1 LA VENDEDORA DE BESOS* Autor: Estefanía Henao Barrera Galardón: Ganador de la categoría “Palabras de jóvenes” Ella, presa del infortunio, quiso tomarse del pelo más que él y se montó un negocio; su producto es el beso y tiene todo un menú con adiciones: con y sin lengua, torbellino o marea, leve mordisco o bocado voraz, usted elige; apasionado al compás del suspenso o al ritmo de los violines de Vivaldi. Única condición: sus labios no bajarán del cuello, ética profesional, ―usted entenderá―, sería políticamente incorrecto, más caro y doloroso. Sale a esa hora de la mañana cuando las verdaderas putas, que en la boca no besan, terminan su jornada y las mujeres del hogar olvidan brindar sus labios a los esposos porque los tienen ocupados babeando la almohada. Como si vendiese limonada, saca su silla y su puestico. A falta de exprimidor, azúcar y vasos; labial, agua y mentas. Si ustedes supieran lo que agota besar tanto. En la mañana, casados y solteros le piden besos para despertarse, algunos piden colorete para llegar a la oficina como todo un gladiador, muchos, ya viejos y carentes de esposa, piden besos antes de pasar con flores al cementerio o antes de ir a misa, para balancear el peso entre el pecar y el rezar. Ya ven, no falta el galán que le brinde una flor del ramo o uno entero, le narre su vida o regale poesía. Todo esto le sabe a excusa, pero después de todo, ¿quién no ha tomado unos labios pensando en otros?, “Gajes del oficio”, se dice a sí misma mientras arruma regalitos y dobla otro billete destinado al alquiler. Así transcurre la jornada. Al oscurecer se escuchan frases como “Buenas noches, me das un francés con colorete”, contesta “Con gusto”, aunque ya no lo sea, se unta el pintalabios y aplica el beso. Al principio los cronometraba, pero ya ha aprendido a sincronizar; antes se asqueaba, pero ya ha entendido que las muestras de cariño, aun las vendidas, no son para escrupulosos y menos si te pagan las cuentas. Cuando se acerca y los ve cerrar los ojos la invade un inmenso alivio de saberse no vista por su cliente, los 2 imita más por complicidad que por naturaleza. También la han sabido usar con frases como: “Bésame el cuello, mánchame la camisa y la boca todo lo que puedas. ¡Necesito el divorcio!”. A este combo lo ha llamado “engaño”, como reafirmando la mentira. Nadie sabe en qué piensa mientras besa, pero, dicen, no tiene producto malo, que pagarían todas las adiciones y contraindicaciones, ¡lo que fuese!, con tal de prolongar la estancia de sus manos sobre sus barbillas, o porque los dejara siquiera rodar las propias más allá de su ceñida cintura. Hace años no la veía. A mí ya me han sido negados esos labios que ahora canjean besos por pesos, en ese entonces no tenía sus dotes de vendedora, pero sí de mito urbano, había besado a todos mis amigos y cada usuario de sus labios, después del eclipse de su boca con la de ella, contó en breve con un nuevo amor hecho carne. Ramiro fue el primero y a la semana bajo un extraño flechazo o droga, ―como usted prefiera según su definición del amor―, ya tenía entre manos las nupcias y todos nosotros una invitación a presenciar por primera vez la sentencia “Hasta que la muerte los separe”. Por supuesto, ella estaba invitada y allí sus besos, más certeros que el ramo rifado por la novia, volvieron a hacer de las suyas; esa vez besó a una mujer y ni su propio género se libró de ese augurio que sellaba al besar; dos damas de honor, quién lo diría… Así se expandió el germen: boca a boca; por curiosidad de las partes, ella por descartar, los otros por afirmar, ¿qué motiva a las bocas en un principio si no la curiosidad? Hasta que solo quedé yo. Me inundaba la vergüenza ¿qué se supone debía hacer o decir? “¿No crees que se te olvida algo? ¿Alguien?”, qué descortesía pedir un beso con la voz. Aguardé repelido por tantas parejas a mi alrededor, hasta que un día quedamos solo nosotros dos y le pedí un beso con la mirada, con las manos, con los labios, con el cuerpo… y a mí se negó. Le canjeé entonces los besos que no me dio por charlas y paseos; carente de pareja me creyeron inmune a lo que no había probado, hasta que un día, después de tantas peripecias para provocar un beso, me explicó, haciendo uso de términos económicos, que cada vez que besaba a alguien sus ilusiones tendían a la quiebra, mientras las de la otra persona al alza, porque ella era boleto seguro al amor. Por 3 ello, era inevitable que sus reservas para seguir creyendo llegaran a ceros, que a lo mejor, de mezclarse con tantas bocas, había adquirido sus maldiciones impurificables y por eso se rehusaba a besarme, aunque muriera de ganas e impaciencia, no iba a darme el boleto seguro al amor, porque ya no estaría con ella. Y acertó. A pesar de no besarme me fui con otra, no empujado por sus labios sino buscándolos, después de sugerirle, no sin cierto enojo, que mejor montase un negocio. Al enterarme de su actual suerte no dudé en formarme en la fila, he querido matar a todos a los que estaban delante de mí restregándome lo que en un pasado no me brindó, tenía en mi bolsillo el oro suficiente para comprar todos sus besos al mayoreo y al detal, y en mi boca las ganas de gritar que su negocio era idea mía y si los besaba era porque no le importaban. Me contuve y esperé ansioso en la fila mi turno para besar, no creí que me reconociera y, ya ven, lo ha hecho, a escasos milímetro de mi boca, y de nuevo me ha negado sus labios. Nuevamente la curiosidad ha perdido el pulso contra el temor, y me dolió más que nunca su contestación "Retírate, hay labios que nunca vas a besar, pero si quieres me hace falta un vendedor". FIN *Al texto se le modificó el formato y se le corrigieron errores de digitación, lo demás permanece igual a como fue recibido.