagración, un misal impreso en 1688, un cofrecito pequeño de
concha guarnecido de bronce y varios platos de latón y de charol labrados
y pintados con imágenes, flores y orlas. Aparte de estas piezas registraron
la indumentaria que se utilizaba para el culto: el alba, la bolsa de
corporales, las casullas, estolas y manípulos, todas confeccionadas en
ricas telas de damasco verde y en raso. Para iluminar la estancia utilizaban
catorce candeleros de diferentes tamaños y estilos, siendo los de latón
para el altar y las bujías de cristal de bohemia para alumbrar las imágenes
y el resto de la estancia.
La capilla de la Casa-Huerta, según consta en la documentación
consultada y contrastada con el estudio de David García Cueto, fue
decorada por Dionisio Mantuano26. En el altar había un gran cuadro de San
Juan Bautista con el marco de madera sobredorada, mientras que en el
resto de la sala pintó Mantuano un Nacimiento de Cristo, una Trinidad de
la tierra y una huída a Egipto (copias de Lucas Jordán), un San Juan
Evangelista, una Encarnación, una mujer adúltera, un Ecce Homo, un
Jesús en la Cruz, una Oración del Huerto, un Prendimiento de Cristo, una
María Magdalena, una Santa María Egipciaca, una Cena del Señor y un
Sepulcro de Cristo, ubicado éste encima de la puerta, frente al altar. Los
espacios libres entre las pinturas citadas fueron cubiertos con jarrones,
flores y niños, estos últimos también fueron representados en el techo con
la Santa Cruz y con diferentes adornos en grutesco. Del mobiliario y útiles
usados en este oratorio no tenemos constancia, aunque serían similares a
los usados en la anterior.
26
García Cueto, David, Relaciones Artísticas entre… p. 351.
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Si Juan Bautista Cassani no escuchaba misa en casa salía de ésta
y se acercaba a una de las iglesias de Madrid. Por la ubicación de su
vivienda era parroquiano de la Iglesia de San Sebastián, que no distaba
mucho de su domicilio, puesto que se hallaba en la Calle de Atocha,
aunque él prefería asistir a la de San Pedro y San Pablo del Hospital de los
Italianos. Suponemos que una de las razones de esta elección sería el
ahorrar tiempo, dado que era gobernador de dicho hospital y coadministrador, junto al abad Francisco Milazzo, de una de las capillas de dicha
iglesia, la de Nuestra Señora de las Viñas, la cual había sido fundada por
Juan Pío Marín, vecino y natural de Génova27. Además, se localizaba a
apenas unos pasos de su vivienda y también le permitía confraternizar con
compatriotas suyos, siempre satisfactorio al hallarse tan lejos de su país.
Pero éste no era el único lugar donde asistía a misa, de hecho, cuando su
hijo entró en el noviciado del Colegio Imperial asistía, al menos una vez a
la semana, a la iglesia del citado colegio, pues de esta manera
aprovechaba la ocasión para ver a su vástago y para dialogar con otros
padres de la compañía, especialmente con el ya mencionado padre
Palazol.
Con independencia de donde acudiera Juan Bautista Cassani a oír
misa, lo que si podemos aseverar es que para él era un acto litúrgico de
vital importancia, al que sólo faltaba cuando la enfermedad de la gota se lo
impedía. En la correspondencia epistolar de nuestro personaje aparecen
muchas referencias a su delicado estado de salud. Sus frecuentes indisposiciones incidían en el normal desarrollo de su actividad diaria, dejándole
postrado en el lecho durante muchos días, incluso meses, con la
particularidad de que a menudo el intenso dolor que padecía en la
articulación del dedo gordo del pie derecho le dificultaba conciliar el
27
AHPNM, Prot. 8354, fols. 1248-1252r.
