resumen de la charla del Dr. Juan Gérvas a los estudiantes de

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¿POR QUÉ SER MÉDICO SI YA HAY INTERNET?
CARTA ABIERTA
A UNA ESTUDIANTE DE PRIMERO DE MEDICINA1
Juan Gérvas
Médico general, Equipo CESCA, profesor honorario Departamento de Salud
Pública, Universidad Autónoma de Madrid
jgervasc@meditex.es www.equipocesca.org
Los buscadores de Internet permiten acceder al diagnóstico y al tratamiento
de gran parte de las dolencias que nos afligen. Al teclear los signos y
síntomas se obtiene una aproximación que puede ser más cierta que la que
nos ofrezca un médico de “carne y hueso”.
¿Sobramos, pues, los médicos?
Intentaré demostrarte, querida alumna, que no, que los médicos seríamos
necesarios incluso aunque la inteligencia artificial pudiera sobrepasar la
prueba de Turing. Por cierto, entra en Internet y lee sobre Alan Turing, su
vida y su “prueba”. Turing pereció en cierta forma por ser homosexual, en un
periodo después de la Segunda Guerra Mundial en que los médicos
definíamos la homosexualidad como enfermedad. Una muestra del abuso
médico con sus graves consecuencias en las vidas de los pacientes y de las
sociedades. La homosexualidad es todavía delito con pena de muerte en
algunos países, es pecado en otros muchos, es enfermedad en varios y
“desviación de la normalidad” en muchísimos. Los médicos no somos ajenos
a estos disparates que hoy continúan por otros caminos; el sexo y la
actividad sexual son fuente de ingresos para muchos proxenetas (lee, que te
interesará, el libro de Ray Moynihan y Bárbara Mitzes “Sex, lies and
pharmaceuticals. How drug companies plan to profit from female sexual
dysfunction”, en el que se consideran los métodos de quienes inventan
enfermedades con tal de hacer negocio, a propósito de la transformación de
la “disminución del deseo sexual femenino” en diagnóstico tratable con
medicamentos)
Creer en las tecnologías (Internet y otras) como solución al sufrimiento y al
temor a la muerte es insensato. Las tecnologías sólo ayudan, desde el
fonendo a la anestesia, desde las vacunas a la morfina, desde la mejor forma
de organización a la mejora en la transmisión de conocimientos, desde la
1 Este texto resume la charla a los estudiantes de primero de medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, el 14
de septiembre de 2010. Fue organizada por IFMSA-SPAIN de la Autónoma (AIEME-UAM). IFMSA es la
International Federation of Medical Students Associations. Este texto se distribuye bajo licencia Creative Commons
by-nc-sa 3.0, por lo tanto se puede distribuir libremente y reelaborar a condición de citar al autor, no utilizarlo para
fines comerciales y mantener el producto subsiguiente bajo este mismo tipo de licencia (licencia completa).
videoconferencia al blog/bitácora. Pero no hay solución al agobio de vivir, no
hay respuesta científica al miedo a la muerte. La religión puede ofrecer vida
eterna o transmigración, la medicina no. El dolor siempre nos acompañará; el
sufrimiento es parte de la vida. Decía el clásico “¿Murió? No; acabó, que
comenzó a morir cuando nació”. Las tecnologías no pueden ofrecer ni la
compasión, ni la empatía, ni la piedad que puede dar a manos llenas un
médico científico y humano, el “sanador” que fuimos y debemos ser.
Complejidad humana
Tenemos un cerebro que no nos merecemos. Cuando lo estudies, querida
alumna, no dejes de maravillarte de su complejidad. Sorpréndete, por
ejemplo, con el estudio de la visión. Va desde la embriología a la anatomía
del ojo y de los nervios ópticos (con su lugar protegido en el cráneo y cara) y
a su función, con la retina como “extensión” del propio cerebro que se asoma
al exterior y que ya “interpreta” las radiaciones del espectro visible. No
olvides que ni en la corteza visual ni en ninguna parte del cerebro hay una
“pantalla” ni la representación de hologramas. ¡Y sin embargo vemos!
