catálogo

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“Je suis,
I am,
Yo soy”
Armando Sartorotti
Sala Carlos F. Sáez
Centre Tulizeni es un pequeño hogar de acogida para mujeres que
han sido violadas en campos de refugiados del este de la R.D.Congo. Aloja a doce mujeres con sus hijos, muchos de ellos producto de esas violaciones, y a quince huérfanos de guerra. Las mujeres aprenden oficios que
les permitirán sustentarse y ser independientes. Los niños son enviados a
la escuela. El mayor desafío es que esas muchachas recuperen su autoestima y logren aceptar a sus hijos, rostros en los que no pueden evitar ver
la cara de sus violadores. Todos los sábados Tulizeni recibe a más de cien
mujeres portadoras de VIH que vienen de los campos de refugiados para
recibir retrovirales, un alimento protéico, varios quilos de harinas diferentes y convierten el encuentro en una fiesta, cantando y bailando durante
horas.
El centro está a cargo de las Hermanas Misioneras Franciscanas y su directora es una monja colombiana, Georgette Posadas.
Distancia.
Imponderable distancia
de cara a la desmadrada
moral contemporánea.
La violencia ha dejado hoy de ser novedad dada
la insistencia con que uno y otro día los medios
informan sobre circunstancias extremas en escalada de vulneración sensible. Este estado de situación genera sin embargo testigos abúlicos de
una muerte cruenta o de una violación, imágenes
semejantes en su estética e iteración a las de una
ficción serial. El mundo como enorme escenario
del espectáculo virtual indiscernible del mundo
real, intangible espacio en que el individuo asocial interactúa con otros entes intangibles con
descontracturada falta de compromiso.
Distancia. Imponderable distancia de cara a la
desmadrada moral contemporánea.
Sin duda los inenarrables golpes asestados a la
integridad y la dignidad humanas ocurren en el
silencio de la distancia, real o ficticia, indistintas. El horizonte siempre huidizo ahoga el grito
y el mundo contempla significantes vacíos en un
contexto anecdótico o publicitario interpuesto
a los ojos embotados del espectador, impasible
ante neutralizadas violencias aberrantes, mudos reclamos a la conciencia individual o colectiva convertida en masa amorfa por sumatoria de
anonadamientos redundantes en demagogia.
Armando Sartorotti es fotógrafo de lar- sino ver desde su propia perspectiva: como en
guísima data; nombre forjado en prensa y en
el ámbito particular, con relevancia en ambos
campos. Uno de esos escasos observadores del
mundo cuyo ojo aguzado cumple una función
documental develadora allí donde el resto mira
sin ver. Estas imágenes, cubriendo un amplio
abanico de intereses, suelen presentarse en ropaje de belleza, no contradictorio con los contenidos. Un proceso estético cumplido más allá
de la voluntad del fotógrafo, ojo que no puede
cualquier campo del arte, el oficio es sólo un comienzo, a menudo prescindible.
Como profesional ha viajado a diversos lugares
remotos o exóticos, entre ellos el Congo, permanente escenario de guerra, precario lugar
de residencia de personas sometidas a situaciones extremas, supervivientes en un trágico
contexto social y constante incertidumbre. La
realidad acusa la indefensión de mujeres violadas y repudiadas, embarazos indeseados y
niños huérfanos de guerra. Difícil ponderar
el padecimiento estoico, la colosal capacidad
de superación de la mujer ultrajada, sujeta a
violencia en grado impensable y consecuente
maternidad forzada, a menudo reiterada por
igual causa.
Si el desamparo priva a la hora trágica del atropello aceptado como un sino, existen quienes
realizan gestos de amparo a estas mujeres indefensas y a sus hijos, así como a los hijos de las
que no subsistieron. Sobrevivir y reedificar la
dignidad a partir de la aceptación de un escarnio que pervive en un niño definitivamente presente como un testimonio que impide el olvido.
Inventar voluntad y amar a un fruto impuesto
por el destino. El trabajo cotidiano cumple a
posteriori una labor terapéutica y funcional,
productivo para sí y para el núcleo social, aun
en un contexto de suma pobreza.