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sueño.28. Este achaque le afectaba a todas las extremidades, pero
generalmente lo padecía en la inferior derecha, aunque hubo momentos
que le atacó a las dos a la vez. El reposo era fundamental, su médico, el
doctor Gabino Fariña, presidente del Protomedicato, le recomendaba
continuamente que no realizase tarea alguna que le perjudicase, pero a la
más mínima mejoría se levantaba y procuraba cumplir con el trabajo,
especialmente si estaba relacionado con los compromisos reales. De
hecho, el día de San Simón (28 de octubre) asistió a Palacio para dar la
enhorabuena al rey por el cumpleaños de su nueva esposa, Mariana de
Neoburgo, aunque todavía no se hallaba en España. Con una cojera muy
pronunciada acudió Juan Bautista Cassani a la recepción, a pesar de que
podía haber eludido el compromiso, pues el rey estaba al corriente de su
convalecencia29. En otra ocasión, y a pesar de hallarse “tan cargado de
sangre” que el doctor Gabino Fariña le recomendó que no dilatase en
hacerse un par de sangrías, se fue a visitar al Almirante de Castilla, aunque
finalmente no pudo entrevistarse con él porque cuando llegó al Arco de los
Premostratenses vio como salía éste hacía la Plaza de Santo Domingo,
optando por regresar a casa al sentirse indispuesto a consecuencia de su
dolencia30. Pocos días después le dio un ataque de gota al pie derecho y,
“para divertirla”, le hicieron dos sangrías en el izquierdo como era su
costumbre, quedando con ello más aliviado, pero sin poder “aplicarse a
papeles”31. El sangrado era un remedio administrado frecuentemente por
la creencia de que el cuerpo estaba cargado de humores que debían de
evacuarse de forma periódica para evitar la formación de apostemas,
BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias coronas. Carta dirigida al coronel Carlos Conrado de
Beroldinghen el 2 de abril de 1691.
29 BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias coronas. Carta dirigida a su homónimo el Conde Carlos
Cassati el 27 de octubre de 1689.
30 BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias coronas. Nota escrita al Almirante de Castilla el 10 de
marzo de 1690.
31 BRAH, sig. 9/3625, Negocios de Estado entre varias coronas. Cartas escritas al coronel Carlos Conrado de
Beroldinghen los días 17 y 20 de marzo de 1690.
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llegando las mujeres a efectuar esta práctica tan perniciosa para ellas y
que se añadía a la pérdida mensual de sangre que sufrían en la edad fértil.
3. LA ACTITUD ANTE LA MUERTE Y EL TESTAMENTO ESPIRITUAL
Juan Bautista Cassani fue una persona muy devota que a lo largo de toda
su vida cumplió con los preceptos establecidos por la iglesia. Su piedad se
acentuó tras el fallecimiento de su esposa, cuando sintió la llamada de Dios
para entrar a formar parte de la Compañía de Jesús, a la que estuvo muy
unido desde su más tierna infancia, por lo que su actitud ante la muerte tal
vez fuera menos angustiosa.
El fin último de la existencia de una persona era el tránsito hacia la
otra vida, la verdadera, a pesar de ello el miedo al más allá estará presente
en los hombres. Este temor será vivido cotidianamente, pues la
enfermedad y la muerte visitaban con frecuencia a los vecinos, a los
amigos y a los familiares. Cuando el deceso llegaba había que estar
preparado, tanto para solventar las cuestiones materiales como espirituales. Las primeras eran más fáciles de resolver, haciendo llegar a la
cabecera del enfermo un escribano que junto a tres firmantes anotase las
últimas voluntades, aunque en caso de extrema necesidad, motivado por
estar el testador muy enfermo o por no dar tiempo a que éste se
presentase, podía ser sustituido por un cura, siendo en este caso necesaria
la presencia de cinco testigos del lugar donde se otorgaba el documento.
Las segundas eran más difíciles de cumplir, pues no sólo bastaba el
arrepentimiento de los pecados para llegar hasta la presencia divina, se
precisaba una preparación a lo largo de toda la vida. No obstante, dada la
importancia que suponía el trance de la muerte, todo lo relacionado con
ella se seguía con una escrupulosa formalidad, quedándolo establecido el
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ritual a seguir en el testamento, en el cual, no sólo se expresaba la última
voluntad del difunto en cuestiones materiales, también se anotaban las
disposiciones que se tomaban para la otra vida. A través de este
documento el testador se ocupaba de dar a cada uno lo suyo: el cuerpo a
la tierra, las deudas a los acreedores, la hacienda a los herederos, la
limosna a los necesitados y el alma a Dios32. Será en la primera parte de
los testamentos donde se registraba todo lo referente a la salvación del
alma. Los notarios solían escribir siempre las mismas fórmulas, si el
testamentario se hallaba enfermo en la cama anotaban: “Estando en la
cama de la enfermedad que Dios Nuestro Señor ha sido servido de me dar,
pero en mí juicio entero y natural”, pero si estaban sanos exponían:
“Estando en píe y bueno por la misericordia de Dios y en sano juicio y
entendimiento natural”33. Indistintamente que estuviese sano o enfermo
continuaban con la profesión de fe:
Creyendo, como firmemente creo en el Misterio de la
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todo lo demás
que cree y confiesa nuestra Santa Madre Iglesia Romana,
debajo de cuya fe y creencia ha vivido y protesta vivir y morir
como católico cristiano34.
