DIOS JUSTO Y MISERICORDIOSO. Por: Hna. Elvia Marina Morales Flores EL HOMBRE DE HOY FRENTE A DIOS: Si tratáramos de describir la realidad actual del hombre, la situación del corazón de los hombres de estos tiempos, es decir, como conducen su vida, cuáles son sus intereses, cuales son los valores que ponderan, nos daríamos cuenta, tomando como parámetro los Mandamientos, que el mal moral permea el mundo, se puede ver al hombre tan capaz de tantas bajezas, tan dado a lo sensible, a lo agradable, a lo cómodo, a lo amable, a lo fácil. Pero eso si, reconociendo la bondad, añorando, anhelando, esperando, suspirando por que la bondad lo impregne, lo llene… pero sin mover un dedo para conseguirla. O quizás si movemos un dedo… pero solo uno de los veinte que tenemos. Vivimos esperando el cielo como recompensa, a cambio de un mínimo esfuerzo hecho para conseguirlo. Viendo todo esto, esta poquedad, esta podredumbre moral de la humanidad, esta indiferencia de tantos, esta apatía de otros más, este conformismo con tan pequeñísimos logros… de “los piadosos” y estando como está la situación moral, espiritual de la humanidad ¿Quién PUEDE ESPERAR EL CIELO? Quien, que no se esfuerza día a día por alcanzarlo… ¿Puede esperar la salvación alguien que decidió esperar al final de la vida?: “Ya que este grande… cuando me enferme, si me pongo grave me confesaré”. ¿Puede esperar el cielo alguien a quien día a día le movieron tantos intereses… pero los propios, no los de Dios? ¿Será entonces que el cielo está cerrado para la mayoría? ¿ES IMPOSIBLE SALVARSE? Antes de responder a estas preguntas, recordemos que nos dice el Credo, es decir, la formula con la que los fieles católicos profesamos nuestra fe: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo…” Cat. I.C.456. El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "Él se manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5) Cat. I.C. 457 «Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?» (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG 45, 48B). En estas citas bíblicas, en estos Números del Catecismo y en estas palabras de San Gregorio de Nisa podemos darnos cuenta: DIOS NO BROMEA… y menos cuando ha empeñado su Palabra, su Verbo Eterno… El quiere nuestra Salvación, por eso sabemos con certeza que el cielo no está cerrado y que no es imposible salvarse. Porque Dios no cambia de parecer, ni se deja llevar por estados de ánimo: “No es Dios un hombre, para mentir, ni hijo de hombre, para volverse atrás. ¿Es que él dice y no hace, habla y no lo mantiene?” (Num 23,19). Y ¿Qué tan interesado esta Dios por nuestra salvación? Desde el momento de ser creado, el hombre fue inmediatamente llamado a la amistad con Dios, pero en todo lo largo de la historia del hombre sobre la tierra, empezando por nuestros primeros padres, ha habido tantos que, por el pecado, han rechazado esa invitación Divina ¿CÓMO REACCIONA DIOS ANTE ESTA ACTITUD DEL HOMBRE? Hemos visto la realidad del hombre de hoy frente a Dios, ahora detengámonos a contemplar como Dios ha actuado frente al ser humano que así tantas veces lo ha negado, lo ha ignorado o lo ha rechazado. Si, como podemos ver y experimentar, la sociedad está corrompida, y lo está, porque así permanece el corazón del hombre que no tiene en si a Dios (Mc 7,21) ¿Cuál ha sido y cuál es la actitud de Dios frente al hombre? Dios nos ha tratado con Paciencia y Misericordia infinitas, pues pudiendo acabar con la raza humana, por justicia Divina, por haberle negado la adoración que El merecía, no ha querido hacerlo y sigue dándonos una y otra oportunidad. Esto no significa que Dios haya dejado de ser Justo, pues El premia al hombre por sus actos buenos, pero también castiga al hombre por todos sus actos malos. Pero no se goza en castigar al hombre: Diles: «Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta de su conducta y viva. Convertíos, convertíos de vuestra mala conducta. ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel?» (Ez 3,11). Encontramos muestras de la Paciencia y Misericordia Divinas desde el principio de la Historia de la Salvación: - Desde que Dios crea al hombre, lo llama a su amistad. - El hombre por el pecado rechaza la amistad Divina, - Dios no deja al hombre postrado en su pecado: le promete un Redentor, - Se elige un pueblo de donde habría de salir el Redentor, lo protege, lo libra de sus enemigos, hace señales y prodigios en medio de ese pueblo de su propiedad, - Pero ese pueblo te fue infiel adorando a otros dioses... Pero ¿qué tiene que ver conmigo esta historia? A traves de la Revelación, El Señor nos muestra que nosotros, al igual que Adán y Eva, somos creaturas suyas, llamadas a su amistad. Y nosotros, al igual que