1819 (s-e).qxp_Maquetación 1 22/9/16 18:06 Página 18 MIRADOR POR ROBERTO CATALANO Canonizada la Madre Teresa de Calcuta el pasado mes de septiembre. Una vida dedicada a los más pobres de los pobres que ahora continúa con la obra fundada por ella. «Madre» L 18 a Madre Teresa de Calcuta representa, quizá como pocos, la imagen del cristianismo del siglo XX. Con toda probabilidad esta mujer albanomacedonia de nacimiento pero india de adopción por decisión propia, será recordada en los siglos futuros como un paradigma del Evangelio, al igual que un Francisco y una Clara de Asís, una Teresa de Lisieux, un Ignacio de Loyola o una Catalina de Siena. A la opinión pública el proceso canónico para llegar a proclamarla santa le ha parecido una mera formalidad, quizás como para ninguno de los santos canonizados en las últimas décadas. C I U D A D N U E VA - O C T U B R E 2016 Esta mujer de rostro cada vez más arrugado, envuelta en ese sari blanco que, a medida que pasaba el tiempo, parecía quedarle cada vez más grande, ya era para todos una santa. Y sin embargo no ha dejado de ser simplemente Madre Teresa o, como la suelen llamar todavía en la India, mother, «madre». Tuve la oportunidad de saludarla en tres ocasiones, siempre casualmente. Fueron momentos sencillos y de gran intensidad, sobre todo la última vez, pocos meses antes de su muerte. Recuerdo aquel apretón de manos que parecía no querer aflojarse y aquella 1819 (s-e).qxp_Maquetación 1 22/9/16 18:06 Página 19 Iglesia mirada penetrante que buscaba una relación directa. Fue un instante, pero me pareció una eternidad, si bien solo intercambiamos unas breves palabras, mientras la hermana que empujaba su silla de ruedas ya se había puesto en marcha para llegar a la capilla. Igualmente intenso fue otro encuentro posterior, cuando acompañando a Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, en su viaje a la India, nos detuvimos durante unos minutos ante la tumba de la «madre», a quien Chiara consideraba una «gran amiga suya», tal y como dijo poco después ante más de trescientas hermanas de la congregación. Nunca como en esos pocos minutos he tenido la impresión de que el silencio me hablase. Presenciaba un coloquio escondido y vivísimo entre dos mujeres, una viva y la otra ya en la eternidad. Una experiencia difícil de transmitir, que llega a las fibras más profundas del ser. Una impresión similar e igualmente complicada de expresar la tuve el día de su beatificación. Poco después del alba ya estaba yo en Roma para llegar con tiempo a la Plaza de San Pedro, pues estaba entre los invitados especiales. Me impresionó aquella multitud que ya a las siete de la mañana colmaba la Vía de la Conciliación y los alrededores de San Pedro. Era el pueblo, un caleidoscopio de razas, edades, idiomas y colores que proclamaban «beata» a esta mujer. En medio de la gente, esa mañana entendí el dicho: Vox populi, vox Dei. Desde el día de su funeral, cuando toda Calcuta y el mundo entero se detuvieron para rendir homenaje a la «madre», cada vez se ha ido hablando menos de sus hijas y de su obra. Su carisma, por otra parte, siempre ha sido el de llegar a los últimos y casi sin que nadie se diera cuenta. En estos años, la congregación y las hermanas han sido noticia cuando alguna de ellas ha tenido un final trágico, como ocurrió el año pasado en el Golfo Pérsico. Si no, siempre van discretas, con paso rápido y el rostro sereno, dando la impresión de tener prisa por llegar al lado de aquellos por quienes lo han dejado todo: los últimos, las periferias extremas, por decirlo con palabras del papa Francisco. En esto la «madre» se anticipó a este papa, pues ella ya había llegado a esas periferias aquel día de 1946 en que viajando en tren de Calcuta a Darjeeling sintió la llamada a volver a las calles del mundo, fuera del convento, e ir adonde nadie quería ir. Ahora un papa está llevando, y con dificultad, a toda la Iglesia en esa dirección. Extrañamente, quizá solo hay un aspecto que, al menos de vez en cuando, sigue llevando a Madre Teresa a las primeras páginas. En la India, el país que la adoptó, cada cierto tiempo saltan acusaciones de proselitismo religioso. Ya le había ocurrido en vida, pero ella nunca se preocupó, pues tenía que pensar en sus moribundos, como solía decir. También hoy, al igual que hacía la «madre», sus hermanas callan; parece que no tienen tiempo para estas cosas y siguen su obra en silencio y con una dedicación heroica, dispuestas siempre a cambiar de lugar, como deseaba la «madre», en menos de una hora. A fin de cuentas, para mil millones o más de indios, sea cual sea la religión que profesen, la canonización del pasado 4 de septiembre no fue más que una formalidad. La santidad de esta mujer siempre ha sido obvia, y así lo recoge la tradición hindú de los jivanmukta, es decir, los que llegan a la plena realización del ser aún en vida. r Enero de 2001: Chiara Lubich en la casa madre de las Misioneras de la Caridad en Calcuta. Su carisma, por otra parte, siempre ha sido el de llegar a los últimos y casi sin que nadie se diera cuenta. C I U D A D N U E VA - O C T U B R E 2016 19