Del 17 al 30 de marzo de 2005 // CULTURAS // 5 (27) MÚSICA UNO DE LOS MÚSICOS MÁS INNOVADORES DEL SIGLO XX Medio siglo sin Charlie Parker DAVID ROMERO l 12 de marzo de 1955 Charlie “Bird” Parker fue invitado por la baronesa Nica de Koenigswater a pasar la noche en su lujosa suite del Hotel Stanhope, en la Quinta Avenida de Nueva York. Charlie se acomoda en una butaca y enciende el televisor, dispuesto a ver el show de los hermanos Dorsey. Algo en el espectáculo le hace reír y la carcajada le provoca un estremecimiento que su cuerpo, demasiado castigado, ya no resiste. En pocos segundos la tos ahogada se convierte en un colapso definitivo. El médico forense, a falta de docu- E 'CUADERNOS DE JAZZ' CELEBRA SU ANIVERSARIO Quince años de presencia ininterrumpida han hecho que la revista sea la publicación de referencia sobre jazz en lengua española. El último número de 'Cuadernos de Jazz' incluye un dossier de 26 páginas dedicado a la figura de Charlie Parker. Bajo el título 'Parker Suite' y con motivo de cumplirse 50 años de su separación (19552005), en los artículos incluidos se hace un recorrido por la trayectoria de Bird a través de textos que –obviando los tópicos e historias que habitualmente se cuentan sobre él– se centran en su figura como uno de los revolucionarios del jazz, su trayectoria como músico, su figura en el cine a través de la mirada de Clint Eastwood, incluso anécdotas y testimonios de quienes, aún hoy en vida, le conocieron y dan fe de su inteligencia y arte musical: Billy Bauer, Nat Hentoff, Jimmy Heath, André Hodeir, Ira Gitler, Hal McKusick, entre otros. Cuadernos de Jazz { Los días posteriores a su muerte aparecieron pintadas por todo Nueva York: “BIRD LIVES” (Bird vive). Nos queda su legado, su magistral música, su historia. } mentos, estimó la edad del fallecido en unos 60 años, a juzgar por el evidente deterioro de su organismo. En el momento de su muerte, Charlie Parker tenía 34 años. El 23 de Marzo de 2005 celebramos el 50º aniversario de su desaparición con la extraña e incómoda sensación de que su recuerdo apenas nos devuelve una imagen difusa, incompleta, desgastada y sobre todo mal enfocada: el mito de Parker, su estatus arquetípico de artista genial y autodestruido está sobreviviendo a la esencia de su obra. Inmersos en una dinámica cultural obsesiva que infla lo que vende bien, eclipsando y marginando realidades interesantes pero menos vendibles, apenas tenemos ya acceso a los viejos discos de Charlie Parker. Música de libertad Para comprender la importancia de Bird en el desarrollo de la historia de la música, basta con escuchar a cualquier jazzman contemporáneo y entonces advertir que su creación se mueve por espacios de libertad que Charlie Parker conquistó en su día, para uso y disfrute de la posteridad. El mérito musical de Parker fue precisamente ése, crear espacios infinitos de libertad en el interior de una música que había nacido precisamente para eso, para la expresión de una libertad necesaria e inherente al espíritu humano, una libertad que no existía en las calles, en la sociedad norteamericana –especialmente para los negros–, y que hallaba en la representación artística una posibilidad de existir plenamente, al menos como metáfora. Por supuesto hay un antes y un después de Charlie Parker. O más exactamente, un antes y un después de la aparición del bop (o bebop), la corriente musical con la que Bird, junto a Dizzy Gillespie y muchísi- mos otros músicos en su mayoría afroamericanos, subvirtió las estructuras del swing (un jazz más tradicional, más pautado, mucho más comercial y más políticamente correcto), y estableció una forma libre y virtuosa de hacer música, basada en la libertad melódica, en la espontaneidad y en la expresión ilimitada de la individualidad del músico. Algún crítico ha explicado el asunto afirmando que con la llegada del bop, el jazz perdía su virginidad, su inocencia tradicional. Los boppers eran individuos talentosos y exhibían sin reparos una nueva actitud, una nueva imagen y una asertividad que contrastaba con la sumisión que la sociedad estadounidense esperaba de los negros. Eran una nueva clase de artistas seguros de sí mismos, decididamente contestatarios, originales e irreverentes, que no tardaron en ganarse la antipatía de los sectores más conservadores del arte y la política. Frecuen- temente expuestos a los rigores de la vida nocturna, al consumo casi sistemático de alcohol, heroína y otras drogas –de cuya influencia en el jazz no se ha hablado sino tangencialmente– y a condiciones de vida en ocasiones lamentables, estos músicos a menudo presentan biografías truculentas, cuando no escandalosas. El camino del dolor En especial, la biografía de Charlie Parker está tan mar- El mito de Parker, su estatus de artista genial y autodestruido, está sobreviviendo a la esencia de su obra cada por el dolor y la sordidez que se hace difícil comprender cómo cabe tanto sufrimiento en apenas 35 años. Desde luego, no fue sólo mala suerte. Habría que buscar la causa más precisamente en su curiosa y enfermiza incapacidad para limitar sus desmesurados apetitos. Quienes lo conocieron siempre han señalado fascinados esta característica suya: comía en exceso, bebía en exceso y, sobre todo, se drogaba en exceso casi desde la pubertad. En poco tiempo generó una adicción que lastraría su vida personal y profesional hasta convertirla en una calamidad. Además, su condición de músico nocturno le obligaba a sufrir la continua exigencia artística de superarse cada día, de exprimir su genio en clubes, en bares, en salas de concierto, en estudios de grabación. Su salud se iba minando con la velocidad de una mecha encendida y sin embargo su talento musical crecía, ajeno al declive físico, como animado por otra forma de apetito incontrolable: empezaba a tocar a medianoche, de club en club, y no paraba hasta mediodía. Sus últimos dos años fueron ya un infierno de mala salud y desequilibrio emocional. Sufre la muerte de su pequeña hija Pree y se intenta suicidar dos veces. Su relación con el mundo se convierte en un desesperado y silencioso grito de socorro. En 1954, en una inquietante y certera premonición, escribe unos versos a su mujer: “La muerte es algo urgente, mi fuego es inextinguible”. Su hazaña artística, conseguida a través de un extenuante esfuerzo, debería ser ese ‘fuego inextinguible’ en el que Parker confiaba, un fuego que prendió con el aire turbio y caliente de su saxofón y que aún ilumina los senderos por los que discurre el jazz actual. El propio Parker explica superficialmente, en una frase tan simple como turbadora, el proceso artístico que consumió su vida y lo convirtió en mito y mártir: “Para producir belleza, debemos sufrir dolor”. Hoy somos beneficiarios de esa belleza y celebramos el 50º aniversario del momento en que ese dolor, fructífero pero insoportable, cesó para siempre. Bar Brasileiro Salitre, 36 ★ Lavapiés ★ Madrid