Terminadas las coletillas anteriores proseguía con las orientaciones que el
difunto quería que se siguiesen tocantes a la parte de la salvación del alma,
comenzando con la siguiente frase: “Mando mi alma a Dios nuestro señor
que la crió y redimió con su preciosísima sangre”35. Después seguían con
las disposiciones concernientes al cuerpo: dónde quería ser enterrado, el
Esta explicación fue dada por San Francisco de Borja, repitiéndola posteriormente otros autores. Tomado de
Martínez Gil, Fernando, Muerte y Sociedad..., p. 511.
33 AHPNM, Prot. 13547, fols. 73-104, y BRAH, leg. 20 Jesuitas, sig. 9/7234, 26 de octubre de 1704.
34 AHPNM, Prot. 13547, fols. 73-104, y BRAH, leg. 20 Jesuitas, sig. 9/7234, 26 de octubre de 1704.
35 Al igual que las otras disposiciones las hemos tomado del testamento de Juan Bautista Cassani. Aunque en
otros testamentos de familiares y amigos aparecen fórmulas muy similares.
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acompañamiento que quería llevar y las misas que se debían dar por su
alma. Concluidas las cuestiones espirituales se procedía con las de tipo
económico, es decir, el reparto de los bienes entre los herederos, aunque
en esta parte, a veces, se incluían algunas mandas tocantes también a la
salvación del alma, más misas y capellanías, entre otras.
La presencia del sacerdote, así como la de los familiares, amigos
y deudos representaba un consuelo para el moribundo en los últimos
momentos finales de su vida terrenal. El primero confesaba al moribundo y
le preparaba para realizar el último acto de contrición, arrepentirse de todos
los pecados cometidos, para así poderle aplicar el último sacramento, la
extremaunción, que disponía al agonizante al encuentro definitivo con el
Creador, quedando de esta manera fortalecido y reconfortado. El cura
invitaba a los presentes a rezar puesto que de esta manera se podría
conseguir una unión más íntima con dios, llenar el espíritu de energía
sobrenatural36. El poder de la oración se consideraba esencial, de hecho,
a ella se recurría en los momentos más angustiosos de la vida y,
especialmente, en sus postrimerías, dado que mitigaba el dolor y el miedo
del moribundo, de los familiares y amigos que le acompañaban. Según el
profesor Sánchez Belén la oración “consuela y hace más llevaderos los
sufrimientos, pero su práctica resulta un pobre paliativo para afrontar el
miedo a la muerte que se apodera de los hombres”37.
Cuando el agonizante se halla en sus últimos momentos, o bien
cuando disponía el pasaje hacia la otra vida, en el testamento tenía muy
presentes las misas, debido a las grandes indulgencias que otorgaban.
Cuantas más se ajustasen antes se acercarían a la presencia de Dios, lo
Esta referencia la hemos tomado de Herrero, Félix “Las Misiones Populares de los Jesuitas en el Siglo XVII”,
en Vergara Ciordia, Javier (Coordinador), Estudios sobre la Compañía de Jesús: Los Jesuitas y su influencia en
la cultura Moderna (S.XVI-XVII), Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2003, p. 328.
37 Sánchez Belén, Juan Antonio, “El Gusto por lo Sobrenatural en el Reinado de Carlos II”, Revista Cuadernos
de la Historia Contemporánea, 3, pp.11-12.
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que conllevó que con el tiempo su número se disparase considerablemente, llegando a su máxima elevación a mediados del siglo XVII, después
de esta fecha el declive fue importante. El descenso no supuso ninguna
pérdida económica para la Iglesia a consecuencia del progresivo
encarecimiento de las ceremonias a lo largo de los años, pasando del real
y medio de vellón a los dos reales, incluso se llegarían a pagar por ellas
tres reales de vellón. El estatus social y la disponibilidad económica eran
dos condiciones que pesaban en la decisión de la cuantía de las mismas,
pero también el remordimiento y la inseguridad en la propia salvación, pues
algunos sujetos de escasa o media fortuna contrataron a menudo misas
por un valor superior a su riqueza. Para hacernos una idea de las
cantidades que se otorgaban nos puede servir de ejemplo las que algunos
familiares de Juan Bautista Cassani ofrecieron. Su tío Pedro María Vivaldo,
fallecido en 1649, encargó 8.000 misas para la salvación de su alma38.
