160 Martín de Riquer: humanista jovial y gran filólogo

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Claves de Razón Práctica nº 232
SEMBLANZAS
Martín de Riquer:
humanista jovial
y gran filólogo
Martín de Riquer (1914-2013), invitaba
con su claro estilo a compartir su sincero
fervor hacia los textos, no como una tarea
erudita, sino como un encuentro alegre para
escuchar las voces más atractivas del pasado.
carlos garcía gual
“Consideraba un grave pecado ser aburrido, y él nunca lo cometió”, escribió alguien de un gran filólogo inglés (nota necrológica
sobre Hugh Lloyd Jones, en el Times). Eso mismo podría afirmarse
también de Martín de Riquer, que fue profesor muchos años en las
Universidad de Barcelona (y algunos también en la Autónoma de
la misma ciudad) y que ha dejado incontables y excelentes discípulos que podrían refrendarlo. Y además una extensa y variada
obra escrita en castellano y catalán, impresionante tanto por su
erudición histórica como por su calidad literaria, su estilo claro
y agudeza interpretativa. Al evocarlo, es esto último lo primero
que me viene a la memoria: su actitud personal al enfrentarse a la
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literatura, su pasión por leer y explicar viejos textos con una estupenda alegría, rescatando siempre con evidente placer las voces y
los ecos de escritores y personajes de antaño con una prosa amena
y clara, no exenta de ironía. Sabía transmitir su propio disfrute en
esas lecturas de tantos y tantos textos y autores –catalanes y castellanos, provenzales o franceses– con la mirada inteligente de un
lector de fino gusto, inquieto y de largos horizontes, un intérprete
entusiasta y amable. Tal vez en eso estribe la mejor virtud de un
filólogo: amar y hacer amar los textos de otros tiempos, rescatándolos del polvo y el olvido. En eso Riquer era un gran maestro.
(Al margen de modas hermenéuticas y de jergas académicas, con
una maestría de cuño positivista e historicista, unida a una sagaz
crítica textual y una fina atención al contexto histórico, fue un claro
editor y un vivaz glosador. Por eso sus libros no han envejecido y es
tan numerosa la nómina de profesores que aún lo recuerdan como
maestro ejemplar).
UN HUMANISTA SAGAZ
Como “el último humanista europeo” lo calificaba José Enrique
Ruiz-Doménec, que lo conocía muy bien, como discípulo suyo y
compañero de muchas sesiones en la Real Academia de Bellas
Letras que Riquer presidió y animó largo tiempo, en una excelente semblanza de su persona y sus obras. Aunque “humanista” es
un calificativo demasiado gastado por ciertas retóricas, creo que
en este caso es el que mejor le encaja con total propiedad. Sí, en
Riquer había mucho de un sagaz humanista, con su gran biblioteca personal y sus autores clásicos releídos por placer con trato
elegante y coloquio asiduo. Era un humanista que conocía tanto la
lírica de los trovadores como las arduas crónicas caballerescas y
que frecuentaba la literatura medieval catalana con la misma atención y simpatía con que volvía al Quijote cervantino o al Tirant lo
Blanch o al Cuento del Grial de Chrétien. Sin afanes de arqueólogo
ni de teorizador pedante; no era de los que toman los grandes textos como pretextos de sus teorías hermenéuticas o citas tontas.
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“Filólogo brillante, provenzalista de vocación y polígrafo de
éxito”, como dice Ruiz-Doménec, combinaba con singular habilidad la investigación y la erudición con la difusión. (Y siempre
tuvo gran aprecio por las síntesis y los panoramas de época para
entender mejor textos distantes en el tiempo, pero que acercaba
a nuestra sensibilidad). Era un magnífico lector, un lector inagotable, atento y suspicaz, conocedor insuperable de los textos medievales, pero lector también de Balzac y de novelas policiacas.
