La ma te ria li dad del cuer po y los de re chos de las mu je res

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FRONESIS
Revista de Filosofía Jurídica, Social y Política
Instituto de Filosofía del Derecho Dr. J.M. Delgado Ocando
Universidad del Zulia. ISSN 1315-6268 - Dep. legal pp 199402ZU33
Vol. 21, No. 1, 2014: 77 - 84
La materialidad del cuerpo y los derechos
de las mujeres
Laura Gioscia
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de la República
Montevideo-Uruguay
lgioscia@gmail.com
Resumen
El presente artículo promueve, en primer lugar, un análisis de los derechos de
las mujeres como derechos humanos. En segundo lugar, propone una reflexión en
torno a la materialidad de los cuerpos y la diferencia sexual. En tercer lugar, hace
referencia a las paradojas inherentes a la arena de los derechos y, finalmente señala
algunas direcciones en torno a las nuevas materialidades en los feminismos hoy.
Palabras clave: Derechos, mujeres, cuerpos, materialidades, diferencia sexual, feminismos.
Materiality of the Body and Women’s Rights
Abstract
This paper promotes first, an analysis of women’s rights as human rights.
Secondly, it proposes a reflection on the materiality of bodies and sexual difference.
In the third place, it refers to the paradoxes inherent in the human rights area. Finally, it points out some directions about the new materialities in today’s feminism.
Keywords: Rights, women, bodies, materialities, sexual difference, feminisms.
Recibido: 23-09-2013  Aceptado: 07-11-2013
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1. Introducción
La cuestión central con referencia a los derechos humanos de las mujeres continúa siendo la falta de comprensión de la desigualdad de género,
esto es, que a pesar de la postulación de los mismos derechos para todos,
persisten las desventajas de las mujeres con respecto a los hombres. ¿Por
qué? Se ha constatado que las desigualdades y jerarquías se reestablecen a
través de los recursos legales que pretenden abolirlas, lo que no se visibiiza
debidamente, puesto que permanecen detrás del velo del ciudadano universal, abstracto (Hekman, 2004).
En la época moderna en Occidente la ciudadanía constituye el modo
en el que confluyen los derechos abstractos de los individuos y la necesidad
de pertenencia a una comunidad determinada. Sin embargo, las diferentes
culturas y las diversas religiones conceptualizan y distribuyen tanto las cargas, como los beneficios sociales y políticos de sus miembros, de diversas
maneras (Gatens, 2008).
Sería falaz describir el cuerpo de derechos humanos vigente como un
régimen satisfactorio, desde la perspectiva de la mujer. ¿Cuáles siguen
siendo las limitaciones de este derecho?
2. Los Derechos de las Mujeres como Derechos Humanos
Defender los derechos humanos de las mujeres a nivel internacional y
valorar la diversidad cultural no son mutuamente excluyentes. Resulta
pertinente detenerse en las dos perspectivas. En primer lugar, los distintos
desafíos a los que se enfrentan las mujeres en diversos contextos culturales
requieren que ellas mismas sean las agentes del cambio en sus propios países. Hoy en día se respetan los instrumentos y mecanismos que las mujeres
utilizan para desafiar la desigualdad de género en sus contextos, puesto
que ir a otros países a decirles lo que tienen que hacer, ha producido, muchas veces, un efecto bumerang, dada la falta de comprensión cultural adecuada para sugerir la producción de cambios o para eludir la acusación de
imperialismo cultural, en particular en sociedades postcoloniales. De modo
general, se busca compartir estrategias organizacionales, llamar la atención
sobre los abusos, apelar a organizaciones internacionales que visibilicen la
violación de los derechos de las mujeres como violaciones a los derechos
humanos, y compartir estrategias de lucha por derechos, respetando a la
vez que en cada contexto las mujeres han de ser las arquitectas de su propio cambio. (Burn, 2011).
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Femenías (2007) destaca la importancia de potenciar que las mujeres
de diversos contextos culturales hagan una revisión del significado de su
propia cultura para el logro de una reconstrucción y resignificación de los
lazos sociales. Señala también la necesidad de detenerse en el sexismo
como aspecto de la memoria colectiva y las tradiciones. Se refiere a la inconmensurabilidad de las diversas realidades de las mujeres con relación a
su comunidad de pertenencia.