Francisca de Valdés y Ancurica, su suegra, pese a que su disposición
económica era similar a la de Pedro María Vivaldo, a quien siguió a la
tumba ocho meses después de su óbito, sólo dispuso que se oficiasen
2.000 misas39, duplicando este número su marido, Miguel Fernández de
Merodio,40 que falleció dos años más tarde. Esta tendencia a rebajar el
número de misas se mantiene en el seno de la familia en el transcurso de
la centuria. Es verdad que Francisca41, la nieta de los anteriores, fallecida
en el año 1682, sólo dispuso que se celebraran 300 misas, pero hay que
tener en cuenta en este caso que carecía de ingresos propios. Francisca
Antonia, la esposa de nuestro personaje, que expiró en 1697, encargó a
AHPNM, Prot. 6241, fols. 911-916r. Pedro María Vivaldo otorgó testamento el 22 de agosto de 1649 ante
Francisco Suárez y Rivera.
39 AHPNM, Prot. 8713, fols. 197-200r. El testamento de Francisca de Valdés y Ancurica fue realizado a los ocho
días de su deceso, el 9 de junio de 1657, habiendo dado previamente poder a su marido, Miguel Fernández de
Merodio, para su ejecución ante el escribano de número Antonio de Vega.
40 AHPNM, Prot. 8715, fols. 582-588. El testamento de Miguel Fernández de Merodio lo dispuso el 16 de agosto
de 1659, ante el escribano Antonio de Vega.
41 AHPNM, Prot. 11453, fol. 1074-1074v. Sebastiana de Merodio realizó el testamento de su hija Francisca de
Morales el 12 de octubre de 1682 ante Andrés Lorenzo.
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sus testamentarios que abonasen 4.000 misas por su salvación, la misma
cantidad que dispuso su padre en el testamento. Finalmente, Juan Bautista
Cassani optará porque se oficien sólo 400, cantidad muy por debajo de la
que le correspondía por su estatus social, aunque esta disminución estará
directamente relacionada con su situación financiera.
Independientemente del número y el precio, las misas podían ser
ordinarias y perpetuas. Las primeras eran las más habituales, las segundas
podían ser solicitadas para oficiarse a diario, para todos los domingos del
año, para el día del aniversario del fallecimiento, para el día de todos los
santos o cuando el difunto dispusiese, siendo solicitadas en algunos casos
todas las anteriores por una misma persona. Las misas además podían ser
cantadas, lo que proporcionaba mayores indulgencias, por lo tanto, su
precio era mayor, siendo generalmente elegida esta modalidad para el día
del entierro. Además, si eran ofrecidas con diácono y subdiácono todavía
se ganaba más misericordia divina. Independientemente del número que
se dispusiesen, la cuarta parte de ellas debía oficiarse en la parroquia a la
que pertenecía el difunto, el resto podían celebrarse en cualquier otra
iglesia. Cabe considerar, por otra parte, que existían predilecciones por el
lugar de celebración de las mismas, ya que algunos altares al haber sido
privilegiados concedían más gracia divina, por lo que solían ser escogidos
por muchos fieles.
Era una práctica muy aceptada, sobre todo entre las personas más
acaudaladas, establecer una capellanía para administrar estas celebraciones litúrgicas, para ello dejaban asignado propiedades o un determinado
capital que generaba las rentas precisas para el sustento de las mismas.
En el documento fundacional se especificaba no sólo los bienes aportados,
sino también quién se encargaría de administrarlos y el sacerdote que
oficiaría las misas. En algunas ocasiones el patrimonio legado se incre-
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mentaba con aportaciones nuevas realizadas por algún familiar del
fundador, un ejemplo de lo mencionado se dio en la familia de nuestro
personaje, puesto que su tío Pedro Mª Vivaldo dotó a la capellanía
instaurada por sus antepasados en el Convento de Santo Domingo de la
ciudad de Taggia, como ofrenda perpetua por el alma de sus padres y
abuelos, 264 reales de vellón de renta anual. También los suegros de Juan
Bautista Cassani fundaron una a la que se destinaron 10.954 reales de
vellón. Nuestro personaje y su mujer no gozaron de una capellanía hasta
pasados muchos años de su fallecimiento, aunque sí dejaron establecido
que sería de una misa rezada todos los días del año, para lo cual dejaron
asignados 2.200 reales de vellón que serían apartados de las rentas que
reportaban los dos edificios del mayorazgo que disfrutó su esposa. El
inmediato sucesor a este privilegio era su hijo José Félix, pero al entrar en
la Compañía de Jesús pasó a su tía Sebastiana. No obstante, el 9 de abril
de 1696, un año antes de la defunción de la madre del novicio, acordó con
su hermana que la cantidad fuera entregada al joven religioso para cubrir
sus necesidades42. Cuando éste muriese el importe no revertiría sobre el
mayorazgo, sino que con el se fundaría una capellanía perpetua por el alma
de los tres en la Iglesia de San Pedro y San Pablo del Hospital de los
Italianos43.