Y un mérito indiscutible era que sabía trasmitir su pasión libresca con vivaz claridad. Como él decía:
“A menudo me han preguntado por qué soy historiador de la literatura,
y realmente no sé qué contestar, como no sea porque me gusta. ¿Cuál ha
sido mi método y mi forma de trabajar? Tampoco lo sé. Ninguno en particular, sólo leer y trabajar mucho, y creo que he podido hacerlo porque
para mí no ha sido realmente un trabajo. Siempre he disfrutado mucho,
y cuando alguien hace lo que le gusta y le divierte, no creo que a eso se
le pueda llamar realmente trabajar. En este sentido, he sido muy afortunado de poder dedicarme profesionalmente a lo mismo que hago en mi
tiempo libre”.
(La cita procede de la biografía escrita, con muy buen título, por
Cristina Gatell y Gloria Soler ; Martín de Riquer, Vivir la literatura.
RBA, Barcelona 2008).
En la vida que esa biografía relata con admirable precisión, hay
un episodio que dejó una huella trágica bien conocida: la participación en la Guerra Civil, desde su huida de Barcelona a su regreso integrado en el bando de los vencedores, con dos dolorosas
secuencias: la pérdida de un brazo por herida de bala en el último día de lucha y la terca hostilidad y recelos de algunos intelectuales catalanistas hacia quien desde muy joven estuvo siempre
entre los mayores defensores de la cultura catalana y de su lengua
en cuanto le fue posible, como deja bien claro su biografía. Así
que no vale la pena, pienso, insistir en esto a estas alturas. Hay
que subrayar que, tras el paréntesis de la Guerra Civil, la vida de
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martín de riquer: humanista jovial y gran filólogo
Martín de Riquer ha estado ligada sin tregua a la Universidad y
la Literatura.
“Casi durante medio siglo y sin caer en la rutina, la fatiga o el desencanto, su actividad diaria se ha centrado en la Universidad, la Academia
de Buenas Letras, la investigación y la labor editorial. Para Riquer, la
alternancia entre trabajo y ocio no ha tenido nunca ningún sentido ya que
una y otra cosa son –para él– lo mismo” (o. c., pág. 577).
ESCRITOR, EDITOR, INVESTIGADOR
La lista de obras publicadas por Martín de Riquer es muy larga: unos
treinta libros de ensayos y estudios y casi veinte ediciones de autores editados y traducidos. Entre su primer libro, L’humanisme català
(1388-1494) de 1934, y los últimos, Vidas y amores de los trovadores
y sus damas, de 2004, y Reportajes de la Historia (antología de textos
históricos en colaboración con su hijo Borja), también de 2004, van 70
años de trabajos y publicaciones memorables. Pero aquí he de limitarme a citar las que me parecen más significativas y conocidas, como La
lírica de los trovadores (1948, pero edición definitiva en tres tomos en
1975); Los cantares de gesta franceses, 1952; Historia de la literatura
catalana, 1964-1966; Caballeros andantes españoles, de 1967; Tirant
lo Blanc, novela de historia y de ficción, 1992; Quinze generacions
d’una familia catalana, de 1998; Para leer a Cervantes, 2003, que
dan una idea de los temas que nuestro autor ha trabajado con intensa
dedicación y enfoque y estilo muy personal.
Entre sus ediciones podemos destacar las de poetas catalanes
y provenzales –como Jordi de Sant Jordi y Bernart de Ventadorn,
además de todos los trovadores en su gran estudio de conjunto ya citado– , así como varios clásicos castellanos y catalanes y franceses
–como Cervantes, Boscán, J. Martorell, Chrétien de Troyes, Arnaut
Daniel, etcétera. Su edición de Don Quijote merece bien sus numerosas reediciones porque es un modelo de claridad, como lo son la
del Tirant lo Blanc y la del Don Quijote de Alonso de Avellaneda,
o sus traducciones de El cuento del Grial o la del Cantar de Roldán.