No está de más recordar que, sin ir más atrás en el tiempo, Mary Wollestoncraft argumentaba en “La Reivindicación de los de las Mujeres”,
1793, que la revolución en los “derechos del hombre” era incompleta porque no incluía los derechos de las mujeres, y a Olympia de Gourges en su
“Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, 1791”, desafiando la práctica de la autoridad masculina y la inequidad masculino-femenina como piedras de toque para los discursos contemporáneos sobre
derechos humanos. En su época gozaron de falta de popularidad, consistentemente con las interpretaciones masculinas dominantes de acerca de
quiénes somos y como hemos de gobernarnos.
Lo cierto es que la realidad refleja el carácter provisorio e incierto de
las mujeres en el orden político moderno. Como señala Ciriza (2007), la inclusión en el orden político se produce por la vía de la neutralización del
sexo; si las mujeres son sujetas sexuadas, sus reclamos de inclusión, tensados por la escisión entre cuerpo político y cuerpo real, permanecerán en el
borde del espacio político. En otras palabras: el mismo proceso histórico
que hiciera posible la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano” hizo también posible la construcción de un sujeto político con rasgos
peculiares, pretendidamente neutro pero masculino, burgués, adulto y
blanco. Desde entonces, los reclamos de las mujeres han permanecido
como un deseo de admisión, de inclusión en lo universal (Vogel et al.,
1996 en Ciriza, 2007: 310-312). La ciudadanía está vinculada a la tradición
liberal, que vincula ciudadano varón, propietario y occidental.
Trabajos transculturales demuestran que aun en relación a quienes
han sido marginalizados por la teoría política occidental (Tercer y Cuarto
Mundos, pueblos indígenas, etc.), el privilegio otorgado a la norma masculina que excluye a las mujeres se reproduce dentro de estos grupos. Es decir que, intraculturalmente, algunos cuerpos son considerados “naturalmente” como inferiores o subordinados: por ejemplo, los cuerpos de las
mujeres, en oposición a los de los hombres.
En este sentido resulta ineludible mencionar a Carole Pateman y su
trabajo “El contrato sexual” (1988), quien señala que el mismo constituye
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la contracara ausente del contrato social masculino, sostenido en base a la
subordinación de las mujeres como esposas y madres en la esfera privada,
sin poseer el estatuto de “persona”. ¿Cómo pueden las mujeres luchar contra la subordinación sin apelar al derecho de la posesión y control del propio cuerpo y sus capacidades, cuando son incorporadas a la sociedad civil
no como personas sino como mujeres?. Se mire como se mire, desde la
perspectiva de Pateman, las mujeres no poseen las condiciones para entrar
en la ficción del contrato en pie de igualdad. Pero esta visión es coherente
con su perspectiva esencialista de la diferencia sexual. Veamos a continuación si hay vías de salida para esta encrucijada.
3. La materialidad de los cuerpos y la diferencia sexual
Pero el debate no es sobre inclusión en tanto medida liberal del “poder” femenino, sino sobre el significado cultural de dicha inclusión (Bordo,
1997:209).
Entre las autoras de “Estudios sobre el Cuerpo”, Susan Bordo ya señalaba que, por materialidad, en forma muy laxa, entendía nuestra ineludible
locación física en el tiempo y en el espacio, en la historia y en la cultura, que
nos moldean y a la vez nos limitan. Siempre estamos situados en algún lugar
y mirando desde algún lugar determinado (Bordo, 1997: 181-182). Nuestra
materialidad (que incluye nuestra historia, raza, género, etc.), así como la
biología y la historia de nuestros cuerpos, y la dependencia de nuestro entorno, nos moldea, constriñe y empodera tanto como pensadoras y, de
modo práctico, como cuerpos de carne y hueso. La materialidad del cuerpo
refiere primeramente a su concreción y locación situada.
A su vez, la diferencia sexual nos constituye desde el comienzo de la
vida. Aunque tendemos a pensar en las normas de género como si “sobrevolaran” a los sujetos para constreñir cierto tipo de comportamientos, éstas
ya están implicadas en la propia formación del sujeto humano sexuado. De
esta manera, para Moira Gatens, al igual que para Judith Butler y Michel
Foucault, la diferencia sexual “vivida” es un efecto de las normas de género y no su causa.