Si las misas permitían llegar antes a la presencia divina, las bulas
de alma, de purgatorio o de difuntos no se quedaban atrás, aunque fueron
menos demandas, tal vez, por el coste económico, que suponemos sería
elevado. Pero, ¿qué eran las bulas de difunto? Tomando referencias de la
obra del jesuita Busenbaum, publicada en 1703, el Pontífice concedía
indulgencias a modo de absolución para que se pagase por entero o en
parte la pena que debía padecer el alma en el purgatorio por los pecados
42
43
AHPNM, Prot. 13542, fols. 84-85r.
AHPNM, Prot. 13546, fols. 343-346v, y Prot. 13547, fols. 116-117v.
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cometidos, aunque para que fuera más efectiva debía estar el espíritu en
estado de gracia. En los testamentos que conocemos de algunos de los
familiares de Juan Bautista Cassani y su esposa solamente nos consta que
la solicitó el abuelo de esta última, Lope de Valdés, quien demandó que
tras su muerte, y a la mayor brevedad, se tomasen ocho bulas de alma. El
motivo de que solicitara tantas nos lo explica el citado autor, quien
responde a la pregunta formulada por él mismo: ¿Si es útil tomar más de
una vez la bula por una alma?, a lo que responde:
Que sí, porque es contingente que a veces falta algún
requisito con que no tenga efecto la indulgencia, y así, es
bien tomar muchas veces la Bula por una misma alma,
porque si alguna vez o veces faltó algún requisito, se supra
en otras. Cada año no puede tomarse más de dos Bulas por
una alma misma, pero puédanse tomar todos los años44.
Esta última afirmación nos lleva a suponer que el deseo de Lope de Valdés
no sería cumplido hasta pasados cuatro años después de su fallecimiento.
La bula de difuntos solía tener cuatro viñetas xilográficas en las esquinas
en las que aparecían representadas escenas de las almas en el Purgatorio
pidiendo clemencia a Dios. En el texto impreso había espacios en blanco
para rellenar la fecha de emisión, el nombre del difunto, el del familiar que
la abonaba y el de la persona que la tomaba. Por último, se incluía el
escudo y sello papal45.
El acompañamiento del difunto hasta la iglesia era otro punto
importante a tener en cuenta. El séquito que escoltaba al finado hasta su
última morada estaba determinado por el estatus social, su composición lo
constituían los familiares, amigos, cofrades y frailes, a los que se sumaban
Busembaum, Hermann, Medula de la Theología Moral. que con fácil, y claro estilo explica, y resuelve sus
materia, y casos, Barcelona: Imprenta de Guasch, 1703, p. 342.
45 Fernández González, Carlos, “Un volumen de bulas facticio conservado en la Biblioteca Histórica “Marqués
de Valdecilla”: descripción y catalogación”, Pecia Complutense, Año 5, núm. 8, 2008, pp. 104-115.