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De su agudeza como investigador dan cuenta muchas de las obra
citadas, pero merece destacarse, por su carácter singular, la que dedicó a su genealogía familiar en el citado Quinze generacions de una
familia catalana, la aristocrática de los Riquer a lo largo de dos últimos siglos. De su afición a la literatura y a la difusión de los textos
clásicos de todos los tiempos da buen testimonio la extensa Historia
de la Literatura Universal; en varios tomos, hecha en colaboración
con José María Valverde (quien se ocupó de la época más moderna).
No desdeñaba escribir manuales ni dirigir colecciones de clásicos
para el gran público, en uno y otro caso siempre con ese estilo suyo,
tan claro y ameno, tan falto de pedantería.
UN FILÓLOGO COMPLETO, UN LECTOR EJEMPLAR
Porque, como Jaume Vallcorba ha señalado, era un magnífico e infatigable lector que “amaba la literatura”, que invitaba con su claro
estilo a compartir su sincero fervor hacia los textos, no como una
tarea erudita, sino como un encuentro alegre para escuchar las voces y figuras más atractivas del pasado. Por eso acierta Vallcorba
al recordarlo como “El mejor lector”: “No escribió para colegas,
ni para una camarilla de universitarios interesados en ámbitos que
sólo a ellos atañen, sino al lector de buena fe al cual puede guiar,
desde sus conocimientos, en la aventura de carearse con un libro...
Intentaba hacerse con los secretos de una obra y transmitirlos con
una generosidad que desafiaba toda tacañería y cualquier espíritu
profesional, secretista o de clan. Y de hacerlo desde todos los puntos de vista que nos pudiesen dar claridad y disfrute. Riquer fue un
enemigo radical de todas las interpretaciones que han ido llenando
el siglo XX de papeleo diverso con pretensiones científicas”.
Podía comentar el Quijote o glosar las Vidas de los trovadores con
esa inteligencia amena que no excluía el rigor, pero sí la pedantería.
Mostraba su agudeza al subrayar los motivos de interés y las novedades de un texto, y sabía atender a los detalles puntuales –ya se
tratara de la métrica o de heráldica catalana o de armaduras medievales o del lugar desde Don Quijote miraba la playa de Barcelona.
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martín de riquer: humanista jovial y gran filólogo
Y escribía siempre, desde ese profundo conocimiento de los textos
de diversos siglos, sin usarlos como pretextos retóricos. En definitiva, fue un filólogo en el sentido más pleno y noble del término, un
maestro de voz alegre y estimulante y un guía de lecturas de muy
extensos saberes y horizontes.
Martín de Riquer fue profesor y consejero del príncipe don Juan
Carlos, y era, ya desde hace años, el miembro más antiguo de la
Real Academia de la Lengua. Tanto su persona como su obra han
obtenido los más importantes premios nacionales (los de Ensayo,
Menéndez Pelayo, Príncipe de Asturias o el Nacional de las Letras Españolas, entre otros) y un claro reconocimiento de prestigiosas universidades e instituciones europeas. Pero más allá de
todos esos reconocidos méritos que acreditan su firme trayectoria
de investigador y escritor, yo querría destacar su talante personal,
que lo hizo tan querido de quienes lo trataron. Ese estilo de “último humanista”, “intelectual sin fronteras”, que destacaba Vargas
Llosa en una cálida semblanza (El País, 6 de octubre de 2013), se
acordaba muy bien con su actitud vital cotidiana, con su humor
aguzado y su inteligencia magistral.
No tuve la suerte de ser alumno suyo y no pude coincidir con él
en la Universidad de Barcelona (Don Martín se había ido a la joven
Autónoma durante aquellos años). Aunque he leído casi todos sus
libros, tan solo hablé con él, en Barcelona y Madrid, cuatro o cinco
veces; e intercambiamos alguna carta breve. Pero conservo un claro
recuerdo de sus gestos cordiales. Desde luego, era una figura irrepetible; combinaba el seny y la cortesía catalana con una infinita
cultura y una tenaz vocación humanista.
Carlos García Gual es escritor y crítico literario. Autor
novelada, Apología de la novela histórica y Enigmático Edipo.
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