La historia no contada1 «Me encuentro entre quienes consideran la ciencia enormemente bella. La persona de ciencia en su laboratorio no es una mera técnica; es también una criatura enfrentándose a los fenómenos de la naturaleza, que la impresionan como si se tratase de cuentos de hadas», Marie Curie (1867-1934). Entender por qué hay tan pocas mujeres científicas requiere entender dos cosas: por qué tan pocas jóvenes optan por la investigación y por qué tan pocas de ellas llegan a pertenecer a la élite académica. Visto desde dentro, no es de sorprender que la mayor parte de las jóvenes que han terminado un carrera de ciencias elijan otra salida profesional que la de investigar. La historia de la ciencia es el relato de las fascinantes exploraciones llevadas a cabo por quienes, a lo largo de los siglos y atreviéndose a pensar de otra manera, estudian el universo llevando como único equipaje en sus exploraciones el pensar razonado. Es difícil acercarse a esta historia sin querer formar parte de ella, salvo si se sospecha de entrada que intentarlo es una pérdida de tiempo. La trasmisión del conocimiento científico y de su historia es una trasmisión oral. Yo tuve la suerte aprender sobre las matemáticas y su historia la mano de un tío abuelo matemático, Eduardo Rodrigáñez. Con él aprendí, por ejemplo, que el libro de texto de cálculo diferencial —derivadas, integrales, etc.— más utilizado en el siglo XVIII lo había escrito la italiana María Agnesi; o que el primer programa de ordenador lo había escrito la inglesa Ada Byron para calcular números de Bernouilli, unos objetos matemáticos que ocuparon un papel importante en la historia del Último Teorema de Fermat, historia que mi tío gustaba relatar haciendo hincapié en la contribución de la francesa Sophie Germain, y que siempre terminada con un vaticinio: seguro que se resuelve utilizando herramientas introducidas por Emmy Noether (así fue, quince años después de la muerte de mi tío). En el primer tercio del siglo XX, Noether llevó a cabo una verdadera revolución en las matemáticas al atreverse, entre otras cosas, a extender herramientas y estrategias que hasta entonces se habían utilizado exclusivamente para clasificar números, a territorios mucho más amplios y de inmediata aplicación a otras ciencias. Suya fue, por ejemplo, la solución al problema que la descripción del comportamiento de la energía planteaba a Einstein en su teoría de la relatividad. 1 Artículo publicado el el diario El País el 17 de octubre de 2011. Emmy Noether y María Agnesi aprendieron matemáticas de su padre, Ada Byron de su madre, yo de mi tío. Sin embargo, la mayor parte de alumnas de carreras científicas solo tienen acceso al relato de unos profesores que no sólo conocen la historia de sus predecesoras mujeres sino que, además, están convencidos de que no existe. “Si hubiesen existido mujeres científicas a lo largo de la historia, mis profesores me hubiesen hablado de ellas”, escuché afirmar al Académico José Manuel Sanchez Ron durante una conferencia que, en 2007 y con el título “El poder de los prejuicios: Ciencia y Mujeres”, impartió en la Residencia de Estudiantes el CSIC. El por qué las mujeres científicas siguen sin formar parte las elites académicas ha sido ampliamente estudiado tanto en la nuestro país (Paloma Alcalá, A ras de suelo. Situación de las mujeres en las instituciones científicas, Género y Ciencia, Ediciones Complutense 2001) como fuera de él, y ya no cabe la menor duda sobre ello: los métodos utilizados para evaluar los trabajos producidos favorecen a los varones. Se ha demostrado, por ejemplo, que cuando los trabajos a evaluar se presentan a los comités correspondientes con los nombres de los autores borrados, los de las mujeres son mucho mejor valorados que cuando se sabe que la autoría es femenina (C.Wenneras A. Wold, Nepotism and sexism in peer-review, Nature, vol. 387 (1997),241-243). Y también, como ilustran los informes de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), que en aquellas instituciones que cuentan con comités que velan para que las leyes se cumplan en estos asuntos, la situación mejora notablemente. Capi Corrales Rodrigáñez, Departamento de Álgebra, Facultad de Matemáticas, UCM