Gobernar el cerebro humano es complejo. Quizá por ello las drogas son
parte de todas las culturas. En las nuestras las drogas legales son muchas:
cafeína, teína, nicotina, etanol, tranquilizantes, somníferos, ansiolíticos,
codeína y otras. Sobrevivimos con ellas y con los ritos socialmente
aceptables para su uso en común (bodas, fiestas, romerías, celebraciones,
sobremesas, etc.) o en solitario (“no duermo, doctor, y esa píldora me ayuda
a dormir; no es como los drogadictos, que lo quieren porque sí, es que la
necesito, ¿sabe?”). Con todo, al final surgen los celos, la frustración, la
angustia de vivir, la desazón, el arrepentimiento, los recuerdos
desagradables, la envidia, la insatisfacción, la decepción y otros cien
sentimientos que nos hacen infelices, incluso en medio de la opulencia de los
países desarrollados.
No olvides que los médicos tendemos más al consumo de drogas (sobre
todo psicofármacos) que los legos; es nuestra respuesta a la dureza de la
convivencia con el sufrimiento y la muerte. Cuida su consumo, especialmente
si se convierte en una forma de “aguantar” el trabajo brutal de las guardias (o
de la consulta diaria). Ten siempre presente que también los médicos nos
suicidamos más, por lo que la respuesta a las aristas de la profesión debería
ser sana, en el sentido de la salud mental.
Nos movemos entre Eros y Tánatos, ambos relacionados con la noche,
ambos lamentablemente asociados a lo obscuro. Pasamos del “caca, culo,
pedo, pis” al “polla, coño, polvo” y volvemos al comienzo en la vejez. Es un
breve recorrido al que nos obliga la materia que forma nuestros cuerpos
(“nacer, crecer, reproducirse y morir”). Y que no sabemos ni cómo se
transforma en inteligencia ni como en piedad. La disección del cerebro
ciertamente no permite descubrir el alma pero tampoco el amor. Y amor
buscamos todos, y pocos somos los afortunados en querer a quien nos
quiere. Nadie puede prometer “amor” a la especie humana. Tampoco se
puede garantizar “salud”.
La salud se puede promocionar, se puede cuidar, se puede proteger, pero la
salud es un bien que nadie puede asegurar. La Ley de Hierro de la
Epidemiología se cumple siempre, y muere todo el que nace. Podemos evitar
algunas enfermedades, podemos retrasar algunas muertes, pero cada
enfermedad y cada muerte es distinta según el individuo al que le afecte. No
seas, querida alumna, “idealista”. Sé “empirista”. Las enfermedades son
estados cambiantes mal definidos que cada paciente vive de forma personal.
“No hay enfermedades sino enfermos” es un lema clave para el médico. Y es
una verdad científica que explica bien el empirismo, no el idealismo. El
empirista cree en lo que ve, en enfermos, no en enfermedades. El enfermar
(el padecer la enfermedad) es mucho más que la enfermedad.
Los enfermos padecen en los tres sentidos clásicos, biológico, psíquico y
social; no dejes, pues, de “explorar” esos mundos que muchas veces
tendemos a ignorar los médicos. Por ejemplo, el mundo laboral del paciente
y la repercusión de la enfermedad en el mismo (en ese sentido considera
siempre que el que cuida de la casa trabaja en ella; la pregunta prudente es
“¿trabaja usted fuera de casa?”). En otro ejemplo, la repercusión del
enfermar en la sexualidad del paciente; somos una especie de reproducción
sexual, pero el sexo humano es mucho más que biología; no tengas falso
pudor para hablar de ello con los pacientes (y trata de tener una vida sexual
plena, como forma de enfrentarte con “normalidad” a estas cuestiones).
Mucho sufrimiento humano tiene su origen (“la causa de la causa”) en los
determinantes de salud, sobre todo en la injusta distribución de la riqueza.
