FAULKNER ENTRE NOSOTROS Humberto Sotelo (Juan Rulfo, José Revueltas, Gabriel García Márquez) INTRODUCCIÓN En la Conferencia pronunciada con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante (26 de septiembre de 2008), Mario Vargas Llosa expresó: ―Sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina. Los mejores escritores lo leyeron y, como Carlos Fuentes y Juan Rulfo, Cortázar y Carpentier, Sábato y Roa Bastos, García Márquez y Onetti, supieron sacar partido de sus enseñanzas, así como el propio Faulkner aprovechó la maestría técnica de James Joyce y las sutilezas de Henry James entre otros para construir su espléndida saga narrativa‖ *. Aunque ya era un lugar común ese ―obiter dictum‖, el hecho de que lo retomara el autor de La Ciudad y los Perros terminó por reforzar su autoridad, convirtiéndose en una verdad quasi incontrovertible que fue asumida en estos términos no sólo por amplios núcleos académicos sino también periodísticos. Así, en ocasión del 50 aniversario del fallecimiento de Faulkner, la periodista Janet Aguilar Sosa escribió: ―Los 50 años de su muerte pasaron de noche en Hispanoamérica, cuya literatura no sería la que es gracias a sus libros. Por eso hoy lo recordamos (…) No es un secreto a voces; lo dijo Mario Vargas Llosa y lo evidenció Gabriel García Márquez en Cien años de soledad: William Faulkner es el santo patrono (sic) para la literatura latinoamericana; sin embargo, y aun cuando la narrativa de este continente le debe tanto al escritor estadounidense que en 1949 recibió el Premio Nobel de Literatura, no hubo grandes actividades ni ediciones conmemorativas ni mucho menos congresos en su honor a propósito del 50 aniversario de su muerte‖1. En su trabajo ―Faulkner y Latinoamérica‖, Axel Lewis anota: ―Es muy conocida la influencia que tuvo Faulkner en los escritores latinoamericanos, sobre todo en los que pertenecen al llamado Boom‖. Y se refiere enseguida a los escritores que ―pasaron por la casa de Faulkner‖: Augusto Roa Bastos, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, José Donoso, Guillermo Cabrera Infante, Ernesto Sábato, José Lezama Lima, Juan Rulfo, Alejo Carpentier y Reynaldo Arenas, ―para nombrar a unos cuantos‖. Y concluye ¬-citando a Vargas Llosa-: ―sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina‖ 2. José Joaquín Blanco escribe :―Curiosamente, si bien ha influido a algunos narradores sureños como Flannery O‘Connor, Carson McCullers y Truman Capote, Faulkner ha tenido mayor descendencia entre los narradores latinoamericanos: Carpentier, Lezama Lima, Asturias, Onetti, Rulfo, Revueltas, García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, entre centenares, que en su propio país, donde es casi señal de buena conducta desaprobarlo. A los latinoamericanos nos faltaba engrandecer, ennoblecer, así fuese tan sólo mítica y literariamente, nuestra desastrosa historia como naciones independientes. Acaso Faulkner no alcanzó a enterarse antes de su muerte que había fundado —de la mano de Valle Inclán— el ‗realismo mágico‘ latinoamericano‘ ‖ 3. Quien esto escribe es un gran admirador de Faulkner, pero recusa totalmente la tesis de que es el ―santo patrono‖ de la literatura iberoamericana. Estoy convencido de que el mismo autor de El Sonido y la Furia hubiese prorrumpido una sonora carcajada de escuchar en vida un dislate semejante (a lo largo de este trabajo trataré de demostrar por qué sostengo esto). Sin lugar a dudas habrían acudido a su memoria las voces que aseguraban que sus obras principales no eran sino un reflejo inequívoco de sus lecturas de Joyce (sobre todo el Ulysses). No deja de llamar la atención la facilidad –y prontitud—con que se imponen ese tipo de expresiones de colonialismo cultural, y les denomino así porque se parte del supuesto de que las grandes obras de algunos de nuestros principales creadores son inexplicables sin las ―influencias‖ de autores provenientes de los países centrales. Curiosamente en Hispanoamérica existe una gran tradición de repudio al colonialismo económico y político, empero a todas luces éste no marcha en correspondencia con sus manifestaciones en el campo de la cultura. Desde luego estamos muy lejos de asumir aquella postura ingenua que recusa la transculturación sin percibir sus enormes potencialidades creativas: ¿quién puede negar que la cultura es un fenómeno universal que desborda las fronteras entre las naciones, transvasando valores, lugares