Los derechos universales implementados como una “lista”, se contradicen con la materialidad del cuerpo y los poderes que lo constituyen en
tiempos y lugares específicos. Es cierto que aspiramos a un ideal de justicia
universal, pero esto no atiende a la diversidad de contextos en los que la
justicia ha de efectivizarse. Más aun, los ideales de justicia global corren el
riesgo de perpetua la política del imperialismo cultural occidental. Tanto la
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teoría como la praxis han de admitir o hacerse cargo de la naturaleza
abierta y en desarrollo de las negociaciones entre las identidades y sociedades políticas, histórica y diversamente constituidas. Por esta razón, las prácticas locales o nacionales de ciudadanía constituyen los elementos cruciales
para la implementación de los derechos y la lucha por éstos, lo que implica
comprender las diferencias culturales como diferencias corporales profundas e históricas (Gatens, 2008: 690-691).
4. Las paradojas de los derechos
Como señala Ciriza, una de las paradojas consiste en la configuración de
un espacio en el que se opera simultáneamente un hiato y una sutura entre
derechos abstractos y cuerpos concretos, entre igualación abstracta y diferencias/desigualdades reales, entre consensos y violencias. Como la tradición liberal ha anulado estas tensiones, la autora apunta a la tematización de los obstáculos existentes en la idea de ciudadanía de las mujeres, en las dificultades
teóricas ligadas a la cuestión del derecho, en las paradojas presentes en el reclamo a decidir sobre el propio cuerpo como derecho ciudadano. La ciudadanía de mujeres nos enfrenta a un asunto doblemente dilemático: por una parte, existe un desajuste entre la ficción de la igualdad abstracta y la demanda
de consideración expresa de la diferencia sexual anclada al cuerpo real, como
asunto de derecho; por la otra, no sólo se trata de la tensión entre abstracción
formal y diferencia corporal, sino del complejo juego de paradojas y desajustes que el tema mismo de los derechos implica. (Ciriza, 2007).
Los derechos humanos como una herramienta de crítica social (entre
otras) implican que cualquier ser humano importa por mas marginal que
sea. Los derechos humanos consagran el liberalismo y su aparato jurídico,
sin tener en cuenta los efectos del capitalismo, el colonialismo y la gobernanza neoliberal (Gioscia y Delacoste, 2013). Resulta pertinente formular
algunas preguntas con respecto al segundo punto: ¿en qué consiste la fuerza emancipatoria de los derechos humanos en la vida política del siglo que
comienza? ¿qué significa utilizar el discurso genérico de los derechos contra los privilegios que ese discurso ha asegurado tradicionalmente? Suele
ocurrir, que al investigar las prácticas políticas emancipatorias, emerjan las
paradojas. Una de ellas es la siguiente: el tema de la fuerza igualitaria o liberadora de los derechos está históricamente circunscrito ya que los derechos no contienen una semiótica política inherente, no tienen un poder
implícito para obstaculizar o para hacer avanzar los ideales democráticos.
Sin embargo, los derechos operan en –y a la manera de- un idioma (discurso) ahistórico, acultural y acontextual: proclaman su distancia de viscisitudes
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históricas y contextos políticos específicos y participan de un discurso universal (y no provisional o parcial). Así es que, si bien para evaluar su eficacia política, se requiere de un alto grado de especificidad social e histórica,
los derechos operan como discurso político general, genérico y universal.
La paradoja entre la jerga universal y los efectos locales de los derechos
se da tanto a nivel temporal como espacial. A nivel temporal, porque en tanto los derechos pueden tener una fuerza emancipatoria indisputable en determinado momento, por ejemplo, en el que fueron proclamados “Los derechos del hombre y del ciudadano”, en otro momento pueden operar simplemente como un discurso regulatorio o constituir meramente una promesa
vacía. A esta paradoja hace referencia Nietzsche, al insistir en que las instituciones dejan de ser liberales en cuanto llegan a serlo (Brown, 1995).