Así, son variados los ejemplos que demuestran que “unos escupen sangre
para que otros vivan mejor”. Sirve el caso del algodón, cuyos subsidios en
los EEUU (para menos de veinte mil agricultores-empresarios) conllevan
competencia desleal al algodón de mejor calidad de países pobres como
Malí que, por consecuencia, ven perder cosechas, desplazar poblaciones y
morir a muchos. En lo clínico, recuerda la Ley de Cuidados Inversos (recibe
más cuidados quien menos precisa, y esto se cumple más rigurosamente
cuando más se oriente al mercado el sistema sanitario) e intenta revertirla
prestando cuidados según necesidad, con especial calidad a los que tienen
más problemas de acceso a los servicios médicos. Participa todo lo que
puedas en la lucha social contra las causas de esa Ley.
Comprender la complejidad humana exige del médico “salir de la medicina” y
pasearse por los mundos de la economía, de la antropología y de la
sociología, cosa que te recomiendo hagas como parte de tu formación (“el
médico que sólo medicina sabe, ni medicina sabe”).
Complejidad social
Si los seres humanos somos complejos, ¡qué decir de nuestras sociedades!.
En la visita de un marciano quizá lo que más le llamase la atención sería el
lenguaje. Probablemente el marciano terminaría estudiando lingüística para
intentar entender a los humanos. En cierta forma parece que somos “seres
para el lenguaje” como cuando estudies genética, querida alumna, te
parecerá que nuestro destino es ser complejos “portadores de genes”. El
lenguaje nos permite establecer clasificaciones y códigos. El lenguaje es una
interpretación del mundo que al tiempo facilita las relaciones humanas y
limita nuestra visión global. Pensamos lo que somos capaces de expresar. Lo
que no expresamos afecta al sistema límbico, que estudiarás querida alumna
como una maravilla mal comprendida todavía, una maravilla que influye en
el mundo de tus emociones, tan conectado al sistema olfativo.
Gran parte del tiempo de tu aprendizaje se dedicará a la adquisición de un
lenguaje médico, al dominio de la jerga sanitaria. Esa lengua te ayudará a
conectar con tus pares, a formar parte de una tribu, la tribu en que nos
integramos los “sanadores”. Emplea dicha lengua a favor del paciente, no en
su contra (de hecho, el consejo debería ser general, “nunca estés en contra
del paciente”). Por otra parte, no dejes que te vacunen con esa lengua contra
la “escepticemia” (es escepticemia una enfermedad de baja contagiosidad
contra la que se vacuna a los estudiantes en las facultades de medicina).
Cuida tu lenguaje verbal y corporal, las formas y la cortesía; tú eres el más
poderoso placebo; un gesto, una palabra amable logra milagros. Por
ejemplo, tomar la mano del viudo en la visita tras el entierro, apoyarla en el
hombro de la violada que acude a urgencias, empezar toda entrevista clínica
con un dar la mano al tiempo que te presentas al paciente, tener flores
naturales en la mesa de tu despacho, etc. Tus palabras con empatía pueden
hacer sonreír a un terminal, pueden hacer llorar a quien parece duro y hostil:
no hay paciente que se “resista” a un médico afable y comprensivo, piadoso
y con conocimientos científicos y habilidades técnicas.
Las sociedades se dotan de normas que nos son más que “instituciones”,
acuerdos que en general respetamos. Por ejemplo, nos parece mal a todos
que los médicos se entreguen con armas y bagajes a las industrias, de forma
que sean los intereses de los accionistas, y no las necesidades de los
pacientes y de la sociedad, los que guíen las decisiones médicas. Hay
organizaciones
que
buscan
promover
relaciones
transparentes,
proporcionales e independientes con las industrias. En España “Nogracias”, y
en el mundo HealthySkepticism. Los estudiantes no son ajenos a estos
movimientos, y bien lo demuestra en España el desarrollo de Pharmacriticxs
por los estudiantes de IFMSA y en algunos países la implantación del
movimiento “facultades de medicina transparentes” que promueve la
declaración de intereses y de compromisos con las industrias de todos los
profesores, y la erradicación de material promocional de las aulas y espacios
docentes. En lo práctico, por ejemplo, cuando vayas a oncología pregunta
querida alumna a los médicos por sus ingresos económicos por la
“participación en ensayos clínicos de sus pacientes”.
