la obediencia es la columna vertebral de la

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EN NOMBRE DE FIGARI
Por Marta Gambín
LIMA. “El deterioro llegó a ser tan grande que me decían para ir a ver al Papa y yo decía
que lo fuera a ver su madre. No me arrepiento de haberme ido. No me interesa acordarme
de ellos”.
Óscar Osterling es ex sodálite. El año 2012 decidió salir del Sodalicio de Vida Cristiana
(Sodalitium Christianae Vitae, SVC), una Sociedad de Vida Apostólica fundada en el Colegio
La Reparación de Lima en 1971 por Luis Fernando Figari. Formó parte de ella un total
de 20 años. Ahora tiene 42.
Lo que ha causado un mayor impacto mediático son los presuntos abusos sexuales que
habría perpetrado, durante años, el fundador de la sociedad. Pero solo ha sido el
detonante, la llave del baúl de los horrores, la punta de un iceberg de incongruencias. El
golpe definitivo que ha abierto la puerta a un sinfín de barbaridades internas graves que
han demostrado la oscuridad permanente en la que el Sodalitium lleva viviendo más de
cuatro décadas.
EL SODALICIO DE VIDA CRISTIANA
Sobre papel, el Sodalicio de Vida Cristiana surgió como un espacio donde “forjar
respuestas a una sociedad en la que cada ser humano pueda sobrevivir en libertad y de
acuerdo con su dignidad”. El rumbo para conseguir la libertad de la humanidad, con el
fundador al timón, pasaba por mirar la vida a través de una lupa con filtros de religiosidad.
Figari era Dios y el Espíritu Santo se manifestaba a través de su persona, quien señalaba el
camino espiritual hacia la santidad.
Esta comunidad de vida apostólica anhelaba la creación de un “hombre nuevo”. Alguien
intelectual y físicamente superior al resto de mortales. Jóvenes rubios, de piel blanca, ojos
claros y clase alta que podrían llegar a cambiar el mundo. Reminiscencias de la mitificada
raza aria hitleriana.
Uno de los pensadores mitificados por Figari era el líder de la Falange Española, el general
José Antonio Primo de Rivera. El Superior General del Sodalicio hacía suyas expresiones
del falangista y se cogió al pie de la letra la actitud militar representada por este, hasta el
punto de que todos los sodálites tenían sus obras en la mesita de noche. Para ir más lejos
aún: el himno de la Falange, el Cara al sol, se enseñaba a los miembros de la comunidad.
Según dictamina el ideario del Sodalitium Christianae
Vitae, “la obediencia es la columna vertebral de la
espiritualidad sodálite”
El tesoro de Luis Fernando Figari –y, por extensión, de la totalidad sodálite- era
encontrar la verdad en una unión de pensamiento, oración, voluntad y servicio. Este
último se convertiría en un servicio militar y disciplinario. “El Sodalitium busca ser una
santa milicia”, reza el ideario de la institución. Más que rezar, ordena. Y delante de una
orden no hay ruegos, discusiones ni debates posibles, porque para las personas dedicadas
al movimiento, “la obediencia es la columna vertebral de la espiritualidad sodálite”.
SOLDADOS DE PENSAMIENTO ÚNICO
A Óscar, la formación militar característica del movimiento no le producía nada: “que me
hicieran nadar en agua congelada era un reto, una situación que forjó mi voluntad”.
El aspecto físico era una característica relevante para la comunidad. Sonríe con cierta
inocencia ilógica cuando recuerda que dormían poco y que hacían todo tipo de ejercicios.
Y, a veces, también rezaban.
Pedro Salinas es agnóstico. Y periodista, uno de muy reconocido en Lima. También es el
culpable del empuje que está cogiendo la verdadera faceta de esta sociedad. El pasado
octubre publicó el libro Mitad monjes, mitad soldados, una investigación periodística sobre
los innumerables interrogantes del Sodalicio de Vida Cristiana a partir de los
testimonios de algunas víctimas.