ellos, habiendo sido desobedientes a El, hemos merecido también castigo... ...Nos muestra que somos también llamados a pertenecer al Pueblo elegido para ser de su propiedad, para que Dios reine en nosotros y sea nuestro Dueño y Señor. Pero nosotros, como el Pueblo de Israel hemos sido infieles, por cada pecado que hemos cometido a lo largo de la vida... nosotros, como Israel, hemos adorado a otros dioses... olvidándonos del Dios verdadero. Es facil pensar que las historias y los personajes del Antiguo Testamento nada tienen que ver con nosotros, pero no es asi, porque cuando El Señor se dirige a Jerusalem, nos habla también a nosotros: “¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido!” (Lc 13,34) ¡Cuánto ha querido acogernos con ternura, protegernos junto a sí... y no se lo hemos permitido...! Cuantos prodigios hizo en favor de Israel... y el pueblo entero lo olvidó, lo despreció... cuánto ha hecho en favor de nosotros y ni siquiera le agradecemos... En este momento, Jerusalem... es tu nombre y el mío, y es El Señor quien nos habla: Pero Dios es rico en Misericordia... y nos ha esperado hasta hoy... nos prestó la vida un día más, nos da una nueva oportunidad para que lo escuchemos, para que reflexionemos, para que volvamos a El con todo el corazón. Ya nos mostró su Misericordia al prometer a nuestros primeros padres un Redentor, Al Encarnarse, humillandose hasta lo más bajo: todo un Dios hecho hombre, una creatura!!! Al aceptar el Sacrificio de la Cruz, pagando con su sangre el delito cometido por nosotros. Nos muestra su Misericordia al Resucitar para ser nuestra esperanza, Y al subir al Padre no nos deja solos, nos otorga el Don sobre todo don: nos da su Espiritu Santo, para que dejándonos conducir por El podamos vivir como hijos de Dios. Por su infinita ternura y Misericordia nos concede a la Santísima Virgen como Madre e intercesora. Y no se queda lejos de nosotros, sigue actuando en medio de su Pueblo, que es la Iglesia, formada por aquellos que habiendo sido bautizados, viven fieles a su bautismo. Nos ha esperado hasta hoy por su Misericordia...¿Y cómo hemos respondido nosotros? El nos dió ¿Nosotros que le damos? ¿Que le hemos dado a lo largo de nuestra vida? ¿Cuándo acudimos a El? ¿Cuándo lo buscamos con más insistencia? ¿Acaso habrá alguna duda de que sigue usando de Misericordia con nosotros? ¿QUÉ HAREMOS ENTONCES? No se trata solo de reconocer nuestros pecados… si nos quedamos ahí, eso seria vano. Lo importante es que ahora, desde el fondo del corazón despreciemos el pecado y empecemos a caminar en la conversión y a ejercitar los Dones que recibimos por la Gracia a través del Espíritu Santo y practicar las virtudes… Es cierto, el hombre es pecador, su corazón está lleno de inmundicia, pero es cierto también que si nos arrepentimos, Dios nos perdona: “El Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de amor; si se querella, no es para siempre; si guarda rencor, es sólo por un rato. No nos trata según nuestros pecados, ni nos paga según nuestras ofensas. Cuanto se alzan los cielos sobre la tierra, tan alto es su amor con los que le temen. Como el oriente está lejos del occidente, así aleja de nosotros nuestras culpas” (Sal. 103, 8-12). No se trata de quedarnos postrados en nuestro pecado… lamentándonos del mal cometido. Lo importante es enmendarnos y crecer en el amor, crecer en la virtud hasta que, aun habiendo sido grandes pecadores, lleguemos a ser ahora para el mundo, testimonio de la acción de Dios. El Hijo pródigo (Lc 15, 11-32). No todo está perdido aún... hasta hoy El Señor nos ha tratado con paciencia... nos ha perdonado, di nos arrepentimos, pero nos dice como a la adultera: vete y no vuelvas a pecar. y un arrepentimiento sincero puede hacer que, por la Misericordia de Dios alcancemos el cielo, como el Señor nos da la lección en la Cruz: perdonando al ladrón arrepentido que crucificaron a su lado (Lc. 23, 39-43) y prometiéndole el paraiso. Sobre este caso, San Agustín nos dice muy sabiamente que Dios perdonó a un hombre en el último momento para que nadie caiga en desesperanza, pero perdonó sólo a uno, para que nadie caiga en presunción, no quiere que nos desesperemos por los males cometidos, pero tampoco podemos nunca tener la certeza de nuestra salvación. Siempre se requerirá una lucha constante para, al final de la vida, esperar en la Misericordia del Señor. Nuestra alma fue hecha por Dios, y El ha sembrado en ella la sed de cielo... que no nos conformemos con creatura alguna, sino que más bien busquemos cada vez con más fuerza crecer en el amor hacia Aquel que tanto nos ha amado. Es cierto... el hombre no dejará de ser débil, pero, aunque él nada puede, todo es posible para Dios.