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los pobres vergonzantes y los niños de los hospicios, estos últimos
portando velas y hachones. Cuantos más integrasen esta comitiva más
oneroso era, sin embargo, mayores serían las indulgencias y mayor
demostración de la calidad y riqueza del difunto, por lo que no ha de
extrañarnos que en algunas exequias las cifras se disparasen, citemos por
ejemplo el acompañamiento llevado por Miguel Fernández de Merodio, el
suegro de Juan Bautista Cassani, quien dispone en su testamento que el
cortejo fúnebre esté constituido por los siguientes religiosos: 30 del
convento de Nuestra Señora de la Merced, 30 del convento de la Trinidad
Descalzos, 30 del convento de la Victoria y 24 clérigos que acompañasen
la Cruz de la parroquia, a todos ellos se les donaría la limosna
acostumbrada46. Dos años antes, su mujer, Francisca de Valdés, ordenó
que siguiesen su féretro acompañando la cruz de la parroquia 12
mercedarios, 12 trinitarios, 12 franciscanos y 12 sacerdotes. También,
determinó que a los pobres que acudieran a su funeral se les entregase un
vestido de paño ordinario y unos cirios encendidos de color amarillo, los
cuales rodearían su cuerpo, aprovechando el resto de los hachones para
los oficios religiosos47. De forma similar actuó Pedro María Vivaldo, aunque
en su testamento no aparece el número de religiosos que debían
acompañar su féretro, pero éstos no debieron ser pocos, pues dejó
ordenado que a las congregaciones de los capuchinos de la Paciencia, a
los trinitarios descalzos, a los recoletos agustinos, a los carmelitas
descalzos y a los mercedarios descalzos se les entregasen 11 reales de
vellón de limosna48.
Por otro lado, este dispendio está contrarrestado con la decisión
de la esposa de nuestro personaje que quiso ser enterrada de secreto. Este
AHPNM, Prot. 8715, fols. 582-588.
AHPNM, Prot. 8713, fols. 197-200
48 AHPNM, Prot. 6241, fols. 911-916.
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tipo de funeral se realizaba sin acompañamiento y de noche, lo habitual era
que se efectuase entre las once de la noche y las dos de la mañana. Al
elegir esta forma de sepelio se eliminaba totalmente el boato y la
ostentación, lo que demostraba una gran humildad del finado, garantizándose también con ello unos beneficios divinos.
La mortaja representaba también una cuestión significativa en las
decisiones que tomaba el testador. Generalmente se elegía para esta
ocasión el hábito de una orden eclesiástica, siendo el más demandado el
de los franciscanos, por ser el que mejor significaba el espíritu de pobreza
del fallecido, lo cual fomentaba la misericordia divina. Además, desde que
el Papa León X concedió indulgencia plenaria a los que se sepultase con
él, fue muy requerido. Sin embargo, Juan Bautista optó por el que utilizaban
los miembros de la Compañía de Jesús, a la que pertenecía.
Otro de los elementos a tener en cuenta fue la sepultura, ya que
era un escarnio muy grande el no ser inhumado, de hecho, algunas
legislaciones penales castigaban determinados delitos, no sólo con la
muerte, sino que a los cadáveres se les infligía otros castigos vejatorios
como el descuartizamiento, siendo después depositados los restos en
aquellos lugares de la ciudad donde se había cometido la falta, para
ejemplo de los demás mortales49. La sepultura, por tanto, era una cuestión
principal, dependía mucho de la situación económica del fallecido, los más
ricos disponían que sus cuerpos fueran depositados en el interior de las
iglesias, los pobres, sin embargo, eran enterrados en los cementerios
contiguos a las mismas, ya que la iglesia tenía la obligación de dar
enterramiento en lugar sagrado. Cuanta más riqueza más cerca del altar
Corral José Del, La Vida Cotidiana en el Madrid del Siglo XVII, Madrid: Ediciones La Librería, 1999, p. 127.
Según el autor, la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, desde el 8 de abril de 1566, se ocupaba, el día de
jueves santo, de recoger de las calles madrileñas los restos humanos de los condenados que habían sido
castigados con ese pena. Una vez reunidos todos se depositaban en la Iglesia de la Victoria, donde al día
siguiente, viernes santo, se les daba cristiana sepultura.
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se situaba la tumba, no obstante, el ser enterrado en capilla propia dentro
de la Iglesia suponía la categoría máxima. Estas capillas estaban situadas
en los laterales de la nave principal, en ellas, rodeado de los familiares, se
oficiaban las misas para el difunto. El coste de las capillas era muy elevado,
y las sumas entregadas, bien para la construcción de la misma, bien para
ser inhumado dentro de las iglesias, eran en concepto de derecho de
fábrica, de subsidio o de limosnas. La Iglesia utilizaba este subterfugio
porque no podía hacer una venta directa de sepulturas para no caer en el
pecado de simonía. Juan Bautista Cassani y su esposa optaron por una
capilla, la de la Virgen del Buen Consejo del Colegio Imperial de Madrid,
aunque no era de su propiedad, pero al pertenecer a la cofradía que se
reunía allí bajo la advocación de la virgen y ser el hijo del matrimonio
miembro de la compañía facilitó que fueran cumplidos sus deseos. El único
familiar de nuestro personaje que contó con capilla propia fue su tío Pedro
María Vivaldo, quien solicitó a sus herederos que mandaran construir una
en la Iglesia del Convento de Nuestra Señora de la Asunción de Clérigos
Regulares, comúnmente llamada de los Padres Agonizantes de Madrid,
situada en la calle Fuencarral, con cuyos frailes mantuvo gran amistad. No
obstante, la temprana muerte de su hermano y heredero, Jerónimo Vivaldo,
impidió llevar a cabo su deseo, encargándose Juan Bautista Cassani años
más tarde de los trámites de su construcción, firmando el contrato de
ejecución con los religiosos del convento el 29 de septiembre de 1667.