En Georgia se ha descubierto un cráneo prehistórico con la dentadura
desgastada. Sin dientes no se podía vivir en aquellos tiempos en que no
existía ni el arte de cocinar ni el simple hervir los alimentos. Ese cráneo
demuestra el cuidado que recibió su dueño, la atención y la piedad de los
que fueron sus contemporáneos. Con el tiempo, las sociedades
desarrolladas han organizado un sistema sanitario y unas prestaciones
sociales que facilitan el ejercicio de esa piedad y atención como parte de la
justicia (no de la caridad). En todos los países desarrollados, con la notable
excepción de los EEUU, existe un sistema sanitario público que ofrece
atención según necesidad, no según capacidad de pagar.
Público, querida alumna, significa “financiación pública”. El sistema sanitario
español es una anomalía entre los sistemas sanitarios públicos mundiales.
Ningún otro tiene estos ejércitos de médicos asalariados en los hospitales y
en los centros de salud (sólo se ven en Finlandia, Portugal y Suecia). Los
más habitual (desde Canadá a Nueva Zelanda, desde Austria a Noruega,
desde Italia a Japón) es el médico como profesional independiente, lo que no
significa que el paciente tenga que pagar por sus servicios; la atención
médica suele gratis en el punto del servicio.
En España, además, el sistema sanitario público es poco público, pues lo
privado casi cubre el 30% del gasto sanitario total. En la práctica eso explica
que las bocas de los ricos se puedan distinguir perfectamente de la de los
pobres, pues la odontología está muy pobremente cubierta en España. La
pobreza es un determinante de salud (“causa de la causa”), y lo es para el
acceso al sistema sanitario y para la prestación de cuidados tras acceder a
los mismos.
Es importante que comprendas la organización del sistema sanitario, su
financiación y las políticas que sustentan las distintas opciones. Nada es
casual, y serás médico en una determinada cultura y un contexto social que
conviene entiendas. Internet te puede ayudar a cumplir este fin, pero no es
un fin en sí mismo.
La respuesta al dolor y al sufrimiento
El médico primero fue el chamán, el brujo de la tribu, el individuo capaz de
ofrecer consuelo al que sufría. Consuelo espiritual a través de hechizos y
rituales y consuelo físico a través del uso de medicamentos y de otras
técnicas, como arreglo de fracturas y luxaciones, amputaciones y demás.
Este individuo fue probablemente el primer miembro de la tribu que consiguió
no tener que cazar para comer, pues otros lo hacían para él, en pago a sus
servicios. Hay quien sostiene que eso mismo logró, y puede estar en el
origen de los médicos, la comadrona, la mujer que atendía en el parto de las
otras y la que sabía cómo abortar cuando se quería. Esta interpretación
cuadra más con lo políticamente correcto, pero me temo que somos más
herederos del “listo” de la tribu que de la comadrona.
Con los años aparecen el médico de los ejércitos y el que atiende a los
pobres, ambos pagados por salario, mientras los médicos de los “libres” eran
pagados por acto. En España, Alfonso X El Sabio ya estableció que “el físico”
probara su formación y que fuera admitido por los otros físicos de la
localidad, como forma de reconocer su valía y capacidad (con el consiguiente
“monopolio” que hasta hoy se mantiene). Este físico era médico general,
cirujano y dentista, y hasta farmacéutico. También en España, los gremios
desarrollaron en la Edad Media el pago por capitación (“la iguala”, a un tanto
por cada miembro del gremio, para asegurar la atención a minusválidos,
viudas y huérfanos).
A finales del siglo XIX, el desarrollo de la ciencias químicas, físicas y
biológicas y del capitalismo hicieron posible el florecimiento de las
especialidades; algunos médicos se dedicaron a campos muy concretos,
como pediatría o ginecología y existían clases media y alta que podía pagar
por sus servicios. La especialización ha crecido imparablemente y en el
siglo XXI ha llegado a ignorar que “el todo es más que la suma de sus
partes”, muy cierto respecto a las personas. Los especialistas cada vez son
más cíclopes de un sólo ojo; ojo que por lo preciso ya no es lupa ni
microscopio óptico sino microscopio electrónico, peligroso cuando se aplica
fuera de su área de conocimiento. De ahí la necesidad de combinar saberes
de médicos generales y de médicos especialistas.
