REFLEXION EN LAS MANOS DE DIOS Si somos sinceros, aun los creyentes tenemos que reconocer que no sabemos muy bien qué hacer con la muerte ni cómo reaccionar ante ella. La muerte siempre nos sorprende, nos descoloca, nos desconcierta. Y nos golpea. Por eso, lo que solemos hacer con frecuencia es tratar de ignorarla y no hablar de ella. Y cuando la muerte llama a la puerta de alguna familia cercana, procuramos olvidar cuanto antes ese triste suceso y volver enseguida al vértigo de la vida. Meditando el Evangelio 2 de Noviembre Conmemoración de todos los fieles difuntos 31º Domingo durante el año (Ciclo A) «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado». Del Evangelio según san Lucas (Lc 24, 1-8) El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'". Y las mujeres recordaron sus palabras. Ahora bien, tarde o temprano, la muerte va visitando también nuestros propios hogares arrancándonos nuestros seres más amados. Pero ¿cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre o a nuestro padre? ¿Qué actitud adoptar ante la partida de ese esposo o esa esposa con los que hemos compartido muchos años de nuestra vida? ¿Cómo reaccionar y salir adelante ante la pérdida de un hijo? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas que ya no están? La muerte es una puerta que cada ser humano traspasa en solitario. Una vez cerrada la puerta, la persona fallecida se nos oculta para siempre. No sabemos qué habrá sido de ella. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable que los creyentes llamamos Dios. Pero entonces surge la inquietud y la pregunta: ¿cómo relacionarnos con él o ella? ¿cómo mantener el vínculo y el contacto? La liturgia cristiana nos revela cuál es la actitud de los creyentes ante la muerte de nuestros seres queridos. La Iglesia no se limita a asistir pasivamente al hecho de la muerte ni tan sólo a tratar de consolar a los que permanecemos aquí llorando a nuestros difuntos. Su reacción espontánea es de solidaridad fraterna para con la persona que ha partido hacia su destino definitivo y también para con los que nos quedamos “en esta orilla” de la vida. La comunidad cristiana rodea al que muere, pide por él y lo acompaña con su amor y su oración en ese misterioso encuentro con Dios. Ni una palabra de desolación o de rebelión, de vacío o de duda, ni tampoco de “resignación” (que por cierto, no es ninguna “virtud” ni una actitud verdaderamente cristiana). En el centro de toda la liturgia por los difuntos, lo central y lo más importante es la confianza: "En tus manos, Padre de bondad, encomendamos a nuestro hermano…". Es como si dijéramos a ese ser querido que se nos ha muerto: "La muerte no es el final ni es lo definitivo. Lo definitivo es la Vida. Te seguimos queriendo, y estás y estarás siempre con nosotros… pero la realidad es que te vas y tu partida nos entristece. Sin embargo, sabemos que te dejamos en las mejores manos. Esas manos son las de Dios, que te reciben con un amor infinito e incondicional y en las que encontrarás toda la plenitud y toda la felicidad que desde siempre Él tenía preparadas para vos. Y aunque nos duele la despedida, estamos convencidos de que esas manos son un lugar infinitamente más seguro y más grato que todo lo que nosotros te podemos ofrecer ahora. Dios te ama como nosotros no hemos sabido amarte. Y en sus manos y en su corazón te dejamos absolutamente confiados y esperanzados". Esta confianza que llena el corazón de los creyentes de paz y de consuelo ante la muerte de nuestros seres queridos, no es un sentimiento arbitrario, sino que nace de nuestra fe en Jesús resucitado. Dice la liturgia: "Recuerda a tu hijo a quien has llamado de este mundo a tu presencia. Concédele que así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta también con él la gloria de la resurrección". Esa es la convicción del creyente, y aunque la fe no mitiga el dolor y la tristeza de la pérdida, al menos - como está dicho - nos aporta algo de paz, de esperanza, de consuelo. Y también nos permite encontrar un sentido a algo que nos supera y nos desborda completamente. Todo esto puede parecer inaceptable a muchos que se acercarán hoy al cementerio a depositar unas flores y recordar experiencias vividas aquí con sus seres queridos. Pero como decía K. Rahner, hay cosas que sólo podemos entender y vivir "si tenemos un corazón sabio y humilde y nos acostumbramos a ver lo que no puede percibir la mirada del superficial y del impaciente".