Nacionalismo y totalitarismo En términos de S. Juan Pablo II, la

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Nacionalismo y totalitarismo
En términos de S. Juan Pablo II, la nación existe por y para la cultura y goza así
de una soberanía espiritual, cultural (UNESCO, 1980). Pero, aun en el caso de una
nación de cuya existencia diferenciada no cupiera la menor duda, su soberanía cultural
y el derecho a su propia existencia no exigen necesariamente -- como señalara el
mismo Juan Pablo II-- una soberanía política estatal, siendo posibles diversas formas de
agregación jurídica entre diferentes naciones, como sucede por ejemplo en Estados
caracterizados por amplias autonomías regionales (ONU, 1995).
El nacionalismo, como amor y cultivo de la propia identidad cultural nacional, al
igual que el patriotismo, responde a una tendencia natural y, en cuanto compatible con
el respeto a otros en el cultivo de sus respectivas diferentes identidades culturales, no
ofrece reparo moral alguno. Pero no es ese el caso del nacionalismo político en cuanto
este constituye exigencia y fundamento de un régimen político cuya esencial pretensión
es la de imponer desde el poder, por la fuerza, a todos en un determinado territorio
como única, exclusiva y excluyente, una concreta particular cultura nacional (lengua,
concepción de la vida y destino de un pueblo, símbolos, rituales etc.). Ese nacionalismo
impuesto, obligatorio, lleva consigo, “por definición”, la violación de derechos de las
personas que no comulguen con el ideal nacional-nacionalista de los que mandan y
quieran utilizar otra lengua, pensar de otro modo, afirmar su peculiar diferenciada
identidad… La política de imposición lingüística llevada a cabo por determinados
gobernantes nacionalistas en el ámbito territorial de su todavía limitado poder
autonómico constituye un motivo serio de alarma ante la deriva totalitaria, de corte
fascista, con que aparecen ya marcados determinados proyectos de nacionalismo
político.
Está claro que una organización estatal no-nacionalista puede ser totalitaria, pero
no parece posible que no lo sea una organización política soberana nacionalista, en
cuanto de suyo entraña la imposición dictatorial, totalitaria, del nacionalismo
obligatorio y, por lo mismo, la subordinación de los derechos fundamentales de las
personas a los presuntos derechos de la Nación, idolátricamente hipostasiada. Por esto,
como también advertía S. Juan Pablo II: “Nos hallamos frente a un nuevo paganismo: la
divinización de la nación. La historia ha mostrado que del nacionalismo se pasa muy
rápidamente al totalitarismo” Y cuando el cristianismo se utiliza como instrumento del
nacionalismo “recibe una herida en su mismo corazón y se vuelve estéril” (Al Cuerpo
Diplomático, 1994).
Amar a Dios sobre todas las cosas es amarlo también sobre la propia Nación y
esto supone no sacrificarle a esta los derechos de las personas, de todas, con las que
Jesús, como deja claro en Mateo-25, 31-46, se va a identificar…
Teófilo González Vila.
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