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Alejandro Armando Bagliani… apodo en italiano, Alessandro y como era chico,
Sandrino… de allí, Sandro, como lo conoce la mayoría. Nació en 1960 en Buenos
Aires, es el menor de cuatro hermanos. Se radicó en Martínez con toda la familia. El
padre iba una vez por mes, se quedaba una semana o dos y se volvía a Allen, a la
fábrica. Cuando terminaban las clases, en tren se venían al valle a pasar las
vacaciones.
La casa familiar de Allen, hoy en venta, era el lugar de residencia de los Bagliani.
Era una casa para dos familias, “mis tíos en una punta y nosotros en otra ala de la
casa”. Su niñez fue esa casa, “me descalzaba el 5 de diciembre y andaba “en pata”
hasta que volvía el 5 de marzo a Buenos Aires”. Con algún amigo nuevo y los que
dejaba cada verano jugaban en el inmenso patio de la casa. Cuando les contaba a
sus amigos de Buenos Aires lo que hacía cada verano no le creían. Se la pasaba
jugando en la acequia, tirando piedras, andando a caballo… Con “Juan Bianchet,
Kutun, Vázquez, Gloria y Luís Okumatzu, el gringo Bracalente (Fernando), “el loco
Veas” chico, el Bali, Pedro Tenca, Omar y Luís Candia, Leo Boela, Rubén Alonso,
que era como un hermano la pasamos bárbaro en aquellos veranos…”
El tiempo libre era “salir al boliche, amigos, irse a jugar al tenis y dormir todo el fin
de semana”. Intentar despertar a Petaca para “ir a La Perla a jugar al dominó
después de comer”. La Cueva era el lugar en Allen, “los sábados Zacoga…
recordemos que entrábamos a las 12, después volvíamos a las 6 de la mañana, a
desayunar… salíamos todas las noches… Allen siempre exportó gente, a Blip, La
Tetera… en Roca siempre había piñas”. Sandro recuerda que con los años gente de
Roca, donde ahora vive, le contaba enfrentamientos que casi terminaron a “los
tiros”, en una fiesta en el Quincho del Club. Sandro lo recuerda, él había estado esa
noche.
Todos los hermanos estudiaron una carrera universitaria. Él ingresó a 3 carreras
diferentes: medicina, derecho y arquitectura, pero no terminó ninguna. Fue así que
se vino de “voluntario” a trabajar en la fábrica, ya que su hermano no se llevaba
muy bien con el padre. “Mi papá era muy difícil” recuerda. Sandro se vino en 1982,
tenía 22 años, y pasó por todos “los estamentos”, ya que Don Félix era “muy
personalista” y exigía mucho. “Las cosas se hacen bien o como las hago yo” le
decía. Era, dice Sandro, “personalista” con ellos y “paternalista” con sus empleados.
Sin embargo, él se llevaba bien con el padre, a pesar de la diferencia de edades
“eran casi dos generaciones de por medio”. Tenía “mis licencias, pero era un
hombre de 72 años y yo tenía 22. Te exigía y siempre parecía que no te reconocía
cuando hacías algo bien… pero después se emocionaba contándole a mi mamá lo
que yo había hecho. No era demostrativo. Una palmada era un te quiero… para
acordarse en los próximos 10 años venideros”. Don Félix era de 1908, cuando las
costumbres eran muy distintas, “con un padre mucho más bravo que él.” Los hijos
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no comían con los padres, no se levantaba la mirada cuando se le hablaba al padre,
se trataba de Ud. a los mayores. No hablaba mucho de su vida, solo cuando tenía
que dar ejemplos: “yo cuando salía, me quedaba a dormir en el auto porque tenía
que ir a trabajar” por ejemplo. Después las cosas no eran tan así, cuenta Sandro,
que se enteraba por su prima Vona Roveglia que su padre también había hecho de
las suyas cuando joven pero era la forma de mostrarse como ejemplo frente a sus
hijos.