Los médicos contamos con el fervor de la sociedad, como se demuestra de
continuo en las encuestas donde, por cierto, los políticos salen siempre
despreciados socialmente. Son un ejemplo a no imitar. Lo que importa, pues,
es la meritocracia, el valor de lo que los médicos saben y hacen. Ello lleva a
los pacientes a nuestras consultas y a entregarse en cuerpo y alma en la
esperanza de la curación o del alivio a sus males. Los médicos traspasamos
casi sin darnos cuenta las barreras de la piel y del alma y conviene que no
abusemos de ese poder. Es infrecuente el abuso sexual en las consultas, por
ejemplo, pero existe; no lo olvides querida alumna pues sirve de indicador de
abusos más frecuentes que rompen el deber del secreto médico y el derecho
a la confidencialidad del paciente y que atentan a su dignidad.
Los médicos tenemos un poder limitado, finito. Hay casi magia en nuestras
consultas (por ejemplo, en la mía cuando una crema de anestesia local me
permite extirpar sin dolor un nevus, o cuando un pegamento me permite
“suturar” una herida sin utilizar puntos, o cuando un medicamento logra
eliminar el dolor en un paciente terminal, o cuando hago reír a un niño que
viene llorando con un diente roto tras una caída), pero no somos magos sino
simples sanadores. Tampoco somos científicos, pero utilizamos la ciencia
para discernir lo verdadero de lo falso (y la filosofía para distinguir lo
importante de lo irrelevante). No seas maga, querida alumna, pero tampoco
científica en falso. Por ejemplo, nunca creas que la estadística es ciencia ni
que “salvas vidas”. Ni creas en la “resucitación cardiopulmonar” (es simple
“reanimación”). La estadística es sólo una herramienta que no debería
cegarte con su apariencia de neutralidad científica, pues los números se
manipulan tanto como las ideas. Por ejemplo, la definición de salud está
transformando en “biometría” el sentirse sano, al delimitar con falsa precisión
estadística los cada vez más estrechos límites de la “normalidad”. En
general, querida alumna, prefiere acertar por aproximación que errar con
precisión y no temas decidir por “inferencia probabilística” (cálculo
aproximado de probabilidades que se van refinando casi inconscientemente
en el cerebro).
Inevitablemente, cometerás errores que te dolerán como quemaduras
permanentes. Identifica los errores; analiza la cadena de eventos que les
precedió; compártelos con el paciente y sus familiares para entenderlos y
que te entiendan; coméntalos con tus pares (todos cometemos errores, pero
en la mayoría de los casos nos duelen tanto que nunca hablamos de ellos);
repáralos en lo que puedas y actúa en forma que no se vuelvan a repetir.
Los médicos solo prolongamos vidas. Insisto, todo el que nace muere. Al que
libramos hoy de la muerte por enfermedad vacunable puede mañana matarlo
irónicamente el hambre. Por ello es importante preguntarse por la calidad de
vida que logra la prolongación de la misma. Pregunta crítica en estas
sociedades occidentales en que crece sin cesar la muerte por suicidio.
No basta con “salvar vidas”. Importa la calidad de vida que seguirá a nuestra
acción. La vida no es “el bien supremo”. A veces vivir es peor que morir,
como bien demuestran las opiniones de los padres de algunos niños de “bajo
peso al nacer”, que creen que el resultado sanitario al cabo de los años ha
sido peor que la muerte. Hablar de vida y de las consecuencias de los actos
médicos es también hablar de la eutanasia y también del aborto voluntario.
No cabe la negativa ni la “objeción de conciencia” indiscriminada, sino la
respuesta humana, piadosa y científica. Todo aborto, voluntario o
espontáneo, provoca una conmoción en la mujer. Todo aborto voluntario es
un fracaso sanitario y educativo, un fracaso en la evitación de los embarazos
no deseados.
