LOS ESPADACHINES DE VARNIS Clive Jackson Escaneado por Sadrac 1997 Las lunas gemelas iluminaban cavilosamente los sedientos suelos rojos de Marte y las ruinas de la ciudad de Khua-Loanis. Los vientos de la noche susurraban alrededor de los frágiles chapiteles y murmuraban en las caladas celosías de las ventanas de los templos vacíos, y el polvo rojo la convertía en una ciudad de cobre. Era cerca de medianoche cuando un lejano tronar de cascos veloces llegó a la ciudad, y pronto los jinetes entraron estruendosamente por los antiquísimos portillos. Tharn, Señor Guerrero de Loanis, al aventajar a sus perseguidores en veinte varas escasas se dio cuenta, fatigosamente, que su delantera mermaba, con cruel espuela acicateó el costado de su Vorklo hexápodo. La fiel bestia dio un apagado relincho de dolor, tratando, infructuosamente, de obedecer. Delante de Tharn, en la gran montura doble, iba sentada Lehni-tal-Loanis, Dama Real de Marte, que cabalgaba en el desmañado animal con suave garbo, inclinándose sobre su cuello estirado para murmurar rápidas palabras de aliento en sus achatadas orejas. Entonces se recostó contra el pecho de Tharn, cubierto con cota de malla, volviendo su bello rostro al suyo; lo tenía coloreado de un vivo carmín por la excitación de la briosa persecución y sus ojos ambarinos brillaban encendidos de amor hacia su extraño héroe, venido más allá del tiempo y del espacio. - Aún ganaremos esta carrera Tharn mío - dijo a viva voz - Allende ese arco queda el Templo del Vapor Viviente y una vez allí podremos desafiar a las hordas de Varnis. Acariciando con la vista su señera belleza, las suaves curvas del cuello, pechos y piernas que el viento dejaba al descubierto batiendo su breve vestimenta. Tharn sabía que aún cuando los Espadachines de Varnis pudieran arrebatarle la vida a él su extraña odisea no habría sido vivida en balde Pero la joven había medido la distancia con certeza, no bien Tharn frenó su relinchante Vorklo, que resbalaba y se encabritaba ante las gigantes puertas del Templo los Espadachines alcanzaron el arco exterior, donde se apiñaron en una maldiciente mole. En breves momentos pudieron separarse y ahora venían cruzando el atrio a viva carrera, pero la demora había bastado para que Tharn 1 pudiera desmontar y situarse en posición de combate frente a uno de los grandes vanos. Sabía que de poderlo defender durante unos instantes, hasta que Lehni-talLoanis lograra abrir la puerta, suyo sería entonces el secreto del Vapor Viviente, y con él, el dominio de todas las tierras de Loanis. Primero trataron los Espadachines de echarles sus cabalgaduras encima, pero tan estrecho y profundo era el vano que Tharn solo tuvo que embestir hacia arriba con la punta de la espada y dar un salto hacia atrás, y la primera bestia caía muerta de una certera estocada que le atravesó el cuello de parte a parte. Su jinete había quedado aturdido por la caída, y saltando Tharn alcanzó el flanco del animal muerto y sin piedad decapitó al infortunado Espadachín. Aún quedaban con vida diez de sus enemigos, y ahora se le abalanzaban encima a pie, pero lo estrecho del vano solo les permitía atacar de cuatro en fila y la posición elevada de Tharn sobre la enorme carroña le daba la ventaja que necesitaba. En sus venas ardía el fuego de la pelea; se les reía en a l cara a mandíbula batiente y su enrojecida espada tenía gélidas filigranas de muerte que ninguno de los Espadachines osaba enfrentar. Lehni-tal-Loanis, pasando sus dedos hábiles sobre el corrompido bronce de la puerta, dio con la cerradura radioactiva e insertó el irisado y fulgurante anillo que llevaba en su pulgar. Con un pequeño sollozo de alivió oyó como empezaban a accionarse los ocultos resortes de seguridad. El vetusto mecanismo iba abriendo la puerta con desesperante lentitud, pero pronto oyó Tharn la cristalina voz de la joven por encima del estrépito de las espadas entrechocantes. - Adentro Tharn mío. ¡Ya es nuestro el secreto del vapor viviente! Mas Tharn, con cuatro de sus enemigos muertos y siete aún por despachar, no podía batirse en retirada de su posición encima del Vorklo muerto sin correr el riesgo de ser reducido a la impotencia por el filo de la espada y Lehni-tal-Loanis, percatada de su dilema, de un salto se puso a su lado desenvainando su propio espadín, al tiempo que exclamaba: - ¡Ay amor mío! ¡Yo seré tu brazo izquierdo! Ahora sintieron los Espadachines de Varnis como los dedos fríos de la derrota les apretaban el corazón: dos, tres, cuatro mas de ellos vieron su sangre mezclarse con el polvo rojo del atrio, al tiempo que Tharn y su aguerrida princesa esgrimían sus fieras espadas en perfecto acorde. Ya parecía que nada podría impedirles apoderarse del misterioso secreto del Vapor Viviente, pero no había contado con la pérfida traición de uno de los Espadachines sobrevivientes. Este dio un salto hacia atrás, retirándose de la refriega, y bruscamente arrojó su espada al suelo. 2 - ¡Al carajo! - gruñó, y sacando de su funda una pistola protónica, de un preciso disparo de sus rayos energéticos, hizo volar en pedazos a Lehni-tal-Loanis y a su amado Señor Guerrero venido desde más allá del tiempo y del espacio. FIN 3