Éstos dieron el visto bueno sin ninguna objeción, entre otros motivos
porque Pedro Mª Vivaldo les había perdonado a los frailes grandes
cantidades de dinero, superando en alguna ocasión los 12.000 reales de
vellón. La condonación de las deudas aparejaba la concesión de la
sepultura perpetua para él, sus sucesores y herederos. Además, nuestro
personaje les entregó para las obras de la citada capilla otros 33.000 reales
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de vellón. Asimismo, su tío dejó establecido que, hasta que estuviese
concluida, su cuerpo descansaría al lado del altar mayor, donde se hallaba
una losa con el escudo de armas de su casa50.
Indistintamente del lugar de enterramiento que se eligiese, éste se
podía realizar directamente sobre la tierra, envuelto en un sudario o en
ataúd. La elección de uno u otro también respondía a la situación económica del fallecido, siendo el último más oneroso, tal vez porque ocupaba
más espacio. La diferencia entre ellos, si tenemos en cuenta la partida de
defunción del abuelo de la esposa de nuestro personaje, Lope de Valdés,
era aproximadamente de la mitad. En el documento consultado consta que
el yerno del difunto, Miguel Fernández de Merodio, dio de sepultura “doce
ducados, y no obstante, que se enterró con ataúd, no quiso dar nada por
ello, y debe dar seis ducados, además de los doce”51.
No debemos olvidarnos tampoco de un punto ineludible que debía
incluirse en el testamento espiritual, las denominadas mandas forzosas o
acostumbradas, establecidas por las autoridades para costear las obras de
caridad, especialmente para sustentar y mantener los Santos Lugares de
Jerusalén y la Redención de Cautivos Cristianos. Aunque puedan parecer
como de obligado cumplimiento, no eran más que una recomendación de
los notarios a los testadores en el momento de realizar su última voluntad
para que tuviesen presente estas disposiciones52. Todos los familiares de
Juan Bautista Cassani, incluido él mismo, cumplieron con este requisito, si
bien las cantidades que concedió cada uno variaron. El más generoso de
todos fue Pedro Mª Vivaldo, éste destinó para las forzosas 20 reales de
vellón, las cuales serían entregadas de una vez, asimismo, para la
AHPNM, Prot. 9351, fols. 746-748r.
Archivo Parroquia de Santiago de Madrid, Libro de Defunciones núm. 3 (17), fol. 241v.
52 Barrera Aymerich, Modest, “Religión y Asistencia Social en el Antiguo Régimen. Las Mandas Pías de los
Testadores de Castelló y Borriana, de los siglos XVII y XVIII”, Estudio 16, Universidad de Valencia, Departamento
de Historia Moderna, 1991, p. 119.
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Redención de Cautivos de Jerusalén dio 100 reales; Miguel Fernández de
Merodio ofreció 66 reales, dedicando su mujer a cada una de ellas 1 real;
el padre de esta última donó 4 reales; su bisnieta, Francisca de Morales, 6
reales; Juan Bautista Cassani otorgó 60 reales, y su esposa, sólo 8 reales.
Como podemos comprobar no hubo uniformidad en las donaciones.
Finalmente, resta por analizar el duelo, siendo un último requisito
que tenía muy presente una persona cuando preparaba su paso a la otra
vida. Los más allegados lo seguían con una considerable manifestación
pública, cuyas normas estaban previamente fijadas por la propia sociedad.