El aborto voluntario se suele discutir en su legalización, pero poco se discute
acerca del “síndrome del barquero” que retiene su realización en clínicas, por
ginecólogos, y frecuentemente con métodos quirúrgicos. Los métodos más
cercanos y humanos, con medicamentos y en casa, existen hace décadas
pero todavía son una excepción. El “síndrome del barquero” explica que no
se utilicen las posibilidades de la tecnología para lograr “máxima calidad,
mínima cantidad, tecnología apropiada y tan cerca del paciente como sea
posible”. La tecnología tiene su paralelo literario en el anillo del “Señor de los
Anillos”: su posesión ciega a los médicos y el poder que otorga se emplea en
propio provecho.
Sé comprensiva y piadosa con los pacientes, ponte en su lugar, admítelos
como son. No te conviertas en su amiga, ni seas médico de tus amigos, ni de
tus familiares. Respeta las creencias de tus pacientes, sean creer en Escrivá
de Balaguer, en Shiva o en el Diablo; respeta también sus vivencias, sean
vidas “vulgares” o extraordinarias, sean de drogadictos o de adictos al trabajo
o al sexo, o ludópatas sin más; aprecia al musulmán como al judío, al
protestante como al agnóstico. Los pacientes son frágiles como personas, se
sienten amenazados en su trayecto vital; muchas veces no saben cómo reorganizar sus vidas ni cómo enfrentarse a la minusvalía y a la muerte.
Pregunta al paciente cómo quiere ser tratado, si de tú o de usted, si como
Doña Francisca, o Sra. García, o Francisca, o Pepita sin más. Averigua lo
que quiere saber de su enfermedad y da cumplimiento exquisito y prudente a
estos deseos (sin mentir).
Ser médico en el siglo XXI
Nadie que estuviese en la charla que generó este texto (14 de septiembre de
2010) llegará al final del siglo XXI. Sin embargo, las sociedades
desarrolladas creen poder cumplir el deseo de Gilgamesh, y lograr el acceso
a la fuente de la eterna juventud. Cegados por la magia de la medicina
ignoran como Gilgamesh el consejo de Siduri, la tabernera del Mar de la
Muerte, y prefieren buscar hoy el incierto bien futuro amargando el cierto bien
presente. Lo amargan con la “pornoprevención”, ese deseo inmoderado de
evitar todo daño, todo sufrimiento, todo dolor y hasta la muerte.
La prevención traslada servicios y recursos de viejos a jóvenes, de pobres a
ricos y de enfermos a sanos. Por ello la prevención debería limitarse a lo que
sea eficiente, en el sentido social de ofrecer lo mejor a quien más lo necesita
a un coste que se pueda soportar (por nosotros y por las generaciones
futuras). La prevención sin límites destruye la medicina y la sociedad; por
ejemplo, piensa en el origen del nazismo, tan ligado a las buenas intenciones
del higienismo y de la eugenesia.
Tenemos las poblaciones más sanas y envejecidas de toda la historia de la
Humanidad; es un éxito social y médico haber logrado tal capital de salud.
Pero la consecuencia práctica es el miedo a la pérdida de la salud, el miedo
a la angustia del envejecer, el miedo a morir. Así, se da una paradoja que
convierte en enfermos a sanos, sólo por practicar una prevención que se ha
convertido en peligrosa a base de pruebas, indicaciones y medicamentos. No
es extraño que en los EEUU la actividad de los médicos sea la tercera causa
de muerte. Tampoco es extraño que todo se “medicalice”, que se transforme
en problema médico toda variación de una normalidad normativa y
obligatoria, lo que facilita la invención de enfermedades (disease mongering)
y la “venta” de todo un repertorio diagnóstico y terapéutico que sólo añade
sufrimiento. Deberías evitar convertirte en mercader en este negocio de las
“enfermedades imaginarias”.