Él sobrevivió el Sodalicio durante siete años, de 1980 a 1987. Concretamente, hasta enero
de 1987. Tiene ese día grabado en el alma. “Me metí la borrachera de mi vida”. Para el
Sodalitium, Pedro es un agente del demonio, un traidor. El enemigo, como todos los que
se van. Con el tiempo, mira hacia atrás y se sorprende por haber soportado órdenes que
ahora considera absurdas, pero que en esos momentos representaban el credo estructural
de su vida. Obediencia, obediencia, obediencia.
Recuerda que una noche le despertaron a las 3 de la madrugada. Le ordenaron que se
pusiera el bañador y que, después de coger un papel y un lápiz, nadara hacia una barca
que había unos 100 metros mar adentro. Los dos objetos no podían tocar el agua. Una vez
hubiera llegado a la embarcación, debía escribir lo primero que se le pasara por la cabeza
y volver, de nuevo, sin mojar nada que no fuera él mismo. Y lo hizo.
También ciertas dinámicas de grupo que, más que eso, eran episodios violentos que
giraban bajo una hipotética protección del líder sodálite. “Te decían que te imaginaras que
un grupo venía a atentar contra la vida de Luis Fernando. Venían tres hacia ti y no te
podías defender, solo podías recibir golpes; y recibías”. O una vez que, por orden directa
de Figari, tuvo que poner el brazo encima de una vela mientras las llamas le
quemaban la piel. No pestañeaba, no sentía dolor. En su cabeza, solo una idea: obedecer.
Pedro Salinas: “Te entrenaban para dar la vida por
Figari y, si te lo pedían, podías llegar a matar”
Y continua. “Cuando entras, ya hay un seguido de ideas clave o conceptos que van
inoculando en tu mente; te vuelves un ser autómata y robotizado, casi un esclavo sin
pensamiento propio, porque hay un pensamiento único propiciado por un lavado de
cerebro previo. ¿Cómo explicas al musulmán que se pone una faja con explosivos? Pues
dentro del Sodalitium te entrenaban para eso, para dar la vida por Figari si era
necesario”. Se detiene un momento y respira. “Y aseguro que, si te lo pedían, podías llegar
a matar”.
EL DESPUÉS DE ABRIR LOS OJOS
Volver a la vida real no es fácil. Construir una nueva lógica social y aceptar el pasado,
tampoco. Cada ex sodálite tiene su particular cruz. Para Óscar, enfrentarse al mundo
laboral a su salida fue lo más difícil. Después de haber ejercido durante siete años como
superior de comunidad y haber avanzado personal y espiritualmente, no podía dar un
paso atrás. En su lógica de sodálite, no se lo podía permitir. Ni tampoco como persona
autoexigente.
Algo en su interior cambió cuando Sandro Moroni –quien es el Secretario General en la
actualidad- le pidió que abriera las piernas para, explícitamente, patearle los testículos.
Llevaba meses dentro de la comunidad. “Des de ese momento me dije que debía portarme
bien porque si no me pegaban. En ese momento piensas que te lo mereces, que eres un
idiota. Y me convertí en un perfeccionista”. Sus ojos reflejan un concepto de vida que
parece, todavía y quizás para siempre, lejos de desaparecer.
Cuando Óscar llevaba poco tiempo dentro de la
comunidad, quien ahora es Secretario General del
Sodalicio le ordenó que abriera las piernas para poder
patearle los testículos
De las dos décadas que Óscar pasó viviendo en comunidad, solo cuatro años fueron un
infierno. Debido a una exagerada reacción de los sodálites superiores –a raíz de unos
rumores que le acusaban de haber mantenido relaciones impropias con una mujer-, fue
relegado y humillado por la institución. Las medidas de represión venían de Figari. No
podía salir si no era acompañado y el fundador le retiró la palabra. “Era una sensación de
culpabilidad, de traición… para mí fueron los peores días, no del Sodalicio, sino de mi
vida”.
Para Pedro, el recuerdo de la relación con su padre que el SCV le robó aún pesa
demasiado. Cuando empezó a iniciarse en la vida apostólica, el padre del ex sodálite vivía
en Caracas e iniciaron un vínculo por correspondencia. Pedro nunca dejó de escribirle.