El luto era el más visible, lo guardaban los familiares y criados del difunto,
a los que se les debía surtir de ropa negra. El decoro y la compostura eran
tenidos muy en cuenta, sobre este punto contemplamos un ejemplo
esclarecedor en la correspondencia epistolar de nuestro personaje. En una
de sus cartas explica que cuando murió de tabardillo la mujer de su
diputado, Alonso Carnero (secretario del Consejo de Italia), no pudo tratar
con él de negocios porque había dejado de asistir a los consejos, además
no recibió visitas en su casa hasta que pasó el novenario. Éste consistía
en que en los primeros nueves días después del óbito se realizaba la
ofrenda de un acto litúrgico con su responso, además, en una de estas
jornadas se hacían las honras, que incluían unas vísperas y una misa
cantada solemne también con responso. Mientras se realizaba el novenario
no se trataban asuntos de negocios, ni temas mundanos, sólo se visitaban
a los familiares del difunto para consolarles por la gran pérdida sufrida.
Fuera como fuere, llegado los momentos finales de la vida, las
creencias y las devociones se acentuaban, por lo que la salvación del alma
y el enterramiento cobraban una especial importancia. Realizar una buena
muerte era el objetivo final del difunto, de hecho, sobre ella se realizaron
numerosos tratados, pero, ¿en qué consistía ésta? Fundamentalmente en
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eliminar todo dramatismo, no hacer demostraciones excesivas de dolor, a
fin de evitar ofensas a Dios, dado que la muerte era el paso a la vida
auténtica. Por lo tanto, el que era bueno y honesto lloraba con mesura,
entendiendo que el cuerpo y el alma estaban unidos, y como todo lo que
está unido cuando se separa produce dolor53. Dios le dio al hombre la
libertad de escoger entre el bien y el mal, por lo cual, para la salvación del
alma la persona debía de haber practicado a lo largo de su vida las virtudes
que le acercaban al creador, puesto que la felicidad era sabiduría, la
sabiduría virtud, y ésta la verdadera religión.
Después de aproximadamente 75 años de existencia, edad muy
avanzada para la época, enfermo y en la cama, Juan Bautista Cassani
entregó su alma a Dios, reconfortado en su lecho de muerte por su único
hijo, del que siempre estuvo muy orgulloso; del presbítero Ángelo Majis,
que le asistió espiritualmente; de su pariente Carlos Vivaldi, que le acompañó en los últimos años de su vida; de su secretario Diego Puche y el hijo
de éste, Román, quien también trabajaba para el difunto; del paje Manuel
Valdés; de las criadas Teresa Goñi y Catalina de la Peña, y Domingo
Antonio de Figueras, empleado del notario Antonio Marrón, quien fue
llamado porque Juan Bautista Cassani quiso realizar una declaración
notarial ratificando el testamento protocolarizado un mes antes, y dando
así poder a su hijo para ensanchar, extender, explicar e interpretar dicho
documento, aunque la escasez de fuerzas para realizar la firma obligó a
nuestro personaje a solicitar a Diego Puche y al presbítero Ángelo Majis
que lo hiciesen en su nombre.
García Gascón, María José, “El ritual funerario a finales de la Edad Moderna: una manifestación de la
religiosidad popular”, en Álvarez Santaló, León Carlos y otros (coordinadores): La Religiosidad Popular,
Barcelona: Vol. II, Anthropos, 1989.
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CONCLUSIÓN
Según Caro Baroja “no es la conciencia la que determina la vida, sino que
es la vida la que determina la conciencia54”, en este sentido, se comprende
que el hombre es dueño de sus sentimientos, sin embargo, éstos vienen
condicionados por el devenir de la vida. Juan Bautista Cassani demostró
siempre tener una grandeza espiritual excepcional y una fe inquebrantable
en Dios, a pesar de tener que afrontar acontecimientos muy dolorosos
como la pérdida de sus hijos a temprana edad, la muerte de su esposa y
el padecimiento de una enfermedad tan dolorosa como la gota, lo que le
predispuso a tener un sentimiento trágico de la vida y una forma de
entender la existencia terrenal que difiere de la visión que podríamos tener
de una persona dedicada a las finanzas. Aunque no sólo se alimentará su
espíritu con las adversidades, los momentos de gozo se los proporcionarán
su mujer, el único hijo que le sobrevivió y las lecturas piadosas. Los medios
para llegar a Dios serán la tónica que guíe a este personaje, de ahí que
cumpla todos los preceptos divinos, sobre todo el de la misa diaria. No ha
de extrañarnos, por tanto, que al final de su vida, y ante la ausencia de su
esposa, decidiese hacerse hermano de la Compañía de Jesús, lo cual
además de reconfortarle le unía, aún más si cabe, a su vástago.
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Caro Baroja José, Las formas complejas… p. 600.
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