Por ello, gran parte de tu actividad como médico del siglo XXI, querida
alumna, tendrá que dedicarse a la “prevención cuaternaria”. Es decir, a evitar
los daños que causa la actividad médica. Especialmente, a evitar la actividad
médica innecesaria, por cuanto toda actividad médica (necesaria o
innecesaria) conlleva efectos adversos y daños. Sólo algunas actividades
médicas ofrecen más beneficios que daños. Algunas actividades claramente
ofrecen más daños que beneficios, como los chequeos (ginecológicos, del
niño sano, laborales, a ancianos, y demás).
La prevención cuaternaria es en el siglo XXI la expresión del viejo principio
de la medicina “primum non nocere” (primero no hacer daño, primero no
complicar más las cosas). Por supuesto, los médicos hacemos mucho bien,
inmenso bien, pero a veces hacemos daño evitable. A veces hacemos daño
sin necesidad, a veces nos domina la “malicia sanitaria”. Es fundamental,
querida alumna, que logres hacer mucho más bien que mal, que cuando te
jubiles puedas decir que el bien que hiciste compensa sin duda el mal que
causaste. Practica, pues, la prevención cuaternaria.
Recuerda los dos fines de la medicina en que se resume el Informe Hastings:
evitar el sufrimiento médicamente evitable y ayudar a morir con dignidad.
Para ello prevenimos enfermedades, ayudamos a curarlas, consolamos
siempre y procuramos la rehabilitación si queda minusvalía. Para ello
atendemos al paciente terminal de forma que no tenga ni dolor, ni angustia,
ni insomnio, ni ascitis, ni edemas, ni estreñimiento, ni vómitos, ni otros signos
y síntomas que impidan que muera en paz y con dignidad. Evita, sobre todo,
las muertes innecesariamente prematuras y médicamente evitables, como la
muerte por apendicitis o por tétanos. En lo que sea posible, evita las muertes
de causa médica, como las provocadas por el consejo de “dormir boca abajo”
a los bebés en los años ochenta y noventa del pasado siglo, o las causadas
por las hormonas administradas a las mujeres climatéricas, o las
consecuentes al sobreuso de la radiología. Pero llegado el momento, acepta
que la muerte es parte de la vida y que “los cuerpos encuentran la forma de
morir”. No es un fracaso en sí que los pacientes mueran, si logramos que
puedan hacerlo con dignidad y que la causa no sea médica.
Cúrate a ti misma. Lo registra Lucas, el médico evangelista, respecto al
rechazo de Jesús por sus conciudadanos de Nazaret. “No hay profeta en su
tierra”, dijo también en esa ocasión. Lo de “médico cúrate a ti mismo” debes
aplicártelo, querida alumna, es su amplio sentido de cuidar de ti misma, de
conocerte a ti misma, de analizarte a ti misma, de considerar en ti lo que has
de aplicar a los pacientes, de ser primero contigo humana y piadosa para
poderlo ser con tus compañeros y pacientes. Eso incluye las consideraciones
éticas que te ayuden a elegir el mejor curso posible de acción en cada
paciente y situación.
Practica medicina con dos éticas, al menos: la ética de la negativa y la ética
de la ignorancia. Ética de la negativa es decir no a los deseos
descontrolados de los de “arriba” y de los pacientes y decirlo con formación,
educación, suavidad, firmeza y determinación. Ética de la ignorancia es
compartir con los de “arriba” y con los pacientes los límites de la medicina, lo
que no sabemos cómo resolver y lo que no podemos resolver; para ello
tienes que intentar tener conocimientos amplios y permanentemente
actualizados y ser un buen pedagogo en las transmisión de los mismos.
Estudia, estudia mucho, estudia como una bruta, pero no dejes de leer
poesía, de intentar ser feliz, de ir al cine, de bailar, de hacer deporte y de
observar, analizar y, si es posible, participar en la deriva social, política y
económica de tu sociedad; no dejes de disfrutar del amor, de la familia, del
sexo, de los amigos y de la vida en general. Si puedes, considera el tener
hijos; es una experiencia increíble estar embarazada y criar una prole, ver
crecer al cachorro humano y florecer a un adolescente (pero hoy,
lamentablemente, el tener hijos es cuestión casi reservada a los que se lo
pueden permitir económicamente, con renuncia de muchos por imposibilidad
que no esterilidad ni decisión propia).