comunes, tradiciones, costumbres, etc.? El problema estriba en superar el prejuicio que con-funde transculturación con aculturación. En su excelente libro Transculturación narrativa en América Latina, el crítico uruguayo Ángel Rama señala que la ―política de tierra arrasada‖ que se impuso en nuestro hemisferio a partir de la conquista y colonización hispano lusitana ––-y posteriormente con el predominio de las oligarquías nativas–– no necesariamente se impuso en el terreno cultural. En éste, escribe, el conflicto se resolvió de manera distinta, ya que las regiones ―se expresan y afirman, a pesar del avance unificador. Se puede concluir que hay, en esta novedad, un fortalecimiento de las que podemos llamar culturas interiores del continente, no en la medida en que se atrincheran rígidamente en sus tradiciones, sino en la medida en que se transculturan sin renunciar al alma, como habría dicho Argüedas. Al hacerlo robustecen las culturas nacionales (y por ende el proyecto de una cultura latinoamericana), prestándole materiales y energías para no ceder simplemente al impacto modernizador externo en un ejemplo de extrema vulnerabilidad. La modernidad no es renunciable y negarse a ella es suicida; lo es también renunciar a sí mismo para aceptarla‖4. En esas palabras, a nuestro parecer, se encuentra la clave que explica la riqueza y complejidad de la literatura latinoamericana: el subyugamiento social, político y económico del hemisferio no exterminó nuestras raíces culturales, debido principalmente a la resistencia que ofrecieron las regiones (el historiador mexicano Luis González diría ―las matrias‖). Si bien los conquistadores y opresores nativos –vgr. los caciques criollos- lograron expulsar a las deidades indígenas y su lengua, no lograron sin embargo imponer su visión del mundo, y en general sus valores, a los vencidos. De ahí que en determinados periodos de la historia de nuestro hemisferio hayamos tenido expresiones artísticas superiores en no pocos aspectos a las originadas en los países centrales. El colonialismo cultural pierde de vista las complejas –complejísimas— redes y tramas que se entretejen en los hilos de la literatura (y del arte en general). Aunque a veces la urdimbre principal se teje en determinadas regiones, de repente los hilos se separan o se rasgan construyendo su propia red, llegando en no pocos casos a invadir la misma matriz de la que provienen. Ernesto Sábato ––en su prólogo a Ferdydurke, del novelista polaco Witold Gombrowicz— observó con agudeza el papel transformador que han ejercido las culturas periféricas en la literatura y en los otros campos del arte. Al respecto mencionaba el ejemplo de Don Quijote —obra escrita en un país que en el siglo XVII se encontraba precisamente en la periferia de cultura europea—el cual abrió la senda de la novela moderna, haciendo añicos los cánones literarios de la época. Lo mismo, siglos después, ocurrió con el Ulysses de Joyce, libro que surgió también en un ―país periférico‖, Irlanda. Esta tesis pareciera confirmarse con la obra del anglo-hindú Salman Rushdie (cuya obra, por cierto, no pocos críticos han comparado con el realismo mágico latinoamericano), autor que también ha traído un viento refrescante a la literatura moderna. Si bien se educó en Inglaterra, sus raíces culturales se encuentran en su tierra natal, la ―periférica‖ India. Trabajos suyos como Los Versos Satánicos, Vergüenza, y Los Hijos de la Medianoche representan una verdadera sacudida a la novela moderna, más allá de los escándalos en que se ha visto envuelto su autor debido a las amenazas que le lanzó el tristemente célebre Ayatola Jomeini. Me vienen a la memoria unas palabras que escribió George Steiner en 1976, o sea, 13 años antes de la aparición de Los Versos Satánicos : ―Al mirar la escena actual, me pregunto si la mayor esperanza para un renacimiento de la palabra, en el ámbito literario, no residirá en un novelista inglés de ancestro irlandés o de formación anglo-india‖ 5. ¿Acaso no tales palabras confirman el planteamiento de Sábato? No me propongo en este lugar ahondar al respecto –dado que ello implicaría desplegar una investigación más exhaustiva. Sólo me limitaré a señalar que, siguiendo al autor de El Túnel pareciera, pues, que en determinados contextos y ocasiones las naciones inmersas en la ―periferia cultural‖ son las encargadas de inyectarle vitalidad a la novela, una vez que entra en decadencia la cultura de los países inmersos en la