Si los derechos humanos se comprenden contextual y localmente, el
alcance de los derechos humanos de las mujeres no tiene por qué reducirse a otro falso universalismo (Gioscia y Delacoste, 2013).
5. Los nuevos materialismos
Como seres humanos habitamos un mundo material. Nuestra vida
transcurre y está inmersa en la materia. También estamos compuestos de
materia que tomamos como “dada”, aun reconociendo los aportes del
constructivismo en las relaciones de poder, ya sea bajo la forma discursiva
o lingüística pero teniendo en cuenta las investigaciones que los procesos y
estructuras materiales requieren. Los denominados “nuevos materialismos”, desarrollados, entre otras, por autoras como Susan Hekman, Sara
Ahmed, Rosi Braidotti, Melissa Orlie y Jane Bennett, acompañan enfoques
para los cuales el materialismo significa una teoría social práctica y comprometida con el análisis crítico de las condiciones actuales de existencia y
su inherente inequidad. Desde estas perspectivas se atiende a diversos
frentes de un complejo entramado que va desde la revisión de los presupuestos sobre la naturaleza de la materia y el lugar de los cuerpos humanos en un mundo material, pasando por la bioética, la biopolítica y los
cambios en las estructuras económicas globales hasta la indagación en la interacción con las nuevas tecnologías.
En este sentido también importan los desarrollos de las ciencias naturales tanto como las transformaciones en los modos en los que se produce,
reproduce y consume el entorno material. Se puede aceptar el constructivismo social, si a la vez que insistimos en el ámbito material como un irreductible a la cultura o al discurso (Coole & Frost, 2010).
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Lo que Gatens (1996:149), precursora de esta línea de estudios con
Susan Bordo y Elizabeth Grosz, entre otras teóricas anglosajonas, señalaba
tiempo atrás era un movimiento de comprensiones dualistas de la diferencia sexual (sexo- género) hacia comprensiones de las diferencias constituidas en un entramado relativamente estable pero como redes dinámicas de
poderes relacionales, capacidades y afectos. La autora teoriza sobre las interconexiones entre los cuerpos sexuados y otros complejos corpóreos,
como el cuerpo político y los ensamblajes institucionales (el derecho, por
ejemplo). Es dentro de estos ensamblajes que los cuerpos sexuados son
producidos en cuerpos sociales y políticamente significativos. Elizabeth
Grosz, por su parte, afirma que la biología es un sistema de diferencias que
engendra a su vez diferencias históricas, culturales, sociales y sexuales. No
limita la vida personal, social y política, sino que la hace posible (Hekman,
2010). Desde esta perspectiva, lo biológico y lo cultural no son separables.
El ámbito de lo material es irreductible a la cultura o al discurso y la sociedad es a la vez material y construída. Como señalan Grosz y Gatens, la
masculinidad y la femineidad, en un sentido cultural, operan de modo diferente en cuerpos masculinos o femeninos.
Por su parte, Femenías en “El género del multiculturalismo”
(2007:306) señala la necesidad de reconocer a los individuos situados tanto
histórica como socialmente y es partiendo de allí que no se trata de negar
la universalidad o de relegarla a un orden ideal. En este sentido la autora
señala que esto debe incluir a la totalidad de los individuos, a todas las comunidades, en el entendido de que comparten un destino común.
La utopía es precisamente nunca devenir un lugar sino actuar en el
contexto de la posibilidad de una prefiguración del futuro que permita
comprender y juzgar las infamias del presente. En este sentido, los derechos humanos como principio utópico nos permiten identificar las negaciones de la identidad y la falta de reconocimiento creadas por la dominación
y la opresión. Los derechos humanos constituyen así el elemento utópico
omitido por los derechos legales. En vez de afirmar la tradicional ruptura
entre derecho natural y derechos humanos, como suele suceder, quizás
valga la pena recordar que los mismos comparten una tradición de resistencia y disenso frente a la explotación y a la degradación, y el compromiso
con una utopía ética y política. Si los derechos humanos pierden ese rasgo,
al decir de Costas Douzinas (2000:380), permanecen como un mero instrumento para reformas y, ocasionalmente constituyen una sofisticada herramienta para el análisis, abandonando su tradicional papel de ser el tribunal
de la historia.
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