Un médico es un profesional altamente cualificado que precisa estudiar y
formarse toda la vida, capaz de tomar decisiones rápidas y generalmente
acertadas en situaciones de gran incertidumbre. Te convertirás en médico sin
darte cuenta, a base de estudiar mucho y de ejercer un escepticismo sano
(¡ojala te haya contagiado mi “escepticemia”!). Duda; duda incluso de esto
que lees. Documéntate si es posible con los estudios originales iniciales y
forma tu propia opinión. No sea nunca cínica, no admitas “la cultura de la
queja”; no te quejes, actúa. Tolera la incertidumbre clínica, pero no seas
imprudente. No aceptes “la tiranía del diagnóstico”; no te empeñes en
diagnosticar pues el diagnóstico es sólo una ayuda para la decisión y se
puede decidir sin diagnóstico y con acierto.
Sé optimista, hay miles de razones.
Recuerda que ninguna universidad española está entre las mejores del
mundo (ni el grupo de las diez mejores, ni en el de las cien mejores). Visita,
si te es posible, otras universidades mejores; por ejemplo, la de Maastricht
(Holanda), donde el estudiante de medicina de primero tiene por tutor y guía
desde el primer día a un médico general y va al hospital y a la facultad a
completar su formación. O a la universidad de Tampere (Finlandia), o a la de
York (Reino Unido), o a la de Otawa (Canadá) o a la de Queensland
(Australia).
Viaja, es una forma de madurar.
Hoy Internet es una ventana abierta al mundo, asómate a ella. Entra en
contacto con quienes te pueden ayudar, forma parte de “colegios invisibles”
que comparten conocimientos y reconocimientos. Pero no tengas dudas, el
Dr. Google no tiene ninguno de los poderes que tú adquirirás.
En resumen, evita muertes evitables y promueve vidas con calidad, no hagas
que Quevedo tenga razón en su soneto:
MÉDICO QUE PARA UN MAL QUE NO QUITA,
RECETA MUCHOS2
La losa en sortijón pronosticada
y por boca una sala de viuda,
la habla entre ventosas y entre ayuda,
con el “Denle a cenar poquito o nada”.
La mula, en el zaguán, tumba enfrenada;
y por julio un “Arrópenle si suda;
no beba vino; menos agua cruda;
la hembra, ni por sueños, ni pintada”.
Haz la cuenta conmigo, dotorcillo:
para quitarme un mal, ¿me das mil males?
¿Estudias Medicina o Peralvillo?
2 Los médicos solían llevar joyas ostentosas (“sortijón”), iban en mulas bien enjaezadas que dejaban en la entrada de
la casa (zaguán) del enfermo y recetaban ventosas y “ayudas” (laxantes). Peralvillo es localidad manchega donde se
cumplía cruel sentencia de muerte a saetazos. Tabardillo es alegría desordenada, y persona tal.
¿De esta cura me pides ocho reales?
Yo quiero hembra, vino y tabardillo,
y gasten tu salud los hospitales.
NOTA PARA MI QUERIDA ESTUDIANTE
Lee más sobre este tema y autor en www.equipocesca.org donde hay
publicaciones sobre Gilgamesh (“Falsas promesas de eterna juventud
en el siglo XXI. Gilgamesh redivivo”) y sobre el idealismo/empirismo
(“Enfermedad: ciencia y ficción”), por ejemplo.
Sobre todo, complementan este texto “Los territorios ignotos de
nuestra
mente”
(sobre
las
razones
para
ser
médico)
http://www.equipocesca.org/wp-content/uploads/2009/10/por-que-sermedico-2009-final.pdf e “Información al paciente sobre su médico”
http://www.equipocesca.org/wp-content/uploads/2009/03/tripticoconsulta-gervas.pdf
Relee de vez en cuando este texto y los que le complementan y añade y
corrige lo que convenga para construir tu propio ideario, credo y utopía.
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