Sartorotti vio a esas mujeres y a sus hijos. Vio la
labor humanitaria de quienes aún creen. Su mirada es la forma captada en las imágenes, retra-
tos emblemáticos donde huelga cualquier aclaración o comentario. El relato perfecto per se. El porte
de estas jóvenes captado por la cámara trasunta un
paisaje moral de dignidad, solidez, al tiempo que
de entrega amorosa a sus hijos. No hay en ellas miedo ni fragilidad - condición habitual en las madres
noveles - aun de pie en sus circunstancias; varias
son adolescentes. Quizá sólo dolor sin endeblez.
Retratos silenciosos del tormento, de la sangre y de
la muerte como escolta, que se sedimentan y transmutan respirando en una vida nueva. Tenacidad
vertida en integridad restaurada y en trabajo cotidiano como sillar de la reconstrucción de sí mismas.
“Sartorotti vio a esas
mujeres y a sus hijos.
Vio la labor humanitaria
de quienes aún creen.”
Sartorotti retrata una cultura arrasada donde sin
embargo perseveran algunos signos exteriores
característicos, por tanto más fácilmente asequibles al registro gráfico. El color restallante en el
diseño abigarrado de vestimentas y tocados no
se vincula a estratos de la escala social, sino que
es de uso común como manifestación cultural.
Pliegues y contrastes de esta suerte de universo
cromático vital recortan rítmicamente las siluetas sobre un paisaje árido y unos precarios cubículos de habitación. Paradoja que deviene continuidad cuando la cámara sorprende una sonrisa
o una actitud lúdica, que es un baño de rosas en
el contexto de una sociedad cuyos principios
fundacionales y derechos fundamentales han
sido diezmados por la guerra, contienda que no
involucra a estas personas en enfrentamientos
armados, sino únicamente como víctimas de la
barbarie irrefrenable.
Estas imágenes, cuya belleza formal opera como reafirmación de la idea que difunden, son una
convocatoria a salvar las
distancias, a despertar del
letargo algodonoso en que
se sume el mundo para
salvaguarda de su mísero
espacio de ficción. Ciertas
realidades permanecen
silenciadas, relegadas en
aras de otras destinatarias
de mayor prensa, por más
redituables.
La violación y la muerte en países cuya localización geográfica no es de uso habitual no ameritan ni tan siquiera la deferencia de la demagogia.
Conocer la realidad puede ayudar a
conocerse a sí mismo y a modificar su
propio contexto a escala local; siempre
existe una dimensión individual pasible de
compromiso. Para bien o para mal “Cada
hombre porta en sí la forma entera de la
condición humana” Michel Eyquem de Montaigne.
MARÍA E. YUGUERO
Armando Sartorotti es un fotógrafo de formación autodidacta que
se desempeña desde hace 32 años como fotoperiodista. Trabajó como
free lance para los semanarios La Razón, Brecha, Alternativa Socialista,
en la agencia Prensa Latina y en los diarios 5 Días, Tiempo de Cambio y
La República. Estuvo a cargo de la sección Las fotos de la Semana del semanario Búsqueda. En 1991 conformó el equipo inicial de diario El Observador, periódico que cambió el estilo de hacer y mostrar fotografía de
prensa en Uruguay. Es docente de Universidad ORT desde el año 2000.
Actualmente es editor fotográfico de El Observador y está a cargo de sus
propios cursos.
Puede encontrar más información sobre el autor en:
www.sarto.com.uy
Instagram.com/sarto1956
Libro “Más allá del deber” bit.ly/mas alla
Twitter: sarto1956
Ministro de Transporte y Obras Públicas
Sr. Víctor Rossi
Subsecretario
Sr. Jorge Setelich
Director General
Esc. Gustavo Fernández Di Maggio
Curaduría y Texto
María E. Yaguero
Asistente de Curaduría
Gabriel Sosa Silva
RRPP Complejo Cultural
Silvia Barbero
Realización de Montaje
Dpto. Coordinación Mantenimiento Edilicio
Diseño de Catálogo, Afiche y Panel
María Clara Monteverde (ORT)
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R i n c ó n 5 7 5 P. B. M o n t e v i d e o, U r u g u a y
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