Don Félix Bagliani llegó a Villa Regina en el año ‘32 buscando donde establecer la
fábrica. Era la preguerra y en plena crisis del 29, perdieron todo con el fascismo,
había mucha miseria y decide venirse, dejar Piamonte. Recuerda que al llegar un
“indigente” le pidió 50 cts. “para comprar medio kg. de carne para un guiso”. Esto
le llamó tanto la atención que solía contarlo muchas veces. “Venía de plena
inflación alemana donde un pan de jabón salía 150 millones de marcos…”. La
fábrica se instaló en una zona que consideraban cercana a Regina. Un cuadro de la
fábrica se ve en plena zona de chacras, el pueblo recién nacía. Recuerda Sandro
que en el día del trabajador en la fábrica se hacía una fiesta con los 300 obreros.
Se entregaban regalos a todos. Las máquinas se mandaban de Europa y se
mandaba a un técnico, pero “Gino Gobbi y Bruno Taina eran quienes mantenían las
maquinas”.
En Roca tenían una bodega (detrás de lo que hoy es Villanova) y se producía un
vino con el nombre de “Marques de Río Grande”, un nombre demasiado parecido al
de la Bodega de Piñeiro Sorondo, “Barón de Río Negro”, por lo que tuvieron algunos
problemas. El vino que producían “se hacía en botellitas de cuarto. Un blanco y un
tinto se servían en el tren, en el vagón comedor”. En Huergo también tenían una
bodega antes de los años ‘60 “en sociedad con Miranda, que fuera Ministro de
Perón, un tipo muy vinculado”. En esa época el tren entraba a la fábrica por “un
desvío
que
llegaba
hasta
la
puerta
misma”.
Entre sus recuerdos de la fábrica, Sandro cuenta que en la película Cinema Paradiso
se ven en una escena unos tablones rojos. Esos tablones eran donde se
deshidrataba el tomate, en Regina la Bagliani hacía el Tomacó concentrado en
tableta, “tipo un caldito, se aplastaba el tomate, se lo ponía a secar y después se lo
raspaba”. Su tío era quien viajaba a Europa y traía novedades “había cosas
impracticables… había extracto en pomo de metal, por ejemplo, pero acá era
imposible hacer cosas como esas (…) El conocimiento era “100 % empírico, el
mecánico era Dios, el que más sabía y entrenaban a los mas despiertos”.
Hay algo simbólico que la fábrica dejó en el imaginario colectivo: la sirena. Era el
argumento de quienes se atrasaban… “pero si todavía no tocó la sirena”, era el
dicho más común de la época. Sonaba ocho menos cinco, doce menos cinco, dos
menos
cinco
y
seis
menos
cinco…
no
tocaba
los
domingos.
La chimenea, el tipo de construcción, tragaluz, doble techo para la luz natural son
símbolo del progreso industrial según Sandro. El estilo de su padre era de controlar
toda la producción, establecía cuantas mujeres en cada línea, “era capaz de pasarse
todo el día y decidir cómo se trabajaba. El capataz era quien recibía las órdenes y él
se las transmitía a los obreros. Cuando yo me quedé solo, cuando falleció mi viejo
el 11 de octubre de 1987, las que se me acercaron fueron las viejas obreras,
quienes me dijeron cómo era todo. Coila, Rosita Purran, María Alegría… Zuñilda la
capataz, ella era la asistente del capataz. Yo miraba pero ella era la que
organizaba… “No se pasen, que hay que ayudarle a Sandrito” decía. Siempre se
tomaba gente nueva y no podían “romper códigos, si algo pasaba las viejas obreras
no
lo
permitían…
las
hacían
equivocar,
la
mojaban…”.
La división de bienes cuando se cerró la fábrica se hizo en forma “racional”,
asegura Sandro. Los de Allen quedaron con lo Allen y los de Roca con lo de Roca, y
así en general. La división fue hecha “con un dibujo”, se tomó todo y se dividió en
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el papel y de palabra. A quien heredó lo de Allen, le presentaron una división y
estuvo de acuerdo. Hoy lo que está dividido de palabra y se quiere vender, se firma
y
la
operación
se
hace.
De la Bagliani Sandro tiene guardados unos 30 frascos de dulce de pera. Alguna
vez abrió alguno y les convidó a sus hijos… todos acordaron, estaba bueno…
después les mostró la fecha y todos tosieron asqueados… él siguió comiendo,
estaba bueno todavía.
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