Mise en scène - Papel Digital

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LATERCERA Domingo 12 de julio de 2015
Bitácora Ascanio Cavallo
Mise en scène
C
FOTO: AGENCIAUNO/ARCHIVO
¿Cuál es la capacidad de predicción del gobierno? Sólo este mes se
ha visto sorprendido por un bajo
índice de actividad mensual, una
inflación superior a la prevista, un
alza brusca de la UF y el dólar, un
temblor inquietante en el índice
de desempleo y un precio del cobre
que ya pasa de la gripe a la neumonía. Bueno: ninguno de estos datos
es realmente nuevo. Casi todos habían sido anunciados -en algún
caso, desde el año pasado-, sólo
que por especialistas que el gobierno considera opositores o malintencionados. Este tipo de expertos interesados existe siempre, lo mismo
que los que son simplemente malos, sea por capacidad intrínseca,
sea porque se dejan llevar por el voluntarismo.
Entonces, ¿a qué grupo pertenecen los especialistas del gobierno,
que guardan silencio o muestran
sorpresa con el ambiente depresivo de la economía? En sus 20 años
de gestión, la Concertación dispuso siempre de una batería de economistas que, matices más o menos, tenían competencias y calidades parecidas. Esa troupe de
selección, sin embargo, perdió
abruptamente pie con la creación
de la Nueva Mayoría, cuyo eje hegemónico sostuvo que todas las políticas económicas anteriores, incluidas las de la Concertación, fueron mezquinas, timoratas y, si
apuran un poco, filoderechistas.
Así como la Concertación política
hizo una transición política que
merece ser retroexcavada, su conducción económica tendría que correr igual destino.
El caso es que a la Nueva Mayoría
llegó, como es natural, personal
procedente de esas mismas vertientes. Por ejemplo, Nicolás Eyzaguirre, aunque este ex ministro de
Hacienda fue el que impuso la regla del superávit fiscal, uno de los
Así como la
Concertación hizo una
transición política que
merece ser
retroexcavada, su
conducción económica
tendría que correr igual
destino.
anatemas para los promotores del
máximo gasto del nuevo gobierno,
lo que quizás fuese una buena razón para que ahora se hiciese cargo de Educación, el principal proyecto de reformas del programa de
Bachelet 2. Y también Alberto Arenas. Claro que recién se conoce
–con las declaraciones judiciales
del ex director de Impuestos Internos Michel Jorratt- el grado de subordinación que tenía el titular de
Hacienda con el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, una dependencia totalmente inédita en
los gabinetes del último cuarto de
siglo, que también permite entender por qué es el primer ministro de
esa cartera que pierde su cargo junto con el equipo político.
Tuvo que producirse ese cambio
dramático para que un nuevo ministro, Rodrigo Valdés, dijera lo
que ya era una evidencia clamorosa, esto es, que la performance de
la economía no permitiría cumplir
todos los compromisos que el gobierno estaba adquiriendo, para
que La Moneda, primero, y luego
la dirigencia de la Nueva Mayoría,
aceptaran que es preciso modificar
el rumbo de la administración.
Como si se tratase de no herir oídos demasiado sensibles, esta decisión ha sido fraseada como “priorizar”, un término emergido de un
campo semántico tal, que puede
caber en él la expectativa de que el
gobierno complete su programa
cuando pasen las estrecheces, si
es que eso llegase a ocurrir dentro
del cuatrienio.
Una vez que se acepta que el gobierno tiene los expertos suficientes como para haber interpretado
las señales que estaba acumulando
la economía, incluso aunque ellas
sólo proviniesen del panorama externo y no tuviesen nada que ver
con las reformas, todo esto adquiere un cierto aire de sainete, una
mise en scène donde los protagonistas representan un papel sólo
para la satisfacción de una audiencia mientras se prepara el giro dramático de la obra principal. La insinuación, difundida sotto voce por
algunos, de que el paro de los profesores habría puesto la evidencia
de que el presupuesto fiscal no soportará más presiones de gasto no
hace más que incrementar esta sensación de ficción concertada. Lo
mismo que ha hecho la instalación
de una comisión especial -la séptima de este gobierno- para mejorar la productividad. De esto, se
suponía, estaba encargado el Ministerio de Economía, al menos desde
que perdió el protagonismo de la
política económica en tiempos de
Hernán Büchi. Sin contar, desde
luego, con que la caída de la productividad está archidiagnosticada
desde hace ya varios años.
Ahora que las malas noticias son
públicas, la pregunta es cuál era esa
audiencia a la que se quería complacer. ¿El conjunto de una sociedad infectada por las desigualdades, como
sostenían los diagnósticos originales? ¿Los que fueron convencidos de
que la paz social se compraría presionando el presupuesto del Estado?
¿Los votantes ilusionados con los
proyectos de la Nueva Mayoría? ¿Los
dirigentes del oficialismo entusiasmados con los cambios estructurales? ¿O la Presidenta?
Pero ¿la Presidenta? ¿Otra sorpresa para sus proyectos? ¿Otra
cosa que no se le había dicho? ¿Otra
novedad que se le ha comunicado
después de que lo sabían todos?
A la espera de las respuestas a estos misterios, el ministro Valdés ha
recibido la inesperada posibilidad
de establecer su autoridad sobre la
base de recuperar, no ya esa confianza personalizada que ha sido la
clave de las frustraciones de este gobierno, sino simplemente la capacidad de predicción.R
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