CUANDO TÚ NO ME CONOCÍAS Y cuando tú no me conocías, contigo estaba yo, y aunque ahora no me ves, estoy presente, y porque no me toques yo sí te rodeo con mis brazos, todo tu yo, tu ser, a ti. No me temiste por no conocerme, ni te apartaste cuando te hablé, así que ahora que duermes a mi lado todas las noches, ayer, hoy y después, no te separes de mí. Te diré que sueñan las nubes blancas del cielo en cubrir todo su infinito y la brisa en acariciar tus mejillas por envidiarme, a mí, al guardián de tus sueños, el vigilante de tus besos, la lira que te susurra por las mañanas. Nos envidia a los dos el sol al ver cómo tu melena, suelta en la almohada, transmite rayos de calor, tibia luz ya del atardecer, que aunque no está en el cénit de su recorrido sigue estándolo de mi amor. Te hablo escribiendo, como sé, como puedo, porque todavía tengo la vergüenza de cincuenta años junto a ti, la de aquella primera palabra que mi voz entretejió cuando nos conocimos. Y todo por no querer atreverme a decirte esas cosas que salen de mi corazón estando a tu lado, ahora que estás con los ojos cerrados víctima del sueño profundo tras un día laborioso, un día más; así pierdo ese reparo y puedo expresarte todas las cosas bonitas que me pasan con mi vieja plumilla. Cincuenta años ya, sólo, porque cincuenta puede ser hoy, o ayer, cincuenta, mil, o diez o cien, pero, eso sí, llenos de vida; y ha sido vida, simplemente porque estabas tú, y vivida intensamente porque tú lo has conseguido, pudiendo realizarme plenamente, como persona, conociendo al fin hasta dónde podía llegar mi sentir. Y ahora, cuando el crepúsculo ciñe nuestras vidas, es cuando más valoro lo romántica que es la compañía del uno con el otro, nuestra convivencia, con, ahora y cuando podemos, la de nuestros recientes nietos, que son los hijos de antes. ¿Recuerdas cuando la golondrina, entonces de pluma oscura y brillante, empezaba su nido a formar en esta casa, poco a poco, con los palitos de pinocha untados de barro, poquito a poco, hojita a hojita, vuelo a vuelo? Hasta que acabaron su nido y pudieron al fin sus familias criar. Uno… dos… y hasta tres lindos polluelos salieron de aquel nido de amor, todos hoy ya criados, y todos también fuera de su primogénita madriguera, volando en cuanto pudieron, pues tenían y así tuvieron el mismo derecho a hacerlo y a experimentar las mismas sensaciones que los padres, por mucho que en su momento lamentáramos su dulce marcha por quedarnos sólo y solos con su ausencia. Al igual que nosotros, ellos encontraron sus respectivas parejas, con las que de nuevo están cumpliendo similar ciclo al nuestro. Y ahora quedamos tú y yo solos, viviendo de nuevo nuestra particular infancia, ¡curiosa esta terrible ironía!, pero esta vez en la senectud, queriéndonos quizá ahora más por nuestro insaciable apetito de convivencia, quizá sea cierto, que por el flechazo de un descubrimiento reciente, de un sentimiento revelado, de un amor a primera vista, y porque sabemos que estamos los dos, uno al lado del otro, para lo que haga falta. Esto ya lo sabes tú, seguro, sin que te lo diga, y lo sé yo, porque lo hemos y estamos viviendo constantemente, así es la realidad de nuestro día a día. Sé que no podremos decir hasta dónde va a llegar nuestro peregrinaje juntos, y de hecho somos conscientes, pero mientras dure estaremos, y cada vez 1 más apoyados el uno al otro, porque somos el todo del uno para y por el otro. ¿Qué mejor definición para explicar la profunda necesidad que sienten dos personas por estar el uno junto al otro? ¿Hemos de valorar cómo o hasta dónde llega? Para nosotros esto lo es todo. Contigo tuve ese amor de juventud, tal vez el más conocido, la compañía, la amistad, la confianza, la pasión, los secretos, los momentos de duda y desavenencias, la aventura. Es cierto que a veces fue un mar bravío, de corrientes peligrosas, otras un lago calmado de aguas transparentes, pero juntos al fin hemos conseguido nadar y bañarnos en cálidas aguas de pasión. Y aquí estamos ahora, cuando ya todo se mitiga, tú durmiendo, yo con mi siempre fácil pluma, sacando de la chistera de mis recuerdos pensamientos furtivos nuestros, de cuando nadábamos en esos lagos de forma voluptuosa, pasional, ¿cierto?, con un amor encendido cual llama ardiente, incluso de pecado dentro del mismo amor, que guardo para mí, y que tú seguro también guardarás los tuyos. ¿Nos faltó algo más que vivir? Ciertamente, con nuestras manos ya tortuosas, ahora es cuando mejor nos asimos, con las caras cuarteadas, también cuando nuestros besos calan cual lluvia fina en árida tierra, haciéndose más profundos; también cuando el tiempo hace, al fin, su huella reconocible y mella en nosotros es cuando más nos necesitamos. Esto hemos ganado los dos, nuestros primeros cincuenta años juntos, que de los siguientes… ¡ya hablaremos después! Lo que no sabes es que en este momento en que descansas junto a mí, a mi lado, de lado mirándome con los ojos cerrados, es cuando quiero decirte esas cosas, aquello que nunca me atrevo a comentarte delante tuyo, quizá por la vergüenza que sabes tengo desde siempre a hablar de mis sentimientos, pues me ofrece sensación de vacío el desnudar mi corazón. ¡Vergüenza estúpida! Y aunque no sé porqué, déjame tener esa pequeña pizca de pudor, discúlpame si lo sabes. Duerme, duerme con tu paz, que yo soy a la vez tu guardián y el vigilante de recibir tu cariño. Y cuando no tenemos secretos tú y yo, todavía sigo sin atreverme públicamente a contarte todo, éste, mi secreto, así que continuaré escribiéndote y guardando todo mi yo en una carta de amor, en ésta. Duerme, pues, en la madrugada ya del día y de la noche, con la paz y tranquilidad de tu conciencia, de tu misión cumplida, mas con renovada ilusión todos los días por levantarte y acompañarme, iluminando con el candil de la llama de tu compañía nuestro vivir diario, inapagable al huracán que se nos cruce, remolino ahora sin importancia. ¿Qué nos encontraremos mañana? De momento, y ahora más que nunca, vivimos y viviremos el presente, nuestro amor con nuestra compañía, que es lo que nos alimenta, pues de mañana y el mañana… Dios dirá. Que el tiempo, a nuestro favor, duerme, duerme, amada mía, es al ver tu compañía testigo de un gran amor. 2