Medidas para evitar el clientelismo y el acoso laboral en la Administración. «Hace más ruido un árbol al caer que todo un bosque creciendo». Eso es lo que sucede en la Administración pública, donde la tupida red de intereses privados, clientelismo, y contratos «a dedo» lleva años extendiéndose ante la indiferencia general. Ha tenido que llegar la crisis para que nos resulte intolerable el despilfarro en automóviles oficiales, mobiliario, viajes, restaurantes, y el creciente número de asesores, directivos y puestos de confianza. Los ciudadanos nos damos cuenta de lo podridas que están algunas raíces y reclamamos con urgencia la regeneración de la democracia y de la Administración. Según cifras oficiales de enero de 2008, el número de empleados públicos en nuestro país ascendía a 2.582.846, un millón más que hace 25 años. La Administración General del Estado ocupa a un 21% del personal, frente al 50% largo de las CC.AA, y un 24% en las administraciones locales. Sin embargo, este aumento de empleados públicos (uno por cada siete personas ocupadas) no se ha traducido en una mayor eficacia de los servicios públicos, antes al contrario, en mayor descoordinación y más despilfarro. En junio de 2007, el entonces Ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, presentaba en el Congreso el proyecto de Estatuto del Empleado Público. Se trataba de «un hito histórico», según R. Zapatero, para «transformar la Administración que nos ha quedado en la Administración que necesitamos». El borrador fue elaborado sobre un informe externo por el que se pagaron 54.480,72 euros. ¿Acaso no le gustó al gobierno la opinión de la Federación de Asociaciones de Cuerpos Superiores de la Administración Civil del Estado (FEDECA)? En su dictamen leemos: «la categoría “empleado público” (incluyendo el personal laboral) resulta desconocida por nuestro derecho positivo, y la Constitución obliga a dictar un Estatuto de los funcionarios públicos, ya que la función de la legislación estatal «no es la de servir como regulación supletoria de las normas autonómicas.» Señalaban además la necesidad de garantizar estabilidad y confianza en el puesto de trabajo a través de la reducción de decisiones políticas y libre designación». Lo cierto es que la Ley resultante, la EBEP, deja mucho que desear a pesar de que insiste en que el texto «ha sido elaborado por una Comisión de expertos constituida al efecto tras un intenso período de estudio y reflexión». ¿Tanto experto y tanta reflexión para acabar anunciando que la Ley se tendrá que desarrollar por otra ley estatal y por 17 leyes autonómicas? Claro que no debería extrañarnos; éste es otro bosque en el que andamos perdidos: permitir 17 legislaciones distintas sobre la misma materia. José Antonio Olmeda, profesor de Ciencia de la Administración en la UNED explica cómo el cliententismo ha llegado a institucionalizarse: «Cuando los políticos llegan al poder, crean instituciones paralelas y sitúan al frente de ellas a personas cercanas, porque desconfían de los funcionarios de carrera. Las agencias, consorcios y fundaciones externas les ofrecen, además, mayor libertad de movimientos. Cada nuevo gobierno supone nuevos organismos y nuevos nombramientos, que se yuxtaponen a los que ya existían.» Para colmo, «muchas veces se escogen personas mediocres que no le hagan sombra al dirigente». Por su parte, el Diario de Mallorca publicaba que «los partidos cobran a sus altos cargos hasta un tercio de su salario», desde un 2% hasta un 30%. De esta forma «los comisionistas logran una financiación extraordinaria que justifica el número siempre creciente en las instituciones y empresas públicas de cargos "eventuales", como los denomina la eufemística institucional.» De nada sirve que los tribunales insistan en que la designación de eventuales («a dedo») o la promoción de funcionarios («afines») de libre designación ha de ser excepcional, estar justificado y explicado. O que el artículo 103 de la Constitución establezca un estatuto ineludible de acceso a la función pública de acuerdo con los principios de igualdad mérito y capacidad. Claro que, no hay que ser ingenuos; para regenerar la democracia también es necesario regenerar la sociedad y acabar con la cultura del «enchufismo» tan arraigada en España. El nepotismo necesita no sólo de un gobernante carente de ética dispuesto a repartir favores, sino también del pariente o amigo ávido de recibirlos. Como cuenta Joaquín Leguina en su estupendo libro Los ríos desbordados, cuando en 1979 fue nombrado concejal de Hacienda del Ayuntamiento de Madrid, alguien le dijo: Desengáñate, nadie pensará que pintas algo en el Ayuntamiento hasta que no coloques de conserje a uno de tu pueblo.» Lamentablemente, 30 años más tarde, todo sigue igual; en realidad, mucho peor, porque no hablamos del sueldo de conserje, sino de los elevados salarios y dietas que pagamos con dinero público a los directivos y consejeros del entramado de sociedades mercantiles consorcios y fundaciones dependientes del Estado y, sobre todo, de las Comunidades Autónomas y Entidades Locales, cuyos nombramientos y retribuciones se caracterizan por su opacidad. ¿Acaso es esta « la Administración que necesitamos»? Del programa electoral de UPyD, «Regeneración Democrática» en la página 17 entresacamos las siguientes medidas: - Retribuir los altos cargos de libre designación de modo que nunca superen un porcentaje dado de los ingresos previos y demostrables del candidato - Limitar el porcentaje de cargos de libre designación o fuera de convenio y del tiempo en que una misma persona puede ocupar tales cargos. - Prohibición de que los aumentos retributivos de los cargos electos que superen el doble del IPC del último año puedan entrar en vigoren el mandato vigente y de que haya más de un aumento por mandato. Francisco Aznar.