Pero un día, de golpe, las respuestas a sus cartas dejaron de llegar, y el discurso que
adoptó el fundador del Sodalicio cogió una fuerza desmesurada en la mente de un joven
que se creía huérfano de figura paterna.
Por aquel entonces celebraban una especie de sesiones que la familia sodálite llamaba
“corrección fraterna o introspección”. Pedro le llama bullying. “Estábamos sentados en
una mesa y Figari se fijaba en ti, y todo el mundo empezaba a sacarte defectos, a especular
sobre tus complejos y traumas, y cuando me tocó a mí, él hizo referencia a mi padre y lo
trató de fracasado para abajo. Eso duró desde la hora del almuerzo hasta que oscureció”.
Vomita las palabras sin fuerza física pero con un alto grado de esfuerzo psicológico. Esa
tarde, la cantinela fue que su padre le había abandonado y como había una
correlación con la realidad –porque la comunicación era inexistente- se lo creyó. “La
sensación de abandono me persiguió mucho tiempo”, lamenta.
En 1993, seis años después de marcharse del Sodalicio, la embajada de Venezuela le
comunicó que el hombre que le había dado la vida se estaba muriendo. Ató cabos cuando
su padre, postrado en la cama del hospital, le preguntó por qué le había dejado de escribir.
“En ese instante, los odié; rompieron la relación con mi padre. Me parece una cosa muy
fuerte”. El padre de Pedro murió seis meses después por un cáncer terminal.
ABUSOS SEXUALES EN NOMBRE DE DIOS
En febrero de 2011, quien fue la mano derecha y número dos de la familia sodálite,
Germán Doig, fue públicamente acusado de haber tenido una doble vida y de cometer
abusos sexuales. La sociedad peruana puso el grito en el cielo y los cimientos del
Sodalitium se fragmentaron. Y es que Doig era el modelo a seguir para todos los sodálites,
el ejemplo perfecto de todo lo que un buen miembro de la comunidad debía ser. Cuando
estalló el escándalo, se detuvo su canonización en Roma.
Casualmente, Figari había dejado el cargo unos meses antes. Las especulaciones sobre el
conocimiento que el Superior General tenía de las costumbres de su segundo empezaron a
crecer, y en agosto del mismo año aparecieron informaciones públicas que garantizan la
existencia de denuncias hacia el fundador por haber perpetrado depravaciones sexuales.
Múltiples voces que llevaban años ahogadas en el más profundo silencio levantaron la voz.
No solo víctimas sexuales, sino todo tipo de perfiles que habrían sufrido otros tipos de
violencia en nombre de la religión. "Te sumas porque, por primera vez, eres víctima. Antes
de ese momento eras un engreído, un exagerado, un cuentero. Pero en ese momento ya me
convierto en víctima", explica Óscar. Así, las vergüenzas ocultas del Sodalicio de Vida
Cristiana encontraron un agujero por donde escapar.
UN PUNTO DE LUZ ENTRE LA OSCURIDAD
Las primeras denuncias por abusos sexuales son de 2008; tres años antes que los medios
se hicieran eco del Caso Doig. La institución lo ocultó entonces y ha continuado mirando
hacia otro lado.
Actualmente, son una treintena, y la cifra va en aumento. Pero aún no ha pasado nada más
allá de la indignación social que ha generado la investigación de Pedro Salinas. Luis
Fernando Figari está en paradero desconocido, no ha sido expulsado del Sodalicio y no ha
dado la cara. La Iglesia está fragmentada. Y el Vaticano no abre boca.
La prescripción de los delitos o la imposibilidad de demostrarlos hacen que la justicia
llegue tarde. Nadie sabe hacia qué destino va este barco, pero las víctimas han encontrado
una ruta donde aferrarse, donde desprenderse de un sentimiento de culpa que no ha
cesado de crecer. Un punto de luz que no se llama Dios, sino esperanza.
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