En El buitre está la droga, sí, pero también (sobre

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LIBROS Coordina JUAN CERVERA
GIL SCOTT-HERON
“El buitre”
HOJA DE LATA
NOVELA NEGRA Antes de inventar el hip hop casi por accidente y convertirse en la voz
de la conciencia de la comunidad afroamericana; antes incluso
de erigirse en poeta del pueblo,
caer ligeramente en el olvido y renacer de la mano de
Richard Russell (XL Recordings), Gil Scott-Heron (19492011) ya había protagonizado un hito nada menor: abalanzarse sobre la novela negra para transformarla en
un artefacto doblemente negro. La raza y el género, la
vida y la literatura, dándose la mano en este relato
que, como señala el autor de “The Revolution Will Not
Be Televised”, no solo le cambió la vida, sino que le
permitió escenificar una arrebatada y extremadamente
cercana función de marionetas de carne y hueso.
Un retablo de miserias, tragedias y realidades cotidianas
con las que GSH se adentró, cámara al hombro, en los
guetos neoyorquinos para
salir de ahí con un relato
coral protagonizado por
camellos, activistas de los
Panteras Negras, comerciantes afroamericanos,
bandas latinas y muchachos que queman noche
en los rincones de Chelsea. Será por eso que lo
de menos en “El buitre”
(“The Vulture”), debut literario publicado originalmente en 1970 y rescatado
ahora por Hoja de Lata,
Desde el gueto.
sea descubrir quién diablos
ha matado a John Lee, el
camello de medio pelo cuyo cadáver nos recibe en
las primeras páginas.
El crimen, es cierto, funciona como pegamento de
la trama, pero es mucho más interesante acompañar
a GSH en su ronda de trapicheos, proclamas revolucionarias, amoríos interraciales, confusiones varias y
contradicciones múltiples y maravillarse con su habilidad
para capturar todos los matices de la vida en el barrio.
Es ahí, entre los bloques de viviendas baratas, los
locales de la asociación BAMBÚ y, en fin, los márgenes
de una ciudad de Nueva York mitad patio de recreo,
mitad escenario de tragedia urbana, donde el de Chicago
se exhibe como cronista atento y acaba hablando con
la misma autoridad, ya sea por boca de un camello regordete que por la de un joven idealista que aspira a
recuperar el orgullo de su comunidad. Un impecable
retrato de cómo vivir en el gueto y sobrevivir (o no)
para contarlo que se complementa a la perfección con
“Los reyes del jaco” (1998) de Vern E. Smith y amplía
el campo de batalla más allá de la guerra de bandas
y los narcóticos. Porque en “El buitre” está la droga,
sí, pero también (sobre todo) la vida. DAVID MORÁN
TOM SPANBAUER
“Yo te quise más”
LITERATURA RANDOM HOUSE
Tom Spanbauer (Idaho, 1946) trabaja sin prisas. En
los más de veinticinco años
que abarca su carrera literaria,
solo ha escrito cinco novelas,
aunque de generosa extensión.
Quizá eso explique su capacidad para crear personajes
que se quedan durante mucho tiempo (¿para siempre?)
en el imaginario del lector. Lo era Cobertizo, el huérfano
de “El hombre que se enamoró de la Luna” (1991);
o Rigby John Klusener, el adolescente de “Ahora es
el momento” (2007). También, por supuesto, Ben
Grunewald, el protagonista de “Yo te quise más”
(“I Loved You More”, 2014), un escritor gay que vive
una intensa y complicada relación triangular cuyos
otros vértices son su colega heterosexual Hank Christian
y una estudiante llamada Ruth Dearden.
Entre ellos se establecen diversas relaciones por
parejas, marcadas por los temas clave en la obra de
Spanbauer: el amor, el deseo, la identidad sexual, el
miedo, la necesidad afectiva y el paso del tiempo, que
sirven al autor para trazar tres retratos magistrales a
lo largo de más de dos décadas y diversas localizaciones,
siempre según los preceptos de la escritura peligrosa,
aproximación narrativa de su cosecha que se antoja
especialmente pertinente en el presente caso, ya que
es inevitable establecer paralelismos entre la lucha
del protagonista con el sida y la del propio autor con
el virus, que le fue diagnosticado en 1996.