centralidad mundial (que en nuestro días, desde luego, ya no se limitan al bloque tradicional de las naciones occidentales). Siguiendo ese razonamiento, pienso que autores como Juan Rulfo, José Revueltas, Gabriel García Márquez, y otros, han logrado una originalidad que difícilmente se localiza (sólo) en las ―influencias externas‖. Tal vez sientan el peso omnipresente de autores como Joyce, Musil, Proust, Kafka, etc., empero –aunque no se percaten de ello– han logrado (gracias a sus raíces culturales) remontar el vuelo, convirtiéndose en creadores con sus propias alas. Aquí evocamos una observación de Roberto Fernández Retamar, que tiene que ver con la situación que mencionamos: ―En los últimos años, a medida que la literatura hispanoamericana encontraba acogida y reconocimiento internacionales, se ha hecho cada vez más evidente la incongruencia de seguir abordándola con un aparato conceptual forjado a partir de otras literaturas. Mientras a un complejo proceso de liberación (…) lo acompaña una compleja literatura que en sus mejores creaciones tiende a expresar nuestros problemas y a afirmar nuestros valores propios, sin dejar de asimilar críticamente variadas herencias, y contribuye así, de alguna manera, a nuestra descolonización, en cambio esa misma literatura está todavía considerablemente requerida de ser estudiada con óptica descolonizada; o incluso se la propone como algo distinto de lo que en realidad es —de nuevo como una mera proyección metropolitana—; con frecuencia, mediante una arbitraria jerarquización que empuja en primer plano sus búsquedas formales, y oscurece sus verdaderas funciones : todo ello con motivaciones y consecuencias ideológicas diversas y a menudo diversionistas‖ 6. Se han escrito ríos de tinta sobre ―Los Nuestros‖—como les llama Luis Harss, crítico que ha hecho aportaciones inmensas a la comprensión de la literatura latinoamericana. Incurriríamos en una verdadera ingenuidad si creyésemos estar en condiciones de escribir algo nuevo, algo que no hayan dicho ya autores como el citado. En este trabajo sólo pretendemos contribuir –aunque sea con un grano de arena— a mostrar que es una falacia el aserto que sostiene que Faulkner es ―el padre de la actual literatura latinoamericana‖. Aquí sólo analizaremos los casos de Juan Rulfo, José Revueltas y de Gabriel García Márquez, en el entendido de que ir más allá (tendríamos, por ejemplo, que indagar los casos de Juan Carlos Onetti, Joao Guimaraes Rosa, Alejo Carpentier, etc.) lo cual desbordaría nuestras posibilidades, por lo menos a corto plazo. NOTAS * Vargas Llosa, en ese mismo lugar, aclara que ―quisiera disipar un prejuicio: que haber recibido ‗influencias‘ merma la originalidad de un escritor. Parece inútil repetir lo obvio, pero, en vista de que aquella falacia asoma constantemente tanto en trabajos académicos como en artículos periodísticos, conviene recalcar esta evidencia. Ningún escritor es una isla, todas las obras literarias, aun las más renovadoras, nacen en un contexto cultural que está presente en ellas de alguna manera –ya sea que reaccionen contra él o lo prolonguen- y todos los escritores, sin excepción, encuentran su personalidad literaria –sus temas, su estilo, sus técnicas, su visión del mundo– gracias a un intercambio constante –lo que no quiere decir en todos los casos consciente, aunque en muchos sí– con la obra de otros escritores. Todos, sin excepción, reciben influencias que los estimulan y enriquecen, aunque, otras veces, es cierto, los ahogan, convirtiéndolos en meros epígonos (…) Los grandes creadores lo son porque metabolizan aquellas influencias de una manera creativa, incorporándolas a su propia voz, aprovechándolas de tal modo que su presencia llega a ser invisible, o poco menos, pues se ha integrado a su obra hasta ser parte constitutiva e inseparable de ella‖. 1 Aguilar Sosa, Janet, ―Su majestad William Faulkner‖, El Universal, Cultura, 11 de agosto de 2012. 2 Lewis, Axel, ¡Faulkner, Faulkner!, en Red Social Locus. 3 Blanco, José Joaquín, ―Incomodidad y grandeza de William Faulkner‖, Nexos, 1 de julio de 2004. 4 Rama, Ángel, Transculturación narrativa en América Latina, Siglo XXI, México, 1987, 3º. Edición, 1987, pág. 71. Las cursivas son nuestras. 5 Steiner, George, Language e Silenc, Atheneum, New York, 1976, pág. 88. 6 Fernández Retamar, Roberto, Para una Teoría de la Hispanoamericana, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1977, pág. 68. literatura