Si la primera persona siempre es un requisito en
Spanbauer, esta vez su voz adquiere un escalofriante
tono confesional (no exento, por otra parte, de brillantes
arranques de humor) que convierte “Yo te quise más”
en su novela más personal. También la más emocionante. EDUARDO GUILLOT
NOVELA
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HARPER LEE
“Ve y pon un centinela”
HARPERCOLLINS
NOVELA “Matar a
un ruiseñor” (1960)
es una de esas
obras intocables,
consensuada como
una de las grandes
novelas norteamericanas del siglo XX.
Harper Lee (Monroeville, Alabama, 1926) solo publicó ese
libro –aunque tuvo un gran peso en la
elaboración de “A sangre fría” (1966), de
su amigo Truman Capote– y en repetidas
ocasiones ha declarado que ninguna
otra obra suya vería la luz. Por eso ha
sido tan sorprendente como controvertida
la noticia del descubrimiento por parte
de su abogada del manuscrito de “Ve
y pon un centinela” (“Go Set A Watchman”, original de 1957) y la decisión de
sacarlo al mercado. Su editora de entonces, Tay Hohoff, renunció a publicarlo
en su momento, pero, a cambio, pidió a
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SEPTIEMBRE 2015 RDL 342
Lee que lo reescribiera a partir de lo que
le parecía más interesante, los flashbacks
en que el personaje central recordaba
momentos de su infancia. Fue, por tanto,
el esbozo, el campo de pruebas del que
surgiría su obra magna.
Tal vez lo más fascinante del que hasta
ahora era su libro perdido reside en la
confrontación entre el proceso creativo
real y nuestras propias impresiones como
lectores, e intentarnos imaginar qué
había en la cabeza de la autora para que
un relato basado en el fin de la idealización
como doloroso rito de paso a la edad
adulta, en la idea de matar al padre para
aprender a caminar por una misma, acabase tomando la senda inversa.
Es probable que nunca lo sepamos,
con lo cual solo nos queda agarrarnos
a la experiencia lectora. Al enfrentarse
a “Ve y pon un centinela” a modo de secuela de “Matar a un ruiseñor”, uno se
encontrará con lo siguiente: la niña Scout
reaparece, ahora como Jean Louise y
como mujer, en su pueblo natal de Maycomb veinte años después. Se ha ido a
vivir a Nueva York y regresa para pasar
un par de semanas de vacaciones. Entre
medias, los Finch han superado la Gran
Depresión y la Segunda Guerra Mundial,
y, aparentemente, también el fallecimiento
de Jem, el inolvidable hermano de Scout,
quien heredó el mismo problema cardiaco
de su difunta madre. El patriarca/héroe,
Atticus, con 72 años, sufre artritis reumatoide y es cuidado por su hermana,
Alexandra; mientras que Calpurnia, la
asistenta negra que la crió, se ha jubilado
y ha abandonado la casa familiar. Dill, el
compañero de aventuras de los hermanos
en aquellos días infantiles en que siempre
era verano, emigró a Europa tras la guerra.
Y del fantasmal Boo Radley no hay rastro
ni mención. A cambio, aparecen nuevos
personajes como Hank Clinton, el hijo
de una familia desfavorecida que fue
adoptado por los Finch, trabaja de abogado en el bufete de Atticus y pretende
contraer matrimonio con Jean Louise. Y
el excéntrico tío Jack, que se erigirá como
el nuevo referente moral tras el desasosegante punto de inflexión sobre el que
gira la novela, simbólicamente descubierto
a hurtadillas por Scout desde la misma
grada del juzgado en que, veinte años
antes, vio a su padre defender heroicamente al negro Tom Robinson.
En un juego de espejos nunca previsto
por la autora, los ojos y el corazón de
Scout son los mismos del lector, que se
vuelve perplejo testigo de la demolición
de sus propias idealizaciones y convicciones. Ese proceso compartido es de
una crueldad mayúscula, que automáticamente nos puede hacer odiar la novela.
Pero podemos disfrutar también de tiernísimas anécdotas narradas en retrospectiva, del empoderamiento de Jean
Louise como mujer sureña rebelde que
se enfrentó a las constricciones de su
época, del análisis de los conflictos raciales
y sociales en la Alabama de los cincuenta
o de una fina disección de cómo se construye el pensamiento racista. Es esta una
novela mucho más vigente y necesaria
de lo que algunos están dispuestos a
querer aceptar, un complemento ideal
de “Matar a un ruiseñor” que, aunque
lejos de su altura literaria, también encierra
importantes, y más desasosegantes, enseñanzas vitales. DAVID SAAVEDRA
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